pelucasincuartos
Himbersor
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No es nueva esta afirmación. Ya existían pruebas, desde hacía muchos años, de la consanguinidad política entre las altas esferas del poder norteamericano y un grupo bastante numeroso de cabecillas del Tercer Reich que pudieron salir indemnes de la derrota a manos soviéticas en la II Guerra Mundial y encontraron acomodo en el imperio del tito Sam, una vez finalizada aquélla. Los nexos anticomunistas entre la élite política norteamericana y los depuestos nazis supervivientes sirvieron para que ambos luchasen en un mismo y nuevo frente, el antisoviético, con ocasión de la incipiente guerra fría, mediante toda una suerte de artimañas, sabotajes terroristas, utilización de arietes culturales procedentes de la “intelligentsia” europea o americana (Orwell o Hannah Arendt), calculadas mentiras y difamaciones para ser propagadas masivamente contra la Unión Soviética a través de sus medios controlados (los del magnate Hearst o los libelos de Robert Conquest) o buscando disidentes en el corazón del Gulag para articular y reforzar sus patrañas. Utilizaron a los numerosos y todavía convencidos nazis como nuevos chacales que lanzar, no sólo contra la Europa Oriental socialista sino, en general, contra toda la izquierda comunista de Europa Occidental, quien fue objetivo militar del terrorismo de los “ejércitos secretos” de la OTAN-Gladio
La novedad de la leyenda que figura en el encabezado de esta entrada reside en que esta vez la “denuncia” ha sido explicitada por un personaje que trabaja para eso que muchos consideramos medios controlados (Falsimedia) por las élites político-financieras de Washington. Se trata del periodista del New York Times Eric Lichtblau, quien en un reciente libro, The Nazis Next Door (algo así como Los nazis a las puertas), señala que su país mantuvo estrechísimas y afines relaciones con los nazis alemanes durante la II Guerra Mundial y, por supuesto, acabada la contienda bélica. Que muchos de esos criminales de guerra nazis recalaron en la CIA era algo sabido, pero Lichtblau va más allá de pasar de puntillas de una mera adscripción nacionalsocialista a la agencia de inteligencia norteamericana. Por ejemplo, se sabe y es conocido que las élites anticomunistas del poder norteamericano, durante el gobierno de Harry Truman y los que le siguieron, hicieron extraordinarios esfuerzos por crear un aparato de inteligencia en la nueva Alemania Federal, el BND, para que estuviera nutrido de genocidas nazis hasta las cachas. Al frente del nuevo espionaje alemán los halcones norteamericanos de la guerra fría pusieron a uno de los carniceros más confiables de Hitler, Reinhard Gehlen, ya reseñado en otras entradas a propósito de la red anticomunista Gladio de la OTAN. Gehlen fue el jefe de los espías de Hitler y causante, bajo su mando, de la fin de más de cuatro millones de prisioneros soviéticos en el frente Este.
La inteligencia militar de EEUU se dio bastante prisa en dar forma al BND alemán como una agencia de espionaje a su servicio. Fue el oportuno hogar anticomunista de, muy probablemente, miles de oficiales de las SS, reclutados por Gehlen y EEUU para servir en la segunda guerra de agresión contra el bloque soviético. El BND fue, en definitiva, “la correa de tras*misión más importante para la rehabilitación de antiguos nazis”, según el historiador Timothy Naftaly. Mientras, en el lado político también lo dejaron todo atado y bien atado: la nueva Alemania del Oeste diseñada por Washington colocó a un “cristiano-demócrata” de corte neofascista en el poder, ferozmente anticomunista y extraordinariamente tolerante con los nazis derrotados, como fue el canciller Konrad Adenauer, quien puso a miles de hitlerianos con las manos manchadas de sangre en la nueva Administración pública de la RFA (el mariscal de Hitler en Rusia, Von Mannstein como asesor del Ministerio de Defensa, por citar a uno de los más relevantes). Como en España, en Alemania Federal se produjo una “tras*ición” hecha a medida de los nazis, eso sí, sin los principales gestores del del III Reich cuyas cabezas rodaron previamente para que la farsa no saliera tan mal parada, y sin los más extremistas y fervientes nacionalsocialistas que seguían vivos, quienes tuvieron la oportunidad de huir a la Argentina de la mano de los Perón, la inteligencia estadounidense y la “longa manus” vaticana.
Lichtblau afirma, en base a documentos probatorios de la Inteligencia de EEUU y el International Working Group (IWG), que funcionarios al más alto nivel de EEUU hicieron denodados esfuerzos por proteger a los principales criminales de guerra nazis, con objeto de que no fuesen perseguidos y terminasen ante la justicia. El gobierno norteamericano llevó a su país a miles de antiguos nazis, donde vivieron con todo tipo de comodidades, mientras realizaban una vida completamente normal como espías, científicos o agentes clandestinos trabajando para las agencias militares o de inteligencia de EEUU. De hecho, según el IWG cinco principales colaboradores directos del organizador del Holocausto, Adolf Eichmann, fueron empleados de la CIA después de la guerra, y la agencia trató de establecer relaciones con al menos otros 23 oficiales nazis.
El denominado Proyecto Paperclip, firmado por el presidente Truman, sirvió a todos aquéllos propósitos. Valga como ejemplo que científicos reclutados por USA como Werner Von Braun, quien mantuvo profundos vínculos con el hitlerianismo, se valieron de mano de obra esclava para sacar adelante sus proyectos en la Alemania nancy. Von Braun, el artífice del cohete V-2, fue particularmente mimado por el gobierno y los militares de EEUU. Su nuevo hogar fue una base militar ubicada en Fort Bliss, Texas, lugar donde se trasladó junto con su familia y no menos de 100 miembros de su equipo de trabajo en Alemania. Ser científico, aunque hubieras participado, directa o indirectamente, en el engranaje del terror nancy, parecía ser un buen salvoconducto para los enfebrecidos anticomunistas del Pentágono.
Decir esto ahora mismo por alguien que está a sueldo de un medio hegemónico como el NYT, se agradece, pero la verdad es que no tiene mucho mérito pasados más de sesenta años, aunque (repito) es digno de encomio ya que, de este modo, podemos contemplar de qué pasta ha estado hecha siempre la élite político-militar norteamericana. No obstante, sería más verídico y creíble en un agente que sirve a un medio cercano al poder político de su país denunciar, por ejemplo, las falsedades y complots que urdió la camarilla de Bush y el sionismo israelo-estadounidense con el autoatentado del 11-s, así como los vínculos de sus agencias de inteligencia con los atentados terroristas de falsa bandera del 11-m español o el 7-j en Londres. En USA sólo se acuerdan, hipócritamente, de sus fechorías cuando ha caído una losa de casi un siglo y saben que…lo pasado está totalmente “pisado”.
Pero sigamos con el nazismo de las barras y estrellas. Mientras la agitación y propaganda se incrementaban exponencialmente en contra de la URSS en todos los frentes posibles y la cacería contra los comunistas en Hollywood estaba en su máximo apogeo, un nutrido grupo de nazis estaban bien asentados en territorio norteamericano disfrutando de la generosidad sin límite de un país que estaba preparando una guerra más caliente que fría, en diversos grados de intensidad, contra el comunismo soviético y sus aliados. Algunos ingenuos pensarán…pero si esos nazis eran arrepentidos (formalmente) del nacionalsocialismo que más dará. No, eran solamente derrotados nazis por el Ejército Rojo que arriaron la cruz gamada por conveniencia para abrazar una causa de la que nunca abdicaron: el anticomunismo militante que también practicaban sus homólogos estadounidenses y que les vino de perlas para integrarse como nuevos ciudadanos “acólitos de la democracia americana”. Recordemos que un grupo de cabecillas nazis era partidario de plantear una tregua a EEUU y Gran Bretaña, meses antes de que la URSS aplastara a Hitler, para pactar un nuevo frente a tres bandas contra Stalin.
Esos nazis, que llevaban crímenes a sus espaldas, no eran teóricos del nazismo, precisamente. En este sentido Lichtblau deja las cosas bien claras y menciona a algunos de ellos como, por ejemplo, Emil Salmon, ex jefe paramilitar nancy, quien quemó una sinagoga repleta de mujeres y niños y fue condenado por un tribunal de “desnazificación”. Salmon fue protegido y empleado por la Fuerza Aérea de EEUU para trabajar como ingeniero en la base aérea de Wright, Ohio. Otro caso lacerante que cita el periodista Lichtblau es el del doctor Hubertus Strughold, una especie de avezado alumno de Joseph Mengele, también investigador en nómina del ejército americano, a pesar de que se sabía que había trabajado experimentando con humanos, niños incluidos, para la causa etnicista aria.
Contra viento y marea, la maquinaria de reclutamiento y apantallamiento del nazismo en EEUU siguió su curso y “se llevó a cabo de forma y manera sistematica” tanto que incluso Lichtblau señala que documentos internos de la inteligencia militar mostraban incluso frases que aquí llamaríamos “hechas” o comúnmente llamadas aforismos. Por ejemplo, se solía utilizar en los círculos militares americanos un símil del “hay que hacer leña del árbol caído” usando en su lugar el de “hay que hacer leña del árbol nancy muerto”, una suerte de sentencia despectiva para mostrar su repudio a quien cuestionase los particulares y sucios métodos de la élite político-militar “usamericana” con tal de guiar sus propósitos imperiales, esta vez coincidentes con los del nazismo.
Los contactos norteamericanos con elementos del nazismo se llevaron a cabo incluso antes de finalizada la II Guerra Mundial. El que fue director de la CIA Allen Dulles (mediante su antecesora, la OSS, Oficina de Servicios Estratégicos), llevó a cabo un acuerdo con oficiales nazis de las SS por las que organizaría él, personalmente, la liberación de un comandante de las SS encarcelado en Italia. Se trataba de Karl Wolff, nada menos que el enlace de las SS con Hitler en su calidad de Jefe del Estado Mayor personal de Heinrich Himmler. Wolff había sido capturado por la guerrilla partisana en la frontera suizo-alemana. Según Lichtblau Dulles hizo grandes esfuerzos por proteger a Wolff, quien era considerado como uno de los 20 mayores criminales de guerra. Asímismo, el gobierno de EEUU hizo un denodado esfuerzo para proteger a otros ex nazis en las décadas siguientes.
La obstaculización a las investigaciones sobre nazis trabajando como agentes o colaboradores en los órganos de espionaje o policiales de EEUU fue una política de hechos consumados. El FBI y la CIA, fueron los que más se destacaron, en los años ochenta y noventa del siglo XX, por cerrar el paso a cualquier información que facilitase los nombres de sospechosos nazis que integraron o integraban sus filas. El FBI se escudaba en que eran valiosos chivatos para delatar a “simpatizantes comunistas” en el interior de EEUU, mientras que la CIA se negó a hablar de uno de sus criminales con antecedentes de masacres en Lituania (otro viejo conocido trabajando para la CIA, este sí identificado, fue el carnicero de Lyon Klaus Barbie). Si las agencias militares, policiales y de inteligencia norteamericanas fueron capaces de acoger en su seno a decenas o miles de criminales nazis, sin desdoro alguno,….¿nadie puede pensar, con todo criterio lógico, que esas organizaciones no hayan podido urdir un complot terrorista como el 11-s y sus derivados del 11-m o 7-j? ¿De haber reclutado, organizado, financiado, armado y entrenado al terrorismo islámico moderno junto a sus agencias amigas del Mossad y el MI5? Hagan sus deducciones.
Hasta tal punto llegó el paroxismo y la histeria anticomunista estadounidense que, temerosos de una expansión del comunismo soviético, una vez finalizada la guerra, no tuvieron remordimientos en hacerse con los criminales de Hitler que aún quedaban copiosamente por Europa, sellando un acuerdo ideológico con los mismos y ofreciéndoles el paraguas protector y benefactor del “Reich” capitalista norteamericano que actuaba, ayer como hoy, en clave de estrategia imperialista. EEUU, engañando a su pueblo al ir a combatir en la II Guerra Mundial por la “democracia” lo que realmente estaba haciendo era “ambicionar sus propios objetivos imperialistas, no sólo en Europa sino a nivel de todo el planeta”. Y los despojos de un buen puñado de nazis le sirvieron para este propósito.