Debían cuidarlos, pero los mataron: las estremecedoras historias de las enfermeras asesinas seriales de niños

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Debían cuidarlos, pero los mataron: las estremecedoras historias de las enfermeras asesinas seriales de niños
Cuatro historias que conmocionaron al mundo, desde “El Ángel de la fin” de los Estados Unidos y la joven y dulce inglesa que asfixiaba a sus víctimas, hasta la amable asesina de bebes de Chester y “la trituradora de angelitos” que espantó a los pobladores de Ciudad de México. El caso de Brenda Agüero, la argentina sospechosa de apiolar cinco niños indefensos
Daniel Cecchini

Por
Daniel Cecchini
25 de Agosto de 2022

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Beverley Allitt - Felicitas Sánchez Aguillón - Genene Jones - Lucy Letby

El caso de la enfermera Brenda Agüero, imputada por la fin de dos niños y sospechosa de haberles quitado la vida a otros tres en el Hospital Neonatal Ramón Carrillo de Córdoba, Argentina, causa espanto por dos características particulares de los crímenes por los que se la acusa: las víctimas eran niños indefensos y ella una profesional encargada de cuidar su salud.

De comprobarse su responsabilidad, no solo se trataría de una asesina en serie de niños –bebés neonatos– sino de alguien que utilizó una posición de confianza dentro de una institución para perpetrar esos crímenes.

El horror que provoca esa doble posibilidad se potencia cuando se comprueba que no es un caso único, excepcional dentro de los anales criminales.

Por el contrario, las enfermeras asesinas de niños abundan en la historia reciente y han provocado conmoción al ser descubiertos, muchas veces tarde debido no sólo a la confianza que naturalmente inspira una persona a la que se supone con la vocación y los conocimientos necesarios para cuidar la salud de los niños, sino también por la negligencia o la falta de reacción de los encargados de controlar su desempeño.

Estas son algunas de sus historias.

“El Ángel de la fin”

De no ser por los más de sesenta asesinatos de niños que cometió sucesivamente en tres hospitales en un lapso de cinco años, Genene Jones podría haber sido considerada –y de hecho lo fue durante un tiempo– una enfermera modelo.

Se destacaba entre sus pares por su dedicación, que la llevaba a trabajar más horas de las que le correspondían, pero sobre todo por sus habilidades. Nadie era capaz de colocar una vía endovenosa como ella, era la primera en acudir a un llamado, actuaba con rapidez y eficacia y, por si eso fuera poco, tenía conocimientos de anatomía y fisiología que asombraban a los médicos.

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Gene Jones era considerada una enfermera modelo hasta que se descubrió que en un lapso de cinco años asesinó sesenta niños (AP Images)

Quienes trabajaban con ella le encontraba solo dos defectos: tenía mal carácter y a veces, para destacarse, podía desafiar a los médicos.

“Si no hace esto, doctor, este bebé se va a morir”, decía.

Y muchas veces parecía tener razón, porque el chico en cuestión se moría.

Con los padres de sus pacientes mostraba otra faceta de su personalidad. Dejaba de lado su conducta agresiva y se comportaba con infinita paciencia y los contenía amorosamente. Era la primera en consolarlos cuando algún pequeño paciente perdía la vida.

Lo que nadie parecía notar era que durante sus turnos aumentaban las muertes. Y si alguien lo notó, en lugar de investigar prefirió sacarse a Genene de encima, lo que la habilitaba a seguir matando niños en otra parte.

Después de una breve temporada en el Hospital Metodista de Texas, donde hizo sus primeras armas en la enfermería, en 1978 Jones entró a trabajar como enfermera de la Unidad de Terapia Intensiva pediátrica del Hospital del Condado de Bexar.

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Chelsea McClellan, una de las indefensas víctimas de la enfermera asesina

Trabajó allí durante tres años, primero en el turno de la noche y luego en el de la tarde. La desgracia parecía acompañarla, porque en los turnos en que le tocaba trabajar el número de muertes siempre era el más alto. Sus compañeros empezaron a llamarla “El Ángel de la fin”. A sus espaldas, claro.

Los médicos, en cambio, la respetaban por su dedicación, aunque les costaba tolerar sus desafíos y su mal carácter.

Solo un joven pediatra, Kenn Copeland, sospechó de ella y pidió estudios de varios de los niños muertos en el turno de Genene. Descubrió que tenían heparina y otros medicamentos no recetados en la sangre.

Informó a las autoridades del hospital y pidió que la investigaran. Se estableció que entre mayo y diciembre de 1981, por lo menos diez chicos habían muerto de manera imprevista en el turno de Jones. Todos tenían restos de medicamentos extraños en la sangre.

Entonces ocurrió lo insólito: para evitar el escándalo, los directivos del hospital, en lugar de realizar la denuncia a la policía, la invitaron a dejar el trabajo sin protestar, a cambio de buenas recomendaciones para que obtuviera otro.

Consiguió trabajo en unos consultorios privados en Kerville, Texas. Para entonces estaba realmente cebada y se volvió descuidada. Los chicos empezaron a morir sin causas aparentes, a veces minutos después de que Genene los inyectara delante de sus padres.

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En 1984 fue condenada a 99 años de guandoca y luego, en un segundo juicio, a otros 60. Hoy Genene Jones tiene 72 años y sigue en prisión, sin posibilidad de salir en libertad condicional (REUTERS)

Otros niños tuvieron más suerte, en apenas un mes, ocho de los atendidos por Jones se desestabilizaron en los consultorios, pero salvaron sus vidas al ser derivados al Hospital Sid Peterson. Los médicos encontraron que todos había recibido heparina y avisaron a la policía.

Jones empezó a ser vigilada, pero también se inició una investigación que abarcó todos los lugares donde había trabajado. Encontraron más de noventa decesos sospechosos y la detuvieron. En el juicio se probaría su responsabilidad en más de sesenta de ellos.

En 1984 fue condenada a 99 años de guandoca y luego, en un segundo juicio, a otros 60. Hoy Genene Jones tiene 72 años y sigue en prisión, sin posibilidad de salir en libertad condicional.

La asesina vertiginosa

La inglesa Beverley Allitt ostenta un triste récord: en apenas 59 días, entre febrero y abril de 1991, asesinó a cuatro niños, intentó asesinar a otros once, y causó lesiones corporales graves a una decena más.

El escenario de su raid criminal fue el Hospital Grantham, Lincolnshire. Su primera víctima fue un bebé de siete semanas, Liam Taylor, que había llegado al hospital el 21 de febrero de 1991 con una infección en el pecho y murió poco después, cuando estaba a su cuidado. Nadie sospechó de Beverley, una joven de aspecto angelical.


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