De cómo el nancy-onanismo auspició el franquismo, se beneficia de él y, encima,... se atribuye la "lucha antifranquista"! (II)

inadaptat susial

Madmaxista
Desde
10 Jul 2015
Mensajes
9.656
Reputación
18.833
Lugar
debajo de una enzima
Acaso convenga recordar que en la lógica del nacionalismo vasco y siguiendo la estela de la Guerra Civil, la cuestión principal no era oponerse al fascismo o al franquismo. Así aparece formulado en la “Carta abierta de ETA a los intelectuales vascos” de septiembre de 1963: “Así podemos afirmar que la dictadura del General Franco está siendo para nuestro pueblo infinitamente más positiva que una República democrático-burguesa, que hubiera ahogado nuestras aspiraciones sin crear unas tensiones como las que ahora disponemos para lanzar al pueblo a la lucha”. De modo que el franquismo fue para ETA lo que se denomina un desastre productivo. El propio Arzalluz abunda en esta dirección al observar que cuando los gudaris “tomaron las armas no fue para defender una de las dos Españas”. Esta posición no fue óbice sin embargo para sostener después la tesis de que “la violencia de ETA no se explica sin el franquismo”, en palabras de José Antonio Ardanza.[9] Naturalmente, la dependencia de ETA respecto del franquismo torna difícil explicar su supervivencia con el advenimiento de la democracia. José María Garmendia está de acuerdo con la tesis original de Gurutz Jáuregui: si ETA se mantiene es porque siempre ha sido una organización nacionalista, no antifranquista, sino antiespañola. O como escribe José Antonio Pérez: fue antifranquista accidentalmente.[10] En definitiva, como señala este historiador devolviéndonos a la línea argumental de Canales Serrano sobre el catalanismo, esta elaboración “ha derivado en un relato mítico sobre el franquismo, el antifranquismo y la represión en el País Vasco que ha sido difundido con un extraordinario éxito por el nacionalismo”.

¿Pero verdaderamente la Guerra Civil y el franquismo discriminaron negativamente a catalanes y vascos? Si empezamos por la Guerra Civil, la memoria nacionalista vasca recuerda con énfasis el bombardeo de Guernica pero olvida con más énfasis, además de otros bombardeos, el Pacto de Santoña y otros desplantes a la República, y en particular su contribución en el frente Norte, que evocan Negrín o Azaña, entre otros. Como parte de la reestructuración cognitiva se ha adscrito a los vascos un particular activismo en la dirección progresista; sin embargo esta percepción no es compatible con un hecho poco conocido, la excepcionalidad vasca por la que Argentina, que no aceptaba exiliados republicanos por el miedo al contagio, abrió sus puertas a naturales vascos por su acendrado catolicismo. Significativamente, en Argentina a la filosofía de la revista Pensamiento Español le plantó cara la particularista de Galeuska, alentada por el lehendakari Aguirre y dirigida a “fortalecer la soberanía de las nacionalidades históricas”.[13] Frente a los obstáculos que afrontaron españoles como Alberti y que le impulsaron en última instancia a dejar Argentina, los vascos disfrutaron de una calurosa acogida que el lehendakari Aguirre se apresuró a agradecer en carta de 6 de febrero de 1940. Treinta años más tarde, Andrés María de Irujo agradecería al presidente Ortiz la acogida por lo que significaba de dar un “sentido de unidad” al pueblo vasco y reconocer “su propia personalidad nacional”.[14] El nosotros-ellos no es, como se ve, República versus Dictadura ni España contra Antiespaña.

Si las razones de la acogida preferente son en principio ajenas al propio régimen franquista, no es el caso en las de la vuelta, ni en el trato a los que permanecieron en España entre los vencidos. Así, en lo que concierne al lado vasco, sabemos que el cofundador del PNV, Luis Arana Goiri, volvió del exilio en 1941 y prosiguió una vida tranquila;[15] y sabemos igualmente que desde 1943 ya no hubo presos nacionalistas en las prisiones franquistas; y sabemos, por último, que mientras estuvieron encarcelados, en el caso del penal del Dueso, disfrutaron de un régimen penitenciario privilegiado.[16] Del lado catalán tenemos constancia de un trato preferencial para los nacionalistas por alguien tan representativo como un tristemente famoso comisario franquista; según escribe Antoni Batista: “[A finales de los 50 Antonio Juan] Creix continuaba implacable con los comunistas, pero comenzó a bajar la guardia con catalanistas, estudiantes e intelectuales”.[17] Hay que recordar el doble vínculo que unía al franquismo con los nacionalismos catalán y vasco (sectores muy representativos de ellos, como ha estudiado Jordi Canal): catolicismo y carlismo, con su excipiente contrarrevolucionario correspondiente.

Estos elementos muestran que la invocación de una afinidad electiva entre nacionalismos y antifranquismo no encuentra aval histórico; de modo que la vigencia de tal percepción solo puede explicarse a partir del cambio de agujas señalado con motivo del Proceso de Burgos. Tras el paréntesis del periodo constituyente, a mediados de los 90, cuando el nacionalismo vasco percibió la imposibilidad de la victoria de ETA, declaró caduco el pacto tras*versal de Ajuria Enea y lo sustituyó por el pacto nacionalista (con la colaboración de EB-IU) de Estella/Lizarra, la narrativa victimista puso de moda el marco del ‘conflicto’, de donde se desprendería un supuesto derecho a decidir avalado por la ilegimitidad del denominado “régimen del 78” y la baja calidad de la democracia española. De aquí viene una instrumentalización de la Guerra Civil que no tuvo reparos en euskerizar nombres para realzar la condición de elegidos de la opresión de los vascos. Mientras, del lado catalán se convertía en canónica una visión de la historia pergeñada en torno al pujolismo.

Paradójicamente, fue Xabier Arzalluz quien de forma clarividente puso de manifiesto la impostura: “Parece una trampa antihistórica el que, tras haber casi monopolizado el PSUC la dirección política de los movimientos clandestinos bajo la dictadura en Cataluña, sea un tal Jordi Pujol, un nacionalista no socialista y, por tanto de derechas, quien dirija omnímodamente la vida política de la Cataluña autónoma”.[18] Veinte años después, el consejero de Justicia del gobierno vasco, el nacionalista Joseba Azkarraga, avalaba freudianamente el relato que se fraguó a partir del Proceso de Burgos: “La Guerra Civil […] es parte de nuestro patrimonio histórico colectivo […]. Las víctimas de la Guerra Civil, olvidadas, desterradas, enterradas en el anonimato de fosas comunes, son nuestras víctimas, las de todo nuestro Pueblo”.[19] No hay expresión más rotunda de la usurpación de la memoria de los vencidos. La contribución de la literatura historizante ha sido fundamental en la tarea, desde los antecedentes del publicista y líder mesiánico Telesforo Monzón a Euskal Memoria o, cambiando de escenario, al más solemne Centro de Historia Contemporánea de Cataluña, con su ápice en el Simposio España contra Cataluña que sirvió de apertura solemne a los fastos del tricentenario (a su vez, un caudal de literatura historizante).

En esos fastos jugó un papel determinante el Born Centro de Cultura y Memoria, entonces dirigido por el hoy presidente Quim Torra, que, afinando en el victimismo, calificó ese lugar como la “zona cero de los catalanes”. El mismo que ha llamado a los españoles “bestias con aspecto humano” y el mismo que con otros ochenta intelectuales, algunos de ellos ilustres como Hilari Raguer, Salvador Cardús, Elisenda Paluzié, Josep-Maria Terricabras, Oriol Junqueras, Ramon Tremosa, Josep Rull, Jordi Turull, Pere Aragonès, Joaquim Forn o Bernat Dedéu, pedía que se dedicara una calle a los filofascistas hermanos Badia. Ninguna de estas actuaciones ha empañado el eslogan “el catalanismo va de democracia” con su corolario implícito, cualquiera que disienta de sus tesis será calificado de antidemócrata o fascista. Desde el Foro Babel hasta Societat Civil Catalana, cualquiera que haya osado impugnar las tesis del supuesto consenso ha sido arrojado a las tinieblas del fascismo. Notables asimetrías. Como esta otra: uno puede escribir de la derecha española o de la ultraderecha o del GAL, sin mencionar a Puigdemont o, antaño, a ETA, pero no al revés, no se puede hablar de ETA sin mencionar al GAL o a Mayor Oreja. En el mismo registro puede desautorizarse la visita de Rivera a Ugao-Miraballes, a menudo silenciando que allí se produjo una manifestación de apoyo a Josu Ternera y no encontrando parecidos escrúpulos para el mitin de EH Bildu en Benidorm. Del mismo modo, se ha podido utilizar reiteradamente el argumento de que cada vez que hablaban Aznar o Rajoy se multiplicaban los independentistas, pero no se puede revertir el argumento para llegar a Vox.

En la misma dirección: si Torra y compañeros pronuncian exabruptos, ejercen la libertad de expresión, pero si lo hacen desde el otro lado, se les acusa de provocadores. Igualmente, si uno critica al nacionalismo catalán es nacionalista español pero si uno defiende tesis etnicistas catalanas no es nacionalista sino exquisito demócrata como no puede no serlo un catalanista. Lo mismo pasa con las banderas, la española es rancia pero la estelada pulcra. Desde luego es bienvenido el descrédito del nacionalismo español por su vinculación con el franquismo, pero no resulta fácilmente comprensible el crédito incondicional de otras variantes del nacionalismo. Un filósofo francés de izquierdas, Alain Badiou, declaró: “J’aime mon pays, la France, j’assume cette phrase”; es poco probable oír su equivalente de este lado de los Pirineos en esa sensibilidad ideológica, que para empezar muestras extrañas –y un tanto pueriles– dificultades para articular el nombre de su país sin perífrasis. El filósofo Reyes Mate ha dado cuenta así de esta paradoja: “Es un autoengaño relacionar izquierda y nacionalismo. Sólo es posible en España, además. Mi generación, yo tengo 75 años, se ha autoengañado. ¿Por qué? Porque el nacionalismo [periférico], al ser perseguido por el franquismo, pasó a ser considerado como una forma antidictatorial y democrática. Y eso es un grave error, porque el nacionalismo era efectivamente antidictatorial, pero profundamente antidemocrático. Pero como fue objeto de persecución, ha tenido esa vitola de izquierdas”.

De modo que, para volver al relato, los cientos de miles de personas que salieron a las calles de Barcelona en octubre de 2018 para mostrar su desacuerdo con la deriva del procés fueron inmediatamente tildados de franquistas por quienes se apropiaron de este elocuente eslogan y no precisamente antifascista: “Las calles son nuestras”. La empresa de depuración ha tenido expresiones que ilustran que el fenómeno de las listas negras no es un exotismo: citaré unos nombres propios como muestra y no precisamente de “la caverna”: Margarita Rivière, Joan Boada, Marina Pibernat, Gregorio Morán, Lluís Pasqual o Albert Soler. Víctimas de un acoso emprendido por los abanderados de la libertad de expresión y del “va de democracia”. La herramienta de la espiral del silencio es un poderoso instrumento para proceder a la uniformización aspiracional de “un solo pueblo” y el supuesto mandato popular consiguiente. La consideración de los no afectos como colonizadores, como hace el manifiesto Koiné sobre la lengua catalana, opera en el mismo cuadrante. Lo que no diferencia por cierto a estos autoproclamados antifascistas de la extrema derecha de Vox y asimilados. Franco y el fascismo parecen soportarlo todo: inventarse un enemigo a la medida es una tentación irresistible para amparar todos los abusos. Silenciar voces en nombre del antifascismo es una notable carambola.

En la perspectiva comparada, la historia de España del siglo XX tiene un elemento bien diferenciado: mientras Europa podía levantarse sobre las ruinas de la II Guerra Mundial en nombre de un relato antifascista, en España la larga noche del franquismo impidió esa tarea. Con el paso de los años, la invocación de la reconciliación, por un lado, y la confluencia de nacionalismos e izquierda, por otro, facilitaron la difuminación de la memoria del totalitarismo en pos de la tarea de la reconstrucción democrática. El tercer paso fue la apropiación de la resistencia antifranquista/antifascista por el nacionalismo, que hemos recordado en los dos apartados anteriores. Con la aquiescencia cuando no el embelesamiento de los desvalijados: recordemos posiciones como las de Vázquez Montalbán en torno a la incorruptibilidad de Pujol en el caso Banca Catalana.

Repárese en la doble maniobra: usurpación de la memoria de la lucha contra la dictadura, primero, y desautorización de quienes la denuncian, tildándoles de fascistas por hacerlo, luego. Este es el secreto de algo peor que un malentendido. Por eso es necesario poner a la historia en su sitio. La vía testimonial sirve para ello.

“Después de casi cincuenta años, buena parte de aquellos militantes del movimiento obrero que participaron en las protestas que paralizaron las fábricas desde comienzos de la década de los años sesenta y llenaron la calles –y las cárceles– durante las protestas obreras, incluidas las que se organizaron en solidaridad con los procesados en Burgos, viven hoy con una evidente decepción y con un punto de amargura la apropiación de la memoria del antifranquismo a la que ha procedido el nacionalismo, presentándose ante la sociedad vasca como el gran artífice y protagonista de aquellos años en la lucha contra la dictadura”.

Como hemos visto, no solo en el lado vasco. Este escrito es sobre todo una tentativa de devolver el crédito a sus protagonistas, iluminando las entretelas de la impostura. Sobre todo porque no podemos olvidar a los verdaderos fascistas ni desatender la memoria de sus crímenes.

4. La imputada obsesión de los ‘buscadores de huesos’ y la disociación de las memorias

El que ni la dictadura por razones obvias ni la tras*ición por otras permitiera con la elaboración de un relato antifascista una pedagogía del franquismo, explica otros hechos diferenciales de la experiencia española. En primer y principal lugar, la existencia de fosas comunes y de ese negativo obsceno de exaltación del mal que es la necrópolis del Valle de los Caídos. En segundo lugar, remedando la doble maniobra anterior, el empeño que consiste en descalificar a quienes combaten por acabar con esa anomalía tildándoles de buscadores o desenterradores de huesos, de vengadores o abridores de heridas, de revanchistas. Que sectores destacados de la derecha protagonicen estas posiciones resulta incalificable. Porque en términos exactos no se trata de una cuestión ideológica sino prepartidaria: de derechos humanos elementales; basta con acercarse a los textos jurídicos pertinentes para comprobarlo. Es lástima que sectores del espectro político y social español se resistan a aceptar esta premisa básica de la cultura cívica. Nadie debe estar en una fosa común, fuera cual fuera el tonalidad de su adscripción política, si lo tenía, cuando murió. Es triste por eso la soledad de las víctimas del franquismo. Quiere decir que en términos de cultura política, como sociedad, no hemos culminado la digestión de la memoria franquista (sin admitir reparos desde luego para reconocer lo que correspondiera en el momento bélico al bando republicano). Giovanni de Luna lo expresa con esta sencillez: “Atribuir una tumba a un cuerpo, y un nombre a una tumba, es un acto de recomposición de la comunidad, constituye el primer paso para que la pacificación individual que sigue a la elaboración del luto se convierta también en auténtica paz social”.[21]

Como es triste la soledad de las víctimas del terrorismo etarra. Que no agota el repertorio de víctimas, pero ninguna de las otras categorías alcanza la significación de estas. Que se hayan pretendido ‘convalidar’ estas víctimas invocando el fantasma de Franco para blanquear la acción de ETA como respuesta, no es de recibo porque ETA es lo más cercano al franquismo que ha conocido la democracia española, con quien comparte la denominación de movimiento nacional y la cualidad de la intolerancia –la destrucción del otro por no conforme al molde de los titulares de la identidad–. Por eso resulta tan cívicamente desalentador que haya habido una especie de compartimentalización en el reconocimiento de las víctimas, que hace que no sea fácil ver al mismo público y las mismas reacciones según se trate de unas u otras. Que es lo que cabría esperar desde un enfoque de memoria democrática.[22] Por eso son tan instructivas las figuras de la izquierda –no porque valgan más ni merezcan más reconocimiento que las otras– que sufrieron la represión franquista y luego el acoso o las balas de ETA: López de Lacalle, Jáuregui, Buesa, Recalde, Onaindia, Uriarte –los dos últimos procesados en Burgos para realzar el simbolismo–. Y por eso mismo resulta ejemplar la labor del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, abordando desde una competencia histórica exigente el legado de ambas memorias.

Al respecto, con los ajustes necesarios, mantienen plena vigencia las reflexiones de Camus a propósito precisamente del movimiento de liberación argelino (que sirvió de inspiración y sustento a ETA):
“No me he cansado de repetir, como se verá en este libro, que estas dos condenas no podían disociarse. […] Para justificarse, cada uno se fija en el crimen del otro […]. Desde la derecha se ha tendido a avalar en nombre del honor francés aquello que era más opuesto a ese honor. Desde la izquierda se ha tendido a menudo a excusar y hacerlo en nombre de la justicia lo que suponía un insulto a toda verdadera justicia. La derecha ha abandonado así la exclusividad del reflejo jovenlandesal a la izquierda, que, por su parte, le ha cedido la exclusividad del reflejo patriótico. El país ha sufrido dos veces”.
 
Volver