Wodans
Madmaxista
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La popular serie televisiva que dio la fama a Sancho Gracia como protagonista de la misma –“Curro Jiménez”- ocultó, y podemos decir que confundió, la auténtica identidad histórica de Curro Jiménez. Episodios que lo situaban en la Guerra de la Independencia constituyen un anacronismo inocente que podemos atribuir perfectamente a la licencia literaria de los creadores de la serie y de los guiones. Pero el hecho de silenciar que el verdadero Curro Jiménez terminó sus días como partidario carlista es, sencillamente, una maniobra más de ocultación mediática del carlismo, algo intencionado que podemos achacar a la época en que se rodó esta teleserie tan popular; recordemos que la serie fue emitida por RTVE desde 1976 a 1978, años de incertidumbre para el sistema que se estaba instalando. No hubiera sido bien visto por los magnates y los "arquitectos" de la tras*ición que uno de los personajes más simpáticos de la pequeña pantalla hubiera sido carlista. Por eso se ha ocultado.
La verdadera historia de Curro Jiménez nos la cuenta F. Hernández Girbal en su tomo primero de “Bandidos célebres españoles. En la historia y en la leyenda”, del que nos hemos servido para trazar este perfil del famoso bandolero ateniéndonos a la historia y no a los guiones televisivos, muy libres y poco fidedignos en cuanto a datos históricos. Curro Jiménez era barquero en Cantillana. Según Girbal nació Curro en 1820 en Cantillana (reino de Sevilla). Corriendo el año 1835 vive allí Antonio Jiménez que trabaja como barquero –oficio que asignaba el Ayuntamiento-, con el dinero que ganaba mantenía Antonio a su mujer, Manuela Ledesma, y a su hijo único, Francisco. Curro ayuda a su padre en los trajines de la barca, pasando pasajeros, mercancías y cereales a la otra orilla del Guadalquivir.
Cierta noche se declaró en Cantillana un incendio. La vecindad acude a los habitantes de la casa incendiada y el joven Curro se destaca por salvar a unos niños que gritan dentro. A partir de ese día, crece su fama de valiente y esforzado. Su padre cae enfermo y no puede atender la barca, así que Curro lo sustituye y empuña los remos. En la convalecencia paterna, Curro se convierte en el Barquero de Cantillana, por indisposición de su padre; pero el alcalde de su pueblo no le tiene especial simpatía, todo lo contrario: le tiene ojeriza a la familia Jiménez. Haciendo uso de su autoridad, el alcalde aparta a Curro de su puesto de barquero, y le da los remos a otro vecino, protegido del tiranuelo caciquil. En principio todo se hace con el pretexto de esperar la mejoría del padre de Curro. Condenado a la miseria Curro tiene que trabajar en las más viles ocupaciones; el hijo del alcalde y los primos del mismo encuentran eso divertido y se burlan del muchacho.
Muerto el padre y una vez enterrado cristianamente, Curro va a la barca y le pide los remos al sustituto nombrado por el alcalde. El hombre se niega a ello aduciendo que, sin mediar orden de la autoridad municipal, no puede cederle el puesto. Curro va al Ayuntamiento, y allí el alcalde le comunica que le han rescindido el contrato a su padre por falta de cumplimiento, perdiendo el depósito. Curro se queja ante esta injusticia. El corrupto tirano municipal lo desoye. Curro se enciende en cólera ante la injusticia y amenaza con tomársela por su mano. El alcalde, para aplacarlo, le invita a esperar a la subasta del puesto. Cuando es llegada la subasta, el alcalde se ha preocupado de elevar el arrendamiento de la barca hasta una cantidad que no puede permitirse desembolsar el pobre Curro. Habiéndosele negado la fuente de su manutención, Curro pide trabajo en el pueblo; pero la alimaña municipal del alcalde ha dado la consigna a sus partidarios para que nadie le de un empleo. Curro tiene que buscarse el pan fuera de Cantillana y encuentra empleo en Bollullos.
Se lo han puesto difícil el ganarse la vida en su pueblo. Pero, peor será cuando se enamore de María, hija del teniente alcalde. Ronda Curro la casa de María, pero la felicidad no le dura al pobre. En una de las diarias visitas nocturnas que suele hacer a María, para hablar con ella por la ventana, el hijo del alcalde y sus primos aparecen por la calle. Los señoritos vienen borrachos y provistos de navajas y garrotes. Al verlo, pretenden darle una tunda a Curro. Pero éste no se va a dejar. Curro se defiende con la navaja, pero cae al suelo y, dada la superioridad numérica de sus enemigos, es apaleado por estos. Muy malherido es conducido a su casa. Cuando se abre la investigación, el alcalde manipula las declaraciones y se le hace culpable al apaleado.
Cuando Curro se restablece de aquella paliza, regresa a Bollullos, pero ha perdido el puesto de trabajo. Estrechado por la pobreza toma la resolución de tomarse la justicia por su mano. Fríamente lo prepara todo: da dinero a su progenitora, encarga a la amiga de su progenitora que la cuide y prepara su venganza. Sabe que, después de lo que piensa hacer, no podrá volver a ser considerado un vecino más de Cantillana, sino un forajido. Las injusticias de la oligarquía local han forjado un bandolero.
Una mañana de domingo Curro va a la casa del alcalde. Curro entra en la casa de la autoridad civil, llega a su despacho, abre la navaja y le propina un tajo a la cara del cacique. Al abandonar la casa se topa con el hijo del alcalde y, sin mediar palabra, lo mata a navajazos. Desde ese día Curro Jiménez es un prófugo, un fuera de la ley que ha de echarse al monte.
Con el tiempo, Curro Jiménez y su cuadrilla se habían unido a los carlistas de la Sierra de Cazalla. Así esperaba Curro Jiménez que, si triunfaba la causa carlista, él y su banda pudieran reinsertarse en la sociedad sin ser molestados por sus delitos pasados. Una mañana del 2 de noviembre de 1849 el teniente Francisco Castillo, el sargento Francisco Lasso y cuatro guardias civiles más pertenecientes al tercio de Sanlúcar salieron del puesto de Cazalla, para peinar la sierra en busca y captura, vivo o muerto, del bandolero y faccioso carlista Curro Jiménez. El día en que se celebra la festividad de los Fieles Difuntos de 1849, Curro Jiménez es descubierto con los suyos en su guarida de la sierra y resulta abatido por la Guardia Civil. Curro, trabuco en mano y en la sierra, muere en la refriega. Sus restos mortales fueron inhumados en el cementerio de Posadas y Francisco Antonio Jiménez Ledesma, bandolero por la injusticia caciquil y carlista por la esperanza de redimirse, pasó a la leyenda.
Las aventuras de la sierra no nos interesan. A RTVE tampoco parece que le interesara decir que Curro Jiménez, el bandolero más famoso de toda la historia merced a la televisión, era carlista. No convenía decirlo, pues en aquellos tiempos se iniciaba el juancarlismo y la “modernización” de España. Pero a nosotros nos interesa llamar la atención sobre el cuadro de costumbres que ofrece Hernández Girbal. Esa es la Andalucía del siglo XIX, presa de los caciques pueblerinos y sumida en la injusticia; un cortijo para los sátrapas que, siendo el mismo perro van cambiando de collar (antier liberales, ayer republicanos y luego disfrazados de franquistas, hoy socialistas o pepinos...). Y esa corrupción recorre todos los niveles administrativos, desde la Junta hasta el municipio: hermanos, primos, amiguetes y demás cliéntulos se forran con el dinero de los andaluces, nos hacen pasar por sus ITV cobrándonos el diezmo, y luego, en el mejor de los casos, nos invitan a un pan con aceite, aprovechando que se conmemore cualquier evento "histórico" y "andaluz", más falso que una flor de plástico o más pernicioso que el andalucismo de Blas Infante.
Algunos interesados quieren hacernos creer que esas costumbres bárbaras, esos abusos caciquiles forman parte del pasado, pero a poco que uno indague en la actualidad menuda de nuestros municipios se constata que esos abusos están todavía hoy a la orden del día. ¿Cuántos alcaldes no hay hoy tal como ese corrupto que le negaba el pan a Curro Jiménez? ¿Cuántos alcaldes no hay que, sirviéndose de todas las triquiñuelas “legales”, niegan a sus vecinos más necesitados el empleo municipal, si estos no son clientela del muy poderoso PSOE, o en caso de mandar los otros, del PP e IU-PCE?
Así está Andalucía, como en el siglo de Curro Jiménez.
Lástima que no haya muchos Curro Jiménez. Pero en su defecto, haremos bien en hacer todo lo posible para que haya cada día más carlistas.
Curro Jiménez murió carlista
Publicado por Fray Trabucaire
La verdadera historia de Curro Jiménez nos la cuenta F. Hernández Girbal en su tomo primero de “Bandidos célebres españoles. En la historia y en la leyenda”, del que nos hemos servido para trazar este perfil del famoso bandolero ateniéndonos a la historia y no a los guiones televisivos, muy libres y poco fidedignos en cuanto a datos históricos. Curro Jiménez era barquero en Cantillana. Según Girbal nació Curro en 1820 en Cantillana (reino de Sevilla). Corriendo el año 1835 vive allí Antonio Jiménez que trabaja como barquero –oficio que asignaba el Ayuntamiento-, con el dinero que ganaba mantenía Antonio a su mujer, Manuela Ledesma, y a su hijo único, Francisco. Curro ayuda a su padre en los trajines de la barca, pasando pasajeros, mercancías y cereales a la otra orilla del Guadalquivir.
Cierta noche se declaró en Cantillana un incendio. La vecindad acude a los habitantes de la casa incendiada y el joven Curro se destaca por salvar a unos niños que gritan dentro. A partir de ese día, crece su fama de valiente y esforzado. Su padre cae enfermo y no puede atender la barca, así que Curro lo sustituye y empuña los remos. En la convalecencia paterna, Curro se convierte en el Barquero de Cantillana, por indisposición de su padre; pero el alcalde de su pueblo no le tiene especial simpatía, todo lo contrario: le tiene ojeriza a la familia Jiménez. Haciendo uso de su autoridad, el alcalde aparta a Curro de su puesto de barquero, y le da los remos a otro vecino, protegido del tiranuelo caciquil. En principio todo se hace con el pretexto de esperar la mejoría del padre de Curro. Condenado a la miseria Curro tiene que trabajar en las más viles ocupaciones; el hijo del alcalde y los primos del mismo encuentran eso divertido y se burlan del muchacho.
Muerto el padre y una vez enterrado cristianamente, Curro va a la barca y le pide los remos al sustituto nombrado por el alcalde. El hombre se niega a ello aduciendo que, sin mediar orden de la autoridad municipal, no puede cederle el puesto. Curro va al Ayuntamiento, y allí el alcalde le comunica que le han rescindido el contrato a su padre por falta de cumplimiento, perdiendo el depósito. Curro se queja ante esta injusticia. El corrupto tirano municipal lo desoye. Curro se enciende en cólera ante la injusticia y amenaza con tomársela por su mano. El alcalde, para aplacarlo, le invita a esperar a la subasta del puesto. Cuando es llegada la subasta, el alcalde se ha preocupado de elevar el arrendamiento de la barca hasta una cantidad que no puede permitirse desembolsar el pobre Curro. Habiéndosele negado la fuente de su manutención, Curro pide trabajo en el pueblo; pero la alimaña municipal del alcalde ha dado la consigna a sus partidarios para que nadie le de un empleo. Curro tiene que buscarse el pan fuera de Cantillana y encuentra empleo en Bollullos.
Se lo han puesto difícil el ganarse la vida en su pueblo. Pero, peor será cuando se enamore de María, hija del teniente alcalde. Ronda Curro la casa de María, pero la felicidad no le dura al pobre. En una de las diarias visitas nocturnas que suele hacer a María, para hablar con ella por la ventana, el hijo del alcalde y sus primos aparecen por la calle. Los señoritos vienen borrachos y provistos de navajas y garrotes. Al verlo, pretenden darle una tunda a Curro. Pero éste no se va a dejar. Curro se defiende con la navaja, pero cae al suelo y, dada la superioridad numérica de sus enemigos, es apaleado por estos. Muy malherido es conducido a su casa. Cuando se abre la investigación, el alcalde manipula las declaraciones y se le hace culpable al apaleado.
Cuando Curro se restablece de aquella paliza, regresa a Bollullos, pero ha perdido el puesto de trabajo. Estrechado por la pobreza toma la resolución de tomarse la justicia por su mano. Fríamente lo prepara todo: da dinero a su progenitora, encarga a la amiga de su progenitora que la cuide y prepara su venganza. Sabe que, después de lo que piensa hacer, no podrá volver a ser considerado un vecino más de Cantillana, sino un forajido. Las injusticias de la oligarquía local han forjado un bandolero.
Una mañana de domingo Curro va a la casa del alcalde. Curro entra en la casa de la autoridad civil, llega a su despacho, abre la navaja y le propina un tajo a la cara del cacique. Al abandonar la casa se topa con el hijo del alcalde y, sin mediar palabra, lo mata a navajazos. Desde ese día Curro Jiménez es un prófugo, un fuera de la ley que ha de echarse al monte.
Con el tiempo, Curro Jiménez y su cuadrilla se habían unido a los carlistas de la Sierra de Cazalla. Así esperaba Curro Jiménez que, si triunfaba la causa carlista, él y su banda pudieran reinsertarse en la sociedad sin ser molestados por sus delitos pasados. Una mañana del 2 de noviembre de 1849 el teniente Francisco Castillo, el sargento Francisco Lasso y cuatro guardias civiles más pertenecientes al tercio de Sanlúcar salieron del puesto de Cazalla, para peinar la sierra en busca y captura, vivo o muerto, del bandolero y faccioso carlista Curro Jiménez. El día en que se celebra la festividad de los Fieles Difuntos de 1849, Curro Jiménez es descubierto con los suyos en su guarida de la sierra y resulta abatido por la Guardia Civil. Curro, trabuco en mano y en la sierra, muere en la refriega. Sus restos mortales fueron inhumados en el cementerio de Posadas y Francisco Antonio Jiménez Ledesma, bandolero por la injusticia caciquil y carlista por la esperanza de redimirse, pasó a la leyenda.
Las aventuras de la sierra no nos interesan. A RTVE tampoco parece que le interesara decir que Curro Jiménez, el bandolero más famoso de toda la historia merced a la televisión, era carlista. No convenía decirlo, pues en aquellos tiempos se iniciaba el juancarlismo y la “modernización” de España. Pero a nosotros nos interesa llamar la atención sobre el cuadro de costumbres que ofrece Hernández Girbal. Esa es la Andalucía del siglo XIX, presa de los caciques pueblerinos y sumida en la injusticia; un cortijo para los sátrapas que, siendo el mismo perro van cambiando de collar (antier liberales, ayer republicanos y luego disfrazados de franquistas, hoy socialistas o pepinos...). Y esa corrupción recorre todos los niveles administrativos, desde la Junta hasta el municipio: hermanos, primos, amiguetes y demás cliéntulos se forran con el dinero de los andaluces, nos hacen pasar por sus ITV cobrándonos el diezmo, y luego, en el mejor de los casos, nos invitan a un pan con aceite, aprovechando que se conmemore cualquier evento "histórico" y "andaluz", más falso que una flor de plástico o más pernicioso que el andalucismo de Blas Infante.
Algunos interesados quieren hacernos creer que esas costumbres bárbaras, esos abusos caciquiles forman parte del pasado, pero a poco que uno indague en la actualidad menuda de nuestros municipios se constata que esos abusos están todavía hoy a la orden del día. ¿Cuántos alcaldes no hay hoy tal como ese corrupto que le negaba el pan a Curro Jiménez? ¿Cuántos alcaldes no hay que, sirviéndose de todas las triquiñuelas “legales”, niegan a sus vecinos más necesitados el empleo municipal, si estos no son clientela del muy poderoso PSOE, o en caso de mandar los otros, del PP e IU-PCE?
Así está Andalucía, como en el siglo de Curro Jiménez.
Lástima que no haya muchos Curro Jiménez. Pero en su defecto, haremos bien en hacer todo lo posible para que haya cada día más carlistas.
Curro Jiménez murió carlista
Publicado por Fray Trabucaire