Cuando Pedro José quiso hacer de su diario una plataforma para debatir sobre historia de España y se le soltaron los tirantes del pantalón

M. Priede

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Hace unos días colgué un hilo sobre el asesinato de Canalejas que culminaba con la exposición de dos marmolistas, uno de ellos insigne, Juan Pablo Fusi, y el otro ayudante. El primero presenta al segundo, que habla y habla pero no aborda lo esencial, esto es: qué otros intereses había detrás de los asesinatos de Prim, Cánovas, Canalejas y Dato; es más, se esfuerza en apartar de la diana lo bien que le vino a Estados Unidos la fin de Cánovas. Es lo mismo que con los islamistas actuales: ¿quién los recluta, les paga, los arma y los entrena? Ah, misterio. Será el islamismo (el anarquismo), ¿quién si no?

Esa investigación queda para otros, no para el cagamármoles, y ahora recuerdo lo que el historiador colombiano Pablo Victoria comentaba sobre la inauguración del monumento a Blas de Lezo en su país y de cómo el cónsul de España se quejó de que eso chocaba con nuestros intereses puesto que el Reino Unido actualmente era "aliado".

El marmolista Juan Pablo Fusi: Juan Pablo Fusi - Wikipedia, la enciclopedia libre

El ayudante de marmolista nos recuerda que lo importante es la historiografía 'neutra', y se supone que lo demás vendría a ser obra no de investigadores sino, suponemos, de conspiranoicos.

Le preguntan al ayudante de marmolista si Estados Unidos (único país que no condenó el atentado) tuvo algo que ver con el asesinato de Cánovas. "No, no lo creo". Se refiere a ellos con un término de cuñao "los americanos". No habla de que Sagasta (masón grado 33 y que estaba al frente del gobierno cuando el desastre del 98) junto con sus ministros celebraron el hundimiento de la flota yéndose a los toros el mismo día que recibieron el telegrama que les comunicaba la derrota. Nos imaginamos que lo del Maine también lo entenderá como una casualidad

Ser académico de la historia en España es esto, señores:




¿Estaremos salvados por el solo hecho de apartarnos de las Reales Academias? Ca, eso quisiéramos, sería muy fácil. ¿Y adónde ir? No hay institución a donde ir; una vez más nos tendremos que salvar solitos.

Hace de esto la friolera de 17 años, y hemos ido a peor. Las academias y la prensa son parte del poder político, y ya sabemos que nuestros males proceden de tres gremios profesionales: políticos, periodistas y profesores (PPP).


España en El Mundo
Ante las siete entrevistas a historiadores publicadas en agosto de 2004 por el diario El Mundo, preparatorias del lanzamiento de su «Historia de España»​
Entre el 22 y el 28 de agosto de 2004 el periódico español El Mundo publicó diariamente una entrevista a un historiador especialista en Historia de España. Con el título «Siete historiadores ante el gran debate sobre la identidad de España», la serie parecía ser el anticipo al «gran debate» que nuestro presidente Zapatero organizará en la presente legislatura, especialmente ante las demandas del nacionalismo fraccionario «realmente existente». La ilustración a toda página de algunas de las joyas del romanticismo pictórico español del XIX –detalle de «Juana la Loca» de Padilla o «Los Comuneros de Castilla» de Gisbert– anunciaba la entrevista contenida en el ejemplar del diario, acompañada asimismo de un lema que acaso podía leerse como una tesis con la que comenzar el debate: «La identidad de España está en su Historia...».​
Antonio Gisbert (1834-1901), Los comuneros de Castilla
En efecto, anuncio tan señalado, parecía prometer una denuncia contra la mentira histórica a la que el otro debate, el de nuestro presidente, seguramente recurriría a juzgar por algunos de sus contertulios. Para ello, el periódico proveía a sus lectores con la mejor arma, la historia positiva, la que se escatima en los planes de estudios de la nación y es sustituida por las distintas ideologías secesionistas o neցrolegendarias de España. Julio Valdeón, Joseph Pérez, Manuel Fernández Álvarez, John Elliott, Josep Fontana, Stanley Payne y José Álvarez Junco fueron elegidos para esta encomiable labor.​
El éxito de la serie hizo que el 2 de septiembre de 2004 se volviera a publicar reunida como suplemento titulado «El testimonio de la Historia», esta vez concluido con una «autoentrevista» del antropólogo José Antonio Jáuregui. Y dos días después, siete artículos sobre el tema «España en sus señas de identidad» continuaban con la «campaña histórica». Ahora no sólo con distintos historiadores (Fernando García de Cortazar, Ángel Bahamonde y Roberto Fernández), sino también políticos relacionados con la Educación (María Jesús San Segundo, del PSOE, y Esperanza Aguirre, del PP), un filósofo (Eugenio Trías) y un columnista del medio anfitrión (Francisco Umbral).​
Para terminar, el domingo 5 de septiembre se inauguraba la colección «Gran Historia de España» en veinte volúmenes con el dedicado a los Reyes Católicos, celebrando así los quince años del periódico.​
Los dos tipos de documentos así presentados –al margen de la voluminosa colección, de cuyo análisis, a la vista del primer tomo, se ocupa Pedro Insua en este mismo número de nuestra revista (El Catoblepas, nº 31, pág. 20)–, incluso parecían atenerse a la estructura que la filosofía materialista requiere para el tratamiento de cualquier Idea, en este caso, la Idea de España. Las entrevistas venían a constituir el saber «de primer grado» necesario antes de poder empezar a hablar, el «testimonio», mientras que los artículos posteriores reunían a distintos profesionales, incluidos historiadores, no tanto en calidad de tales, sino en cuanto filósofos mundanos que tienen algún juicio que emitir ante tales «testimonios» presentados.​
Pero lo cierto es que la diferencia de formato en la presentación no obedecía a los contenidos mismos, ya que casi todas las contribuciones, de especialistas o no, trataron de «España» desde una perspectiva filosófica o ideológica; y, lo que acaso tenga más importancia, no necesariamente en contra del nacionalismo secesionista .El director del periódico El Mundo parafraseaba a Azaña, «mirando hacia atrás sin hiel», en una carta en la que se muestra la visión que el mismo periódico tiene sobre esta labor emprendida: «examinar nuestro pasado con la serenidad que proporciona un presente próspero y democrático».

Ante dicha misión, como lectores del periódico, y agradeciendo a El Mundo su iniciativa, nos gustaría formular la siguiente interrogación: ¿no es la absoluta falta de «serenidad» de nuestro presente democrático, «próspero» en partidos nacionalistas fraccionarios cuyo proyecto es acabar con España, y que no dudan en aliarse con una banda terrorista que asesina a españoles para conseguirlo, lo que nos hace «examinar nuestro pasado»?​
Fundamentalismo democrático, Idea de España y secesionismo​

 
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