Donde ya no sirve el dinero.--Las odiseas de Michael Rockefeller y de Christopher McCandless

Gurb

Madmaxista
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A aquellos que han sucumbido en sus vastos anhelos,
A los soldados sin nombre que han caído en la vanguardia,
A los maquinistas tranquilos, abnegados--a los viajeros demasiado vehementes--a los pilotos en sus navíos,
A muchos altivos poemas y cuadros olvidados--quisiera erigir un monumento cubierto de laurel,
Alto, más alto que los otros--A todos aquellos arrebatados tempranamente,
Poseídos por algún extraño espíritu de fuego,
Extinguidos por una fin prematura.

(Walt Whitman)





"Lucía gafas de pasta de color, algo que estaba muy de moda en los años sesenta, una barbita de varios días y tenía, a pesar de su juventud, unas incipientes entradas que trataba de disimular peinándose de lado. Michael Rockefeller, hijo de Nelson Rockefeller, poseedor de una de las mayores fortunas del mundo y futuro vicepresidente de Estados Unidos, era un joven educado y culto que parecía dirigirse sin ningún género de duda hacía lo más alto. Pero Michael no estaba interesado en la política y los negocios. Su carácter era distinto. Graduado por la Universidad de Harvard en Arqueología y Economía, lo que realmente le gustaba al benjamín de la dinastía era la aventura, viajar a los lugares más lejanos del planeta en busca de lo desconocido.
(...)
Mientras él y su acompañante cruzaban la desembocadura del río Betsj, las mareas y los vientos provocaron grandes olas que ahogaron el motor de la embarcación, que volcó. Mientras los dos hombres se agarraban con desesperación a los restos de su embarcación para no ahogarse, Michael tomó la trágica decisión de ir él solo en busca de ayuda. Según informó el diario ABC en una crónica de aquella época: "Wassing, etnólogo de la Universidad de Leiden, dijo a los que le recogieron que Rockefeller abandonó por la mañana el prao (embarcación característica de Malasia) en el que habían estado a la deriva en el mar tras haber improvisado una balsa con bidones vacíos. Añadió que Rockefeller trataba de llegar a una aldea indígena situada en la desembocadura del río". Pero de Michael nunca más se supo.

Mientras la búsqueda de Michael se aceleraba, Nelson Rockefeller llegó a Merauke, a 240 kilómetros al sureste de Asmat, entre una nube de periodistas que iban a cubrir la extraña desaparición del hijo del multimillonario estadounidense. En su primera declaración nada más bajar del avión, Rockefeller afirmó con semblante sombrío: "Dudo que yo pueda ayudar en algo en la búsqueda, pero confío en encontrar a mi hijo sano y salvo". Sin embargo partió junto a una de sus hijas, Mary, la hermana gemela de Michael, para unirse a las tareas de búsqueda y rescate, aunque sin éxito alguno. El 24 de noviembre, el ministro holandés del Interior declaró a The New York Times: "Ya no existe ninguna esperanza de encontrar a Michael Rockefeller con vida". No había remedio, el destino del joven explorador estaba sellado. Dos semanas más tarde, a su pesar, el Gobierno holandés canceló la búsqueda.

No sería hasta 1965 cuando se empezó a especular con una hipótesis bastante macabra. Se pensó que el destino de Michael habría podido ser mucho más trágico de lo que ya de por sí era. Wim van de Waal, el administrador holandés que le había vendido la embarcación, muy afectado por lo que había sucedido, decidió investigar por su cuenta con el objetivo de averiguar cuál había sido el verdadero destino final del joven estadounidense. Van de Waal se dedicó durante tres meses a interrogar a varios miembros de la tribu Otsjanep, una tribu bastante desconocida y de la que en aquel momento se tenían muy pocas noticias.

Tras su investigación, que fue muy compleja y llena de dificultades, Van de Waal regresó con una gran cantidad de restos óseos, cosa que puso en conocimiento de sus superiores. Según informó, ese macabro hallazgo confirmaba que Michael había muerto a manos de esa tribu y que había sido devorado tras su captura. Pero el tema era muy delicado, y decidido a no remover más aquel espinoso asunto, el Gobierno holandés prefirió dar por buena la teoría de que Michael Rockefeller había muerto ahogado cuando volcó su embarcación. Así, el misterio sobre el destino del joven explorador perdura muchos años después. De hecho, la truculenta y oscura historia sobre canibalismo ritual que ha rodeado desde siempre la desaparición Michael Rockefeller nunca ha podido ser ni confirmada ni desmentida.

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(Christopher McCandless aka Alexander Supertramp) " Egresó de la secundaria en 1986 y entró en la Universidad de Emory para especializarse en Historia y Antropología. Fue un estudiante brillante, con un coeficiente superior a la media, que evidenció desde los primeros años cierto rechazo a la sociedad norteamericana que lo cobijaba, a su “materialismo vacío”, a sus honores dudosos. En su primer año en Emory le ofrecieron ser parte de una prestigiosa fraternidad local, Phi Beta Kappa, distinción que rechazó con una sentencia rigurosa: “Los honores y los títulos son irrelevantes”. Ya estaba influenciado por Thoreau, por las historias de Jack London, por las lecturas de las grandes novelas de León Tolstoi, de Fedor Dostoievsky, de Nikolái Gogol y de Boris Pasternak. Thoreau había impulsado en su época un movimiento nuevo, extremo, pacífico y no resignado que sostenía que el estado espiritual ideal se alcanzaba a través de la intuición personal más que gracias a una doctrina política o religiosa. Sus textos pegaron fuerte en la personalidad de Tolstoi que los había enviado a Mahatma Gandhi, en la India. Ambos estaban fascinados, y conmovidos, por la “desobediencia civil” que pregonaba Thoreau.
(...)
Cuando se graduó en Emory, en 1990, donó los dólares que le quedaban de su fondo universitario, veinticuatro mil, a Oxfam, una confederación de organizaciones internacionales no gubernamentales que desarrollan tareas humanitarias en noventa países; abandonó su auto, cortó los lazos con su familia y se metió en los Estados Unidos profundos para vivir como un trashumante. Dejó su nombre de lado para usar uno nuevo, Alexander Supertramp, algo así como Alejandro Vagabundo, y durante dos años recorrió los estados de Dakota del Sur, Arizona y California; llegó incluso a entrar en México de manera clandestina: remó una canoa precaria a lo largo de la represa de Morelos, en el estado de Baja California, que había sido inaugurada en 1950. Estaba obsesionado con hallarse a sí mismo en la libertad más absoluta, frente a la naturaleza más salvaje y lejos de las convenciones sociales y las reglas materiales. Era un desobediente civil.
(...)
Durante años, el joven Chris había soñado llevar adelante una especie de “Odisea de Alaska”, como él mismo la había bautizado. Se trataba de vivir de la tierra, lejos de la civilización y en un territorio en verdad hostil, mientras dejaba reflejados en un diario de viaje su progreso físico y espiritual en su pugna con la naturaleza, que también era una provocación. En abril de 1992, cuando le quedaban sólo cuatro meses de vida, hizo dedo por todo el territorio del Yukón hasta llegar a Fairbanks, Alaska. Allí fue donde lo vieron vital por última vez. Lo recogió en la carretera Jim Gallien, que lo acercó hasta la “Stampede Trail”, o “Sendero de la estampida”, una ruta poco tras*itada, olvidada en los mapas, a unos ocho kilómetros de un pueblo llamado Healy, rodeado de una naturaleza hostil, cerrada y peligrosa.
(...)
Lo encontraron el 18 de agosto de 1992, hace treinta y un años, metido en su bolsa de dormir, en el interior de un micro de los años 40, deteriorado y abandonado en una zona inhóspita de Alaska. Pesaba treinta kilos y estaba muerto desde al menos dos semanas. Una bolsa de huesos. En la puerta del micro desvencijado había una nota: “S.O.S., necesito que me ayuden. Estoy herido, moribundo y demasiado débil para salir de aquí a pie. Estoy completamente solo. No es una broma. Por Dios, le pido que se quede para salvarme. He salido a recoger bayas y volveré esta noche. Gracias. Chris McCandless. ¿Agosto?” Era agosto, el 12. El chico, tenía veinticuatro años, había perdido ya la noción del tiempo. Ese día, también escribió las que fueron sus últimas palabras en su diario de viaje. Arrancó la última página del libro Educación de un hombre errante, las memorias de Louis L’Amour que era un autor de novelitas del Oeste, y en el dorso escribió con extraña lucidez ante su fin inminente: “He tenido una vida feliz y doy gracias al Señor. Adiós, bendiciones a todos”.


 
Añadiría a Timothy Treadwell, Grizzly Man:


Y me estoy intentando acordar de un pobre hombre, fotógrafo de vida salvaje, que se fue a pasar unos meses a un lugar perdido de Alaska y cuando ya llevaba allí meses se dio cuenta de que no había concertado la recogida. Pensaba que lo había hecho, pero no. Un despiste.

Al final murió de hambre.

Ah, ya lo he visto:


No murió de hambre. Se suicidó cuando vio que no podía más.
 

En mi próxima metamorfosis tengo planeado recorrer la América profunda siendo un viejo risueño, subido en un pequeño tractor.




Como en The Straight story (Una historia verdadera).

 
Una razón adicional para ver Into the wild--Hacia rutas salvajes son--al menos para mí-- las hermosas canciones que Eddie Vedder ( el cantante de Pearl Jam) hizo especialmente para la película, acompañando la peripecia de Christopher McCandless aka Alexander Supertramp.

En el primer mensaje de mi post, en el vídeo-tributo al joven aventurero, suena de fondo el tema Society, que me gusta mucho.

Pero hay otros temas en la película que me parecen igualmente buenos. Por ejemplo:



o






¡VIVAN ALEXANDER SUPERTRAMP Y EDDIE VEDDER!
 
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