Discurso conquistador de Asurbanipal

He destruido hasta los cimientos los santuarios de la tierra de Elam y cuento como fantasmas a sus dioses y diosas, he destruído y devastado las tumbas de los más antiguos y más nuevos de sus monarcas, he llevado sus huesos a Asiria y prevenido que sus espíritus descansen en paz privándolos de sus ofrendas funerarias y libaciones. En una marcha de un mes y 25 días, yo mismo devasté los distritos de la tierra de Elam y esparcí sal por todos ellos, respecto a las gentes que aún vivían en ellos, yo mismo los dejé allí como ofrenda funeraria y alimenté a perros y cerdos con su carne desmembrada, a buitres, águilas y pájaros de los cielos y a los peces del Apsu. Lo que quedó del festín de perros y puercos, que atiborraban las calles y plazas, ordené lo sacasen de Babilonia, Kutha y Sippar y se amontonase. Los nobles y los ancianos de la ciudad vinieron a mi para salvar sus vidas y se postraron a mis pies.

Asedié y conquisté la ciudad, tumbé a 3.000 de sus hombres con la espada y capturé muchas tropas con vida a las cuales cercené algunos de sus brazos y manos, sus narices, orejas y extremidades y les saqué los ojos a muchos de sus soldados. Hice una pila con los vivos y colgué sus cabezas de los árboles por toda la ciudad. Derribé a 50 de sus guerreros con la espada y calciné a 200 cautivos de los de ellos que derroté en una batalla en la llanura. De la sangre de 332 tropas teñí la montaña de rojo como la lana roja, y el resto de ella, barrancos y precipicios la engulleron. Les arrebaté cautivos y posesiones de sus manos y corté las cabezas de sus guerreros, y construí allí mismo una torre ante su ciudad. Hice quemar a sus hombres jóvenes, a sus mujeres y niños, desollé a cuantos nobles osaron rebelarse contra mi y cubrí con sus pieles las pilas de cadáveres, otras las erigí sobre estacas sobre las pilas de cuerpos y con otras cubrí los muros de mi tierra.

Rajé sus gargantas como si fueran corderos, arrebaté sus preciadas vidas como quien corta un hilo. Como las muchas aguas de la tormenta hice de sus gargantas, y las entrañas caían sobre la ancha Tierra. Mis encabritados corceles galopaban por entre la sangre como entre corrientes de un río. Las ruedas de mis carros de guerra, que acaban con los malvados y perversos, se cubrieron de sangre y desperdicio. Con los cuerpos de sus guerreros llené la llanura como si fueran hierba y corté sus testículos y desgarré sus partes privadas como semillas de pepinos. Su sangre, cual una presa rota, hice fluir abajo los barrancos de la montaña. Colgué las cabezas de Sanduarri (rey de las ciudades de Kundi y Sizu) y de Abdi-Milkutti (rey de Sidón) en los hombros de sus nobles y con cantos y música, procesioné por la plaza pública de Nínive.

Gran forero, mejor persona.