De los contubernios y el poder establecido - Los efectos de la propaganda política del régimen de partidos español

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De los contubernios y el poder establecido
Los efectos de la propaganda política del régimen de partidos español

Por Atanasio Noriega - 18 de septiembre de 2020

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Imagen de 1962 tras lo que fue bautizado por el diario falangista Arriba, como "el contubernio de Munich". El texto original decía "FRANCO SI, NO A LOS DE MUNICH"

“Todo obedece a una conspiración masónica izquierdista en la clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece.


Estas manifestaciones demuestran, por otra parte, que el pueblo español no es un pueblo muerto, al que se puede engañar. Está despierto y vela sus razones y confía que la valía de las fuerzas guardadores del orden público y suprema garantía de la unidad de las fuerzas de tierra, mar y aire respaldando la voluntad de la nación, permiten al pueblo español descansar tranquilo”

Francisco Franco el 1 de octubre de 1975

El texto anterior forma parte del último discurso público pronunciado por el jefe del Estado español, poco tiempo antes de morir, agotando así su dictadura forzado únicamente por la oposición de las leyes impuestas por la naturaleza. Si no hubo una oposición política capaz de conquistar la libertad contra Franco, tuvo que ser el devenir natural de las cosas, cómo en el advenimiento de la II República española, quien favoreciese la ocasión a los que con ella obtuvieron sus regalías.
Pero el fin de este artículo no será el de un simple juicio de valor, algo que podría propiciar uno contrario que lo acusase de arrogancia, sino el de analizar unas palabras concretas, situadas en un contexto, el de la decadencia, y puestas en relación con una circunstancia histórica y con la situación política actual.

Bastantes años después de que aquel discurso dirigido a las masas se produjese, con una multitudinaria expectación, el heredero político de aquello, recuperando la inspiración en la teoría de conquista y asalto del poder estatal de Ramiro Ledesma Ramos, un tal Pablo Iglesias, lo retomaba. Fue aquél el resultado de una campaña conservadora y reaccionaria del Capital al servicio del Estado, orquestada en los principales Medios, que continuaba abundando en la efectividad de aquel discurso populista, que apelaba al sentido común, inspirado por la providencia paternalista de protección.

“Cuécete en tu salsa llena de estrellas rojas y de cosas, pero no te acerques, porque sois precisamente vosotros los responsables de que en este país no cambie nada. Sois unos cenizos. No quiero que cenizos políticos, que en 25 años han sido incapaces de hacer nada, no quiero que dirigentes políticos de izquierda (…) se acerquen a nosotros”

Pablo Iglesias el 25 de junio de 2015

No es tampoco la intención de este artículo profundizar en los aspectos originales de la teoría del caudillaje[1] o en las cuestiones metafísicas que motivan a los defensores de unas virtudes carismáticas. Cualquier persona instruida y formada en la historia de la política ya sabe lo que la idea del carisma ha supuesto en su discurso, especialmente al servicio del idealismo filosófico y romanticismo germánico. Lo interesante, estimo, que se debe poner de relieve por su vigencia, es tanto el aspecto populista, como el de la fabricación de un enemigo espiritual. “Reconciliación de lo nacional con lo social, bajo el imperio de lo espiritual” en las palabras de Francisco Javier Conde, que ilustran perfectamente el impulso del nacionalsocialismo en la dictadura presente en el año 1962. Algo a lo que se une, como veremos, la inspiración de la tranquilidad, en detrimento siempre de la libertad.

Si algo caracteriza, al menos en la acción que la persigue, a la libertad colectiva, es una pasión inquieta o que desfavorece la quietud, y agravia a cualquier confianza depositada en el poder establecido. Destruyendo la tranquilidad social afectada por el consenso político y su inherente corrupción, podremos examinar más claramente el efecto tan pernicioso que en ocasiones produce lo denominado cómo “sentido común”, y que tanto y bien sirve siempre a todo populismo que apela a la unidad frente a un enemigo, aunque fuese imaginado. Para la libertad política colectiva, no hay actualmente ningún otro enemigo que no sea el propio establecimiento de la clase estatal, el Estado de los partidos o más precisamente, las facciones de la monarquía española.

Examinar la primera frase del extracto del discurso del entonces jefe del Estado, resulta, inmediatamente, en la facilidad para establecer una analogía con lo que hoy se produce como resultado de una campaña de propaganda política, que ha culminado con la adopción voluntaria, por la mayor parte de la población, para portar unos cubrebocas al caminar por las calles españolas. Como reacción opuesta a esa imposición, no legal, pero sí del consenso político que actúa sobre la propia legislación y jurisdicción, se recupera, por una parte el oportunismo populista que crea enemigos externos a los cuales culpar, y por otra, la manifestación del temor del establecimiento en su decadencia para apelar a los contubernios.

Es claro, o debería serlo para cualquier persona cultivada, que en España el comunismo jamás ha tenido predicamento o recorrido, que no ha habido siquiera figuras intelectuales o filosóficas que lo sostuvieran, y que en la actualidad es algo reducido a girones por el trascurso de la historia. Principalmente, tras haberse destruido las principales tesis de Marx a través del propio materialismo filosófico y científico, con la desaparición de la URSS y la caída del telón de acero. No queda más de aquello que un alegato inspirador y generalista, que hoy se resume en la mera etiqueta política. La sensación causada por un mito lejano, y que, sin que haya libertad política en España, no es más que un utensilio tosco en las manos de los más prestos a medrar con nuevas recetas. Invocar al comunismo en cualquier análisis político riguroso, no tiene mayor sentido que el que daría hablar del Bardo Todhol por su relación con los muertos, en las epidemias.

Actúa sin embargo, con la misma finalidad que la de cualquier fantasma, para provocar un temor alegórico entre los más ignorantes y al servicio por lo tanto, de los más oportunistas. Cualquier miedo que llega a ser pánico, se funda siempre en lo fantasmagórico, lo indefinido y lo insustancial y por lo tanto, no resulta únicamente irracional, sino además imposible de erradicar fácticamente. Y no hay nada que sea más útil para la comodidad del poder establecido, que sirva mejor a su apacible ejercicio, que aquellas cosas que ni siquiera precisan de un combate porque son inexistentes. No requiere más que de una solución mental, la de la propaganda, lo que previamente se creó mentalmente, con la misma propaganda. Lo que la propaganda crea, lo suprime igualmente la propaganda aplicando la teoría de juegos[2] y practicando así una actividad fabril de conflictos aparentes. Mientras parezca que hay comunistas, aún a través de artificios de nueva nomenclatura como es el del “marxismo cultural” (como si hubiese habido alguno que no lo fuese) parecerá igualmente que existe una oposición política a la cual los súbditos españoles pueden acudir a votar para resguardarse.

Señalada esta evidencia, la que hace asemejarse, por analogía, a ambas decadencias y situaciones de debilidad política, se hará más claro el peligro del mismo oportunismo que aconteció ya en el pasado. Esto no implica que discurrirá por el mismo cauce, que propiciará un nuevo consenso político imposible de recuperar en aquella forma, o que servirá para idéntico engaño al de aquel entonces, pero sí para adivinar la aparición de populistas no ortodoxos, que al calor de la polémica causada por los cubrebocas y las epidemias inexistentes, se servirán de ello en sus particulares ambiciones de poder.

Hoy se llama popularmente “conspiración” al habitual ejercicio del Poder con indistinción del contubernio, e igualmente se practica un inane activismo espiritual que sirve al propósito de la mayor inacción política o para propiciar el alejamiento de cualquier actuación civil provista de realismo y pragmatismo. Siendo la verdad que la existencia del Gobierno es el mayor de los reproches que se le puede hacer a la naturaleza humana, como explicaba Alexander Hamilton con una perspicaz agudeza, es por ello también cierto que delegar toda tranquilidad en su mera existencia y en las fuerzas militares apuntadas en el discurso de Franco, conduciría a toda la sociedad a una permanente irresponsabilidad de su propio bien. No habiendo separación de los poderes en España, el único poder irresponsable de los gobernados es lo que, al decir de los fulastres, se llama “negacionismo” y que realmente es la abstención en las urnas de ratificación. Y esa será la única tranquilidad que haga descansar a los españoles, en contra de la propuesta de Franco, enfrentando unas ambiciones a otras ambiciones opuestas, mediante las garantías de una República Constitucional.

Entonces, como ahora, se alimenta esa confianza en lo establecido, en el Estado, sin libertad y sustituyendo la legitimidad divina del antiguo régimen, como última ratio espiritual (el imperio de lo espiritual aducido por Javier Conde), por otra de índole científica en apariencia y ficcionada brutalmente mediante la propaganda mediática. La búsqueda de una fuente de legitimidad, para ocultar la verdadera, la heredada de Franco, llega a unos extremos ridículos en esta parsimoniosa degeneración del Estado de partidos.

Y ahora corran… ¡corran todos a votar!

[1] 1954, Francisco Javier Conde, jurista formado en teoría política por Carl Schmitt y continuador de la teoría del partisano
[2] Iniciada por von Neuman en 1928 y de versátil utilidad en el ámbito del comercio


Fuente: Diario Español de la República Constitucional
 
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