Vlad_Empalador
Será en Octubre
Desde el estado de alarma, en España han cerrado 65.000 bares y restaurantes. Muchos de ellos en los pueblos. Viajamos a Retortillo de Soria (40 habitantes), donde ya no tienen ninguno
Imagen interior del Mesón El Cazador, en Retortillo de Soria, cerrado hace dos años.
PREMIUM
Descanse en paz esa cazuela de pimientos de ocho euros. Dios tenga en su gloria el escabechado de perdiz que costaba 14. Una oración por el alma de aquellas gambas al ajillo. Nunca te olvidaremos, bocadillo de sardinillas. Firmado: los que jugábamos la partida.
Prohíban el paso a la parroquia en Retortillo de Soria (40 habitantes). Quítenles el centro médico que lleva décadas abierto. Córtenles la luz de diez a doce si es preciso. Pero no les cierren el último bar.
No es que lo diga el cronista. Es que lo dicen los vecinos. Pedro Ortega, agricultor jubilado de 61 años: "En un pueblo pequeño como el nuestro, el bar es mil veces más necesario que la iglesia".
No es que lo diga un cualquiera. Es que te lo receta el doctor. José María Palomar, médico de Retortillo desde hace 28 años: "Que no haya bar conlleva un aislamiento. Y el aislamiento tiene una repercusión emocional".
No es que lo diga el forastero. Es que te lo dice el alcalde. Alberto Medina, 40 años con la vara de mando en la localidad.
-Aquí casi es mejor tener abierto un bar que tener un abierto centro médico. Porque el médico puede venir a verte, pero el bar se va y se va.
-¿Más importante que la iglesia?
-Pues casi.
-Alcalde, ¿más importante que el propio ayuntamiento?
-Pues casi también.
La derrota de Retortillo de Soria es la derrota de una España entera: la crónica de un país menguante. Porque hubo un tiempo en que esto iba de otra cosa. Y pon ahí una ronda a esos señores.
"Había cerca de mil habitantes sólo aquí", enumera el alcalde como el que te da una alineación. "Cinco bares. Dos ultramarinos. Herrero. Zapatero. Carpintero. Sastre. Panaderías. Ferretería. Tiendas de ropa. Escuela de chicos y de chicas".
Si en 1967, los vecinos de las 12 aldeas cuya cabecera es el pueblo de Retortillo sumaban 3.900 vecinos, hoy no pasan de 160 entre todos ellos. La mayoría de más de 70 años. Esa es la fotografía.
Hablamos en lo que era el bar con la dueña, Aurora Cristóbal, quien a los 22 años se metió detrás de una barra y, como el que dice, ahí ha seguido hasta ayer. Lo que más le gusta es andar, eso ya lo van a ver. Lo que menos le gusta está muy bien explicado en un cartel que hay en el establecimiento: "Sólo se admiten niños controlados".
Al principio de todo fue una era. Sobre esa era, levantaron este bar. Pero antes fue la familia del marido: Agapito y sus tres hermanos nacieron todos en aquella taberna de los suegros. Se llamaba La Posada. Allí empezaron Aurora y él. Estuvieron ocho años. Lo cerraron en 1993. Y desde entonces abrieron La Muralla.
El bar siempre fue bien hasta que el paso del tiempo hizo mella.
Estaban los horarios. "Abría a las nueve de la mañana y me iba a las once de la noche, que es cuando dejaba a mi marido allí. Llega un momento en que te preguntas para qué vives".
Estaban los gastos. "Tener un camarero te cuesta 2.000 euros, sólo de luz son otros 500, otro tanto de Seguridad Social...".
Estaba un tipo creciente de clientela: los mochufas de los que habla Santiago Lorenzo en Los asquerosos. "Hay gente de la ciudad que viene a los pueblos con mucha exigencia en agosto. Se creen que para una semana que están tienen que tener piscina, bar con parque infantil, abanico, de todo".
Y, como colofón, está el cobi19: "Antes de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo venía gente el fin de semana. Ahora no hay nada de nada".
Aurora, dueña de La Muralla, en el interior del bar junto a Pedro, un ex cliente.
Detrás de cada tumba, hay una historia. Detrás de cada bar cerrado, centenares de ellas.
Según datos de Hostelería de España -la organización empresarial de los bares y los restaurantes-, desde que empezó la esa época en el 2020 de la que yo le hablo hasta hoy, han echado el cierre 65.000 de los 280.000 establecimientos que había en nuestro país. Lo que casi equivale a uno de cada cuatro.
Emilio Gallego, su secretario general, recuerda que cuando pasa lo de Retortillo en países como Alemania o Francia, ese bar y recibe ayudas oficiales porque nadie quiere que muera. Aquí no.
"En esa España arrinconada, los bares son el último reducto, un espacio que cumple una función imprescindible que va más allá de su naturaleza: allí dejas las llaves, los paquetes, sellas la quiniela, compras el pan... Mucho antes que las redes sociales, estaba la red social que eran los bares", comenta. "Si la economía de un país no sólo se midiera con el PIB, sino con los niveles de felicidad, un input serían los bares".
La suya es una forma más urbanita y viajada de decir lo mismo que sostiene Pedro Ortega en Retortillo, con su llaneza de hombre de campo. "Vamos, que si viene un día de lluvia y no hay bar, mejor estar en la guandoca", se cruza de brazos. "Nos tendremos que ir a Berlanga [a 20 minutos] a jugar al mus. O a Burgo de Osma [a 30]. Un pueblo sin bar, desaparece".
Nos lo cuenta Juan Ayuso, el propietario, que es ciego del ojo izquierdo y sólo conserva un 7% de visibilidad en el derecho, todo por culpa de una ceniza que le saltó a la cara. Hay quien se niega a dejar un sitio en el que fue muy feliz. Juan se niega a salir de aquel mesón que lleva dos años cerrado.
-Pasad, que os lo enseño -dice el hombre que no ve.
Ocurre como en esa secuencia del Titanic donde se alternan las imágenes de sus fastuosas estancias llenas de vida con otras donde esas mismas estancias aparecen comidas por las algas en el fondo del mar. En aquel horno donde se daban asados contundentes, asoman tres gatos. Encima de esas mesas con publicidad de San Miguel donde la gente se sentaba, hay dos perdices enjauladas. En la alacena donde tenía las bebidas, ahora están los medicamentos de Juan.
"Un pueblo sin bar es un desierto. Da pánico cuando llega la noche. La fin de un pueblo llega cuando no alternas".
Luego se sienta al sol y agacha la cabeza.
El último día del bar La Muralla, la última caña tirada, la última partida de guiñote, el último suspiro por una ocasión de gol fallada, todo eso, decimos, tuvo lugar en Retortillo de Soria el pasado domingo 27 de septiembre.
Son esas muertes silenciosas de las que no se entera nadie, pero que dejan huérfanos a muchos. Siempre estarás con nosotros, mus de la cuatro. Tu recuerdo en nuestros corazones, aperitivo de la una. No te olvidamos, desayuno con tostada de pan y aceite.
Juan Ayuso, dueño del mesón El Cazador, sentado en un banco al sol.
Era tarde. En el establecimiento ya sólo quedaban Aurora (detrás de la barra) y Pedro (delante de ella). En silencio. De noche. En un pueblo pequeño. En domingo. Y ya. Esto es Castilla. No te van a contar mucho más.
-¿Recuerdas algo de aquel último día?
-Bueno, que me dio pena. Pensé mucho en lo que iba a hacer. Soy consciente de lo que supone cerrar el último bar del pueblo. Pero yo tengo 57 años y no tengo la culpa. Tengo necesidad de vivir, de estar con mis cortesanas Pol y Chula, de desconectarme.
Cierra La Muralla, como en la canción de Ana Belén y Víctor Manuel. Se quita el delantal. Deja a Agapito con el cereal. A los cinco días, Aurora da un primer paso por un camino junto a su hermana Rosa. Y luego otro. Y luego otro más. Y no para hasta recorrer a principios de octubre 199 kilómetros del llamado Camino del Cid.
Dice que atravesaron lugares maravillosos. También que pasaron por pueblos que no tenían ni un mísero bar.
Imagen interior del Mesón El Cazador, en Retortillo de Soria, cerrado hace dos años.
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- PEDRO SIMÓN
Retortillo de Soria - FOTOS: ALBERTO DI LOLLI
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- Un día con don Alberto. El cura de la España vacía que da misa en 31 pueblos
Descanse en paz esa cazuela de pimientos de ocho euros. Dios tenga en su gloria el escabechado de perdiz que costaba 14. Una oración por el alma de aquellas gambas al ajillo. Nunca te olvidaremos, bocadillo de sardinillas. Firmado: los que jugábamos la partida.
Prohíban el paso a la parroquia en Retortillo de Soria (40 habitantes). Quítenles el centro médico que lleva décadas abierto. Córtenles la luz de diez a doce si es preciso. Pero no les cierren el último bar.
No es que lo diga el cronista. Es que lo dicen los vecinos. Pedro Ortega, agricultor jubilado de 61 años: "En un pueblo pequeño como el nuestro, el bar es mil veces más necesario que la iglesia".
No es que lo diga un cualquiera. Es que te lo receta el doctor. José María Palomar, médico de Retortillo desde hace 28 años: "Que no haya bar conlleva un aislamiento. Y el aislamiento tiene una repercusión emocional".
No es que lo diga el forastero. Es que te lo dice el alcalde. Alberto Medina, 40 años con la vara de mando en la localidad.
-Aquí casi es mejor tener abierto un bar que tener un abierto centro médico. Porque el médico puede venir a verte, pero el bar se va y se va.
-¿Más importante que la iglesia?
-Pues casi.
-Alcalde, ¿más importante que el propio ayuntamiento?
-Pues casi también.
La derrota de Retortillo de Soria es la derrota de una España entera: la crónica de un país menguante. Porque hubo un tiempo en que esto iba de otra cosa. Y pon ahí una ronda a esos señores.
"Había cerca de mil habitantes sólo aquí", enumera el alcalde como el que te da una alineación. "Cinco bares. Dos ultramarinos. Herrero. Zapatero. Carpintero. Sastre. Panaderías. Ferretería. Tiendas de ropa. Escuela de chicos y de chicas".
Si en 1967, los vecinos de las 12 aldeas cuya cabecera es el pueblo de Retortillo sumaban 3.900 vecinos, hoy no pasan de 160 entre todos ellos. La mayoría de más de 70 años. Esa es la fotografía.
Vivir a partir de entonces consistió en ir perdiendo todo eso que tenían, en ir quitándole figuritas al belén. Hasta que llegamos al motivo de estas líneas. Hace dos años, cerró el Mesón El Cazador, que fue el penúltimo bar abierto en Retortillo. El pasado 27 de septiembre, cerró La Muralla, que ha sido el último. Y después la barbarie.Abría a las nueve y cerraba a las once de la noche. Llega un momento en que te preguntas para qué vives
AURORA CRISTÓBAL, DUEÑA DEL ÚLTIMO BAR DEL PUEBLO
Hablamos en lo que era el bar con la dueña, Aurora Cristóbal, quien a los 22 años se metió detrás de una barra y, como el que dice, ahí ha seguido hasta ayer. Lo que más le gusta es andar, eso ya lo van a ver. Lo que menos le gusta está muy bien explicado en un cartel que hay en el establecimiento: "Sólo se admiten niños controlados".
Al principio de todo fue una era. Sobre esa era, levantaron este bar. Pero antes fue la familia del marido: Agapito y sus tres hermanos nacieron todos en aquella taberna de los suegros. Se llamaba La Posada. Allí empezaron Aurora y él. Estuvieron ocho años. Lo cerraron en 1993. Y desde entonces abrieron La Muralla.
El bar siempre fue bien hasta que el paso del tiempo hizo mella.
Estaban los horarios. "Abría a las nueve de la mañana y me iba a las once de la noche, que es cuando dejaba a mi marido allí. Llega un momento en que te preguntas para qué vives".
Estaban los gastos. "Tener un camarero te cuesta 2.000 euros, sólo de luz son otros 500, otro tanto de Seguridad Social...".
Estaba un tipo creciente de clientela: los mochufas de los que habla Santiago Lorenzo en Los asquerosos. "Hay gente de la ciudad que viene a los pueblos con mucha exigencia en agosto. Se creen que para una semana que están tienen que tener piscina, bar con parque infantil, abanico, de todo".
Y, como colofón, está el cobi19: "Antes de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo venía gente el fin de semana. Ahora no hay nada de nada".
Aurora, dueña de La Muralla, en el interior del bar junto a Pedro, un ex cliente.
Detrás de cada tumba, hay una historia. Detrás de cada bar cerrado, centenares de ellas.
Según datos de Hostelería de España -la organización empresarial de los bares y los restaurantes-, desde que empezó la esa época en el 2020 de la que yo le hablo hasta hoy, han echado el cierre 65.000 de los 280.000 establecimientos que había en nuestro país. Lo que casi equivale a uno de cada cuatro.
Emilio Gallego, su secretario general, recuerda que cuando pasa lo de Retortillo en países como Alemania o Francia, ese bar y recibe ayudas oficiales porque nadie quiere que muera. Aquí no.
"En esa España arrinconada, los bares son el último reducto, un espacio que cumple una función imprescindible que va más allá de su naturaleza: allí dejas las llaves, los paquetes, sellas la quiniela, compras el pan... Mucho antes que las redes sociales, estaba la red social que eran los bares", comenta. "Si la economía de un país no sólo se midiera con el PIB, sino con los niveles de felicidad, un input serían los bares".
La suya es una forma más urbanita y viajada de decir lo mismo que sostiene Pedro Ortega en Retortillo, con su llaneza de hombre de campo. "Vamos, que si viene un día de lluvia y no hay bar, mejor estar en la guandoca", se cruza de brazos. "Nos tendremos que ir a Berlanga [a 20 minutos] a jugar al mus. O a Burgo de Osma [a 30]. Un pueblo sin bar, desaparece".
El que plegó antes de La Muralla, el segundo que más aguantó en Retortillo, fue el Mesón El Cazador, que cesó su actividad en 2018.Un pueblo sin bar es un desierto. Da pánico cuando llega la noche
JUAN, DUEÑO DEL MESÓN EL CAZADOR, CERRADO EN 2018
Nos lo cuenta Juan Ayuso, el propietario, que es ciego del ojo izquierdo y sólo conserva un 7% de visibilidad en el derecho, todo por culpa de una ceniza que le saltó a la cara. Hay quien se niega a dejar un sitio en el que fue muy feliz. Juan se niega a salir de aquel mesón que lleva dos años cerrado.
-Pasad, que os lo enseño -dice el hombre que no ve.
Ocurre como en esa secuencia del Titanic donde se alternan las imágenes de sus fastuosas estancias llenas de vida con otras donde esas mismas estancias aparecen comidas por las algas en el fondo del mar. En aquel horno donde se daban asados contundentes, asoman tres gatos. Encima de esas mesas con publicidad de San Miguel donde la gente se sentaba, hay dos perdices enjauladas. En la alacena donde tenía las bebidas, ahora están los medicamentos de Juan.
"Un pueblo sin bar es un desierto. Da pánico cuando llega la noche. La fin de un pueblo llega cuando no alternas".
Luego se sienta al sol y agacha la cabeza.
El último día del bar La Muralla, la última caña tirada, la última partida de guiñote, el último suspiro por una ocasión de gol fallada, todo eso, decimos, tuvo lugar en Retortillo de Soria el pasado domingo 27 de septiembre.
Son esas muertes silenciosas de las que no se entera nadie, pero que dejan huérfanos a muchos. Siempre estarás con nosotros, mus de la cuatro. Tu recuerdo en nuestros corazones, aperitivo de la una. No te olvidamos, desayuno con tostada de pan y aceite.
Juan Ayuso, dueño del mesón El Cazador, sentado en un banco al sol.
Era tarde. En el establecimiento ya sólo quedaban Aurora (detrás de la barra) y Pedro (delante de ella). En silencio. De noche. En un pueblo pequeño. En domingo. Y ya. Esto es Castilla. No te van a contar mucho más.
-¿Recuerdas algo de aquel último día?
-Bueno, que me dio pena. Pensé mucho en lo que iba a hacer. Soy consciente de lo que supone cerrar el último bar del pueblo. Pero yo tengo 57 años y no tengo la culpa. Tengo necesidad de vivir, de estar con mis cortesanas Pol y Chula, de desconectarme.
Cierra La Muralla, como en la canción de Ana Belén y Víctor Manuel. Se quita el delantal. Deja a Agapito con el cereal. A los cinco días, Aurora da un primer paso por un camino junto a su hermana Rosa. Y luego otro. Y luego otro más. Y no para hasta recorrer a principios de octubre 199 kilómetros del llamado Camino del Cid.
Dice que atravesaron lugares maravillosos. También que pasaron por pueblos que no tenían ni un mísero bar.