CUANDO HITLER SEDUJO A BERGMAN - Archivo Digital de Noticias de Colombia y el Mundo desde 1.990 - eltiempo.comCUANDO HITLER SEDUJO A BERGMAN
N. del T. Ingmar Bergman, el gran director sueco de cine, es uno de los íconos de este siglo, venerado en especial por los intelectuales que encuentran en él a uno de los intérpretes más fieles de las angustias del hombre contemporáneo. Hace muchos años, en un libro que todos se esmeraron en pasar inadvertido, Bergman, con la honradez mental que ha puesto en cada una de sus películas, confesó que en su juventud había sido atraído por la figura de Hitler y por los ideales del nazismo, que el veía como divertido y particularmente seductor para los jóvenes . Ahora se ha publicado un extenso libro-entrevista en que Bergman ratifica y amplía sus nexos de juventud con los nazis, sin pretender justificarlos ni eludir su culpabilidad ).
Por: IRINA DE CHIKOFF
En aquel tiempo Ingmar Bergman era un adolescente sombrío, embustero, agresivo, solitario y ya destrozado por una herida purulenta. En su familia, el padre, un austero pastor luterano, admira a los nazis. Ellos salvarán del bolchevismo a Europa. Enviado a Alemania durante el verano de 1936, en el marco de un intercambio escolar, Ingmar se encuentra en un mitin del partido nacional socialista. El vio al Fhrer y quedó atrapado, fascinado. Hitler, relata Ingmar Bergman, en un libro-entrevista que apareció en Suecia a fines de septiembre, poseía un carisma increíble. El llegaba a electrizar la multitud .
Hace 12 años el cineasta sueco consagró en sus memorias, Linterna mágica, dos capítulos a su tentación fascista. Ahora, una vez más, ha aceptado explicar este período de su vida, y lo ha hecho ante la periodista María Pía Boethius, que en Honor y Colaboración vuelve sobre la actitud de Suecia en la Segunda Guerra Mundial. Ingmar Bergman, al contrario de su hermano, jamás adhirió a un partido pronazi. Yo no estaba, en efecto, dice, interesado en la política; yo estaba impresionado por el idealismo de los alemanes. El nazismo que yo veía parecía divertido y particularmente seductor para los jóvenes .
Coro de lobos En Weimar en 1936 son miles los que, con el brazo extendido, gritan Heil Hitler , e Ingmar Bergman se une al coro de los lobos. Está hechizado, embriagado por las banderas y los oriflamas. La angustia que lo perfora parece apaciguarse. Es otro.
Más tarde, demasiado tarde, sin duda, descubrirá la realidad del holocausto. Cuando los campos de concentración, le confiesa a María Pía, fueron liberados, yo no les daba crédito a mis ojos. Pensé, ante todo, que se trataba de la propaganda aliada, pero cuando la verdad estalló, el choque fue terrible para mí . Deseo morir? El lo afirma. Y habla también de su ingenuidad , de su credulidad .
Después de 1946, jamás será inocente . Toda su educación había reposado sobre conceptos como el pecado, la confesión, el castigo. En su cabeza bulle un verdadero tumulto. Todo lo confunde. Su propia rebelión y las manifestaciones de fuerza a las que asiste en 1936. Sus deseos de homicidio y el horror revelado. A los cuatro años Ingmar quiso estrangular a su hermanita menor porque era la preferida de su progenitora. También hirió a su hermano. Ellos se odiaban. Trataron de sofocarse el uno al otro.
Ingmar Bergman no lo acepta todavía, pero todos los mitos, las mentiras y los gritos, los susurros sobre los cuales construirá sus filmes están grabados en su corazón enfermo de amor por una progenitora que se aleja. Sus primeras piezas, sus primeras películas llevarán los títulos de su pesadilla: tormentas, crisis, prisión. El mal? Ingmar Bergman sabe que el mal está en cada ser, agazapado, listo a brincar.
Hoy, a los ochenta y un años, como ayer en Linterna mágica, el dramaturgo sueco no intenta justificarse. Responde simple, franca, crudamente a las preguntas que se le hacen Por qué no habría de hacerlo? El no se justifica. Se muestra como es. No pide gracia, ni perdón. No cree más en la redención. Quizás jamás ha creído. Siempre ha sido culpable. Su padre lo decía. Y también lo golpeaba. Con un junco. Para escapar a este sentimiento, de niño, él mentía. Ya no sirve fabular cuando se está cerca de la fin, una vieja conocida de Bergman. El ha declinado los llamados de la Pelona en todos los tonos. Ella ha estado por turnos en sus filmes, mensajera de derrotas o payasos, espejo quebrado, casco de vidrio que hurgan en todas las heridas.
Demasiados laureles Cuando las Memorias de Ingmar Bergman aparecieron en 1987, las páginas en las que habla de su admiración por Hitler, curiosamente, no captan la atención ni en Suecia, ni en el resto de Europa. Sin duda, incomodan. Todos le han tejido demasiados laureles como para aceptar el escándalo . Que se calle! Se cierran los ojos. Igual debe cerrársele la boca. No se quiere ni saber ni entender cómo y por qué, en su juventud, el realizador de Las fresas salvajes y de El séptimo sello, ha podido regocijarse con las victorias de las tropas alemanas . Se prefiere hablar, a medio tono, del laberinto que él explora en su cine de cámara, de los traslados de personalidad que él descubre al detenerse sobre un rostro; de sus reflexiones sobre el tiempo, el arte, la fin, la locura, el silencio.
Lejos, en el mar Báltico, en su isla de Far, el dramaturgo, que a menudo se repite, como en Macbeth, que la vida es una historia contada por un petulante, lleno de estrépito y de furia y que no significa nada , no escucha la marejada que ha levantado con sus declaraciones. El se burla de la vergenza experimentada por sus fervientes y todos los snob que no van a ver sus filmes, pero que en las cenas citadinas se ufanan de su genio.
Por qué se habla tan a menudo del pasado de Céline, de Heidegger o de Ciorán? Porque la fascinación de Bergman por el nazismo sería más corrosiva? El cineasta no aporta respuesta alguna a este enigma. La dificultad de ser lo absorbe. Las almas de los muertos también. Siempre náufrago, el sobreviviente. A veces, y con mayor frecuencia, le sucede que pierde el contacto con este extraño que vive en sí mismo.
Añado un texto en inglés porque pone que dejó de ser nancy cuando se enteró de lo de los campos de concentración
Legendary Swedish director Ingmar Bergman has revealed that he was a great admirer of Adolf Hitler, only losing his enthusiasm for Nazism after the horrors of the concentration camps were uncovered.
The 81-year-old has spoken candidly to author Maria-Pia Boethius, whose book Honour and Conscience asks whether Sweden was genuinely neutral during World War II.
Bergman, maker of some of the world's most acclaimed films, has admitted that he was a nancy sympathiser on previous occasions.
Bergman saw Hitler in 1936. "He electrified the crowd."
But he has now said he was impressed by the nancy dictator after seeing him address a rally, reports the Swedish tabloid Expressen.
The young Bergman was on an exchange trip to Germany in 1936, staying with a nancy family when he saw Hitler speak.
"Hitler was unbelievably charismatic. He electrified the crowd," said the Oscar-nominated film-maker.
Bergman describes his father as being ultra right-wing and his politics rubbed off on the whole family.
"The Nazism I had seen seemed fun and youthful," he admitted to the author. "The big threat were the Bolsheviks, who were hated."
The book also documents an attack by Bergman's brother and friends on a house owned by a Jew. The group daubed the walls with a swastika - the symbol of the Nazis.
But the director has confessed to being too cowardly to raise any objections.
"I did not want to believe my eyes"
The maker of Fanny and Alexander and The Seventh Seal retained his admiration of Fascism right up to the end of the war.
"When the doors to the concentration camps were thrown open, at first I did not want to believe my eyes."
"When the truth came out it was a hideous shock for me. In a brutal and violent way I was suddenly ripped of my innocence."
Bergman officially retired for directing after the success of 1983's Fanny and Alexander - which won the best foreign film Oscar. He continues to be an active writer and stage director.
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