"Duele ver a ejpañoles viviendo de Cáritas en Finlandia"

Arturo Bloqueduro

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«Duele ver a españoles viviendo de cáritas en finlandia» . Las Provincias

«Duele ver a españoles viviendo de cáritas en finlandia»
Margot llegó de Suiza la semana pasada para visitar a su abuela Hortensia, que vive en Robledo de Chavela (Madrid), y a su progenitora, Mireille.Margot llegó de Suiza la semana pasada para visitar a su abuela Hortensia, que vive en Robledo de Chavela (Madrid), y a su progenitora, Mireille. / Alberto Ferreras

La historia de las abuelas que emigraron en busca de trabajo a Francia o Alemania en los años 60 se repite con sus nietas. Siete mujeres de una misma familia nos cuentan su vida lejos de casa

Unas señas mal apuntadas y dos niños de la mano. Petra Hernando (Madrid, 88 años) se marchó por necesidad. Porque a siete pesetas por pantalón que cosía y con el sueldo raquítico de zapatero de su marido no daba más que para medio litro de leche, un cuarto de kilo de harina... Cuatro bocas que alimentar que pronto serían seis. La economía de posguerra no quitaba el hambre y habían oído que en Bélgica los hombres se colocaban bien en la mina. Se fueron en 1958, abriendo una nueva ruta (Alemania, Suiza, Francia...) para los emigrantes españoles, que hasta entonces habían hecho las Américas (Cuba y Argentina). Las migraciones son cíclicas y en España suceden cada 50 años: 1910, 1960 y hoy.

Petra ‘compró’ billete de ida y vuelta y regresó a Madrid al cabo de quince años, en los estertores del franquismo. Ahora alguien vuelve sobre sus pasos. Son sus nietas, las hijas de la crisis. Margot, bióloga, con máster y trilingüe, ha emigrado a Suiza porque aspiraba a ganar más que los 900 euros que le pagaban en España; su hermana Ana habla inglés, italiano, finés, francés, está aprendiendo sueco y se ha hecho un hueco como diseñadora en Finlandia después de trabajar de azafata en Madrid; y Miriam, la prima de ambas, es un ejemplo de manual. Licenciada en Comunicación Audiovisual y Antropología, con un máster en RNE y otro en Nuevas Tecnologías, su estreno en el mundo laboral fueron 450 euros al mes.

Si ellas hubieran tenido que mantenerse con su sueldo habrían pasado estrecheces. Como la abuela Petra... y como la abuela Hortensia, que emigró a Francia en 1956 con un bebé de cuatro meses en brazos y sin haber pisado la escuela (aprendió a leer con los tebeos). Tenía 22 años y ya se había hartado de trabajar: «Empecé con doce, limpiando en casa de un médico en el Paseo de las Delicias. Me tenían que poner un banquillo porque no llegaba a la pila de fregar. Me pagaban 150 pesetas al mes, era una miseria». Las dificultades de Petra y Hortensia no las han sufrido sus hijas, Rosa María y Mireille, que regresaron adolescentes a una España que sólo conocían de las vacaciones y donde nunca faltó trabajo a los de su generación.

Estas siete mujeres, unidas por lazos familiares y ADN emprendedor, celebran este 8 de marzo con el relato de su vida de emigrantes: las abuelas que se fueron, las madres que regresaron y las nietas que también han hecho la maleta.

Las jóvenes no saben si podrán volver a casa. España tiene una tasa de paro del 23,4% (un 24,5% en el caso de las mujeres y un 50,9% entre los menores de 25 años). Tras una década en la que llegaron de forma masiva ciudadanos de Sudamérica y países del Este, en 2010 el saldo se tornó negativo: salía más gente de la que entraba. Se van medio millón por año, la mayoría pagapensiones que retornan o que ‘reemigran’ a otro país. Pero unos 75.000 son españoles que ponen rumbo a Europa: a Reino Unido «por el inglés» y a Alemania «porque es la locomotora de Europa», explica Antonio Izquierdo Escribano, catedrático de Sociología de la Universidad de La Coruña.

Las mujeres, advierte, «ya no se marchan a remolque del marido, como en las dos primeras oleadas migratorias». Inician la aventura solas y en una proporción parecida a los varones: 34.735 frente a 38.598 en 2013, el último dato que tiene el Instituto Nacional de Estadística. El 30% tiene entre 25 y 35 años: 10.000 chicas huyen de la precariedad cada año.

LAS ABUELAS: las primeras que tuvieron que irse

«Fuera comían chocolate, no eran analfabetos...»

Hortensia Martín (Madrid, 81 años) cuenta que el cielo de Grenoble (Francia) «se ve más bajo» que el de Madrid. Serán las nubes oscuras que traen nieve -y entonces nevaba mucho-, que parece que están más cerca. Pero el clima hostil era sólo el meteorológico. «Los franceses nos querían porque éramos trabajadores y serios». Primero llegó un hermano, «refugiado político», y ella fue a visitarle en el 50. «Me sorprendió que en Francia se podía hablar con libertad y que la gente estaba instruida. Aquí había más analfabetismo».

Estaba soltera, pero ya se «hablaba» con el que luego sería su marido, que trabajaba por dos pesetas de mecánico. «Cobraba los sábados y el lunes no nos quedaba nada». Del otro lado de los Pirineos llegaban historias de abundancia -«en los mercados había ruedas enormes de mantequilla, cortaban los trozos con alambre, se comía un salchichón muy bueno, chocolate y galletas, que aquí no las probábamos...»- y allí se fueron. Dos días de viaje que hoy se hacen en 10 horas. Él no tardó en emplearse como soldador y ella cosía cremalleras y dobladillos -«las españolas teníamos fama de buenas costureras»-.

-¿Cómo aprendió francés?

-¡Con las revistas! Los números me costaron, para decirte que algo valía 80 francos decían: ‘cuatro veces veinte’. Me daba miedo equivocarme con los medicamentos de los niños, pero en la farmacia nos escribían en la caja del jarabe a qué hora había que dárselo y la cantidad. Además, había un médico que entendía un poco de español.

Hortensia pasó cuatro años sin regresar a España, ahorrando. Cuando tuvieron suficiente dinero vinieron de vacaciones a Murcia, a San Pedro del Pinatar, que había playa y tenía allí un hermano. «Comprábamos sandía y chorizo para llevar a Francia, unos amigos de Italia traían un vino muy bueno del sur y los franceses, los caracoles, el puré de patata... Comen mucha patata, comprábamos 200 kilos para el invierno». Hortensia aguantó todos los inviernos que pudo hasta que un catarro que no curaba acabó en bronquitis crónica y el médico le recetó el sol de España. «Sentí volver porque tenía cuatro niñas y allí te daban becas, los libros eran gratis, había ayudas para la casa... Mis hijas vinieron muy preparadas». Sus nietas lo están aún más. «Me da mucha pena que Margot y Ana estén fuera porque son muy españolas».

Son también nietas (por parte de padre) de Petra Hernando (Madrid, 88 años), que buscó fortuna en Bélgica en 1958. «Aquí había miseria, mirábamos mucho el dinero. Íbamos a comprar bemoles, pero como no te llegaba para media docena, comprabas sólo dos. Yo trabajaba de pantalonera, hacía bombachos para los niños bien. Me hartaba de trabajar, ocho horas en un taller por cuatro pesetas al día y encima tenía que ir en metro y me costaba 25 céntimos cada viaje. Trabajé también para un sastre a medida, para los Almacenes Valdemoro...»

No supo lo que era un sueldo de verdad hasta que su marido dejó de remendar zapatos y se puso a trabajar en una mina en Bélgica. «Yo fui tres meses después, con dos niños de tres y dos años. El viaje fue terrible, no había salido de Madrid y no entendía a la gente, pensaba que me iban a engañar. Pasé cinco horas esperando a mi marido en una estación, los niños se me soltaban de la mano y el hombre de la estación, fíjate qué amable, les compró una bolsa de caramelos». Los dos primeros años vivieron «mirando el céntimo», pero cuando su esposo dejó la mina y se empleó en una fábrica de cristales -además de ganar un extra de zapatero- pudieron respirar un poco. «Comprábamos la leche por cajas», aunque la tristeza no encontraban cómo saciarla. «Yo siempre estaba en casa, así que sólo chapurreaba el idioma, de hablar con el panadero, el lechero... Echaba de menos España, el sol, a los míos... Había un canal por donde pasaban los barquitos y en invierno se helaba. Nevaba y hacía mucho frío y me puse mala de los huesos». Las vacaciones en Madrid eran como medicina y regresaron antes de lo pensado. «Mi hija Rosa María no quiso volver a Bélgica después de un verano y la tuvimos que dejar aquí. Luego me vine yo con otros dos niños y el mayor se quedó con el padre un año más».

-¿Qué España encontró?

-Vivían mejor que cuando marchamos. Mi marido trabajó de chófer de un marqués, de conductor de autobús, de guarda jurado...
Miriam, rodeada de su abuela Petra y de su progenitora Rosa. Vive en Finlandia pero viene a ver a su familia cada tres o cuatro meses.

Miriam, rodeada de su abuela Petra y de su progenitora Rosa. Vive en Finlandia pero viene a ver a su familia cada tres o cuatro meses. / Alberto Ferreras

LAS MADRES: las que regresaron

«Ganábamos, pero lo invertimos en los hijos»

Mireille Carceller (Francia, 57 años) tardó «dos años» en adaptarse a España. Creció en Vizille, una ciudad de 7.500 habitantes del sureste de Francia y con cinco años hacía ballet, esquiaba y estudiaba inglés, que era obligatorio en la escuela -luego empezó con el alemán-. «Teníamos profesores nativos, no como aquí, que tuve que mandar a mis hijas al extranjero para que aprendieran bien». La Francia de los años 60 en la que se crió estaba «más adelantada» que la España que ella conocía «de las vacaciones». «Me parecía un poco tercermundista. Las calles estaban descuidadas y la gente, atrasada. Mis hermanas y yo nos poníamos pantalones cortos y nos miraban como si no fuera ropa adecuada. Aquí las niñas iban más tapadas».

La bronquitis de su progenitora trajo a la familia de vuelta en 1972 y Mireille, adolescente, sufrió un «choque cultural». «Dejé de estudiar, fue una pena porque en Francia iba a empezar a hacer Lenguas. Llegamos en julio y en septiembre me coloqué en un banco francés, donde conocí a mi marido, hijo de Petra. Ganaba 25.000 ó 30.000 pesetas que, en proporción, es mucho más de lo que ganan hoy los jóvenes». Tuvo ocasión de mudarse a Nueva York, Londres y París pero las ‘niñas’ (Ana y Margot) le frenaron. «No quería moverlas tanto».

-Ahora son ellas las que se han tenido que marchar.

-La historia de nuestras madres se repite con nuestras hijas. Es injusto después de lo que se han preparado y lo que hemos invertido en ellas. Echan de menos su país.

-Una en Suiza y otra en Finlandia. ¿Qué destino le gusta más?

-Finlandia es un país muy adelantado y de gente sencilla. Y en Suiza son muy respetuosos. Fui a una librería, el responsable había salido pero había dejado un sobre: ‘Elija el libro y deje el dinero’. Eso sería impensable aquí.

A Mireille le dolió volver y Rosa María Santirso (Madrid, 61 años), su cuñada, lloró «tres días y tres noches» para que la dejaran quedarse y no tener que regresar a Bélgica, donde vivía con su progenitora Petra, su padre y sus tres hermanos. «Tenía 18 años y había pasado todo el verano en Madrid con mi prima. Piscina, tapas... En Bélgica no había ese ambiente, todo era más aburrido y tristón». Se quedó al cargo de unos familiares hasta que regresaron los demás y ayudó a su hermanos a colocarse en la capital. «Empecé como secretaria de dirección en una empresa de exportación y me pagaban 12.000 pesetas. Al año me cambié a un laboratorio farmacéutico y ganaba 15.000». El francés le abrió puertas y le estrelló contra alguna. «Estaba comiendo tortilla con unas amigas y dije: ‘¡Soy muy tortillera!’ Mi prima me excusó: ‘Es que acaba de llegar de Bélgica y no sabe lo que significa’» (risas).

Rosa nunca ha estado en paro y enfila la jubilación en su inmobiliaria (Romasa). «En Tubize (Bélgica) vivíamos en una casa de cuatro plantas con jardín donde plantábamos lechugas, cebollas... Siento debilidad por las casas y me he mudado siete veces». La suya es una generación radicalmente distinta a la de su progenitora y a la de sus hijas. No han pasado hambre y se han deslomado para que sus hijos tengan de todo. «Me he ganado la vida bien, pero trabajando muchísimo. Les he dado todo a mis hijos; yo no tuve oportunidad de ir de Interrail por Europa, como ellos».

LAS NIETAS: las que se han vuelto a marchar

«Me dan 500 euros al mes por emprendedora»

Miriam Meneses (Madrid, 30 años) no lo habría podido hacer (lo del Interrail) sin el trabajo a tiempo parcial en la inmobiliaria de su progenitora, el sueldo de camarera en la discoteca de su tío... «He trabajado muchos años de lo mío, en RNE, en festivales de música, agencias de comunicación, pero como mucho ganaba mil y poco euros. Era complicado llegar a final de mes e independizarse». Y no veía cómo mejorar. «Mandabas un currículum y había miles de personas esperando a ese puesto». El Erasmus en Dinamarca fue su flechazo con Europa del Norte: «Te puedes mover en bici a todas partes, trabajan hasta las cinco...»

Su prima Ana le animó a mudarse con ella a Finlandia y en quince días encontró trabajo en una compañía financiera. «El sueldo mínimo con estudios es 2.500 euros». Lleva dos años en Turku, un archipiélago con 250.000 islas, y tiene una empresa de comunicación (Dream Big) que sirve de puente para españoles que abren mercado en Finlandia y al revés. «He recibido asesoramiento gratis y me dan una ayuda de 500 euros para emprendedores durante seis meses».

-¿Qué piensan de nosotros?

-Está de moda, me preguntan cómo es posible que haya cambiado España por este país. Aquí anochece a las tres en invierno y hay menos vida en la calle, aunque los gimnasios están llenos. Cada vez más finlandeses van a España en busca de sol. A veces hay billetes de avión por 45 euros.

Una ganga porque el tique del autobús cuesta tres euros, otro tanto el café, cuarenta cortarse el pelo, siete una bolsa de nueces, doce el cine...

Ana Santirso (Madrid, 32 años) enseña otra factura: «65 euros el tren de Turku a Helsinki, dos horas». «Llegué en 2006 y tardé un año en encontrar un español. En tres años han venido tropecientos -221 en 2013-, algunos viven de Cáritas, duele en el alma». Arrojados al norte por la crisis, se han topado con una barrera casi infranqueable, el idioma. Ana tardó tres años en aprender finés y en 2011 montó una firma de moda, Santirso Pasión, «ropa colorida, que aquí es todo blanco y neցro. Diseñé un tocado a la princesa Victoria de Suecia».

En Madrid compaginó el estudio de Diseño de Moda (cinco años) con su trabajo de azafata, hizo prácticas con un diseñador «por amor al arte» y con 22 años se fue a Florencia (2004). Aprendió italiano en un mes -«al principio le decía a todo el mundo ‘encantada’, que significa ‘me he enamorado de ti’» (risas)-, hizo un máster y empezó ganando 600 euros de prácticas en Salvatore Ferragamo. En la Toscana conoció a Rainer, finlandés de Erasmus, y partieron hacia su tierra en 2006.

«Llegué al aeropuerto de Estocolmo y noté el choque, había un silencio sepulcral, en los países nórdicos los perros no ladran y los niños no lloran». También hace menos calor, en sentido literal y figurado. «Yo me ofrecía a trabajar gratis en talleres de costura y no me contestaban. La imagen de España es el paro, la corrupción... Pero les encanta Tenerife y Fuengirola».

-Finlandia parece idílico.

-No hay rejas en las ventanas de las casas y los niños de siete años esperan solos al autobús. La familia de mi marido tiene una isla y su tía pasa allí los veranos, con renos y cisnes. Te dan una ayuda por hijo hasta que trabaja, la guardería vale entre 50 y 150 euros, respetan a los niños como si fueran futuros presidentes... Vivimos bien, pero ese vacío de estar fuera lo notas cada día.

De Finlandia... a Corea del Sur. La comunidad de pagapensiones españoles en Asia es pequeña: 2.916 se fueron allá el año pasado, la mitad de los que marcharon a Reino Unido, el destino favorito junto a Francia y Alemania, que acogen una media de 7.000 españoles al año desde la crisis. Margot Santirso (Madrid, 34 años) probó ocho meses en Corea con su marido, un ingeniero coreano que no encontraba trabajo en Madrid pese a hablar español e inglés. «Nos casamos en 2007, desde entonces busca trabajo en España y creo que ser asiático ha influido; pero yo en Corea sin el idioma sólo podía aspirar a trabajar en tiendas y restaurantes». Ahora viven en Suiza, a donde llegan 3.500 españoles cada año. «A él le pagaban 60.000 euros por hacer un doctorado y a mí lo mismo en una empresa de ensayos clínicos, y eso que entré en el puesto más bajo, secretaria. Ahora nuestra situación económica ha mejorado. Mis amigos de la facultad mejor situados ganan 1.800 euros en España. Yo allí no estaría ganando más de 30.000 al año».

-¿Qué le falta?

-Para tomar un café con un suizo tienes que llamarle una semana antes. Me falta espontaneidad, el sol, la familia, los amigos...

Y su hermana Ana, que está a 2.215 kilómetros. «Sufrimos la distancia. Quiero ver crecer a mis sobrinos, deshacer este nudo y volver a estar todas juntas». Lo dice Ana. Lo piensan todas.
 
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Merece la pensa leerse los cuatro párrafos, para en primer lugar ver lo maravillosa que era la vida en tiempos de Franco (sí hasta el 59 también era tiempos de Franco); las oportunidades de formarse que había (tal vez por eso un ingeniero ganaba lo que ganaba porque sólo estudiaban cuatro hijos de papá); y en algunas aspectos que volvemos a esa asquerosa situación.

Y sobre lo de tener cerca a familiares y tal, el que lo pueda permitírselo enhorabuena, pero con el paro que hay mucha gente no tiene opción.
 
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