Periodista, escritor y ex espía. Perteneció a la unidad 8200, el servicio secreto de las Fuerzas de Defensa de Israel, el mejor cuerpo de inteligencia militar del mundo. Mucho de lo que vio ahí lo ha plasmado en Una noche muy larga (Salamandra), una trepidante novela de espías.
-En su libro hay corrupción, ambición, espionaje con las más altas tecnologías, luchas de poder... ¿El mundo en los altos niveles es tan terrible como lo describe en su libro?
Sí. Vivimos una era de increíble cinismo. Creo que los políticos son muy cínicos y que se mueven más por cinismo que por ideología, empatía o jovenlandesal. Y lo sé no por haberlo leído en los periódicos sino de primera mano, porque he sido jefe en la Unidad 8200, el servicio secreto de las Fuerzas de Defensa de Israel y me reunía con políticos, no sólo israelíes. Y, para mi sorpresa y consternación, todos eran profundamente cínicos. Así que decidí que mi primera novela debía contar cómo funciona el poder, cómo corrompe. Porque tengo la sensación de que la gente no lo sabe. Hay personas a mi alrededor que me dicen que han visto en televisión a tal o cual político y que les ha dado la impresión de ser honesto, íntegro... La gente es muy ingenua, incluidos los israelíes, incluidos los españoles. No, los políticos no son para nada así. No porque yo lo diga, sólo hay que mirar su historial. En este libro quería contar el cinismo de los poderosos, empezando por el de los políticos.
-Su novela también desvela cómo los políticos manipulan y controlan a los medios de comunicación...
Sí, esa es justo la segunda cosa que quería denunciar con este libro. Pero la verdad es que esa manipulación funciona más con las cadenas de televisión que con los periódicos. El problema es que los sitios web actúan más como canales de televisión que como periódicos, ocurre incluso en páginas webs de periódicos y por supuesto en Twitter, en Facebook.... Lo que hacen los políticos es decidir el enfoque, mentir al público... Y esa estrategia les funciona muy bien en televisión y bastante bien en internet, pero no tan bien en los periódicos impresos. Pero esa influencia existe y por eso es importante hablar de ella.
-En su libro describe sofisticadísimas altas tecnologías capaces de espiar a cualquiera en cualquier lugar del mundo. ¿Existen en realidad?
Sí. Existen desde hace años. Edward Snowden (antiguo empleado de CIA y de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense que en 2013 hizo públicos documentos clasificados como alto secreto con el objetivo de destapar el Estado de vigilancia existente en EEUU) fue en ese sentido bastante inspirador, desveló las muchas cosas que los servicios secretos saben de la gente. Cuando vives dentro de ese mundo, como viví yo, piensas que todo el mundo lo sabe. Pero no es así. A mi progenitora, por ejemplo, yo le digo que no use la tarjeta de fidelización del supermercado, con la que le dan un euro de descuento cada vez que gasta una suma, creo que 100 euros.
-¿Me está diciendo que nos pueden espiar a través de la tarjeta de cliente de un supermercado?
Sí. Con esa tarjeta se puede saber cuándo sales de casa, cuándo tu hijo no está en casa a través de lo que compras, cuando decides hacerte vegetariano, incluso cuando se ha muerto alguien en tu casa a través de los productos que adquieres. Mucha gente, cuando se lo digo, me dice que no le importa, que no tiene nada que ocultar, que no tiene secretos, que no tiene un amante ni una cuenta en Suiza, que no participa en actividades políticas radicales y que le da igual que le espíen.
-Pero usted no cree que dé igual, ¿verdad?
No da igual. Los derechos y libertades civiles no se inventaron para unos pocos, se inventaron para la humanidad. Si uno considera que no tiene nada que ocultar y que le pueden espiar, lo que está haciendo con esa actitud es sabotear los derechos de un poeta iraní, de un joven palestino o de cualquiera, quizás también los de un hombre de mediana edad que tiene un affaire con su secretaria, por poner el ejemplo más bajo. No se puede cooperar con la vigilancia por parte de los estados, incluso si a alguien le parece bien que le espíen porque considera que no tiene nada que ocultar.
-Si nos pueden espiar a través de los teléfonos móviles, de las tarjetas de crédito, hasta con las tarjetas del supermercado, ¿cómo podemos evitar que los estados fisgoneen en nuestras vidas?
Lo primero es ser conscientes de que lo hacen y, lo segundo, oponernos políticamente a ello. Hay que convencer a nuestros parlamentarios de que es un tema que nos preocupa como ciudadanos, para que ellos y ellas lo incorporen en sus agendas políticas y exijan que se regulen los servicios secretos. Eso es lo primero, convencer a nuestros representantes de que se tiene que regular el poder de los estados de espiar a sus propios ciudadanos. Y también pueden hacerse manifestaciones y emplearse otros métodos democráticos de protesta. Se trata de que cada vez más y más gente exija que se regulen los aparatos del estado, los servicios secretos, las firmas comerciales que nos espían... Y si se hace así cambiarán las cosas.
-Y a nivel práctico, ¿qué podemos hacer para evitar que accedan a nuestra información personal?
Ahora mismo, y hasta que las cosas cambien, no hay mucho que uno pueda hacer. Si tuviera que darle un solo consejo le diría sin duda que deje su teléfono móvil en casa. Si va a reunirse con alguien y quiere mantener ese encuentro en privado, hágame caso y deje el móvil en casa. De ese modo, está evitando el 90% de las posibilidades de que le espíen. Hay otras modos de que le espíen: a través de cámaras, de satélites, de tarjetas de crédito... Pero son métodos difíciles y muy caros. Por supuesto, si los servicios secretos chinos o israelíes deciden dar con usted, usted no tiene la más mínima posibilidad, lo lograrán. Pero si simplemente lo que quiere es que la policía de su país o empresas comerciales no le sigan, dejar el móvil en casa es el método más seguro.
- Hasta los espías son espiados, ¿no?
Sí. Es uno de los grandes principios de la literatura sobre espías. Lo vemos en Graham Greene, probablemente el primer autor de novelas de espías de talla internacional con libros como "Nuestro Hombre en La Habana", "Los Comediantes" y "El Factor Humano", seguramente el más importante de todos sus libros. Y tenemos también a John Le Carré, a Len Deighton y, por supuesto, a Ian Fleming, el padre de James Bond, y a otros muchos... El mundo del espionaje y la literatura de espías tiene reglas, y sus reglas principales son la fidelidad y los espejos. Fidelidad al estado o a los compañeros. Y el juego de los espejos se refiere a que, si estás espiando a alguien, es muy probable que también tú estés siendo espiado. Incluso si eres un espía con tecnología muy sofisticada, seguramente alguien te está siguiendo. Para mí era importante seguir en ese sentido los pasos de los maestros del género. Así que en mi libro hay fidelidad y siempre están ahí los espejos.
-Todos los autores que ha citado fueron espías en la vida real, como usted... ¿Hay que haber sido espía para poder escribir novelas de espías?
Todos los maestros de la literatura de espías fueron espías, todos escribieron basándose en sus propias experiencias y sensaciones. Además, cada vez que yo escribía un capítulo de mi libro se lo daba a leer a dos amigos que ocupan cargos importantes en la Unidad 8200, uno de ellos un general que murió antes de la publicación del libro y otro, también general, que fue director adjunto de toda la unidad, porque yo hace tiempo que dejé el servicio secreto de las Fuerzas de Defensa y quería que comprobaran si todo lo que decía era correcto. Yo quería que mi libro fuera creíble, no quería que ningún lector pudiera sentir que había algo que no encajaba.
-¿Y cómo ha sido recibido su libro en la Unidad 8200 y por el resto de servicios secretos israelíes?
Esos dos amigos que revisaron el manuscrito opinaban que era un libro muy importante para la 8200, porque al final esa unidad hace lo correcto. El problema es el aparato: los máximos jefes de los servicios secretos, los políticos... A ellos no les ha gustado el libro. Al principio no decían nada, pero el libro se convirtió en un gran súper ventas en Israel, fue la novela más vendida tanto en 2016 como en 2017, así que no pudieron seguir ignorándola. Me invitaron a comer y luego algunos me mandaron emails haciéndome chantaje emocional, diciéndome cosas tipo: "Mi hijo tiene 8 años y en el colegio le dicen que su padre seguramente sea un corrupto, como cuentan en su novela". Una tontería, porque no creo que niños de 8 años hablen de mi novela. En cualquier caso, es cada uno el que se tiene que preguntar a sí mismo si es o no corrupto.
¿Y ha habido alguna reacción a su libro por parte de Netanyahu? Su novela no le deja en muy buen lugar...
La oficina del primer ministro llamó un día a mi editorial para pedir un ejemplar del libro, porque como es bien sabido el señor Netanyahu nunca compra nada con su propio dinero. No tuvo la elegancia de mandar a alguien a una librería a comprar el libro, pidió un ejemplar gratis. Supongo que no le gustaría. Pero lo importante es que a la mayoría de la gente le ha parecido un libro importante por lo que se cuenta en él, y eso para mí es fundamental.
-Cuando estaba en la Unidad 8200, ¿vivió alguna vez una situación similar a la que describe en su libro?
Varias veces. Yo he participado en varias operaciones parecidas. Pero en el libro no se habla de esas operaciones en concreto, en primer lugar porque me lo prohíbe el acuerdo de confidencialidad que firmé al entrar en la 8200 y también porque no me parecía importante. La historia del libro es inventada, es ficción, pero quería sin embargo que el libro fuera muy realista, y creo que lo es. Los malos en el libro son como los malos de la realidad, el primer ministro israelí es muy similar a algunos primeros ministros italianos y españoles, y el ministro del interior francés se parece a cientos de políticos europeos. Quería que fuera un libro universal, porque al final este es un libro sobre el poder y la libertad, asuntos importantes en todos los países democráticos.
-¿Cuánto hay en este libro de su propia biografía?
Creo que mucho. Por supuesto, las descripciones que hago en el libro de las bases militares, de las reuniones, del aparato militar y de las tecnologías reflejan absolutamente mi visión, son fruto de lo que he visto con mis propios ojos. Y el coronel Zeev Abadi (protagonista del libro como jefe de la sección especial de la Unidad 8200) se parece bastante a mí. Tiene 10 años menos que yo, es verdad, pero porque se ve sometido a bastante acción física y no sería creíble que una persona de mi edad hiciera ciertas cosas. Pero, aparte de eso, toda su biografía está basada en la mía: Abadi es un judío sefardí, como yo, y eso es algo problemático en Israel, porque los judíos sefardíes sufren con frecuencia racismo y discriminación. Hasta mi progenitora sale en el libro haciendo de progenitora de Abadi...
- Los poderosos, ¿hacen un mal uso de la información que tienen sobre nosotros?
Sí. Ese es el principal mensaje que quería tras*mitir con este libro, y es un mensaje que se basa en hechos. Los servicios secretos más tras*parentes son los de Estados Unidos, un país que no es muy tras*parente pero que tiene una reglas democráticas muy precisas. En el Congreso de EEUU hay una comisión de servicios secretos, y todos los años la NSA, la Agencia de Seguridad Nacional, el equivalente estadounidense a la Unidad 8200 israelí, debe rendir cuentas a esa comisión. Y uno de los datos que presenta es que cada año hay más de un millar de infracciones dentro de la NSA, lo que significa que cada año un millar de miembros de la NSA comprueban algo, buscan algo, o escuchan algo (una conversación telefónica, por ejemplo) que no deberían.
-¿Y qué espían?
Por lo general, a sus ex. En Israel eso es muy difícil, hay reglas muy severas respecto a espiar a la población civil. Las infracciones más frecuentes en Israel tienen que ver con escuchar conservaciones y leer mensajes e emails de celebridades. Los miembros de los servicios secretos en Israel son muy jóvenes, chavales de 18, 19, 20 años. Y a esa edad les interesa saber que está haciendo por ejemplo Justin Bieber. Y tienen a su disposición súper ordenadores a los que si les das instrucciones de búsqueda aprobadas por el supervisor por considerarlas éste legítimas les permiten saber dónde está Justin Bieber en ese momento, qué está haciendo y qué mensajes ha enviado a quién. En la 8200 hubo una infracción muy famosa en la que un grupo de soldados estaban monitorizando una zona del Golfo y escuchando conversaciones telefónicas, y por accidente acabaron escuchando una conversación bastante ardiente de Tom Cruise, que estaba en la zona rodando una de las sagas de Misión Imposible, con su mujer. Supuestamente deberían haber dejado de escuchar, pero cuando uno está en una base en mitad del desierto, en medio de la noche, y Nicole Kidman te susurra cosas maravillosas, es muy difícil. Tras cuatro días el responsable de la 8200 se enteró de lo ocurrido y los cinco soldados implicados fueron castigados y firmaron documentos en los que se comprometían a no revelar jamás el contenido de esa conversación. Esto revela un problema absolutamente real: los estados espían y sus servicios secretos están formados por personas, miles de personas, que tienen acceso a emails, a videoconferencias, a mensajes de texto, a llamadas de teléfono. Y este es el verdadero problema, como Graham Greene ya señala en "El Factor Humano", y como escribo yo en mi libro.
-En su novela hay un espía que comienza escuchando lo que no debe por curiosidad y acaba chantajeando a un magnate...
Sí. Es algo que también dejan patentes los informes de la NSA. Hay casos, por ejemplo, en los que personas de los servicios secretos han tratado de saber, a través de altos cargos de Wall Street, si las acciones de una empresa iban a subir o no. Imagínese que una empresa va a pegar una fuerte subida en Wall Street: está muy bien saberlo con anticipación. No necesitas ser millonario para forrarte, con que compres 2.000 dólares en acciones puedes hacerte rico. Y sí, hay casos de este tipo: gente que escucha conversaciones de directivos, de bancos, para tratar de hacerse ricos.
Dov Alfon: "Nos espían incluso a través de la tarjeta del supermercado"
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