DOS BODAS Y SEIS FUNERALES: ENLACES DE EXTRARRADIO POR TEMOR A LAS REYERTAS ENTRE CLANES

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Del bar Layso al salón El Rancho hay 65,6 kilómetros, dos tragedias y una imagen casi imposible de levantar. Solo una, la de El Rancho, porque la del Layso ya cayó en el olvido. La cervecería que acogió la pedida mortal de El Álamo en julio de 2020 cerró el año pasado. Durante un tiempo, este espacio ambientado en el lejano oeste espantó a clientes y acogió a curiosos. «Mi bar quedó marcado, hubo gente que dejó de venir y otros que pedían una cerveza solo para tirar una foto. El morbo de estar donde pasó...«, resume Adolfo, dos años y medio después de ser testigo directo de la reyerta que truncó la vida de Antonio Hag y Jessica Márquez, un matrimonio con cuatro hijos, y dejó a Lucía, de solo 18 años, con graves secuelas por el resto de sus días.


Aquel Layso bien podría ser hoy El Rancho, con sus diferencias, casi todas, y un par de similitudes. La primera, su ubicación: los dos establecimientos se encuentran a las afueras de sus localidades (El Álamo y Torrejón de Ardoz) y no presentan ningún tipo de ostentación. Y la segunda, la disposición de sus propietarios a acoger celebraciones etnianas; un hecho mucho más insólito de lo que se piensa. «En el pueblo les habían rechazado, ellos buscaban un restaurante más fino, porque lo mío al fin y al cabo era una cervecería enfocada a la gente joven, con billar, futbolín y diana», recuerda Adolfo, afincado en otra comunidad autónoma y alejado ahora del mundo de la noche.

Al otro lado del teléfono, Agustín, gerente de El Rancho, responde airado al conocer el motivo de la llamada. La presión es notoria a las puertas de un enclave donde Micael Da Silva Montoya arrolló el pasado domingo a una docena de personas. Cuatro (Consuelo, su hijo Casiano, Juan Manuel e Iván) murieron. Al igual que Adolfo, Agustín también trabajaba ese día en su particular vía crucis. «A mí me pareció gente sin ningún tipo de problema, bien vestida... Si hubiera visto algo raro no les habría aceptado«, expone, testigo de que en los cuatro años anteriores no había tenido ningún problema reseñable.
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Para entender el funcionamiento de El Rancho hay que retroceder al origen. El negocio cambió de manos hace siete años; los tres primeros se mantuvo como una casa de comidas diarias, pero después pasó a ser un local de celebraciones por encargo. «Hemos acogido muchos eventos, de payos, etnianos, latinos, jovenlandeses... Aquí no discriminamos«, advierte su responsable. Los menús, desde los 10 hasta los 100 euros por persona, se adaptan a lo que el cliente quiera pagar. »Dentro, no pasó nada. Escuché ruidos pero no le di importancia porque los etnianos son escandalosos«, relata. Su cocina fue refugio de una treintena de invitados, presos del pánico. Desde entonces, el local no ha acogido ningún evento y él, por respeto, canceló el que tenía agendado para el día siguiente a la boda mortal.
Mitad por adelantado
Las caras de terror encuentran su reflejo en el Layso. «A mí me pagaron 600 euros, la mitad por adelantado y la otra antes de que acabara la pedida«, cuenta Adolfo, en cuyo caso, al no disponer de cocina, fueron las mujeres del clan las que prepararon la cena en el patio. »Yo metí la bebida que trajeron en las cámaras la noche anterior y me quedé en la barra porque no me terminaba de fiar«, prosigue. Lo normal, en palabras del antiguo propietario, es que alquilen una nave o acudan a un restaurante de confianza. Los pagos siempre son en mano y rara vez hay problemas a la hora del desembolso. «Cuando pude reabrir el bar, vino uno de los patriarcas, Albino, para pagar los destrozos», cita a modo de ejemplo.
El temor a reyertas provoca un efecto en cadena. «Son muy agradecidos porque nadie les deja celebrar bodas«, subraya, aunque siempre con un pero. Las »rencillas previas« y la »sangre caliente« de los implicados son dos de los motivos que expanden su rechazo en el sector. La discusión por el uso de un organillo en El Álamo y un posible cortejo en Torrejón fueron la mecha visible de los sucesos. Sin embargo, al menos en el primer caso, una guerra entre ambos clanes venía cociéndose tiempo atrás. El pequeño teclado fue solo el detonante.
https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2022/11/12/alamo-pedida-etniana-U32056107283AvK-624x350@abc.jpg
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Esa sensación de agradecimiento la tienen también las personas que trabajan con ellos en la organización, aunque tampoco suele haber muchas. «Son una comunidad muy cerrada que contacta gracias al boca a boca«, explica la responsable de la decoración y elaboración de la tarta de la boda de Torrejón, que rechaza hablar de la tragedia. Los etnianos representan ya el 80% de sus clientes, después de que participantes de un programa de televisión la publicitasen. »Son personas muy amables, que siempre pagan y se gastan mucho más que los payos. Da igual el número de invitados, aunque las de los etnianos siempre son celebraciones enormes. Ellos quieren que sea vistoso, a lo grande«, continúa la decoradora que, al igual que Adolfo, siempre pide una señal y el resto lo cobra en el evento.
En la semana puede preparar hasta tres eventos de clanes, normalmente cumpleaños; algunos en locales de confianza que saben que no los rechazarán y, muchos otros, en naves. «Tienen sus sitios y si no se van a las naves, que suelen ser mucho más grandes para todas las personas que van y en las que se sienten más tranquilos porque no hay empleados, como en un restaurante, solo están ellos», añade esta mujer.
Imagen principal - En El Álamo, una pedida acabó en reyerta con lanzamiento de vallas entre los asistentes tras una discusión por un organillo; en la otra imagen, celebración de la boda en El Rancho

Imagen secundaria 1 - En El Álamo, una pedida acabó en reyerta con lanzamiento de vallas entre los asistentes tras una discusión por un organillo; en la otra imagen, celebración de la boda en El Rancho

Imagen secundaria 2 - En El Álamo, una pedida acabó en reyerta con lanzamiento de vallas entre los asistentes tras una discusión por un organillo; en la otra imagen, celebración de la boda en El Rancho

En El Álamo, una pedida acabó en reyerta con lanzamiento de vallas entre los asistentes tras una discusión por un organillo; en la otra imagen, celebración de la boda en El Rancho ABC
Dirimir las causas de la masacre de Torrejón no será sencillo, a tenor de las diferentes versiones de los interrogados. «Lo normal, cuando ocurre algo así, es que solo se queden los familiares directos, porque el resto no quiere comparecer en el juicio«, explican a ABC fuentes policiales, que ponen el foco en la ley etniana: »Para ellos, la justicia ordinaria contradice a su propia ley«.
Su propia ley
Esa ley considera «traición» informar a la Policía. Según consta en un documento de la web del Secretariado etniano, los homicidios y juramentos sobre los muertos (insultos) –como ocurrió en Torrejón– tienen «implicaciones negativas en el linaje» de la persona que comete el delito. Si hay derramamiento de sangre, la sanción es que la familia del atacante debe abandonar su residencia y las víctimas «tienen derecho a saquear las casas del linaje agresor«. Eso sí, aclara, »estos modelos de conductas y sanciones son mucho menos estrictos que en tiempos pasados«.
Pese a la estridencia de las refriegas, las fuentes policiales consultadas inciden en que son hechos muy puntuales: «Se producen siempre cuando se juntan todos, por eso las celebraciones o los cementerios son lugares especialmente sensibles«. Dos bodas –la de El Álamo y Torrejón de Ardoz– que tornaron en fin, con seis funerales, familias señaladas, lugares marcados y la imagen de toda una cultura dañada por mucho tiempo.

 
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