Desenmascarando el Opus Dei. Cuarta Parte

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Zutano, me la agarras con la mano.

Opus Dei

"Siente cada día la obligación de ser santo. –¡Santo!, que no es hacer cosas raras: es luchar en la vida interior y en el cumplimiento heroico, acabado, del deber". (San Josemaría)

1. ¿Qué situación económica tenía la familia Escrivá?
Depende de las épocas. En 1902, cuando nació San Josemaría, su padre, José Escrivá, era copropietario en Barbastro —una pequeña localidad de Aragón, en el nordeste de España— de un negocio de tejidos llamado “Juncosa y Escrivá”.

La familia se encontraba en una situación económica desahogada, propia de la clase media de aquel tiempo, relativamente acomodada. Esa situación cambió en 1912, con la amenaza de la quiebra del negocio, y se hizo particularmente crítica tras la liquidación del establecimiento en 1915.

A partir de entonces y durante varias décadas —hasta bien pasada la guerra civil— los Escrivá atravesaron serias carencias económicas, agravadas por la fin de don José Escrivá en Logroño en el año 1924.

Aquel fallecimiento convirtió al joven Josemaría —que todavía no había sido ordenado sacerdote— en cabeza de familia; y quedaron a su cargo su progenitora —Dolores Albás—, su hermana mayor Carmen y su hermano pequeño Santiago, que tenía entonces cinco años.

Las penalidades y agobios materiales —que los Escrivá procuraron sobrellevar con dignidad—, se reflejan bien en los escritos del joven Fundador.

Para conocer el contexto socioeconómico y cultural:

—IBARRA BENLLOCH, M., El primer año de vida de Josemaría Escrivá , en «Cuadernos del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá de Balaguer», vol. VI (2002), Universidad de Navarra, pp. 37-74.

—*******, M .,Barbastro y el Beato Josemaría Escrivá , Ayuntamiento de Barbastro, Barbastro 1995. Especialmente: Cap. I: El Barbastro de comienzos de siglo y Cap. II: Apunte biográfico del beato Josemaría Escrivá y el Opus Dei .

—VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. I: ¡Señor, que vea!, Rialp, Madrid 1997, Cap. I.


2. ¿En qué ambiente tras*currió la infancia de Josemaría Escrivá desde el punto de vista sociocultural?

Los Escrivá residían en Barbastro, localidad de unos 8.000 habitantes, dedicados en su gran mayoría al comercio y la agricultura.

Durante la infancia de San Josemaría, la pequeña ciudad –al igual que otros enclaves urbanos de Navarra, Guipúzcoa, Vizcaya, Lérida, Gerona, etc.- no padecía grandes tensiones, gracias a su estructura social, que estaba conformada en gran parte por pequeños propietarios y comerciantes; y gozaba de cierta prosperidad, que contrastaba con la situación de otras ciudades del país, abrumadas por la pérdida reciente de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas.

Barbastro contaba con sede episcopal, varias sociedades culturales y dos colegios —el de los Escolapios y el de las Hijas de la Caridad— en los que estudió Josemaría Escrivá.

A San Josemaría los recuerdos de aquella época —los propios de una familia unida en la que se vivía el cristianismo en un clima de libertad y naturalidad— le resultaban particularmente gratos:

“Y recuerdo aquellos blancos días de mi niñez: la catedral, tan antiestética al exterior y tan hermosa por dentro... como el corazón de aquella tierra, bueno, cristiano y leal, oculto tras la brusquedad del carácter baturro.

Luego, en medio de una capilla lateral, se alzaba el túmulo donde la imagen yacente de Nuestra Señora descansaba... Pasaba el pueblo, con respeto, besando los pies a la Virgen de la Cama ...

Mi progenitora, papá, mis hermanos y yo íbamos siempre juntos a oír Misa. Mi padre nos entregaba la limosna, que llevábamos gozosos, al hombre cojo, que estaba arrimado al palacio episcopal. Después me adelantaba a tomar agua bendita, para darla a los míos. La Santa Misa. Luego, todos los domingos, en la capilla del Santo Cristo de los Milagros rezábamos un Credo. Y, el día de la Asunción —como he dicho—, era cosa obligada adorar (así decíamos) a la Virgen de la Catedral”.

( Apuntes íntimos, n. 228 y 229, 15.VIII.1931 , citado en VÁZQUEZ DE PRADA, A., El Fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Vol. I: ¡Señor, que vea!, Rialp, Madrid 1997, pp. 36-37).

La fundación del Opus Dei

5. ¿Por qué afirma San Josemaría que fundó el Opus Dei en 1928, si en esa fecha la Obra no contaba todavía con ningún miembro?

El término fundación puede entenderse de formas diversas.

Puede entenderse desde una perspectiva jurídico-canónica. En el campo asociativo, o en el de los institutos religiosos, el verbo “fundar” suele entenderse como el establecimiento de una sede en la que residen varios miembros de una comunidad. En ese sentido jurídico-canónico habla Santa Teresa de sus “fundaciones”. Desde esa misma perspectiva jurídica, se habla asimismo de fundación para designar la firma por parte de los fundadores del acta de constitución de una entidad.

Pero puede entenderse también desde una perspectiva espiritual, que es la que emplean algunos santos, como San Josemaría. Cuando decía que “el Opus Dei había sido fundado el 2 de octubre de 1928” estaba subrayando el origen divino del Opus Dei, porque fue aquel día cuando Dios le hizo “ver” la Obra (el Opus Dei) en su alma.

Aunque los sucesivos reconocimientos canónicos fueron llegando con el paso de los años, San Josemaría consideró siempre el 2 de octubre de 1928 como la fecha de inicio de la época fundacional; una época que consideró abierta mientras él vivía.

“Hoy hace tres años —escribió San Josemaría el 2 de octubre de 1931— que en el Convento de los Paúles, recopilé con alguna unidad las notas sueltas, que hasta enton*ces venía tomando; desde aquel día el borrico sarnoso [con esta expresión se refería a sí mismo] se dio cuenta de la hermosa y pesada carga que el Señor, en su bondad inexplicable, había puesto sobre sus espaldas. Ese día el Señor fundó su Obra: desde entonces comencé a tratar almas de seglares, estudiantes o no, pero jóvenes. Y a formar grupos. Y a rezar y a hacer rezar. Y a sufrir...”.

Y añadió: “recibí la iluminación sobre toda la Obra , mientras leía aquellos papeles. Conmovido me arrodillé —estaba solo en mi cuarto, entre plática y plática— di gracias al Señor, y recuerdo con emoción el tocar de las campanas de la parroquia de N. Sra. de los Ángeles” (CEJAS, J.M., Vida del Beato Josemaría , Rialp, Madrid 1993, p. 60).


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San Josemaría
Capítulo 6: Mortificación

172. Si no eres mortificado, nunca serás alma de oración.

173. Esa palabra acertada, el chiste que no salió de tu boca; la sonrisa amable para quien te molesta; aquel silencio ante la acusación injusta; tu bondadosa conversación con los cargantes y los inoportunos; el pasar por alto cada día, a las personas que conviven contigo, un detalle y otro fastidiosos e impertinentes... Esto, con perseverancia, sí que es sólida mortificación interior.

174. No digas: esa persona me carga. —Piensa: esa persona me santifica.

175. Ningún ideal se hace realidad sin sacrificio. —Niégate. —¡Es tan hermoso ser víctima!

176. ¡Cuántas veces te propones servir a Dios en algo... y te has de conformar, tan perversos eres, con ofrecerle la rabietilla, el sentimiento de no haber sabido cumplir aquel propósito tan fácil!

177. No desaproveches la ocasión de rendir tu juicio propio. —Cuesta..., pero ¡qué agradable es a los ojos de Dios!

178. Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, poco apreciable y sin valor... y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo..., que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú.

179. Busca mortificaciones que no mortifiquen a los demás.

180. Donde no hay mortificación, no hay virtud.

181. Mortificación interior. —No creo en tu mortificación interior si veo que desprecias, que no practicas, la mortificación de los sentidos.

182. Bebamos hasta la última gota del cáliz del dolor en la pobre vida presente. —¿Qué importa padecer diez años, veinte, cincuenta..., si luego es el cielo para siempre, para siempre..., para siempre?
—Y, sobre todo, —mejor que la razón apuntada, "propter retributionem"—, ¿qué importa padecer, si se padece por consolar, por dar gusto a Dios nuestro Señor, con espíritu de reparación, unido a Él en su Cruz, en una palabra: si se padece por Amor?...

183. ¡Los ojos! Por ellos entran en el alma muchas iniquidades. —¡Cuántas experiencias a lo David!... —Si guardáis la vista habréis asegurado la guarda de vuestro corazón.

184. ¿Para qué has de mirar, si "tu mundo" lo llevas dentro de ti?

185. El mundo admira solamente el sacrificio con espectáculo, porque ignora el valor del sacrificio escondido y silencioso.

186. Hay que darse del todo, hay que negarse del todo: es preciso que el sacrificio sea holocausto.

187. Paradoja: para Vivir hay que morir.

188. Mira que el corazón es un traidor. —Tenlo cerrado con siete cerrojos.

189. Todo lo que no te lleve a Dios es un estorbo. Arráncalo y tíralo lejos.

190. Le hacía el Señor decir a un alma, que tenía un superior inmediato iracundo y grosero: Muchas gracias, Dios mío, por este tesoro verdaderamente divino, porque ¿cuándo encontraré otro que a cada amabilidad me corresponda con un par de coces?

191. Véncete cada día desde el primer momento, levantándote en punto, a la hora fija, sin conceder ni un minuto a la pereza.
Si, con la ayuda de Dios, te vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada.
¡Desmoraliza tanto sentirse vencido en la primera escaramuza!

192. Siempre sales vencido. —Proponte, cada vez, la salvación de un alma determinada, o su santificación, o su vocación al apostolado... —Así estoy seguro de tu victoria.

193. No me seas flojo, blando. —Ya es hora de que rechaces esa extraña compasión que sientes de ti mismo.

194. Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, guandoca...

195. Tuvo acierto quien dijo que el alma y el cuerpo son dos enemigos que no pueden separarse, y dos amigos que no se pueden ver.

196. Al cuerpo hay que darle un poco menos de lo justo. Si no, hace traición.

197. Si han sido testigos de tus debilidades y miserias, ¿qué importa que lo sean de tu penitencia?

198. Estos son los frutos sabrosos del alma mortificada: comprensión y tras*igencia para las miserias ajenas; intransigencia para las propias.

199. Si el grano de trigo no muere queda infecundo. —¿No quieres ser grano de trigo, morir por la mortificación, y dar espigas bien granadas? —¡Que Jesús bendiga tu trigal!

200. No te vences, no eres mortificado, porque eres soberbio. —¿Que tienes una vida penitente? No olvides que la soberbia es compatible con la penitencia... —Más razones: la pena tuya, después de la caída, después de tus faltas de generosidad, ¿es dolor o es rabieta de verte tan pequeño y sin fuerzas? —¡Qué lejos estás de Jesús, si no eres humilde..., aunque tus disciplinas florezcan cada día rosas nuevas!

201. ¡Qué sabores de hiel y de vinagre, y de ceniza y de acíbar! ¡Qué paladar tan reseco, pastoso y agrietado! —Parece nada esta impresión fisiológica si la comparamos con los otros sinsabores de tu alma.
—Es que "te piden más" y no sabes darlo. —Humíllate: ¿quedaría esa amarga impresión de desagrado, en tu carne y en tu espíritu, si hicieras todo lo que puedes?

202. ¿Que vas a imponerte voluntariamente un castigo por tu flaqueza y falta de generosidad? —Bueno: pero que sea una penitencia discreta, como impuesta a un enemigo que a la vez fuera nuestro hermano.

203. La alegría de los pobrecitos hombres, aunque tenga motivo sobrenatural, siempre deja un regusto de amargura. —¿Qué creías? —Aquí abajo, el dolor es la sal de nuestra vida.

204. ¡Cuántos que se dejarían enclavar en una cruz, ante la mirada atónita de millares de espectadores, no saben sufrir cristianamente los alfilerazos de cada día! —Piensa, entonces, qué es lo más heroico.

205. Leíamos —tú y yo— la vida heroicamente vulgar de aquel hombre de Dios. —Y le vimos luchar, durante meses y años (¡qué "contabilidad", la de su examen particular!), a la hora del desayuno: hoy vencía, mañana era vencido... Apuntaba: "no tomé mantequilla..., ¡tomé mantequilla!"
Ojalá también vivamos —tú y yo— nuestra..., "tragedia" de la mantequilla.

206. El minuto heroico. —Es la hora, en punto, de levantarte. Sin vacilación: un pensamiento sobrenatural y... ¡arriba! —El minuto heroico: ahí tienes una mortificación que fortalece tu voluntad y no debilita tu naturaleza.

207. Agradece, como un favor muy especial, ese santo aborrecimiento que sientes de ti mismo.

---------- Post added 03-nov-2015 at 01:27 ----------

Capítulo 4: Santa Pureza


118. La santa pureza la da Dios cuando se pide con humildad.

119. ¡Qué hermosa es la santa pureza! Pero no es santa, ni agradable a Dios, si la separamos de la caridad.
La caridad es la semilla que crecerá y dará frutos sabrosísimos con el riego, que es la pureza.
Sin caridad, la pureza es infecunda, y sus aguas estériles convierten las almas en un lodazal, en una charca inmunda, de donde salen vaharadas de soberbia.

120. ¿Pureza? —preguntan. Y se sonríen. —Son los mismos que van al matrimonio con el cuerpo marchito y el alma desencantada.
Os prometo un libro —si Dios me ayuda— que podrá llevar este título: "Celibato, Matrimonio y Pureza".

121. Hace falta una cruzada de virilidad y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia.
—Y esa cruzada es obra vuestra.

122. Muchos viven como ángeles en medio del mundo. —Tú... ¿por qué no?

123. Cuando te decidas con firmeza a llevar vida limpia, para ti la castidad no será carga: será corona triunfal.

124. Me escribías, médico apóstol: "Todos sabemos por experiencia que podemos ser castos, viviendo vigilantes, frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin dejar que tome cuerpo la hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad".

125. Yo quisiera —me has dicho— que Juan, el adolescente, tuviera una confidencia conmigo y me diera consejos: y me animase para conseguir la pureza de mi corazón.
Si verdaderamente quieres, díselo: y sentirás ánimos y tendrás consejo.

126. La gula es la vanguardia de la impureza.

127. No quieras dialogar con la concupiscencia: despréciala.

128. El pudor y la modestia son hermanos pequeños de la pureza.

129. Sin la santa pureza no se puede perseverar en el apostolado.

130. Quítame, Jesús, esa corteza roñosa de podredumbre sensual que recubre mi corazón, para que sienta y siga con facilidad los toques del Paráclito en mi alma.

131. Nunca hables, ni para lamentarte, de cosas o sucesos impuros. —Mira que es materia más pegajosa que la pez. —Cambia de conversación, y, si no es posible, síguela, hablando de la necesidad y hermosura de la santa pureza, virtud de hombres que saben lo que vale su alma.

132. No tengas la cobardía de ser "valiente": ¡huye!

133. Los santos no han sido seres deformes; casos para que los estudie un médico modernista.
Fueron, son normales: de carne, como la tuya. —Y vencieron.

134. Aunque la carne se vista de seda... —Te diré, cuando te vea vacilar ante la tentación, que oculta su impureza con pretextos de arte, de ciencia..., ¡de caridad!
Te diré, con palabras de un viejo refrán español: aunque la carne se vista de seda, carne se queda.

135. ¡Si supieras lo que vales!... —Es San Pablo quien te lo dice: has sido comprado "pretio magno" —a gran precio.
Y luego te dice: "glorificate et portate Deum in corpore vestro" —glorifica a Dios y llévale en tu cuerpo.

136. Cuando has buscado la compañía de una satisfacción sensual... ¡qué soledad luego!

137. ¡Y pensar que por una satisfacción de un momento, que dejó en ti posos de hiel y acíbar, me has perdido "el camino"!

138. "Infelix ego homo!, quis me liberabit de corpore mortis hujus?" —¡Pobre de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de fin? —Así clama San Pablo. —Anímate: él también luchaba.

139. A la hora de la tentación piensa en el Amor que en el cielo te aguarda: fomenta la virtud de la esperanza, que no es falta de generosidad.

140. No te preocupes, pase lo que pase, mientras no consientas. —Porque sólo la voluntad puede abrir la puerta del corazón e introducir en él esas execraciones.

141. En tu alma parece que materialmente oyes: "¡ese prejuicio religioso!"... —Y después la defensa elocuente de todas las miserias de nuestra pobre carne caída: "¡sus derechos!".
Cuando esto te suceda di al enemigo que hay ley natural y ley de Dios, ¡y Dios! —Y también infierno.

142. "Domine!" —¡Señor!— "si vis, potes me mundare" —si quieres, puedes curarme.
—¡Qué hermosa oración para que la digas muchas veces con la fe del leprosito cuando te acontezca lo que Dios y tú y yo sabemos! —No tardarás en sentir la respuesta del Maestro: "volo, mundare!" —quiero, ¡sé limpio!

143. Por defender su pureza San Francisco de Asís se revolcó en la nieve, San Benito se arrojó a un zarzal, San Bernardo se zambulló en un estanque helado... —Tú, ¿qué has hecho?

144. La pureza limpísima de toda la vida de Juan le hace fuerte ante la Cruz. —Los demás apóstoles huyen del Gólgota: él, con la progenitora de Cristo, se queda.
—No olvides que la pureza enrecia, viriliza el carácter.

145. Frente de Madrid. Una veintena de oficiales en noble y alegre camaradería. Se oye una canción, y después otra y más. Aquel muchacho del bigote moreno sólo oyó la primera:


"Corazones partidos
yo no los quiero;
y si le doy el mío,
lo doy entero."

"¡Qué resistencia a dar mi corazón entero!" —Y la oración brotó, en cauce manso y ancho.

---------- Post added 03-nov-2015 at 01:28 ----------

Capítulo 12: Vida sobrenatural

279. La gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. —Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen.

280. Si pierdes el sentido sobrenatural de tu vida, tu caridad será filantropía; tu pureza, decencia; tu mortificación, simpleza; tu disciplina, látigo, y todas tus obras, estériles.

281. El silencio es como el portero de la vida interior.

282. Paradoja: es más asequible ser santo que sabio, pero es más fácil ser sabio que santo.

283. Distraerte. —¡Necesitas distraerte!..., abriendo mucho tus ojos para que entren bien las imágenes de las cosas, o cerrándolos casi, por exigencias de tu miopía...
¡Ciérralos del todo!: ten vida interior, y verás, con tonalidad y relieve insospechados, las maravillas de un mundo mejor, de un mundo nuevo: y tratarás a Dios..., y conocerás tu miseria..., y te endiosarás... con un endiosamiento que, al acercarte a tu Padre, te hará más hermano de tus hermanos los hombres.

284. Aspiración: Que sea yo bueno, y todos los demás mejores que yo.

285. La conversión es cosa de un instante. —La santificación es obra de toda la vida.

286. Nada hay mejor en el mundo que estar en gracia de Dios.

287. Pureza de intención. —La tendrás siempre, si, siempre y en todo, sólo buscas agradar a Dios.

288. Métete en las llagas de Cristo Crucificado. Allí aprenderás a guardar tus sentidos, tendrás vida interior, y ofrecerás al Padre de continuo los dolores del Señor y los de María, para pagar por tus deudas y por todas las deudas de los hombres.

289. Tu impaciencia santa, por servirle, no desagrada a Dios. —Pero será estéril si no va acompañada de un efectivo mejoramiento en tu conducta diaria.

290. Rectificar. —Cada día un poco. —Esta es tu labor constante si de veras quieres hacerte santo.

291. Tienes obligación de santificarte. —Tú también. —¿Quién piensa que ésta es labor exclusiva de sacerdotes y religiosos?
A todos, sin excepción, dijo el Señor: "Sed perfectos, como mi Padre Celestial es perfecto".

292. Precisamente tu vida interior debe ser eso: comenzar... y recomenzar.

293. En la vida interior, ¿has considerado despacio la hermosura de "servir" con voluntariedad actual?

294. No se veían las plantas cubiertas por la nieve. —Y comentó, gozoso, el labriego dueño del campo: "ahora crecen para adentro."
—Pensé en ti: en tu forzosa inactividad...
—Dime: ¿creces también para adentro?

295. Si no eres señor de ti mismo, aunque seas poderoso, me causa pena y risa tu señorío.

296. Es duro leer, en los Santos Evangelios, la pregunta de Pilato: "¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, que se llama Cristo?" —Es más penoso oír la respuesta: "¡A Barrabás!"
Y más terrible todavía darme cuenta de que ¡muchas veces!, al apartarme del camino, he dicho también "¡a Barrabás!", y he añadido "¿a Cristo?... "Crucifige eum!" —¡Crucifícalo!"

297. Todo eso, que te preocupa de momento, importa más o menos. —Lo que importa absolutamente es que seas feliz, que te salves.

298. ¡Luces nuevas! —¡Qué alegría tienes por que el Señor te hizo descubrir otro Mediterráneo!
—Aprovecha esos instantes: es la hora de romper a cantar un himno de acción de gracias: y es también la hora de desempolvar rincones de tu alma, de dejar alguna rutina, de obrar más sobrenaturalmente, de evitar un posible escándalo en el prójimo...
—En una palabra: que tu agradecimiento se manifieste en un propósito concreto.

299. Cristo ha muerto por ti. —Tú... ¿qué debes hacer por Cristo?

300. Tu experiencia personal —ese desabrimiento, esa inquietud, esa amargura— te hace vivir la verdad de aquellas palabras de Jesús: ¡nadie puede servir a dos señores!

---------- Post added 03-nov-2015 at 01:29 ----------

Capítulo 28: Obediencia

614. En los trabajos de apostolado no hay desobediencia pequeña.

615. Templa tu voluntad, viriliza tu voluntad: que sea, con la gracia de Dios, como un espolón de acero.
—Sólo teniendo una fuerte voluntad sabrás no tenerla para obedecer.

616. Por esa tardanza, por esa pasividad, por esa resistencia tuya para obedecer, ¡cómo se resiente el apostolado y cómo se goza el enemigo!

617. Obedeced, como en manos del artista obedece un instrumento —que no se para a considerar por qué hace esto o lo otro—, seguros de que nunca se os mandará cosa que no sea buena y para toda la gloria de Dios.

618. El enemigo: ¿obedecerás... hasta en ese detalle "ridículo"? —Tú, con la gracia de Dios: obedeceré... hasta en ese detalle "heroico".

619. Iniciativas. —Tenlas, en tu apostolado, dentro de los términos del mandato que te otorguen.
—Si se salen de estos límites o tienes duda, consulta al superior, sin comunicar antes a nadie tus pensamientos.
—Nunca olvides que eres solamente ejecutor.

620. Si la obediencia no te da paz, es que eres soberbio.

621. ¡Qué lástima que quien hace cabeza no te dé ejemplo!... —Pero, ¿acaso le obedeces por sus condiciones personales?... ¿O el "obedite praepositis vestris" —"obedeced a vuestros superiores", de San Pablo, lo traduces, para tu comodidad, con una interpolación tuya que venga a decir..., siempre que el superior tenga virtudes a mi gusto?

622. ¡Qué bien has entendido la obediencia cuando me has escrito: "obedecer siempre es ser mártir sin morir"!

623. Te mandan una cosa que crees estéril y difícil. —Hazla. —Y verás que es fácil y fecunda.

624. Jerarquía. —Cada pieza en su lugar. —¿Qué quedaría de un cuadro de Velázquez si cada tonalidad se fuera por su sitio, cada hilo de la tela se soltase, cada trozo de madera del bastidor se separase de los otros?

625. Tu obediencia no merece ese nombre si no estás decidido a echar por tierra tu labor personal más floreciente, cuando quien puede lo disponga así.

626. ¿Verdad, Señor, que te daba consuelo grande aquella "sutileza" del hombrón-niño que, al sentir el desconcierto que produce obedecer en cosa molesta y de suyo da repelúsnte, te decía bajito: ¡Jesús, que haga buena cara!?

627. Tu obediencia debe ser muda. ¡Esa lengua!

628. Ahora, que te cuesta obedecer, acuérdate de tu Señor, "factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis" —¡obediente hasta la fin, y fin de cruz!

629. ¡Oh poder de la obediencia! —El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano.
—Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron "piscium multitudinem copiosam" —una gran cantidad de peces.
—Créeme: el milagro se repite cada día.
 
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Los Escrivá residían en Barbastro, localidad de unos 8.000 habitantes, dedicados en su gran mayoría al comercio y la agricultura.

Durante la infancia de San Josemaría, la pequeña ciudad no padecía grandes tensiones, gracias a su estructura social, conformada en gran parte por pequeños propietarios y comerciantes, y gozaba de cierta prosperidad, que contrastaba con la situación general del país, abrumado por la pérdida reciente de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas.

Barbastro contaba con sede episcopal, varias sociedades culturales y dos colegios —el de los Escolapios y el de las Hijas de la Caridad— en los que estudió Josemaría Escrivá.

A San Josemaría los recuerdos de aquella época —los propios de una familia unida en la que se vivía el cristianismo en un clima de libertad y naturalidad— le resultaban particularmente gratos:
“Y recuerdo aquellos blancos días de mi niñez: la catedral, tan antiestética al exterior y tan hermosa por dentro... como el corazón de aquella tierra, bueno, cristiano y leal, oculto tras la brusquedad del carácter baturro.

Luego, en medio de una capilla lateral, se alzaba el túmulo donde la imagen yacente de Nuestra Señora descansaba... Pasaba el pueblo, con respeto, besando los pies a la Virgen de la Cama...

Mi progenitora, papá, mis hermanos y yo íbamos siempre juntos a oír Misa. Mi padre nos entregaba la limosna, que llevábamos gozosos, al hombre cojo, que estaba arrimado al palacio episcopal. Después me adelantaba a tomar agua bendita, para darla a los míos. La Santa Misa. Luego, todos los domingos, en la capilla del Santo Cristo de los Milagros rezábamos un Credo. Y, el día de la Asunción —como he dicho—, era cosa obligada adorar (así decíamos) a la Virgen de la Catedral”
 
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