Carlx
Madmaxista
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Algunos sostienen que en una sociedad libre cada uno hará simplemente lo que le plazca, pero ¿qué ocurre cuando el deseo de una persona de “hacer lo que le plazca” interfiere con la capacidad de otra persona de “hacer lo que le plazca”? No será suficiente con dejar que cada persona haga como le plazca mientras que no interfiera con el derecho de otra para realizar lo mismo, dado que las personas desacuerdan sobre qué tipo de acciones son las que interfieren injustamente sobre otras y cuales no. Existirán desacuerdos, incluso en una buena sociedad.
Siempre habrá que tomar decisiones colectivas en cualquier tipo de sociedad. La toma de decisiones colectivas forma parte de la política. Especialmente en una buena sociedad, la gente querrá realizar proyectos colectivos, lo que significa que se necesitará algún tipo de mecanismo para decidir colectivamente sobre qué proyectos vale la pena implementar. Existen al menos dos razones por las cuales tiene sentido, para aquellas personas interesadas en el cambio social, de tratar de imaginar una política a aplicar en una buena sociedad. Primero, necesitamos tener alguna idea sobre donde deseamos llegar, para saber así que senderos tomar. Segundo, necesitamos mostrar a la gente que una alternativa es posible. A menos que podamos demostrar que una sociedad puede ser organizada para realizar nuestros valores, será imposible convencer a la gente para que se comprometa y haga los sacrificios necesarios para desafiar al status quo.
Es obvio que todavía estamos muy lejos de lograr una buena sociedad, pero ello no significa que no debiéramos hablar sobre los aspectos generales de una alternativa. Algunos opinan que es elitista que unos pocos individuos expongan una visión al resto de gente. Es cierto que sería completamente dictatorial que unos pocos impongan su visión a un movimiento entero. Pero nadie está tratando de imponer nada a nadie. Más bien se trata de intentar formular una visión razonable y al mismo tiempo atractiva para su discusión. Cuanto más detalles expongamos, más podemos mostrar que son posibles los objetivos que deseamos. Aquí intentamos plantear el inicio, no el fin, de una conversación sobre cómo organizar una buena sociedad.
En el capitalismo, no existe un planteamiento político que sea capaz de aproximarse a un proceso de toma de decisiones democráticas ya que la distribución desigual de las riquezas e ingresos garantiza que el poder político será también distribuido de manera desigual. Aquellos con dinero son capaces de controlar a los políticos a través de contribuciones a las campañas políticas, y a la opinión pública a través de la propiedad y financiamiento de los medios de comunicación. Los ricos pueden amenazar, e incluso llevar a cabo huelgas de capital, al retener sus inversiones, para así castigar aquellas políticas gubernamentales a las que se oponen. En 1981, cuando François Miterrand fue electo presidente de Francia a partir de un programa electoral socialdemócrata moderado, los ricos retuvieron sus inversiones y Miterrand se vio forzado a retirar aquellas políticas por las cuales había sido elegido. En los Estados Unidos (EE.UU.) en 1993, los asesores del presidente electo Bill Clinton le informaron que incluso sus iniciativas políticas increíblemente modestas serían restringidas por los intereses de los ricos. Dijo Clinton, “¿Intentan decirme que el éxito de mi programa y reelección depende de la Reserva Federal y de un montón de comerciantes de bonos de cosa?
Pero ¿qué pasaría si no estuviéramos operando bajo un sistema capitalista? Supongamos que tuviéramos un sistema económico en el que las personas tuvieran recursos aproximadamente comparables, en el que los medios de comunicación no estuvieran en manos de unos pocos, y en el que nadie controlara el medio de vida de ninguna otra persona. Supongamos además que, contrariamente a la práctica existente ya sea en el capitalismo, en la socialdemocracia o en el comunismo, no existiera un pequeño grupo que fuera capaz de monopolizar aquellos trabajos y oportunidades laborales que estimulan habilidades políticas útiles. Este sistema económico sería la economía participativa, que es el modelo que han expuesto Michael Albert y Robin Hahnel, o cualquier otro que incluya estas características básicas. Entonces la pregunta que surge es qué tipo de instituciones políticas y prácticas es apropiado en una sociedad decente.
Hay dos tipos de enfoques respecto de la toma de decisiones democráticas: democracia representativa y democracia directa (también llamada democracia participativa). En una democracia directa las personas toman decisiones sobre cuestiones que los afectan, mientras que en la democracia representativa las personas eligen representantes que toman decisiones por ellos.
Argumentos a favor de la Democracia Representativa
Un argumento a favor de la democracia representativa sostiene que la persona común es demasiado ignorante como para tomar decisiones políticas importantes. No puede desecharse este argumento terminantemente. Después de todo, muchos ciudadanos norteamericanos no pueden ubicar Afganistán en un mapa. En 1991, sólo una de cada cuatro personas entrevistadas sabía que el mandato de un senador norteamericano es por seis años, y menos de una de cada tres sabía el nombre de su representante congresal. Pero las mismas personas que desconocen hechos políticos básicos, pueden citar las estadísticas deportivas más arcanas. Entonces no es que las personas sean de manera innata incapaces de absorber información. Se trata más bien de que su interés por una información depende del valor que ésta tenga para ellas.
El conocimiento deportivo aumenta el placer del juego y las personas logran además una reacción positiva de sus amigos. El conocimiento político, por otra parte, con demasiada frecuencia parece irrelevante y alienante. Uno aprende mucho sobre Irak, decide que la guerra sería una mala idea, vota por el candidato que promete “no a la guerra”, y la guerra ocurre de todas maneras. Esto difícilmente alienta a la gente a pasar el poco tiempo libre que tienen aprendiendo sobre política.
Por otra parte, si el conocimiento político de la gente fuera beneficioso, es decir si importara convertirse en una persona más informada políticamente, si resultara que afecta sus vidas, entonces podríamos esperar que la gente se interesara y aprendiera tanto sobre política como lo hace respecto del deporte.
Un segundo argumento a favor de la democracia representativa afirma que la gente es demasiado intolerante como para que se les confíe la toma de decisiones. Nuevamente, esta afirmación no puede ser simplemente desechada. Un famoso trabajo realizado por Samuel Stouffer a mediados de los años 50 descubrió que una unánime mayoría de los ciudadanos norteamericanos le negaría a los ateos el derecho a la palabra en sus ciudades, a enseñar en sus universidades, y además retiraría de las bibliotecas libros escritos por ateos. Más recientemente, los votantes han aprobado referendums que limitan los programas de acción afirmativa e igualdad de oportunidades, eliminan derechos a los gays y lesbianas, y atacan a los pagapensiones.
Pero por cada encuesta o referendum expresando que la gente negaría derechos a alguna minoría, existen numerosas leyes, que han sido aprobadas por sus representantes, que tendrían el mismo efecto. Un voto popular en Mississippi en 1960 hubiera mantenido la segregación racial, por supuesto, pero también los representantes de Mississippi aprobaron leyes que perpetuaban la segregación racial. La opinión pública es a menudo intolerante con los ateos, pero sus representantes no lo son menos. Consideremos, por ejemplo, el proyecto de ley de 1996, que fue aprobado con 175 votos a favor y 16 en contra, en la Cámara de Representantes de Pennsylvania, que decretó el primer jueves de cada mes de mayo como “Día de Oración de la Comunidad”, o la resolución que aprobó el Senado de Tennessee ese mismo año, 27 votos a favor contra 1 uno en contra, instando a los hogares, negocios y escuelas a publicitar y observar los Diez Mandamientos (el primero de estos mandamientos impone la creencia en Dios); o el voto de la Cámara de Representantes de los EE.UU. en 1997 en apoyo a un juez que había desacatado una orden de cesar de exhibir los Diez Mandamientos en su sala de tribunal.
Ni la democracia directa ni la representativa son intrínsicamente adecuadas para proteger los derechos de las minorías. Se necesitan otras instituciones para garantizar que las minorías no sean oprimidas por la mayoría. Pero no existe razón alguna para pensar que la gente constituya un peligro mayor que los representantes respecto de los derechos de las minorías. Una serie de trabajos internacionales ha encontrado que las elites no son invariablemente más tolerantes que la gente y, en algunos casos, resultan ser más intolerantes que la gente.
Sin embargo, es importante remarcar que tanto las encuestas como los referendums tienden a sumar opiniones espontáneas y sin mayor reflexión de las personas. Existen numerosas pruebas que muestran que cuando se le da a las personas una oportunidad para deliberar realmente, es decir, participar en una conversación con otras personas a través de la cual poder informarse y tras*formar sus preferencias políticas, éstas adoptan posiciones políticas mucho más consideradas y tolerantes.
Un tercer argumento a favor de la democracia representativa declara que la gente tiene muy poco tiempo para tomar todas sus propias decisiones políticas. Si uno contabiliza el tiempo que utiliza nuestro representante en el consejo municipal, nuestro representante en la asamblea a nivel de estado, y nuestro representante en el Congreso de los EE.UU., existen muchos temas sobre los que aprender y deliberar, y que requieren más tiempo del que la mayoría de nosotros tiene disponible (esto además del trabajo regular de cada persona). Algunas personas, por supuesto, estarían muy felices en pasarse todo el día en política. Pero los activistas políticos no deben dar por sentado que todas las personas tienen el mismo entusiasmo que ellos para asistir a reuniones y debates políticos, y leer sobre política. Entonces, no deseamos un sistema político que requiera que cada uno de nosotros valore la participación política tanto como la valoran hoy los activistas políticos de tiempo completo, o que penalice a aquellos que carecen de interés en la política, al negarles, de cierta manera, igual consideración a sus propios intereses. Pero aunque deseamos un grado de participación menor a aquella que prefieren los fanáticos políticos, éste no es un argumento en contra de institucionalizar substancialmente más participación política que la que experimentan la mayoría de los ciudadanos de las democracias capitalistas.
Un argumento final a favor de la democracia representativa dice que las legislaturas representativas son cuerpos diseñados para deliberar, que debaten y negocian resoluciones complejas que captan claramente la esencia de un tema, mientras que la ciudadanía en su conjunto sería incapaz de tal grado de sofisticación. Tienen que votar a favor o en contra de una cuestión sobre la papeleta electoral; no pueden expresar con otras palabras o enmendar, aun cuando sabemos que la precisa redacción de una cuestión referida a la papeleta electoral puede a menudo tergiversar los resultados. De este modo, si tuviéramos un sistema político en el que todas las decisiones fueran tomadas por la población en su conjunto, quizás a través de Internet, la gente podría votar “sí” o “no”, pero no podría votar por una alternativa que podría sólo surgir a partir de algún procedimiento deliberativo.
Esta defensa de la democracia representativa es, sin embargo, sólo un argumento en contra de una forma particular de democracia directa: es decir, la democracia a través de referendums. Los referendums que incluyen un gran número de personas no pueden dar lugar a procesos deliberativos, pero, como veremos más adelante, existen otras formas de democracia directa que hacen de la discusión una de sus características esenciales.
Argumentos en contra de la Democracia Representativa
La democracia representativa tiene varios defectos serios. En mi opinión, los representes mienten a menudo. Prometen una cosa y terminan haciendo otra. Algunas veces, por supuesto, las circunstancias cambian, pero con frecuencia lo único que ha cambiado ha sido la necesidad de votos de los políticos. Los ejemplos abundan. Durante la campaña presidencial de 1960, John F. Kennedy prometió terminar de un plumazo con la discriminación racial en la asignación de viviendas con asistencia federal. Una vez en su cargo, Kennedy se tomó un año y medio para emitir un decreto ejecutivo débil. Según los resultados de un estudio, los presidentes, desde Kennedy a Reagan, han roto entre un tercio y la mitad de sus promesas electorales, porcentaje que en la opinión de los autores de este estudio representa “una considerable buena fe”.
Ahora bien, es cierto que podríamos evitar que los representantes mintieran, al obligarlos por ley a mantener sus promesas. ¿Pero qué ocurre cuando las circunstancias realmente cambian? Si le diéramos un mandato a todos nuestros representantes de que respetaran los deseos en evolución de su electores, tal lo reflejaran las encuestas de opinión, entonces la existencia de estos representantes se volvería técnicamente innecesaria. No sería necesario que los representantes estudiaran o debatieran los temas ya que no importaría qué pensaran. Lo que realmente importa es que voten de acuerdo a los deseos de sus electores. En suma, los representantes que actúan de acuerdo a un mandato podrían ser reemplazados por una computadora que compilara las opiniones de las personas y que luego votara de acuerdo con estas opiniones. Pero esto no es sino un sistema de democracia directa (referendum). En consecuencia, si los representantes actúan de acuerdo a un mandato, se vuelven innecesarios; y si no tienen un mandato, a menudo no representarán verdaderamente a su electores.
Existe otro problema y es que los representantes pueden ( y como ocurre con frecuencia) ser sobornados. Es cierto que los votantes podrían también ser sobornados, pero resulta mucho más fácil convocar una reunión secreta con un solo representante que con un número importante de votantes en forma individual.
Independientemente del origen de los representantes, éstos adquieren muy pronto intereses que difieren de aquellos de sus electores, y por lo tanto no pueden en realidad representarlos. Según la teoría democrática tradicional, se supone que las elecciones deben alinear los intereses de los representantes a los de sus electores. El deseo de los representantes de ser reelegidos hace que los mismos representen los intereses de aquellos que los eligen. Pero esto no funciona así en la práctica. Primero, el deseo de ser reelegidos impulsa a los representantes a simular que representan los intereses de sus electores, pero no a realmente representar los intereses de los mismos. Segundo, los representantes en ejercicio raramente pierden su reelección y por lo tanto no tienen por qué preocuparse de ser castigados al desviarse de los puntos de vista de sus electores. En Gran Bretaña, por ejemplo, los representantes en ejercicio ganan aproximadamente el 75% de las elecciones nacionales en las que compiten. En los Estados Unidos, desde 1978 a 1996 los representantes en ejercicio en la Cámara de Representantes fueron reelegidos un 85% de las veces—y cuando no lo fueron, se trató más bien de una jubilación que de una derrota ante un contrincante. No es sorprendente que los representantes no conozcan realmente a sus electores, y viceversa, dado que en el Congreso de los Estados Unidos, por ejemplo, cada representante tiene alrededor de 600.000 electores.
Existe además otro problema en la democracia representativa y es que uno debe elegir entre un cierto número de representantes, con una gama de opiniones, pero en el que es muy poco probable que alguno de ellos tenga los mismos puntos de vista de uno. Termina uno entonces votando por el candidato cuyos puntos de vista más se aproximan al propio, en lugar de votar por un candidato que representara en realidad todos nuestros puntos de vista.
Argumentos en favor de la Democracia Directa
La democracia directa no sólo evita algunos de los problemas que presenta la democracia representativa, sino que también la participación ofrece importantes beneficios en sí misma.
La participación es buena para uno mismo. Michael Marmot descubrió que los funcionarios de la administración pública británica ( y en la que todos tenían protección social a través de un programa nacional de salud) presentaban mejor estado de salud cuanto más alto se encontraban en el sistema jerárquico de la burocracia de la administración pública. El problema existente para aquellos que se encuentran en la parte baja del escalafón “es el stress que surge a partir de la falta de control sobre nuestras propias vidas, la falta de apoyo social o la incapacidad de participar plenamente en todo aquello que nuestra sociedad tiene para ofrecer….”
La democracia representativa no ofrece muchas oportunidades para la participación cívica. Según un estudio, en la mayoría de los países menos de un tercio—y generalmente menos de un cuarto—de la población participa ya sea en campañas políticas o actividades comunitarias. No más de uno de cada siete ha contactado con autoridades locales u otros funcionarios respecto de una cuestión de relevancia social, y muy pocos han contactado con funcionarios sobre cuestiones personales.
De ahí que la democracia directa sea no solamente un procedimiento para la toma de decisiones. Al dar más responsabilidades a las personas, ellas mismas se vuelven más responsables. Al hacer que las personas piensen más, se logra que mejoren su capacidad para pensar. Tengamos en cuenta las observaciones de Adam Smith, el filósofo del capitalismo durante el siglo XVIII, sobre la vida en las fábricas: “El hombre [sic] que pasa su vida realizando unas pocas operaciones simples, que tienen un efecto que es quizás siempre el mismo, o casi el mismo, no tiene la oportunidad de poner en uso su entendimiento, o su inventiva para descubrir recursos que le permitan remover obstáculos que nunca se presentarán. Naturalmente, pierde por lo tanto el hábito del discernimiento, y en general se vuelve tan menso e ignorante como le es posible ser a una criatura humana”.
La misma lógica se aplica en forma más general a la vida cívica. Votar una vez cada dos años nos vuelve estúpidos, en tanto que la participación vuelve a la gente seres humanos más completos y mejores ciudadanos.
Hay muchas variedades de democracias directas. Uno de los elementos que permite distinguir muchas de las variantes es la dimensión de la toma de decisiones. Existen tres posibilidades: 1) todas las decisiones son tomadas directamente por las personas que viven en pequeñas comunidades completamente autónomas; 2) todas las decisiones son adoptadas por la población que vota en conjunto; y 3) las decisiones son tomadas en pequeños grupos que, de ser necesario, coordinan las posiciones tomadas con las de otros grupos.
La primera posibilidad se ve mejor ejemplificada a través del libro de Kirpatrick Sale, Human Scale (A Escala Humana). Propone una sociedad dividida en pequeñas comunidades auto-suficientes de alrededor de 10,000 personas, y no considera en general que estas comunidades tengan la necesidad de adoptar decisiones conjuntas. No hay duda de que tales comunidades podrían sobrevivir—después de todo, los seres humanos sobrevivieron millones de años con menos apoyo material del que dispondría cualquier grupo de 10,000 personas en la actualidad. No hay duda de que nos podríamos arreglar sin las 17 marcas de pasta dentífrica actual, la obsolescencia planificada, y los cambios de moda anuales. Pero ¿por qué habríamos de privarnos de frutas tropicales o computadoras y de otros mecanismos que ahorran trabajo? (Se necesitan fábricas de alta precisión para construir los circuitos integrados de los microprocesadores y ciertamente no sería posible tener una de estas fábricas en cada una de estas comunidades de 10,000 personas, además de todo el material en bruto necesario.) ¿Estaría cada una de estas comunidades en condiciones de producir sus propias máquinas escudriñadoras SCAT, sus propios vehículos de tras*porte público, sus propios museos de arte, sus propias novelas? A menos que la comunidad tuviera la fortuna de tener una mina de hierro dentro de sus límites, ésta tendría que renunciar no sólo a las comodidades del siglo XX, sino también a las de los siglos XIX y XVIII.
Por supuesto, no deberíamos menospreciar a aquellos que tienen que pasarse muchas horas esparciendo fertilizante o moliendo mijo. Pero ¿por qué querría alguien una sociedad en la que uno tuviera que pasar la mayor parte del tiempo ocupándose de estas actividades agotadoras, en lugar de estar riendo, jugando, creando y leyendo. La tecnología moderna, aunque está mal empleada en la actualidad ya que sirve a los intereses de las elites, nos permite realizar más trabajo creativo y vivir en forma más plena. Tal como escribió Jesse Lemisch en la edición del verano del 2001 en New Politics, “La historia humana es tan rica en anhelos de abundancia que no creo que la izquierda logre llegar a ningún lado, en tanto mantenga un compromiso semi-religioso con la parquedad. La gente quiere pan, y también rosas. Integremos entonces este concepto a nuestra visión de izquierda.” Obviamente, una sociedad democrática o sus unidades más pequeñas podrían elegir tener una existencia tan espartana como lo desearan. Pero sería extremadamente imprudente incluir un bajo nivel de vida como requisito básico para construir una buena sociedad.
Aun más importante, existen ciertos problemas que no se pueden resolver a pequeña escala, tal como las políticas de salud pública y ambientales. Consideremos la cuestión de la contaminación. Sale afirma que las pequeñas comunidades junto a un lago ”elegirían casi con seguridad no contaminar sus propias aguas…ya sea por puro interés propio, o como resultado de un buen razonamiento…”.
Pero podría resultar que también por interés propio no todas las comunidades estuvieran interesadas en prevenir la contaminación. En general, no hay razones para pensar que comunidades plenamente autónomas midan de igual manera los costos y beneficios que trae aparejada alguna actividad que genera contaminación. Y es ésta la razón por la cual en los EE.UU. se recurre a la legislación federal cuando las centrales eléctricas alimentadas por carbón del medio oeste, generan contaminación que afecta a New Jersey ubicada en la costa este; de la misma manera en que son necesarios acuerdos para evitar así que cada país decida por sí mismo.
Existe un último problema con el modelo de Sale, y es que sus pequeñas comunidades son en realidad demasiado grandes para poner en práctica una democracia directa de cara a cara. Una comunidad de 10,000 personas tiene aproximadamente 5,000 adultos. Una reunión con 5,000 personas presentes no se traduce en una experiencia muy participativa. Muy pocos pueden llegar a hablar, compartir sus análisis agudos y sus intereses, o participar. Sin ninguna duda, luego de varias de estas reuniones alienantes, la asistencia bajaría drásticamente, alcanzando eventualmente un número manejable de asistentes. Pero no resulta claro que al resultado de este proceso queramos llamarlo democracia directa: sería más adecuado llamarlo ‘fanatocracia’, es decir el gobierno de los más fanáticos. Algunos serían de la opinión que este sistema no presentaría ningún problema en tanto y en cuanto el mismo permitiera la participación de todos aquellos que lo desearan. Pero en momentos en que cada vez menos ciudadanos norteamericanos acuden a las urnas, ¿decimos entonces, “Este es un sistema político que funciona muy bien dado que cualquiera que desee votar puede hacerlo”? ¿No consideramos esto, más bien, como una condena al sistema político norteamericano por no ser capaz de atraer a las urnas siquiera la mitad de la población con edad para votar?
Democracia a través de Referendums
La democracia a través de referendums es un segundo modo a través del cual podemos tratar de implementar la democracia directa. En el pasado, tal tentativa no hubiera sido posible. No existía un mecanismo que permitiera votar a millones de personas de forma casi cotidiana. Pero la tecnología moderna lo hace posible. Las personas podrían utilizar Internet para tener acceso a cuanta información básica fuera necesaria, y luego votar de acuerdo a sus opciones preferidas.
Pero aun si fuera técnicamente posible, ¿querría uno pasarse mucho tiempo estudiando detalladamente los cientos de temas que las legislaturas nacionales tratan cada año en la actualidad? Los legisladores realizan esta tarea en forma más o menos de tiempo completo. ¿Desearía uno invertir la misma cantidad de tiempo, al mismo tiempo que uno tuviera otro trabajo? Los legisladores en general tienen personal que hace que su trabajo sea manejable. ¿Tendría cada ciudadano un empleado para asistirlo? Evidentemente, es necesario tener un mecanismo que permita separar los temas que tratan los legisladores actualmente importantes de aquellos que son más de rutina.
Más allá de este problema respecto del tiempo, la democracia a través de referendums padece los mismos defectos mencionados anteriormente. Cuando las personas toman decisiones que no surgen de la participación en algún proceso de discusión, sus opiniones improvisadas tienden a ser más intolerantes y mal informadas. Mientras que la deliberación ayuda a que las personas busquen puntos comunes y encuentren modos de tomar en cuenta seriamente la opinión de los otros, el voto a través de un referendum ayuda a que las personas expresen opiniones preestablecidas ante posiciones diametralmente opuestas. En la democracia a través de referendums, cuando uno pierde en la votación, uno no se siente mejor al haber participado; uno siente que nadie tuvo en cuenta sus intereses seriamente. Cuando uno gana una votación siente que tiene la razón y que no es necesario tener en cuenta los intereses de aquellos que han sido derrotados.
Existe una tercera posibilidad en la democracia directa y que consiste en rechazar tanto la auto-suficiencia como los modelos de referendums, y adoptar en cambio consejos pequeños conectados unos a otros. La lógica de esta propuesta tiene tres componentes.
Primero, todos tienen la posibilidad de participar en un consejo que es lo suficientemente pequeño como para permitir tomas de decisiones frente a frente y donde se lleva a cabo un proceso de deliberación real. El tamaño exacto de estos consejos podría establecerse a través de ensayos, pero el objetivo sería que el consejo fuera lo suficientemente amplio como para incluir la mayor diversidad de opiniones posible, pero lo suficientemente pequeño como para permitir el intercambio frente a frente. Las ciudades de New England tienen a menudo varios miles de adultos; ese número sería demasiado alto como para permitir una reunión verdaderamente deliberativa.
Segundo, muchas decisiones han de ser tomadas en estos consejos. Es decir, hay muchas decisiones que deben ser tomadas al nivel más bajo de consejos dado que esas decisiones afectan solamente a los miembros de ese consejo. La democracia no debería significar que todos decidan todo, sino que la gente decida de acuerdo a como la afectan esas decisiones. Entonces aquellas decisiones que afectan a todos, deben ser adoptadas a través de la participación igualitaria de todos. Pero aquellas decisiones que afectan principalmente a un subgrupo de personas, deben ser adoptadas por los miembros de ese subgrupo. (Dado que los consejos están geográficamente definidos, estos consejos también actuarán como consejos de consumidores, y así como parte de las decisiones a adoptar, el consejo deberá formular sus pedidos de consumo.)
Tercero, dado que existen muchas decisiones que afectan a los miembros de más de un consejo, los consejos afectados deberán coordinar la toma de decisiones. Esto significa que los consejos tendrán que enviar delegados ante un consejo de segundo nivel. A su vez, si la decisión afecta a más de uno de estos consejos de segundo nivel, tendrán que enviar delegados a un consejo de tercer nivel y así sucesivamente.
Al utilizar este procedimiento, los consejos de nivel primario no son totalmente autónomos. De manera diferente al modelo de comunidades auto-suficientes de Kirkpatrick Sale, si el consejo (o comunidad) C está contaminando un lago que es compartido con las comunidades A y B, no depende de C decidir si desea tomar una decisión conjunta con los otros respecto de que productos pueden arrojarse al lago. Más bien, ésta es una decisión que debe ser adoptada por el segundo nivel de consejos, que incluye a A, B, y C.
Existen varias maneras en las que dos o más consejos podrían coordinar sus tomas de decisiones. Un método consiste en que los consejos envíen delegados con un mandato al nivel superior de consejos. Es decir, estos delegados recibirán instrucciones específicas, por parte del consejo que los envía, sobre cómo deben votar. Esto evitaría que los delegados se conviertan en representantes que no representan los intereses de su consejo, que es una de las características de la democracia representativa.
El problema que se presenta al poner en práctica este procedimiento es que los consejos de segundo nivel no serán entonces un cuerpo deliberativo. No tiene sentido que alguien hable para tratar de persuadir a los demás, o explicar de forma apasionada cuáles son nuestros intereses, ya que todos los delegados tienen cero grado de libertad de acción—deben votar de acuerdo con el mandato dado por su consejo. En cuyo caso, no tiene realmente sentido incluso enviar los delegados. Uno podría simplemente reemplazar el consejo de segundo nivel con una computadora que procesara los totales de los votos emitidos por los consejos inferiores y sumara las distintas cifras. Resultaría éste un esquema mejor que el que ofrece la democracia a través de referendums (ya que al menos se dio cierta deliberación en los consejos de nivel primario), pero nadie del consejo A habrá tenido la posibilidad de escuchar el punto de vista de la gente del consejo B. Entonces el proceso deliberativo habrá sido incompleto, y se habrá perdido la oportunidad de deliberar sobre las diferencias existentes entre los consejos A y B—y con ello también la posibilidad de lograr una mejor proposición que las ofrecidas en formar individual por ambos consejos.
Tiene más sentido, en cambio, enviar un delegado que, dado que ella o él ha sido parte de un consejo y ha participado en un proceso deliberativo con otros miembros, comprende sus sentimientos e intereses, está entonces autorizado a deliberar en su nombre con otros delegados. Pero ¿qué evitaría que este delegado sin mandato se convirtiera en un representante que no representa los intereses de su consejo? Primero, existe una relación orgánica entre los delegados y los consejos que los envían, muy diferente a la relación entre los miembros del Congreso norteamericano y los 600.000 miembros de su distrito electoral. Los delegados forman parte del consejo que los envía, y consultan al mismo en forma constante. Segundo, los delegados rotarán. Nadie podrá ejercer su cargo de delegado de consejo en forma continua. Tercero, estarán sujetos a revocación inmediata. Es decir, si un consejo cree que su delegado ha dejado de representar adecuadamente sus intereses y sentimientos (y todas las reuniones de consejos superiores son grabadas en video y pueden ser fácilmente verificadas), entonces el consejo puede reemplazar inmediatamente al delegado con un nuevo representante. Cuarto, los consejos de nivel superior sólo votarán sobre cuestiones que no presentan controversia en general. Siempre que la votación sea reñida (o ante el pedido insistente de un grupo suficiente de consejos de nivel inferior), la decisión regresa a los consejos inferiores para una nueva toma de decisión. Este procedimiento es necesario para evitar decisiones no democráticas en aquellos casos en que, por ejemplo, las dos terceras partes de los consejos inferiores votara 60-40 a favor de una cierta política y un tercio votara 0-100 en contra. Si los delegados en el consejo superior votaran, el voto sería dos contra uno a favor (ya que dos tercios de los delegados provino de consejos que favorecían esta política). Pero en realidad, la mayoría de los votantes se opondría a esta política (40x2/3 +100x1/3 > 60x2/3).
Uno podría preguntarse, ¿por qué no enviar todos los temas de vuelta a los consejos primarios para su votación? Aquí es cuando surge la inquietud ante la participación excesiva que resultaría en exigencias horarias desproporcionadas. Al enviar de vuelta a los consejos inferiores temas contenciosos o aquellos solicitados por los mismos consejos, se crea un mecanismo de control del abuso del poder por parte de los delegados de los consejos superiores. Pero enviar todo de vuelta a los consejos inferiores sería una pérdida de tiempo. La mayor parte de las personas estará feliz dejando que los delegados decidan cuestiones menores y no polémicas, siempre y cuando puedan ellos expresar su opinión.
La esfera económica ofrece un mecanismo de control final para evitar que los delegados desarrollen intereses distintos, como ocurre en la actualidad con los representantes. Suponiendo que el sistema económico en nuestra buena sociedad sea el de la economía participativa o algo similar, entonces cada persona deberá tener un complejo de trabajo equilibrado: es decir, una combinación de tareas que capacitan y dan poder con otras que son rutinarias y no habilitantes y que sería equivalente en promedio a las tareas que realiza cualquier otra persona. [Distribución justa y equitativa de tareas y responsabilidades en el lugar de trabajo. Para más detalles, consulte: www.zmag.org/Spanish/indparec.htm (N. del T.)] Mientras que cada ciudadano formará parte de un consejo de nivel primario, sólo algunos se desempeñarán en los consejos de nivel superior. Esta última tarea formará parte de su complejo de trabajo equilibrado. No aumentará la cantidad de trabajo enriquecedor (o que da poder) que realiza ya que cuando uno es elegido como delegado, uno deberá reducir la misma cantidad de trabajo enriquecedor de su propio complejo de trabajo equilibrado.
La votación
La palabra ‘votación’ ha sido utilizada varias veces y surge entonces la pregunta sobre si nos estamos refiriendo a consenso, adopción de decisiones por mayoría, o cualquier otro tipo de porcentaje necesario.
La toma de decisiones por consenso, en la que la discusión continúa hasta que todos estén de acuerdo, es muy aconsejable. Permite y estimula el respeto mutuo, la deliberación, y la tolerancia. Una minoría apasionada no debe ser ignorada. El consenso funciona bien en pequeños grupos con una perspectiva común. Pero no tiene sentido depender exclusivamente del consenso en una sociedad a gran escala o incluso en pequeños grupos en los que sus miembros no compartan un punto de vista común. Rechazar el consenso es pasar por alto los frecuentes intereses muy sentidos de una minoría. Pero insistir en el consenso es pasar por alto los frecuentes intereses muy sentidos de la mayoría.
Tomemos como ejemplo la cuestión del aborto, que es un tema poco probable de desaparecer, incluso después de que se estableciera una nueva sociedad basada en valores humanitarios, incluyendo los feministas. Supongamos que existe una propuesta para abrir una nueva clínica de abortos. Una pequeña minoría se opone a la propuesta ya que considera al aborto como asesinato. El resto, sin embargo, mantiene opiniones igualmente sinceras y sostiene que prohibir los abortos es violar los derechos más fundamentales de las mujeres. Ambos grupos hablan, debaten, respetan la seriedad jovenlandesal de la posición que presenta el otro grupo, encuentran algunas áreas en las que hay un acuerdo común (digamos por ejemplo, sobre la necesidad de proveer recursos a aquellas mujeres que deciden continuar con sus embarazos y llevarlos a término), pero finalmente no pueden llegar a un consenso. En este caso, la única opción justa es a través de una votación en la que la decisión se adopta por mayoría. Si se permite que unos pocos disidentes bloqueen la acción de construir la clínica, se está entonces negando a la abrumadora mayoría el derecho a decidir sobre su propio destino. No hay nada de mágico en la cuestión de 50 por ciento más uno, pero merece en realidad más peso jovenlandesal que 50 por ciento menos 1.
La toma de decisiones debe realizarse por consenso siempre que sea posible; y por mayoría, si no es posible a través del consenso. Habiendo dicho esto, en realidad la dinámica de los grupos pequeños se inclina fuertemente a favor del consenso. Aquellas personas que son minoría en alguna cuestión, es probable que estén dispuestos a aceptar la decisión de la mayoría ya que saben que serán parte de la mayoría en alguna otra cuestión. En grupos grandes y anónimos es poco probable que este sentido de reciprocidad sea tan fuerte, pero cuando hay un contacto frente a frente, la presión social tenderá a alentar a las personas a evitar la votación y ponerse de acuerdo con la opinión general de la reunión. Pero en algunas ocasiones no será éste el caso, y entonces tendrá sentido, luego de una apropiada deliberación, llegar a la votación. La votación es beneficiosa no sólo para la mayoría, que logra así la propuesta deseada, sino también para la minoría que puede lograr que quede oficialmente registrado su punto de vista disidente. La minoría no tiene que simular que acepta el punto de vista de la mayoría.
El tamaño de los consejos no debe ser el único elemento que fomenta la deliberación frente a frente. El funcionamiento y la cultura del consejo deben poner énfasis en la discusión y el compromiso en lugar de buscar ganar puntos en la discusión para finalmente vencer al oponente. Los participantes deben exponer sus puntos de vista teniendo en cuenta el bien común en lugar del interés personal. En caso de votación, la misma debe ser a mano alzada y no a través del voto secreto. El voto secreto apareció como una manera de evitar la compra de votos, pero tiene una seria desventaja y es que, tal como John Stuart Mill observó, hace pensar a los votantes que la razón por la cual han de votar de una manera o de otra, no ha de ser una razón pública, es decir que tenga que ser justificada en público, sino que es una razón de interés personal. Los ciudadanos deben justificar públicamente la posición adoptada en una votación, y esto los alentará a votar de manera tal que puedan defender su posición públicamente. (La compra de votos sería, por supuesto, ilegal, pero esta práctica es poco probable que ocurra en una sociedad con diferencias de ingresos poco marcadas.)
La protección de los Derechos de las Minorías
¿Cómo se protegerían los derechos de la minoría en tal sistema? Muchas sociedades hacen explícito en sus constituciones restricciones a la autoridad de la mayoría. La mayoría no puede imponer a las personas la religión a practicar, qué pueden decir, qué pueden pensar; la mayoría no puede negar a los individuos el derecho a juicio, a votar, y así sucesivamente. Una buena sociedad tendría, por supuesto, algún tipo de carta que especificaría todo este tipo de restricciones. Pero la mejor constitución del mundo no será lo suficientemente específica como para definir y resolver cada circunstancia que pudiera surgir. Si un consejo decide que la apología del repruebo es ilegal, ¿constituye esto una violación a la libertad de expresión? Si un consejo vota que los padres y madres no pueden enviar a sus hijas/os a colegios religiosos que predican el sexismo, ¿es ésta una violación a la libertad de religión? Este tipo de cuestiones tendrá que ser decidida caso por caso. Pero, ¿por quién? Si las decisiones son adoptadas por los consejos, entonces la mayoría es esencialmente responsable de ejercer sus propios controles, y esto no sería muy tranquilizador para las minorías. En muchas sociedades, estas decisiones son adoptadas por jueces, pero entonces ¿cómo son elegidos los jueces?
Si los jueces son elegidos, es entonces probable que se vean sujetos a las mismas pasiones de la mayoría, tal como el consejo que tomó esta disputada decisión. Los jueces en EE.UU. que hacen campaña para su elección, y que prometen ser firmes en cuestiones de delitos, ponerse severos respecto de la inmoralidad, y así sucesivamente, son raramente los defensores más confiables de los derechos de las minorías ante una mayoría intolerante. Por otra parte, si los jueces son elegidos por toda la vida (como una manera de protegerlos de los caprichos de la mayoría), son entonces un cuerpo no democrático, que a menudo defiende a la minoría privilegiada (esto último ha sido el papel que ha jugado el Tribunal Supremo de los EE.UU. con más frecuencia).
Una alternativa a cualquiera de estas dos propuestas, es la de utilizar el modelo de jurado. Consiste en elegir un pequeño grupo al azar dentro de la población para constituir las cortes del consejo. Estas cortes examinarán las decisiones que han tomado los consejos para determinar si las mismas interfieren con los derechos básicos y las protecciones que ofrece la constitución. Cada consejo en un nivel por encima del nivel primario tendrá asignado un tribunal; el tribunal asignado al consejo de más alto nivel será el Tribunal del Consejo Superior. Tal como ocurre con los jurados en la actualidad, estos tribunales serán cuerpos deliberativos, aunque en forma diferente a los jurados, se les asignará más de un caso—y por un período escalonado de dos años. Como una muestra representativa del total de la población, estos serán cuerpos democráticos que actuarán como mecanismos de control de los consejos democráticos.
Estos tribunales cumplirán también otra función. Además de determinar si un consejo ha forzado los derechos de un individuo—por ejemplo, si una decisión debía ser adoptado por el individuo o el consejo—otro tema que debe ser resuelto es a qué nivel debe un consejo tomar una decisión. Un consejo de segundo nivel desea prohibir que se coma carne en el territorio bajo su jurisdicción. El consejo de tercer nivel desea permitir que se coma carne dentro de su territorio, que incluye al territorio bajo la jurisdicción del consejo de segundo nivel. ¿La opinión de qué consejo es la que debe prevalecer? La respuesta general es clara: el derecho a participar de las personas en una cuestión, debe ser proporcional al grado en que esa cuestión los afecta. Pero en este caso particular, el lugar donde reside el poder de decisión no es siempre obvio. Le corresponderá entonces decidir a las cortes del consejo cuál es el nivel de consejo apropiado ante una cuestión específica—y la decisión puede variar desde “la cuestión debe ser resuelta exclusivamente por el consejo de tercer nivel” hasta “la cuestión deberá ser resuelta por el consejo de segundo nivel”, con opciones intermedias tales como “la cuestión deberá ser resuelta por el consejo de tercer nivel a través de una votación que cuente con la aprobación de las dos terceras partes” o “la cuestión será resuelta por el consejo de segundo nivel a través de una votación que cuente con la aprobación de las dos terceras partes”.
Más allá de la toma de decisiones
La toma de decisiones es sólo una de las funciones necesarias de cualquier sistema político. Un sistema político debe también tener los medios para llevar a cabo sus decisiones—aquello que llamamos en los EE.UU. la “rama ejecutiva”—y los medios para fallar en litigios—“la rama judicial”. Estos serán los temas a tratar en futuros artículos. Un borrador esquemático de las tres ramas se encuentra disponible en: www.zmag.org/shalompol.htm
Siguiendo el principio de la democracia deliberativa, son bienvenidas todas las críticas de este modelo, al igual que las sugerencias tendientes a revisar, mejorar, agregar o substraer material perteneciente a esta propuesta. Es de esperar que este proceso contribuya al desarrollo de una creciente visión política útil que pueda servirnos de inspiración y guíe nuestra estrategia y tácticas.
Stephen R. Shalom es profesor de ciencias políticas en la Universidad de William Paterson, New Jersey, EE.UU. Su libro más reciente es Which Side Are You On? An Introduction to Politics (¿De Qué Lado Estás? Una Introducción a la Política).
Siempre habrá que tomar decisiones colectivas en cualquier tipo de sociedad. La toma de decisiones colectivas forma parte de la política. Especialmente en una buena sociedad, la gente querrá realizar proyectos colectivos, lo que significa que se necesitará algún tipo de mecanismo para decidir colectivamente sobre qué proyectos vale la pena implementar. Existen al menos dos razones por las cuales tiene sentido, para aquellas personas interesadas en el cambio social, de tratar de imaginar una política a aplicar en una buena sociedad. Primero, necesitamos tener alguna idea sobre donde deseamos llegar, para saber así que senderos tomar. Segundo, necesitamos mostrar a la gente que una alternativa es posible. A menos que podamos demostrar que una sociedad puede ser organizada para realizar nuestros valores, será imposible convencer a la gente para que se comprometa y haga los sacrificios necesarios para desafiar al status quo.
Es obvio que todavía estamos muy lejos de lograr una buena sociedad, pero ello no significa que no debiéramos hablar sobre los aspectos generales de una alternativa. Algunos opinan que es elitista que unos pocos individuos expongan una visión al resto de gente. Es cierto que sería completamente dictatorial que unos pocos impongan su visión a un movimiento entero. Pero nadie está tratando de imponer nada a nadie. Más bien se trata de intentar formular una visión razonable y al mismo tiempo atractiva para su discusión. Cuanto más detalles expongamos, más podemos mostrar que son posibles los objetivos que deseamos. Aquí intentamos plantear el inicio, no el fin, de una conversación sobre cómo organizar una buena sociedad.
En el capitalismo, no existe un planteamiento político que sea capaz de aproximarse a un proceso de toma de decisiones democráticas ya que la distribución desigual de las riquezas e ingresos garantiza que el poder político será también distribuido de manera desigual. Aquellos con dinero son capaces de controlar a los políticos a través de contribuciones a las campañas políticas, y a la opinión pública a través de la propiedad y financiamiento de los medios de comunicación. Los ricos pueden amenazar, e incluso llevar a cabo huelgas de capital, al retener sus inversiones, para así castigar aquellas políticas gubernamentales a las que se oponen. En 1981, cuando François Miterrand fue electo presidente de Francia a partir de un programa electoral socialdemócrata moderado, los ricos retuvieron sus inversiones y Miterrand se vio forzado a retirar aquellas políticas por las cuales había sido elegido. En los Estados Unidos (EE.UU.) en 1993, los asesores del presidente electo Bill Clinton le informaron que incluso sus iniciativas políticas increíblemente modestas serían restringidas por los intereses de los ricos. Dijo Clinton, “¿Intentan decirme que el éxito de mi programa y reelección depende de la Reserva Federal y de un montón de comerciantes de bonos de cosa?
Pero ¿qué pasaría si no estuviéramos operando bajo un sistema capitalista? Supongamos que tuviéramos un sistema económico en el que las personas tuvieran recursos aproximadamente comparables, en el que los medios de comunicación no estuvieran en manos de unos pocos, y en el que nadie controlara el medio de vida de ninguna otra persona. Supongamos además que, contrariamente a la práctica existente ya sea en el capitalismo, en la socialdemocracia o en el comunismo, no existiera un pequeño grupo que fuera capaz de monopolizar aquellos trabajos y oportunidades laborales que estimulan habilidades políticas útiles. Este sistema económico sería la economía participativa, que es el modelo que han expuesto Michael Albert y Robin Hahnel, o cualquier otro que incluya estas características básicas. Entonces la pregunta que surge es qué tipo de instituciones políticas y prácticas es apropiado en una sociedad decente.
Hay dos tipos de enfoques respecto de la toma de decisiones democráticas: democracia representativa y democracia directa (también llamada democracia participativa). En una democracia directa las personas toman decisiones sobre cuestiones que los afectan, mientras que en la democracia representativa las personas eligen representantes que toman decisiones por ellos.
Argumentos a favor de la Democracia Representativa
Un argumento a favor de la democracia representativa sostiene que la persona común es demasiado ignorante como para tomar decisiones políticas importantes. No puede desecharse este argumento terminantemente. Después de todo, muchos ciudadanos norteamericanos no pueden ubicar Afganistán en un mapa. En 1991, sólo una de cada cuatro personas entrevistadas sabía que el mandato de un senador norteamericano es por seis años, y menos de una de cada tres sabía el nombre de su representante congresal. Pero las mismas personas que desconocen hechos políticos básicos, pueden citar las estadísticas deportivas más arcanas. Entonces no es que las personas sean de manera innata incapaces de absorber información. Se trata más bien de que su interés por una información depende del valor que ésta tenga para ellas.
El conocimiento deportivo aumenta el placer del juego y las personas logran además una reacción positiva de sus amigos. El conocimiento político, por otra parte, con demasiada frecuencia parece irrelevante y alienante. Uno aprende mucho sobre Irak, decide que la guerra sería una mala idea, vota por el candidato que promete “no a la guerra”, y la guerra ocurre de todas maneras. Esto difícilmente alienta a la gente a pasar el poco tiempo libre que tienen aprendiendo sobre política.
Por otra parte, si el conocimiento político de la gente fuera beneficioso, es decir si importara convertirse en una persona más informada políticamente, si resultara que afecta sus vidas, entonces podríamos esperar que la gente se interesara y aprendiera tanto sobre política como lo hace respecto del deporte.
Un segundo argumento a favor de la democracia representativa afirma que la gente es demasiado intolerante como para que se les confíe la toma de decisiones. Nuevamente, esta afirmación no puede ser simplemente desechada. Un famoso trabajo realizado por Samuel Stouffer a mediados de los años 50 descubrió que una unánime mayoría de los ciudadanos norteamericanos le negaría a los ateos el derecho a la palabra en sus ciudades, a enseñar en sus universidades, y además retiraría de las bibliotecas libros escritos por ateos. Más recientemente, los votantes han aprobado referendums que limitan los programas de acción afirmativa e igualdad de oportunidades, eliminan derechos a los gays y lesbianas, y atacan a los pagapensiones.
Pero por cada encuesta o referendum expresando que la gente negaría derechos a alguna minoría, existen numerosas leyes, que han sido aprobadas por sus representantes, que tendrían el mismo efecto. Un voto popular en Mississippi en 1960 hubiera mantenido la segregación racial, por supuesto, pero también los representantes de Mississippi aprobaron leyes que perpetuaban la segregación racial. La opinión pública es a menudo intolerante con los ateos, pero sus representantes no lo son menos. Consideremos, por ejemplo, el proyecto de ley de 1996, que fue aprobado con 175 votos a favor y 16 en contra, en la Cámara de Representantes de Pennsylvania, que decretó el primer jueves de cada mes de mayo como “Día de Oración de la Comunidad”, o la resolución que aprobó el Senado de Tennessee ese mismo año, 27 votos a favor contra 1 uno en contra, instando a los hogares, negocios y escuelas a publicitar y observar los Diez Mandamientos (el primero de estos mandamientos impone la creencia en Dios); o el voto de la Cámara de Representantes de los EE.UU. en 1997 en apoyo a un juez que había desacatado una orden de cesar de exhibir los Diez Mandamientos en su sala de tribunal.
Ni la democracia directa ni la representativa son intrínsicamente adecuadas para proteger los derechos de las minorías. Se necesitan otras instituciones para garantizar que las minorías no sean oprimidas por la mayoría. Pero no existe razón alguna para pensar que la gente constituya un peligro mayor que los representantes respecto de los derechos de las minorías. Una serie de trabajos internacionales ha encontrado que las elites no son invariablemente más tolerantes que la gente y, en algunos casos, resultan ser más intolerantes que la gente.
Sin embargo, es importante remarcar que tanto las encuestas como los referendums tienden a sumar opiniones espontáneas y sin mayor reflexión de las personas. Existen numerosas pruebas que muestran que cuando se le da a las personas una oportunidad para deliberar realmente, es decir, participar en una conversación con otras personas a través de la cual poder informarse y tras*formar sus preferencias políticas, éstas adoptan posiciones políticas mucho más consideradas y tolerantes.
Un tercer argumento a favor de la democracia representativa declara que la gente tiene muy poco tiempo para tomar todas sus propias decisiones políticas. Si uno contabiliza el tiempo que utiliza nuestro representante en el consejo municipal, nuestro representante en la asamblea a nivel de estado, y nuestro representante en el Congreso de los EE.UU., existen muchos temas sobre los que aprender y deliberar, y que requieren más tiempo del que la mayoría de nosotros tiene disponible (esto además del trabajo regular de cada persona). Algunas personas, por supuesto, estarían muy felices en pasarse todo el día en política. Pero los activistas políticos no deben dar por sentado que todas las personas tienen el mismo entusiasmo que ellos para asistir a reuniones y debates políticos, y leer sobre política. Entonces, no deseamos un sistema político que requiera que cada uno de nosotros valore la participación política tanto como la valoran hoy los activistas políticos de tiempo completo, o que penalice a aquellos que carecen de interés en la política, al negarles, de cierta manera, igual consideración a sus propios intereses. Pero aunque deseamos un grado de participación menor a aquella que prefieren los fanáticos políticos, éste no es un argumento en contra de institucionalizar substancialmente más participación política que la que experimentan la mayoría de los ciudadanos de las democracias capitalistas.
Un argumento final a favor de la democracia representativa dice que las legislaturas representativas son cuerpos diseñados para deliberar, que debaten y negocian resoluciones complejas que captan claramente la esencia de un tema, mientras que la ciudadanía en su conjunto sería incapaz de tal grado de sofisticación. Tienen que votar a favor o en contra de una cuestión sobre la papeleta electoral; no pueden expresar con otras palabras o enmendar, aun cuando sabemos que la precisa redacción de una cuestión referida a la papeleta electoral puede a menudo tergiversar los resultados. De este modo, si tuviéramos un sistema político en el que todas las decisiones fueran tomadas por la población en su conjunto, quizás a través de Internet, la gente podría votar “sí” o “no”, pero no podría votar por una alternativa que podría sólo surgir a partir de algún procedimiento deliberativo.
Esta defensa de la democracia representativa es, sin embargo, sólo un argumento en contra de una forma particular de democracia directa: es decir, la democracia a través de referendums. Los referendums que incluyen un gran número de personas no pueden dar lugar a procesos deliberativos, pero, como veremos más adelante, existen otras formas de democracia directa que hacen de la discusión una de sus características esenciales.
Argumentos en contra de la Democracia Representativa
La democracia representativa tiene varios defectos serios. En mi opinión, los representes mienten a menudo. Prometen una cosa y terminan haciendo otra. Algunas veces, por supuesto, las circunstancias cambian, pero con frecuencia lo único que ha cambiado ha sido la necesidad de votos de los políticos. Los ejemplos abundan. Durante la campaña presidencial de 1960, John F. Kennedy prometió terminar de un plumazo con la discriminación racial en la asignación de viviendas con asistencia federal. Una vez en su cargo, Kennedy se tomó un año y medio para emitir un decreto ejecutivo débil. Según los resultados de un estudio, los presidentes, desde Kennedy a Reagan, han roto entre un tercio y la mitad de sus promesas electorales, porcentaje que en la opinión de los autores de este estudio representa “una considerable buena fe”.
Ahora bien, es cierto que podríamos evitar que los representantes mintieran, al obligarlos por ley a mantener sus promesas. ¿Pero qué ocurre cuando las circunstancias realmente cambian? Si le diéramos un mandato a todos nuestros representantes de que respetaran los deseos en evolución de su electores, tal lo reflejaran las encuestas de opinión, entonces la existencia de estos representantes se volvería técnicamente innecesaria. No sería necesario que los representantes estudiaran o debatieran los temas ya que no importaría qué pensaran. Lo que realmente importa es que voten de acuerdo a los deseos de sus electores. En suma, los representantes que actúan de acuerdo a un mandato podrían ser reemplazados por una computadora que compilara las opiniones de las personas y que luego votara de acuerdo con estas opiniones. Pero esto no es sino un sistema de democracia directa (referendum). En consecuencia, si los representantes actúan de acuerdo a un mandato, se vuelven innecesarios; y si no tienen un mandato, a menudo no representarán verdaderamente a su electores.
Existe otro problema y es que los representantes pueden ( y como ocurre con frecuencia) ser sobornados. Es cierto que los votantes podrían también ser sobornados, pero resulta mucho más fácil convocar una reunión secreta con un solo representante que con un número importante de votantes en forma individual.
Independientemente del origen de los representantes, éstos adquieren muy pronto intereses que difieren de aquellos de sus electores, y por lo tanto no pueden en realidad representarlos. Según la teoría democrática tradicional, se supone que las elecciones deben alinear los intereses de los representantes a los de sus electores. El deseo de los representantes de ser reelegidos hace que los mismos representen los intereses de aquellos que los eligen. Pero esto no funciona así en la práctica. Primero, el deseo de ser reelegidos impulsa a los representantes a simular que representan los intereses de sus electores, pero no a realmente representar los intereses de los mismos. Segundo, los representantes en ejercicio raramente pierden su reelección y por lo tanto no tienen por qué preocuparse de ser castigados al desviarse de los puntos de vista de sus electores. En Gran Bretaña, por ejemplo, los representantes en ejercicio ganan aproximadamente el 75% de las elecciones nacionales en las que compiten. En los Estados Unidos, desde 1978 a 1996 los representantes en ejercicio en la Cámara de Representantes fueron reelegidos un 85% de las veces—y cuando no lo fueron, se trató más bien de una jubilación que de una derrota ante un contrincante. No es sorprendente que los representantes no conozcan realmente a sus electores, y viceversa, dado que en el Congreso de los Estados Unidos, por ejemplo, cada representante tiene alrededor de 600.000 electores.
Existe además otro problema en la democracia representativa y es que uno debe elegir entre un cierto número de representantes, con una gama de opiniones, pero en el que es muy poco probable que alguno de ellos tenga los mismos puntos de vista de uno. Termina uno entonces votando por el candidato cuyos puntos de vista más se aproximan al propio, en lugar de votar por un candidato que representara en realidad todos nuestros puntos de vista.
Argumentos en favor de la Democracia Directa
La democracia directa no sólo evita algunos de los problemas que presenta la democracia representativa, sino que también la participación ofrece importantes beneficios en sí misma.
La participación es buena para uno mismo. Michael Marmot descubrió que los funcionarios de la administración pública británica ( y en la que todos tenían protección social a través de un programa nacional de salud) presentaban mejor estado de salud cuanto más alto se encontraban en el sistema jerárquico de la burocracia de la administración pública. El problema existente para aquellos que se encuentran en la parte baja del escalafón “es el stress que surge a partir de la falta de control sobre nuestras propias vidas, la falta de apoyo social o la incapacidad de participar plenamente en todo aquello que nuestra sociedad tiene para ofrecer….”
La democracia representativa no ofrece muchas oportunidades para la participación cívica. Según un estudio, en la mayoría de los países menos de un tercio—y generalmente menos de un cuarto—de la población participa ya sea en campañas políticas o actividades comunitarias. No más de uno de cada siete ha contactado con autoridades locales u otros funcionarios respecto de una cuestión de relevancia social, y muy pocos han contactado con funcionarios sobre cuestiones personales.
De ahí que la democracia directa sea no solamente un procedimiento para la toma de decisiones. Al dar más responsabilidades a las personas, ellas mismas se vuelven más responsables. Al hacer que las personas piensen más, se logra que mejoren su capacidad para pensar. Tengamos en cuenta las observaciones de Adam Smith, el filósofo del capitalismo durante el siglo XVIII, sobre la vida en las fábricas: “El hombre [sic] que pasa su vida realizando unas pocas operaciones simples, que tienen un efecto que es quizás siempre el mismo, o casi el mismo, no tiene la oportunidad de poner en uso su entendimiento, o su inventiva para descubrir recursos que le permitan remover obstáculos que nunca se presentarán. Naturalmente, pierde por lo tanto el hábito del discernimiento, y en general se vuelve tan menso e ignorante como le es posible ser a una criatura humana”.
La misma lógica se aplica en forma más general a la vida cívica. Votar una vez cada dos años nos vuelve estúpidos, en tanto que la participación vuelve a la gente seres humanos más completos y mejores ciudadanos.
Hay muchas variedades de democracias directas. Uno de los elementos que permite distinguir muchas de las variantes es la dimensión de la toma de decisiones. Existen tres posibilidades: 1) todas las decisiones son tomadas directamente por las personas que viven en pequeñas comunidades completamente autónomas; 2) todas las decisiones son adoptadas por la población que vota en conjunto; y 3) las decisiones son tomadas en pequeños grupos que, de ser necesario, coordinan las posiciones tomadas con las de otros grupos.
La primera posibilidad se ve mejor ejemplificada a través del libro de Kirpatrick Sale, Human Scale (A Escala Humana). Propone una sociedad dividida en pequeñas comunidades auto-suficientes de alrededor de 10,000 personas, y no considera en general que estas comunidades tengan la necesidad de adoptar decisiones conjuntas. No hay duda de que tales comunidades podrían sobrevivir—después de todo, los seres humanos sobrevivieron millones de años con menos apoyo material del que dispondría cualquier grupo de 10,000 personas en la actualidad. No hay duda de que nos podríamos arreglar sin las 17 marcas de pasta dentífrica actual, la obsolescencia planificada, y los cambios de moda anuales. Pero ¿por qué habríamos de privarnos de frutas tropicales o computadoras y de otros mecanismos que ahorran trabajo? (Se necesitan fábricas de alta precisión para construir los circuitos integrados de los microprocesadores y ciertamente no sería posible tener una de estas fábricas en cada una de estas comunidades de 10,000 personas, además de todo el material en bruto necesario.) ¿Estaría cada una de estas comunidades en condiciones de producir sus propias máquinas escudriñadoras SCAT, sus propios vehículos de tras*porte público, sus propios museos de arte, sus propias novelas? A menos que la comunidad tuviera la fortuna de tener una mina de hierro dentro de sus límites, ésta tendría que renunciar no sólo a las comodidades del siglo XX, sino también a las de los siglos XIX y XVIII.
Por supuesto, no deberíamos menospreciar a aquellos que tienen que pasarse muchas horas esparciendo fertilizante o moliendo mijo. Pero ¿por qué querría alguien una sociedad en la que uno tuviera que pasar la mayor parte del tiempo ocupándose de estas actividades agotadoras, en lugar de estar riendo, jugando, creando y leyendo. La tecnología moderna, aunque está mal empleada en la actualidad ya que sirve a los intereses de las elites, nos permite realizar más trabajo creativo y vivir en forma más plena. Tal como escribió Jesse Lemisch en la edición del verano del 2001 en New Politics, “La historia humana es tan rica en anhelos de abundancia que no creo que la izquierda logre llegar a ningún lado, en tanto mantenga un compromiso semi-religioso con la parquedad. La gente quiere pan, y también rosas. Integremos entonces este concepto a nuestra visión de izquierda.” Obviamente, una sociedad democrática o sus unidades más pequeñas podrían elegir tener una existencia tan espartana como lo desearan. Pero sería extremadamente imprudente incluir un bajo nivel de vida como requisito básico para construir una buena sociedad.
Aun más importante, existen ciertos problemas que no se pueden resolver a pequeña escala, tal como las políticas de salud pública y ambientales. Consideremos la cuestión de la contaminación. Sale afirma que las pequeñas comunidades junto a un lago ”elegirían casi con seguridad no contaminar sus propias aguas…ya sea por puro interés propio, o como resultado de un buen razonamiento…”.
Pero podría resultar que también por interés propio no todas las comunidades estuvieran interesadas en prevenir la contaminación. En general, no hay razones para pensar que comunidades plenamente autónomas midan de igual manera los costos y beneficios que trae aparejada alguna actividad que genera contaminación. Y es ésta la razón por la cual en los EE.UU. se recurre a la legislación federal cuando las centrales eléctricas alimentadas por carbón del medio oeste, generan contaminación que afecta a New Jersey ubicada en la costa este; de la misma manera en que son necesarios acuerdos para evitar así que cada país decida por sí mismo.
Existe un último problema con el modelo de Sale, y es que sus pequeñas comunidades son en realidad demasiado grandes para poner en práctica una democracia directa de cara a cara. Una comunidad de 10,000 personas tiene aproximadamente 5,000 adultos. Una reunión con 5,000 personas presentes no se traduce en una experiencia muy participativa. Muy pocos pueden llegar a hablar, compartir sus análisis agudos y sus intereses, o participar. Sin ninguna duda, luego de varias de estas reuniones alienantes, la asistencia bajaría drásticamente, alcanzando eventualmente un número manejable de asistentes. Pero no resulta claro que al resultado de este proceso queramos llamarlo democracia directa: sería más adecuado llamarlo ‘fanatocracia’, es decir el gobierno de los más fanáticos. Algunos serían de la opinión que este sistema no presentaría ningún problema en tanto y en cuanto el mismo permitiera la participación de todos aquellos que lo desearan. Pero en momentos en que cada vez menos ciudadanos norteamericanos acuden a las urnas, ¿decimos entonces, “Este es un sistema político que funciona muy bien dado que cualquiera que desee votar puede hacerlo”? ¿No consideramos esto, más bien, como una condena al sistema político norteamericano por no ser capaz de atraer a las urnas siquiera la mitad de la población con edad para votar?
Democracia a través de Referendums
La democracia a través de referendums es un segundo modo a través del cual podemos tratar de implementar la democracia directa. En el pasado, tal tentativa no hubiera sido posible. No existía un mecanismo que permitiera votar a millones de personas de forma casi cotidiana. Pero la tecnología moderna lo hace posible. Las personas podrían utilizar Internet para tener acceso a cuanta información básica fuera necesaria, y luego votar de acuerdo a sus opciones preferidas.
Pero aun si fuera técnicamente posible, ¿querría uno pasarse mucho tiempo estudiando detalladamente los cientos de temas que las legislaturas nacionales tratan cada año en la actualidad? Los legisladores realizan esta tarea en forma más o menos de tiempo completo. ¿Desearía uno invertir la misma cantidad de tiempo, al mismo tiempo que uno tuviera otro trabajo? Los legisladores en general tienen personal que hace que su trabajo sea manejable. ¿Tendría cada ciudadano un empleado para asistirlo? Evidentemente, es necesario tener un mecanismo que permita separar los temas que tratan los legisladores actualmente importantes de aquellos que son más de rutina.
Más allá de este problema respecto del tiempo, la democracia a través de referendums padece los mismos defectos mencionados anteriormente. Cuando las personas toman decisiones que no surgen de la participación en algún proceso de discusión, sus opiniones improvisadas tienden a ser más intolerantes y mal informadas. Mientras que la deliberación ayuda a que las personas busquen puntos comunes y encuentren modos de tomar en cuenta seriamente la opinión de los otros, el voto a través de un referendum ayuda a que las personas expresen opiniones preestablecidas ante posiciones diametralmente opuestas. En la democracia a través de referendums, cuando uno pierde en la votación, uno no se siente mejor al haber participado; uno siente que nadie tuvo en cuenta sus intereses seriamente. Cuando uno gana una votación siente que tiene la razón y que no es necesario tener en cuenta los intereses de aquellos que han sido derrotados.
Existe una tercera posibilidad en la democracia directa y que consiste en rechazar tanto la auto-suficiencia como los modelos de referendums, y adoptar en cambio consejos pequeños conectados unos a otros. La lógica de esta propuesta tiene tres componentes.
Primero, todos tienen la posibilidad de participar en un consejo que es lo suficientemente pequeño como para permitir tomas de decisiones frente a frente y donde se lleva a cabo un proceso de deliberación real. El tamaño exacto de estos consejos podría establecerse a través de ensayos, pero el objetivo sería que el consejo fuera lo suficientemente amplio como para incluir la mayor diversidad de opiniones posible, pero lo suficientemente pequeño como para permitir el intercambio frente a frente. Las ciudades de New England tienen a menudo varios miles de adultos; ese número sería demasiado alto como para permitir una reunión verdaderamente deliberativa.
Segundo, muchas decisiones han de ser tomadas en estos consejos. Es decir, hay muchas decisiones que deben ser tomadas al nivel más bajo de consejos dado que esas decisiones afectan solamente a los miembros de ese consejo. La democracia no debería significar que todos decidan todo, sino que la gente decida de acuerdo a como la afectan esas decisiones. Entonces aquellas decisiones que afectan a todos, deben ser adoptadas a través de la participación igualitaria de todos. Pero aquellas decisiones que afectan principalmente a un subgrupo de personas, deben ser adoptadas por los miembros de ese subgrupo. (Dado que los consejos están geográficamente definidos, estos consejos también actuarán como consejos de consumidores, y así como parte de las decisiones a adoptar, el consejo deberá formular sus pedidos de consumo.)
Tercero, dado que existen muchas decisiones que afectan a los miembros de más de un consejo, los consejos afectados deberán coordinar la toma de decisiones. Esto significa que los consejos tendrán que enviar delegados ante un consejo de segundo nivel. A su vez, si la decisión afecta a más de uno de estos consejos de segundo nivel, tendrán que enviar delegados a un consejo de tercer nivel y así sucesivamente.
Al utilizar este procedimiento, los consejos de nivel primario no son totalmente autónomos. De manera diferente al modelo de comunidades auto-suficientes de Kirkpatrick Sale, si el consejo (o comunidad) C está contaminando un lago que es compartido con las comunidades A y B, no depende de C decidir si desea tomar una decisión conjunta con los otros respecto de que productos pueden arrojarse al lago. Más bien, ésta es una decisión que debe ser adoptada por el segundo nivel de consejos, que incluye a A, B, y C.
Existen varias maneras en las que dos o más consejos podrían coordinar sus tomas de decisiones. Un método consiste en que los consejos envíen delegados con un mandato al nivel superior de consejos. Es decir, estos delegados recibirán instrucciones específicas, por parte del consejo que los envía, sobre cómo deben votar. Esto evitaría que los delegados se conviertan en representantes que no representan los intereses de su consejo, que es una de las características de la democracia representativa.
El problema que se presenta al poner en práctica este procedimiento es que los consejos de segundo nivel no serán entonces un cuerpo deliberativo. No tiene sentido que alguien hable para tratar de persuadir a los demás, o explicar de forma apasionada cuáles son nuestros intereses, ya que todos los delegados tienen cero grado de libertad de acción—deben votar de acuerdo con el mandato dado por su consejo. En cuyo caso, no tiene realmente sentido incluso enviar los delegados. Uno podría simplemente reemplazar el consejo de segundo nivel con una computadora que procesara los totales de los votos emitidos por los consejos inferiores y sumara las distintas cifras. Resultaría éste un esquema mejor que el que ofrece la democracia a través de referendums (ya que al menos se dio cierta deliberación en los consejos de nivel primario), pero nadie del consejo A habrá tenido la posibilidad de escuchar el punto de vista de la gente del consejo B. Entonces el proceso deliberativo habrá sido incompleto, y se habrá perdido la oportunidad de deliberar sobre las diferencias existentes entre los consejos A y B—y con ello también la posibilidad de lograr una mejor proposición que las ofrecidas en formar individual por ambos consejos.
Tiene más sentido, en cambio, enviar un delegado que, dado que ella o él ha sido parte de un consejo y ha participado en un proceso deliberativo con otros miembros, comprende sus sentimientos e intereses, está entonces autorizado a deliberar en su nombre con otros delegados. Pero ¿qué evitaría que este delegado sin mandato se convirtiera en un representante que no representa los intereses de su consejo? Primero, existe una relación orgánica entre los delegados y los consejos que los envían, muy diferente a la relación entre los miembros del Congreso norteamericano y los 600.000 miembros de su distrito electoral. Los delegados forman parte del consejo que los envía, y consultan al mismo en forma constante. Segundo, los delegados rotarán. Nadie podrá ejercer su cargo de delegado de consejo en forma continua. Tercero, estarán sujetos a revocación inmediata. Es decir, si un consejo cree que su delegado ha dejado de representar adecuadamente sus intereses y sentimientos (y todas las reuniones de consejos superiores son grabadas en video y pueden ser fácilmente verificadas), entonces el consejo puede reemplazar inmediatamente al delegado con un nuevo representante. Cuarto, los consejos de nivel superior sólo votarán sobre cuestiones que no presentan controversia en general. Siempre que la votación sea reñida (o ante el pedido insistente de un grupo suficiente de consejos de nivel inferior), la decisión regresa a los consejos inferiores para una nueva toma de decisión. Este procedimiento es necesario para evitar decisiones no democráticas en aquellos casos en que, por ejemplo, las dos terceras partes de los consejos inferiores votara 60-40 a favor de una cierta política y un tercio votara 0-100 en contra. Si los delegados en el consejo superior votaran, el voto sería dos contra uno a favor (ya que dos tercios de los delegados provino de consejos que favorecían esta política). Pero en realidad, la mayoría de los votantes se opondría a esta política (40x2/3 +100x1/3 > 60x2/3).
Uno podría preguntarse, ¿por qué no enviar todos los temas de vuelta a los consejos primarios para su votación? Aquí es cuando surge la inquietud ante la participación excesiva que resultaría en exigencias horarias desproporcionadas. Al enviar de vuelta a los consejos inferiores temas contenciosos o aquellos solicitados por los mismos consejos, se crea un mecanismo de control del abuso del poder por parte de los delegados de los consejos superiores. Pero enviar todo de vuelta a los consejos inferiores sería una pérdida de tiempo. La mayor parte de las personas estará feliz dejando que los delegados decidan cuestiones menores y no polémicas, siempre y cuando puedan ellos expresar su opinión.
La esfera económica ofrece un mecanismo de control final para evitar que los delegados desarrollen intereses distintos, como ocurre en la actualidad con los representantes. Suponiendo que el sistema económico en nuestra buena sociedad sea el de la economía participativa o algo similar, entonces cada persona deberá tener un complejo de trabajo equilibrado: es decir, una combinación de tareas que capacitan y dan poder con otras que son rutinarias y no habilitantes y que sería equivalente en promedio a las tareas que realiza cualquier otra persona. [Distribución justa y equitativa de tareas y responsabilidades en el lugar de trabajo. Para más detalles, consulte: www.zmag.org/Spanish/indparec.htm (N. del T.)] Mientras que cada ciudadano formará parte de un consejo de nivel primario, sólo algunos se desempeñarán en los consejos de nivel superior. Esta última tarea formará parte de su complejo de trabajo equilibrado. No aumentará la cantidad de trabajo enriquecedor (o que da poder) que realiza ya que cuando uno es elegido como delegado, uno deberá reducir la misma cantidad de trabajo enriquecedor de su propio complejo de trabajo equilibrado.
La votación
La palabra ‘votación’ ha sido utilizada varias veces y surge entonces la pregunta sobre si nos estamos refiriendo a consenso, adopción de decisiones por mayoría, o cualquier otro tipo de porcentaje necesario.
La toma de decisiones por consenso, en la que la discusión continúa hasta que todos estén de acuerdo, es muy aconsejable. Permite y estimula el respeto mutuo, la deliberación, y la tolerancia. Una minoría apasionada no debe ser ignorada. El consenso funciona bien en pequeños grupos con una perspectiva común. Pero no tiene sentido depender exclusivamente del consenso en una sociedad a gran escala o incluso en pequeños grupos en los que sus miembros no compartan un punto de vista común. Rechazar el consenso es pasar por alto los frecuentes intereses muy sentidos de una minoría. Pero insistir en el consenso es pasar por alto los frecuentes intereses muy sentidos de la mayoría.
Tomemos como ejemplo la cuestión del aborto, que es un tema poco probable de desaparecer, incluso después de que se estableciera una nueva sociedad basada en valores humanitarios, incluyendo los feministas. Supongamos que existe una propuesta para abrir una nueva clínica de abortos. Una pequeña minoría se opone a la propuesta ya que considera al aborto como asesinato. El resto, sin embargo, mantiene opiniones igualmente sinceras y sostiene que prohibir los abortos es violar los derechos más fundamentales de las mujeres. Ambos grupos hablan, debaten, respetan la seriedad jovenlandesal de la posición que presenta el otro grupo, encuentran algunas áreas en las que hay un acuerdo común (digamos por ejemplo, sobre la necesidad de proveer recursos a aquellas mujeres que deciden continuar con sus embarazos y llevarlos a término), pero finalmente no pueden llegar a un consenso. En este caso, la única opción justa es a través de una votación en la que la decisión se adopta por mayoría. Si se permite que unos pocos disidentes bloqueen la acción de construir la clínica, se está entonces negando a la abrumadora mayoría el derecho a decidir sobre su propio destino. No hay nada de mágico en la cuestión de 50 por ciento más uno, pero merece en realidad más peso jovenlandesal que 50 por ciento menos 1.
La toma de decisiones debe realizarse por consenso siempre que sea posible; y por mayoría, si no es posible a través del consenso. Habiendo dicho esto, en realidad la dinámica de los grupos pequeños se inclina fuertemente a favor del consenso. Aquellas personas que son minoría en alguna cuestión, es probable que estén dispuestos a aceptar la decisión de la mayoría ya que saben que serán parte de la mayoría en alguna otra cuestión. En grupos grandes y anónimos es poco probable que este sentido de reciprocidad sea tan fuerte, pero cuando hay un contacto frente a frente, la presión social tenderá a alentar a las personas a evitar la votación y ponerse de acuerdo con la opinión general de la reunión. Pero en algunas ocasiones no será éste el caso, y entonces tendrá sentido, luego de una apropiada deliberación, llegar a la votación. La votación es beneficiosa no sólo para la mayoría, que logra así la propuesta deseada, sino también para la minoría que puede lograr que quede oficialmente registrado su punto de vista disidente. La minoría no tiene que simular que acepta el punto de vista de la mayoría.
El tamaño de los consejos no debe ser el único elemento que fomenta la deliberación frente a frente. El funcionamiento y la cultura del consejo deben poner énfasis en la discusión y el compromiso en lugar de buscar ganar puntos en la discusión para finalmente vencer al oponente. Los participantes deben exponer sus puntos de vista teniendo en cuenta el bien común en lugar del interés personal. En caso de votación, la misma debe ser a mano alzada y no a través del voto secreto. El voto secreto apareció como una manera de evitar la compra de votos, pero tiene una seria desventaja y es que, tal como John Stuart Mill observó, hace pensar a los votantes que la razón por la cual han de votar de una manera o de otra, no ha de ser una razón pública, es decir que tenga que ser justificada en público, sino que es una razón de interés personal. Los ciudadanos deben justificar públicamente la posición adoptada en una votación, y esto los alentará a votar de manera tal que puedan defender su posición públicamente. (La compra de votos sería, por supuesto, ilegal, pero esta práctica es poco probable que ocurra en una sociedad con diferencias de ingresos poco marcadas.)
La protección de los Derechos de las Minorías
¿Cómo se protegerían los derechos de la minoría en tal sistema? Muchas sociedades hacen explícito en sus constituciones restricciones a la autoridad de la mayoría. La mayoría no puede imponer a las personas la religión a practicar, qué pueden decir, qué pueden pensar; la mayoría no puede negar a los individuos el derecho a juicio, a votar, y así sucesivamente. Una buena sociedad tendría, por supuesto, algún tipo de carta que especificaría todo este tipo de restricciones. Pero la mejor constitución del mundo no será lo suficientemente específica como para definir y resolver cada circunstancia que pudiera surgir. Si un consejo decide que la apología del repruebo es ilegal, ¿constituye esto una violación a la libertad de expresión? Si un consejo vota que los padres y madres no pueden enviar a sus hijas/os a colegios religiosos que predican el sexismo, ¿es ésta una violación a la libertad de religión? Este tipo de cuestiones tendrá que ser decidida caso por caso. Pero, ¿por quién? Si las decisiones son adoptadas por los consejos, entonces la mayoría es esencialmente responsable de ejercer sus propios controles, y esto no sería muy tranquilizador para las minorías. En muchas sociedades, estas decisiones son adoptadas por jueces, pero entonces ¿cómo son elegidos los jueces?
Si los jueces son elegidos, es entonces probable que se vean sujetos a las mismas pasiones de la mayoría, tal como el consejo que tomó esta disputada decisión. Los jueces en EE.UU. que hacen campaña para su elección, y que prometen ser firmes en cuestiones de delitos, ponerse severos respecto de la inmoralidad, y así sucesivamente, son raramente los defensores más confiables de los derechos de las minorías ante una mayoría intolerante. Por otra parte, si los jueces son elegidos por toda la vida (como una manera de protegerlos de los caprichos de la mayoría), son entonces un cuerpo no democrático, que a menudo defiende a la minoría privilegiada (esto último ha sido el papel que ha jugado el Tribunal Supremo de los EE.UU. con más frecuencia).
Una alternativa a cualquiera de estas dos propuestas, es la de utilizar el modelo de jurado. Consiste en elegir un pequeño grupo al azar dentro de la población para constituir las cortes del consejo. Estas cortes examinarán las decisiones que han tomado los consejos para determinar si las mismas interfieren con los derechos básicos y las protecciones que ofrece la constitución. Cada consejo en un nivel por encima del nivel primario tendrá asignado un tribunal; el tribunal asignado al consejo de más alto nivel será el Tribunal del Consejo Superior. Tal como ocurre con los jurados en la actualidad, estos tribunales serán cuerpos deliberativos, aunque en forma diferente a los jurados, se les asignará más de un caso—y por un período escalonado de dos años. Como una muestra representativa del total de la población, estos serán cuerpos democráticos que actuarán como mecanismos de control de los consejos democráticos.
Estos tribunales cumplirán también otra función. Además de determinar si un consejo ha forzado los derechos de un individuo—por ejemplo, si una decisión debía ser adoptado por el individuo o el consejo—otro tema que debe ser resuelto es a qué nivel debe un consejo tomar una decisión. Un consejo de segundo nivel desea prohibir que se coma carne en el territorio bajo su jurisdicción. El consejo de tercer nivel desea permitir que se coma carne dentro de su territorio, que incluye al territorio bajo la jurisdicción del consejo de segundo nivel. ¿La opinión de qué consejo es la que debe prevalecer? La respuesta general es clara: el derecho a participar de las personas en una cuestión, debe ser proporcional al grado en que esa cuestión los afecta. Pero en este caso particular, el lugar donde reside el poder de decisión no es siempre obvio. Le corresponderá entonces decidir a las cortes del consejo cuál es el nivel de consejo apropiado ante una cuestión específica—y la decisión puede variar desde “la cuestión debe ser resuelta exclusivamente por el consejo de tercer nivel” hasta “la cuestión deberá ser resuelta por el consejo de segundo nivel”, con opciones intermedias tales como “la cuestión deberá ser resuelta por el consejo de tercer nivel a través de una votación que cuente con la aprobación de las dos terceras partes” o “la cuestión será resuelta por el consejo de segundo nivel a través de una votación que cuente con la aprobación de las dos terceras partes”.
Más allá de la toma de decisiones
La toma de decisiones es sólo una de las funciones necesarias de cualquier sistema político. Un sistema político debe también tener los medios para llevar a cabo sus decisiones—aquello que llamamos en los EE.UU. la “rama ejecutiva”—y los medios para fallar en litigios—“la rama judicial”. Estos serán los temas a tratar en futuros artículos. Un borrador esquemático de las tres ramas se encuentra disponible en: www.zmag.org/shalompol.htm
Siguiendo el principio de la democracia deliberativa, son bienvenidas todas las críticas de este modelo, al igual que las sugerencias tendientes a revisar, mejorar, agregar o substraer material perteneciente a esta propuesta. Es de esperar que este proceso contribuya al desarrollo de una creciente visión política útil que pueda servirnos de inspiración y guíe nuestra estrategia y tácticas.
Stephen R. Shalom es profesor de ciencias políticas en la Universidad de William Paterson, New Jersey, EE.UU. Su libro más reciente es Which Side Are You On? An Introduction to Politics (¿De Qué Lado Estás? Una Introducción a la Política).