Clavisto
Será en Octubre
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- 10 Sep 2013
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- Me tienes hasta los huevones con el puñetero Bob Dylan, Kufisto. Pero hasta los huevones
- jorobar, es verdad. ¡Dos puñeteros años con el voz de gato este a todos horas!
- No sé, tío, en serio, ¿no podrías poner otra cosa? No sé, cualquier cosa...¡a Demis Roussos aunque sea, me cachis!
- Es que cuando le da por algo...Acordaros con los Zeppelin, ¡¡¡CUATRO AÑOS, CUATRO dolidoS AÑOS SIN PONER OTRA COSA!!! Que Dios me perdone pero llegué a odiarlos
- Pues anda que cuando le dio por Amy Winehouse...
- Sí, esa ya fue para miccionar y no echar gota
- Míralo, ¡y se ríe!
- Qué desgraciao
- A ver si vas ya al puñetero concierto y nos dejas en paz
- ¿Cuando es?
- La semana que viene. Se va a verlo con su abuela, tócate los huevones
- No, creo que dijo con su tía la jipi; pero vamos, que ya le vale. Para una vez que se va a ver algo y no se le ocurre otra que irse con una vieja
- Jajaja...¡Y todavía se ríe el cabrón!
- ¿Y el aire acondicionao, qué? ¿cuando shishi lo vas a arreglar? Porque esto es un infierno. En pleno verano y sin aire acondicionao.
- La semana que viene, dirá. Así lleva dos meses el muy cabrón
- Dios, me voy a volver loco...Anda, ponnos otra ronda. Pero por favor, ¡¡¡QUITA ESO!!! De verdad, tío, quítalo.
Lo quité.
Habíamos quedado a las dos de la tarde en Sol, junto al Ayuntamiento. Estuve esperando un rato y viendo que mi tía no llegaba me metí a un bar. Pedí una caña y me la bebí de un trago. Hacía año y medio que había dejado de beber al quitarme de fumar, aunque alguna vez, ya cuando tuve controlado el tema del tabaco, sí que me echaba alguna cerveza, quitando la Nochevieja en la que me puse a todo lo que daba a pelito, es decir, sin fumar, cosa que me maravilló y acabó de certificar que sí, que casi un año después podía decir bien alto que había conseguido dejar el tabaco, el verdadero acelerador de todas mi bombas.
Sonó el teléfono, me preguntó que donde estaba y le dije que iba enseguida. Apuré mi tercera caña, pedí una cuarta, y bebiéndomela de un trago salí de allí diez minutos después de haber entrado.
Sí, tenía edad para ser una abuela, incluso bisabuela dentro de algunas etnias, pero a mi me pareció tan guapa como aquella vez, treinta años atrás, en la que vino al pueblo para una boda vistiendo un vestido rojo que seguro causó que más de uno y más de dos durmieran aquella anoche en el sofá. Yo, al menos, me dormí soñando con ella, con mi madrina.
Es una mujer inteligente, de izquierdas, sensible y discreta, a la que le tocó vivir su juventud durante el desarrollismo franquista. Estudió, se echó un novio y cuando iban a casarse este se mató en un menso accidente de tráfico. Se sacó sus oposiciones y dejó el pueblo de La Mancha para irse a la gran ciudad de Madrid. Y ni se casó, ni tuvo hijos, ni conocimos ningún novio o nada parecido. A cambio, y cuando su trabajo se lo permitía, se dedicó a ver mundo; tanto que no hay continente que no haya visitado. Una vez, siendo yo todavía lo suficientemente joven como para desear ver algo, le pregunté por lo que más le había impresionado. Ella se quedó pensando un rato. Y al final dijo:
- Las Pirámides de Egipto
Si algo he querido ver desde que era pequeño, si alguna cosa todavía podría sacarme de mi guarida, son esas Pirámides.
Nos fuimos andando hacia el restaurante que ella había elegido para comer, tan lentamente que a pesar de su proverbial y sabia pachorrez me dio por pensar si no tendría algún tipo de lesión en los pies o algo. De camino nos encontramos con diferentes puestos ambulantes. Me paré en uno para admirar un tablero de ajedrez. Seguimos adelante y le pregunté por qué tal estaba haciéndolo Carmena. Ella me respondió que muy bien y que el reciente lgtb Pride del fin de semana anterior había sido una gran fiesta para Madrid. Por fin llegamos al restaurante y le dije que pidiera ella por mi.
Era un sitio bonito, elegante pero típico, todo enmaderado y atendido por camareros españoles, muy profesionales todos ellos. Vino uno y nos preguntó por la comanda. Le dije a ella que pidiera por mi y pidió cordero, ensalada y cerveza para beber. Discretamente, nos preguntamos por la salud mientras esperábamos a que nos trajeran la comida y bebíamos nuestras cervezas. Yo pedí por más. Eran unos copones que daban gloria verlos.
Comimos. El cordero estaba de fin. Justo enfrente de nosotros estaban diez o doce viejos de reunión de amigos, sin mujeres. Eso era un no parar de sacar platos y botellas de vino. Todavía se quedaban allí cuando nosotros nos fuimos después de tomar café, que hasta a eso me animé, cosa que no hago desde los veinte años, pero estaba tan a gusto, me lo estaba pasando tan bien, que me pedí un cortado con leche fría, tal y como lo bebía cuando lo bebía a semejanza de mi padre.
Al final pagó ella y nos fuimos. Me recordó que había sido yo quien había pagado las entradas. Y así fue, que por esas casualidades que tiene la vida fue que vino a venir al pueblo justo el fin de semana anterior a que se pusieran a la venta las entradas para el concierto.
- ¿Te quieres venir conmigo? -le pregunté en mi bar
- Pues sí, sino te parece mal
- ¡Qué me va a parecer, shishi!
Salimos de allí y con la misma inaudita parsimonia con lo que habíamos llegado bajo un sol de justicia nos fuimos a tomar algo en algún local de las cercanías de un Palacio de Oriente que más parecían paredones. Entramos a uno tan desastrado que parecía en obras y no le convenció. Pasamos a otro y tampoco fue de su agrado, ni del mío, que por lo visto también eran de mi equipo, de los que piensan que el aire acondicionado es una cosa aún más relativa que el tiempo.
Acabamos en uno cualquiera. Yo ya estaba hasta los bemoles y se lo dije. Allí tampoco tenían al diez el puñetero aire pero al menos se podía estar. Pedimos dos gin tonics y pronto, muy pronto, tuve al aburrido camarero de mesas a mi servicio. "No bebas tanto" dijo ella. "Qué shishi -dije yo- voy a ver a BOB DYLAN" Pedí por otro y le conté que era escritor.
- ¿Ah, sí?
- Sí
- ¿Y qué escribes?
- cosas. Cosas que me pasan y tal...Pronto dejaré el puñetero bar y oirás hablar de mi, de Kufisto, ¡KUFISTO, jorobaR!
- Haz el favor...
- ¡¡¡KUFISTO, shishi!!! Traéme otro gin tonic, simpático -le dije al ya sieso camarero que andaba un tanto preocupado por las cercanías.
Fuimos a la parada más cercana del bus y cogimos uno que nos dejara cerca del Barclays Card.
Las puertas se abrían a las ocho. Los Lobos, los teloneros, empezaban a las ocho y media, pero eso era algo que a mi me importaba una fruta cosa. Tenía entradas reservadas y podía entrar a la hora que yo quisiera. Pasamos a un bar petado de gente y pedí un par de minis de cerveza. Me bebí el mío y casi que el de ella.
- Vamos para adentro, Kufisto, deja de beber
- Espera que pida una cerveza
La fila para entrar al concierto todavía era corta. Pasamos adentro y nos paramos en un puesto de merchandising. Me compré una camiseta y una gorra. Ella se guardó mi camisa en su bolso. Y entonces pasamos adentro.
Aquello era...jorobar, como un sueño. Teníamos asientos a diez metros del escenario. Pronto, muy pronto, el viejo Bob estaría ahí cantando sus canciones, mis canciones, las que tanto me gustan, las de los 90 para acá, no esas pesadas cosas de los sesenta y setenta con su fruta armónica...
Y Los Lobos empezaron a tocar...
Me flipé tanto con la caña que le daba el joven baterista a las canciones de esos muertos que di buena parte de todo lo que llevaba encima ante la estupefacción de unos cuantos. A mi me sudaba la platano. Eso era un concierto de rock y el puñetero batera se estaba comiendo vivos a casi todos.
Se fueron Los Lobos y pronto llegó Bob con su sombrero. Yo salté de mi silla y me puse a dar palmas, como todos.
Ahí estaba él: Bob Dylan. Y sin decir ni esta boca es mía empezó con uno de sus temas modernos.
Aquello sonaba como un infrarrojo de Orión en Gizah. ¡Qué sonido, qué banda, qué iluminación...! Era tan impresionante que entre medias de los tema tenía que salirme a pillar un mini de cubalibre.
- No bebas tanto -decía mi tía
- Calla, jorobar
Y cuando Bob hizo su descanso de la primera hora, estando yo ya más allá de los leones, algo hizo clock en mi cabeza y ya no recuerdo nada de lo que vino después.
- Kufisto
- Mmm...
- Kufisto
- ¿Eh?
- Que te tienes que ir para el pueblo -oí a mi tía
- ¿Qué?
- Sí, son las seis y media -dijo suavemente- Me dijiste que te levantara a esa hora
- Ah, sí, sí...
Me levanté, me vestí y no encontré mis gafas de sol.
- Me voy, Lola
- Venga, Kufisto. Ahora cuando salgas a la calle te vas a esta esquina que pasan los taxis y que te lleven a Atocha
- Gracias, gracias...
Salí a la fruta calle. Un taxi me recogió en la esquina indicada.
- A Atocha
- A Atocha
En Atocha, medio muerto, cogí el tren. Estaba tan vacío como la cámara de una rey del año cuatro mil quinientos después de Jesús. Saqué el teléfono y miré por lo que había visto la noche anterior. Apenas recordaba una fruta cosa. Y cuando vi el listado de canciones me dieron ganas de morirme.
Puse mi atención en el indicador de velocidad. 150, 149, 151...no variaba de ahí. Era tan constante que hasta dejé de hacer daño mi estupidez.
Llegué al pueblo y me fui a abrir el bar.
- ¡Qué tal el concierto?
- Maravilloso
- jorobar, es verdad. ¡Dos puñeteros años con el voz de gato este a todos horas!
- No sé, tío, en serio, ¿no podrías poner otra cosa? No sé, cualquier cosa...¡a Demis Roussos aunque sea, me cachis!
- Es que cuando le da por algo...Acordaros con los Zeppelin, ¡¡¡CUATRO AÑOS, CUATRO dolidoS AÑOS SIN PONER OTRA COSA!!! Que Dios me perdone pero llegué a odiarlos
- Pues anda que cuando le dio por Amy Winehouse...
- Sí, esa ya fue para miccionar y no echar gota
- Míralo, ¡y se ríe!
- Qué desgraciao
- A ver si vas ya al puñetero concierto y nos dejas en paz
- ¿Cuando es?
- La semana que viene. Se va a verlo con su abuela, tócate los huevones
- No, creo que dijo con su tía la jipi; pero vamos, que ya le vale. Para una vez que se va a ver algo y no se le ocurre otra que irse con una vieja
- Jajaja...¡Y todavía se ríe el cabrón!
- ¿Y el aire acondicionao, qué? ¿cuando shishi lo vas a arreglar? Porque esto es un infierno. En pleno verano y sin aire acondicionao.
- La semana que viene, dirá. Así lleva dos meses el muy cabrón
- Dios, me voy a volver loco...Anda, ponnos otra ronda. Pero por favor, ¡¡¡QUITA ESO!!! De verdad, tío, quítalo.
Lo quité.
Habíamos quedado a las dos de la tarde en Sol, junto al Ayuntamiento. Estuve esperando un rato y viendo que mi tía no llegaba me metí a un bar. Pedí una caña y me la bebí de un trago. Hacía año y medio que había dejado de beber al quitarme de fumar, aunque alguna vez, ya cuando tuve controlado el tema del tabaco, sí que me echaba alguna cerveza, quitando la Nochevieja en la que me puse a todo lo que daba a pelito, es decir, sin fumar, cosa que me maravilló y acabó de certificar que sí, que casi un año después podía decir bien alto que había conseguido dejar el tabaco, el verdadero acelerador de todas mi bombas.
Sonó el teléfono, me preguntó que donde estaba y le dije que iba enseguida. Apuré mi tercera caña, pedí una cuarta, y bebiéndomela de un trago salí de allí diez minutos después de haber entrado.
Sí, tenía edad para ser una abuela, incluso bisabuela dentro de algunas etnias, pero a mi me pareció tan guapa como aquella vez, treinta años atrás, en la que vino al pueblo para una boda vistiendo un vestido rojo que seguro causó que más de uno y más de dos durmieran aquella anoche en el sofá. Yo, al menos, me dormí soñando con ella, con mi madrina.
Es una mujer inteligente, de izquierdas, sensible y discreta, a la que le tocó vivir su juventud durante el desarrollismo franquista. Estudió, se echó un novio y cuando iban a casarse este se mató en un menso accidente de tráfico. Se sacó sus oposiciones y dejó el pueblo de La Mancha para irse a la gran ciudad de Madrid. Y ni se casó, ni tuvo hijos, ni conocimos ningún novio o nada parecido. A cambio, y cuando su trabajo se lo permitía, se dedicó a ver mundo; tanto que no hay continente que no haya visitado. Una vez, siendo yo todavía lo suficientemente joven como para desear ver algo, le pregunté por lo que más le había impresionado. Ella se quedó pensando un rato. Y al final dijo:
- Las Pirámides de Egipto
Si algo he querido ver desde que era pequeño, si alguna cosa todavía podría sacarme de mi guarida, son esas Pirámides.
Nos fuimos andando hacia el restaurante que ella había elegido para comer, tan lentamente que a pesar de su proverbial y sabia pachorrez me dio por pensar si no tendría algún tipo de lesión en los pies o algo. De camino nos encontramos con diferentes puestos ambulantes. Me paré en uno para admirar un tablero de ajedrez. Seguimos adelante y le pregunté por qué tal estaba haciéndolo Carmena. Ella me respondió que muy bien y que el reciente lgtb Pride del fin de semana anterior había sido una gran fiesta para Madrid. Por fin llegamos al restaurante y le dije que pidiera ella por mi.
Era un sitio bonito, elegante pero típico, todo enmaderado y atendido por camareros españoles, muy profesionales todos ellos. Vino uno y nos preguntó por la comanda. Le dije a ella que pidiera por mi y pidió cordero, ensalada y cerveza para beber. Discretamente, nos preguntamos por la salud mientras esperábamos a que nos trajeran la comida y bebíamos nuestras cervezas. Yo pedí por más. Eran unos copones que daban gloria verlos.
Comimos. El cordero estaba de fin. Justo enfrente de nosotros estaban diez o doce viejos de reunión de amigos, sin mujeres. Eso era un no parar de sacar platos y botellas de vino. Todavía se quedaban allí cuando nosotros nos fuimos después de tomar café, que hasta a eso me animé, cosa que no hago desde los veinte años, pero estaba tan a gusto, me lo estaba pasando tan bien, que me pedí un cortado con leche fría, tal y como lo bebía cuando lo bebía a semejanza de mi padre.
Al final pagó ella y nos fuimos. Me recordó que había sido yo quien había pagado las entradas. Y así fue, que por esas casualidades que tiene la vida fue que vino a venir al pueblo justo el fin de semana anterior a que se pusieran a la venta las entradas para el concierto.
- ¿Te quieres venir conmigo? -le pregunté en mi bar
- Pues sí, sino te parece mal
- ¡Qué me va a parecer, shishi!
Salimos de allí y con la misma inaudita parsimonia con lo que habíamos llegado bajo un sol de justicia nos fuimos a tomar algo en algún local de las cercanías de un Palacio de Oriente que más parecían paredones. Entramos a uno tan desastrado que parecía en obras y no le convenció. Pasamos a otro y tampoco fue de su agrado, ni del mío, que por lo visto también eran de mi equipo, de los que piensan que el aire acondicionado es una cosa aún más relativa que el tiempo.
Acabamos en uno cualquiera. Yo ya estaba hasta los bemoles y se lo dije. Allí tampoco tenían al diez el puñetero aire pero al menos se podía estar. Pedimos dos gin tonics y pronto, muy pronto, tuve al aburrido camarero de mesas a mi servicio. "No bebas tanto" dijo ella. "Qué shishi -dije yo- voy a ver a BOB DYLAN" Pedí por otro y le conté que era escritor.
- ¿Ah, sí?
- Sí
- ¿Y qué escribes?
- cosas. Cosas que me pasan y tal...Pronto dejaré el puñetero bar y oirás hablar de mi, de Kufisto, ¡KUFISTO, jorobaR!
- Haz el favor...
- ¡¡¡KUFISTO, shishi!!! Traéme otro gin tonic, simpático -le dije al ya sieso camarero que andaba un tanto preocupado por las cercanías.
Fuimos a la parada más cercana del bus y cogimos uno que nos dejara cerca del Barclays Card.
Las puertas se abrían a las ocho. Los Lobos, los teloneros, empezaban a las ocho y media, pero eso era algo que a mi me importaba una fruta cosa. Tenía entradas reservadas y podía entrar a la hora que yo quisiera. Pasamos a un bar petado de gente y pedí un par de minis de cerveza. Me bebí el mío y casi que el de ella.
- Vamos para adentro, Kufisto, deja de beber
- Espera que pida una cerveza
La fila para entrar al concierto todavía era corta. Pasamos adentro y nos paramos en un puesto de merchandising. Me compré una camiseta y una gorra. Ella se guardó mi camisa en su bolso. Y entonces pasamos adentro.
Aquello era...jorobar, como un sueño. Teníamos asientos a diez metros del escenario. Pronto, muy pronto, el viejo Bob estaría ahí cantando sus canciones, mis canciones, las que tanto me gustan, las de los 90 para acá, no esas pesadas cosas de los sesenta y setenta con su fruta armónica...
Y Los Lobos empezaron a tocar...
Me flipé tanto con la caña que le daba el joven baterista a las canciones de esos muertos que di buena parte de todo lo que llevaba encima ante la estupefacción de unos cuantos. A mi me sudaba la platano. Eso era un concierto de rock y el puñetero batera se estaba comiendo vivos a casi todos.
Se fueron Los Lobos y pronto llegó Bob con su sombrero. Yo salté de mi silla y me puse a dar palmas, como todos.
Ahí estaba él: Bob Dylan. Y sin decir ni esta boca es mía empezó con uno de sus temas modernos.
Aquello sonaba como un infrarrojo de Orión en Gizah. ¡Qué sonido, qué banda, qué iluminación...! Era tan impresionante que entre medias de los tema tenía que salirme a pillar un mini de cubalibre.
- No bebas tanto -decía mi tía
- Calla, jorobar
Y cuando Bob hizo su descanso de la primera hora, estando yo ya más allá de los leones, algo hizo clock en mi cabeza y ya no recuerdo nada de lo que vino después.
- Kufisto
- Mmm...
- Kufisto
- ¿Eh?
- Que te tienes que ir para el pueblo -oí a mi tía
- ¿Qué?
- Sí, son las seis y media -dijo suavemente- Me dijiste que te levantara a esa hora
- Ah, sí, sí...
Me levanté, me vestí y no encontré mis gafas de sol.
- Me voy, Lola
- Venga, Kufisto. Ahora cuando salgas a la calle te vas a esta esquina que pasan los taxis y que te lleven a Atocha
- Gracias, gracias...
Salí a la fruta calle. Un taxi me recogió en la esquina indicada.
- A Atocha
- A Atocha
En Atocha, medio muerto, cogí el tren. Estaba tan vacío como la cámara de una rey del año cuatro mil quinientos después de Jesús. Saqué el teléfono y miré por lo que había visto la noche anterior. Apenas recordaba una fruta cosa. Y cuando vi el listado de canciones me dieron ganas de morirme.
Puse mi atención en el indicador de velocidad. 150, 149, 151...no variaba de ahí. Era tan constante que hasta dejé de hacer daño mi estupidez.
Llegué al pueblo y me fui a abrir el bar.
- ¡Qué tal el concierto?
- Maravilloso