Fudivarri
EL ESTADO ES TU PEOR ENEMIGO.
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Así vivieron en Barcelona vuestros abuelos o bisabuelos
El gran enfrentamiento político-social que acontece estos meses en Cataluña tiene actores bien definidos:
Por una parte, los golpistas catalanes. Son, recordémoslo:
-- el partido de Jordi Pujol, el Muy Honorable Gran Ladrón de Cataluña, y su banda convergente (un cambio de nombre no puede significar honradez de ninguna manera, son los mismos ladrones);
-- ERC, el partido del repruebo de los pagesos catalanes, simples e incultos, construido a conciencia por la Iglesia durante siglos;
-- la CUP, el producto del renovado repruebo a España inculcado en las aulas desde preescolar, a 'la potencia invasora extranjera que subyuga al honesto pueblo catalán desde el Medievo'. Mérito de Aznar, que en 1996 compró los 16 votos de CiU para investirse y robar...
Por otra parte, nuestros supuestos salvadores de los males de ese golpismo catalán:
-- el PP, el partido más corrupto que ha concebido España en todos los tiempos, con cientos de causas abiertas por corrupción y estafa al erario público, un partido que ocupa todos los ministerios españoles y la máquina represora del Estado; apoyado por su marca blanca ciudadana y por su alternativa histórica,
-- el PSOE, otro partido corrupto hasta la médula, sin ideología fija que va desde la derecha moderada a la izquierda federalizante.
Ambas partes han trabajado en colusión para negocios sucios, corrupciones mil millonarias y explotación del pueblo llano español; han coincidido, cuando les ha correspondido, en foros internacionales como Bilderberg o la Trilateral; y tienen como objetivo común el proteger a las multinacionales españolas y europeas, y a la banca internacional judía que los financia. Los líderes de ambas partes pertenecen a las mismas logias masónicas y asociaciones cristianas extremistas.
Todos ellos se han coordinado para erigir una ficción que, haciendo uso intensivo de los medios de comunicación, ha llevado al pueblo español, y especialmente al catalán, al borde de la histeria colectiva. Es lo que suele hacerse en situaciones pre-bélicas. Intencionadamente. Buscando un objetivo común, que es el enfrentamiento armado.
Una guerra civil en la que los incitadores, desde la cúspide financiera sionista, la cúpula multinacional, las subcúpulas política y mediática, no van a combatir. Se van a arrepanchigar en sus sillones, rodeados de lujos, de pilinguis o bigardos, según el sesso, y van a contemplar la matanza como si fuera una película, un partido de fútbol o un vídeo juego.
Tenemos demasiados ejemplos aún vivos y humeantes ante nuestros ojos como para negar lo que nos espera: Ucrania, Siria, Yugoslavia... Por eso las empresas se van de Cataluña. Porque están siendo avisados sus consejos de administración: "Oye, apartaos que vienen los tiros. Veníos a la barrera que ya salen los morlacos. Que corneen a los de siempre y salgan al ruedo los banderilleros cojos". Y el pueblo español, el catalán incluido, se van a poner al asunto de destruirse mutuamente, en vez de hacer lo que sería sensato: abatir a tiros al verdadero enemigo, que es el que está descrito en el párrafo anterior.
El pueblo español ha tolerado la corrupción durante los 40 años de partitocracia monarco-autonómica por una mezcla de cobardía, pereza y sincera admiración por los ladrones. "Yo, en su lugar, haría lo mismo". Pero ¿y matarnos unos a otros? ¿De dónde va a tomar su fuerza tal instinto suicida?
Pues surge de la credulidad y de la alienación mediática. De la incultura generalizada, del infinito número de películas violentas que han derretido nuestro instinto de conservación. Del repruebo inculcado entre las clases humildes y de la envidia y el repruebo a las clases pudientes recanalizada hacia los territorios: "España nos roba"; "los extremeños son unos vagos", etc. Pero eso no lo han dicho los obreros catalanes nunca, sino las clases dirigentes de la sociedad catalana. "Son golpistas que ponen en peligro la democracia"; "Egoístas insolidarios". Pero eso no lo han dicho los obreros españoles jamás, sino los dirigentes de la política española.
¿Qué podemos hacer ante las circunstancias, si es que se puede hacer algo? Algo para evitar el derramamiento de sangre. Algo, aparte de salir pitando de Cataluña el que pueda.
La primera cosa que podemos hacer es entender que todo este problema no nos atañe. A los independentistas no voy a convencerlos. Ya no hay quien los pare en su afán de violencia para lograr cambiar de nombre el régimen de explotación al que se hallan sometidos (Cataluña es ya un estado federado de facto, con sus tres poderes inseparados, su policía y sus impuestos). Pero a los que sí puedo convencer es a los catalanes de adopción, murcianos, extremeños, andaluces, castellanos de raíces, que viven en la conurbación de Barcelona y, en menor medida, de Tarragona. Y no son pocos. Más de dos millones de almas que viven en las ciudades dormitorio de Badía, Hospitalet, Mataró, Badalona, Tarrasa, Sabadell, Santa Coloma, Cornellá de Llobregat, San Baudilio, Rubí, Vilanova,, Viladecans, San Feliu, El Prat, Castelldefels, Sardañola, Mollet; y los barrios periféricos de Barcelona ciudad.
A ver, compañeros charnegos, ¡que esto no va con nosotros! Si creéis que sí, daos un par de cabezazos contra la pared hasta que el cerebro se os vuelva a su sitio. Que hemos vivido ya 40 años bajo el régimen autonómico catalano-español. Y que siempre las élites de Barcelona y Madrid han estado de acuerdo, igual que durante el franquismo. El diseño autonómico del 78 conduce inexorablemente a los excesos independentistas. Luego es algo previsto por el régimen, por eso el Gobierno ha colaborado siempre con la Generalitat. ¿Qué más os da cómo se llame a sí misma la tierra en la que trabajáis, si autonomía o república? No va a cambiar nada para vosotros. Trabajaréis de sol a sol por la simple supervivencia, produciendo diez para cobrar uno. Iréis al paro cuando sobréis, como siempre. Y tendréis que vivir de la familia y de lo que os dé la calle, cuando llegue el momento.
Si queréis votar el 21 de diciembre, que para eso os regalan 4 horas de trabajo para ir a las urnas, pues votad. ¿Qué? Lo que os salga de los genitales, porque da igual. Si no queréis hacerlo, pues no votéis, iros a tomar una caña al bar.
Pero si las cosas van a mayores, vosotros no debéis empuñar las armas contra vuestros hermanos de clase. Ni contra nadie. Porque os la rezuma el resultado. No va a cambiar nada en vuestras vidas de explotados. Defended vuestros hogares, vuestros guetos, si no tenéis más remedio. Pero que se maten entre ellos, la gente de armas, los soldados y los guerrilleros que están deseando poblar los cementerios.
Construid vuestra propia sociedad próxima con espíritu de comunidad. Haced caceroladas en la cabeza de todos los políticos que se acerquen a contaros mentiras, que son todos. La receta para sobrevivir a la catástrofe que se avecina es la asunción de la realidad del gueto, la solidaridad entre los de vuestra clase social, vuestros vecinos, los trabajadores y autónomos con pocos empleados, los tenderos. La última hogaza de pan ha de ser siempre para los niños. Y recordad vuestra relativa suerte: todos tenéis un pueblo bien lejos de Cataluña al que volver cuando no podáis más. El mismo del que salieron vuestros padres o abuelos hace muchos años.
ÁCRATAS
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