De la cuestión nutricia y sus consecuencias

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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Dejó la tragaperras y salió a la puerta del bar ya para despedirse. Yo estaba fumando y volvió a comentar algo del tabaco. Él lo dejó hace unos años, más que nada porque no podía controlarlo y empezaba a pasarle factura debido al sobrepeso. Y no es que esté rellenito, o no al menos en el sentido fláccido del término. Es un tío fuerte, siempre lo ha sido, con un trabajo muy físico, algo que no ha hecho sino acrecentar su fortaleza natural.

Y así estábamos, él sin muchas ganas de irse a casa, cuando vimos venir a una mujer de unos treintaitantos años por el paso de cebra. La escotada camiseta le marcaba todo el abundante pecho; de cara vulgar, seria, con gafas de sol, el pelo recogido en coleta, bajita y en pantalones cortos rellenos de carne tostada pasó ante nosotros sin mirarnos sabiendo que le mirábamos las berzas sudadas.

- progenitora de Dios Bendito -dije. Y mi colega se rió. La otra siguió como si nada.

- Es la cuestión nutricia -volví a decir.
- ¿La qué? -preguntó él.
- La cuestión nutricia. Las berzas nos gustan tanto porque nos recuerda a cuando mamábamos la leche de los ricos pechos de nuestras santas madres -Y se deshuevó.
- ¡jorobar, Kufisto! ¡Me voy! ¡Adiós! ¡Jajaja!...

Se fue. En casa le esperaban una esposa y su hijo para comer. Buenas berzas también las de su mujer. Aunque la pobrecilla ya va estando ajada.

La última vez que la vi fue hace algo menos de un mes. Era una mañana de lunes, mi día de descanso. Yo salía del piso para el paseo hasta los molinos y ella se dirigía a hacer la compra en el super adyacente. No viven lejos, a unos cinco minutos andando. Charlamos un rato, lo típico, y nos despedimos. La noté cansada aún detrás de su demasiado serena sonrisa, con la característica pesadez de quien está medicado en la mirada. Creo que ella se dio cuenta. Me dolió que se diera cuenta.

Cuando la conocí hará ya cerca de veinte años estaba saliendo con quien luego sería su esposo, mi amigo, el chaval que conozco de toda la vida. No era de aquí, es madrileña, pero viendo que el asunto iba en serio y deseando dejar lo más lejos posible una muy mala relación se decidió a dar el paso y por mediación de su novio encontró trabajo en lo suyo, es decir, de camarera, que así fue como se conocieron.

Lo de la traumática relación anterior, por supuesto, no fue algo que ella me contara, a pesar de la buenísima relación que tuvimos. Ella salía tarde de trabajar y antes de irse a casa venía al bar con una compañera y se tomaban algo para relajarse. Y antes de censurar nada os diré que no os podéis imaginar lo duro que es trabajar en un restaurante de éxito. Eso hay que vivirlo. O al menos verlo con ojos comprensivos. Y de todas formas su por entonces novio sabía que estaba en mi bar y que más o menos podía dormir tranquilo antes de darse el madrugón, algo que, claro, acabó por no ser así. Él sí conocía su historia, sabía de donde venía, el trabajo que tenía y a fin de cuentas lo había dejado todo por él. Eso merece un cierto margen de confianza.

Muchas noches nos íbamos del bar a las dos, o a las tres o a las cuatro de la madrugada. Nunca solos, por supuesto. Siempre estaba su compañera y algún cliente amigo mío. Charlábamos, jugábamos por parejas a los dardos, bebíamos...en fin. No llegó a pasar nada. Ella tenía novio, yo tenía novia, y todos nos llevábamos tan bien como para salir juntos por ahí o incluso juntarnos a cenar en las respectivas casas.

Durante aquellas charlas de madrugada pronto me quedó claro que ella tenía un pasado muy distinto al de su novio, pues no hay cosa como dar con un adicto a algo para soltar la lengua con la ayuda de una de tus adicciones.

Lo había probado todo; y se jactaba, nos jactábamos, con esa especie de menso orgullo propio de quien ya siente que está dejando de ser joven. De su tormentosa relación jamás me habló, eso fue algo que me contó mi novia. El típico prenda, el chulo de barrio bajo madrileño que sólo tiene que dar una palmada para que otra le coma la platano. Y ella aceptaba cualquier cosa con tal de que eso no pasara.

Y llegó el día, claro.

Recuerdo que era fin de semana en el bar. Supongo que estaba de vacaciones. Estaban con otra pareja, también de la cuadrilla de entonces, ella más mala que el vinagre caducado, una malmetedora del copón algo mayor que nosotros que se escudaba en su "sinceridad" para decir las mayores barbaridades que puedan imaginarse; una fruta bruja, vamos. Y mi amiga, entre el pedo que llevaba y lo que fuera que le dijera la otra agarró una que se montó un escándalo en la calle. Todavía recuerdo la cara de susto de su novio, mi amigo, al pedirme que la ayudara a calmarla, cosa que medio logramos aún al precio de que ella le espetara palabras que prefiero no recordar. Fue muy doloroso ver a un tío tan grande y fuerte como mi amigo, tan sencillo y simple, al borde de las lágrimas.

Pero ahora hablemos de él, que también tiene su pasado.

Nacido en el barrio donde me crié y el menor de tres hermanos recuerdo verle entre nosotros antes de mandarle a soltar por pequeño; y esto es algo que deja huella en un niño. Luego, con la adolescencia, todo se disolvió y por primera vez en la vida todos nos perdimos de vista.

Años después, ya medio hombrecitos, supe que estaba saliendo con la hija de un hostelero del pueblo, un tío muy querido por toda la juventud juguetona de aquellos años. La chica era un bombón, tenía un par de admirables berzas, pero la cosa fue que ella entró a la Universidad y el tiempo y la distancia hicieron el resto con gran dolor por parte de mi futuro amigo. Tanto que no me extrañaría saber que cayó en la depresión, pues su mirada es de uno que la ha atravesado. Y todo para que al final ella dejara la carrera y volviera al pueblo para trabajar en lo de su padre. Así es la vida.

Pero estas dos almas heridas de las que escribo se encontraron por casualidad y al final se casaron. Porque se casaron. Y nada más acabar la ceremonia, antes de irse al convite, vinieron al bar, nos abrazamos y se tomaron unas cervezas con parte de la invitados.

Dos o tres años más tarde, ¿quizá cuatro o cinco?, quien puede recordarlo ya, tuvieron un hijo. Había problemas, me decía él. Al final lo consiguieron. Pero no salió del todo bien.

El chaval, ya tiene once años, está dentro de lo que se dice "espectro autista" El chico viene con su padre los fines de semana, rara vez todos juntos, y su padre le dice que me dé las gracias por la bolsa de patatas fritas y el chico levanta la vista del teléfono y me da las gracias. El cuerpo es de su padre (está enorme para la edad) pero la cara es toda de la progenitora: los mismos grandes ojos oscuros, el pelo neցro azabache, la prudente nariz, la cabeza ovalada, la fina piel.

El chico juega con el teléfono mientras nosotros hablamos de cualquier cosa.


- Dile adiós a Kufisto, Carlos.
- Adiós, Kufisto.
 
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