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Madmaxista
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Guerra de Arauco - Wikipedia, la enciclopedia libre
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La guerra se fue desgastando en el último tercio debido, en parte, al mestizaje entre los españoles y mapuches, ya que el indígena en sus malones secuestraba mujeres españolas; y los conquistadores españoles, que no tenían muchas mujeres consigo, en sus "malocas" hacían lo mismo.
El impacto sicológico que implicó para el invasor la captura de sus mujeres (madres, esposas, hermanas, hijas etc.) incorporó un nuevo conflicto que contribuyó a desgastar aun más las relaciones entre el dominador y el dominado.
En el período comprendido entre el desastre de Curalaba en 1598 y la destrucción de Osorno en 1604, fueron apresados un número indeterminado de mujeres y niños, iniciándose formalmente el proceso de captura de mujeres blancas. Estas presas entregarán prestigio, placer y réditos económicos a través de su trabajo o venta a un alto precio.
Los historiadores han intentado precisar el número de hispano-criollas capturadas en las primeras décadas del siglo XVII. Las cifras entregadas son diversas, pero no descienden de las cuatrocientas cautivas llevadas a territorio enemigo [23].
Jerónimo de Quiroga nos narra las maniobras de un cacique que se preciaba de haber capturado: "muchos españoles con sus mujeres, hijos e hijas gente principal y ordinaria, de que se servía como esclavas u como concubinas que sirviesen a sus indias como sus indias las habían servido antes a ellas" [24].
Los mapuches aplicaron el mismo tratamiento recibido por sus hermanos de sangre en cautiverio: desarraigo, tortura y mestizaje racial y cultural.
Así un cronista nos señala "...lleváronse los indios... retirándolas a sus campos o montes dividiéronlas sin que más se comunicasen con otras... dividiendo muchas madres de sus hijos i hijas i hermanas de hermanos" [25].
La recién llegada pasaba a desempeñar el mismo rol que la mujer indígena, pero no siempre con el mismo estatus.
La historiografía ha señalado que si bien los aborígenes valoraban a las mujeres españolas por sus talentos eróticos especiales, incorporaban a las cautivas a su sociedad como esclavas-concubinas, más que como esposas [26].
La vendetta se reflejaba en las acciones indígenas, el guerrero se sentía con el derecho y el poder para subordinar a la mujer blanca: "desnudáronlas en carnes hiciendoles viles afrentas sin que se conmoviesen los bárbaros oyendo lástimas, ruegos i lagrimas" y "davan de palos a la triste cautiva i decíanle; señora por que no barres, porque no cocinas, porque no vas a cortar leña" [27].
Así un jefe indígena señalaba: "vengan las hermosas españolas y las damas delicadas a moler y hacemos chicha y carguen sobre sus espaldas las tinajas de nuestro gustoso licor; aren y caben nuestras lecheteras" [28].
El trabajo más duro que realizaban, comentan los cronistas, era moler maíz; la mujer española no tenía la fuerza que había desarrollado la indígena, y este trabajo le resultaba agotador.
Los cronistas señalan que estas mujeres no tuvieron un trato preferencial al interior de la sociedad Mapuche. Su alimentación era frugal: un poco de maíz cocido en agua, porotos y yerbas del campo. Su vestimenta comprendía "...corta manta que cubría de los pechos a los tobillos dejando sin cubierta los brazos... y si hablaban había de ser en la lengua de los dichos indios..." [29].
El cautiverio convertirá a la española en esclava de su propia criada. Los celos y la aversión natural que sentían por los conquistadores se plasmaron en el trato que dieron a sus cautivas: "...las obligan a ir a guardar el ganado haciéndolas de señoras, pastoras, obligándolas a traer haces de leña sobre los desnudos hombros, y a sus tiempos ir a cavar sus posesiones, que es oficio de las mujeres en aquella tierra, el cual hacen andando de rodillas, y así no hay una que no críe gruesos callos en ellas"[30].
La mujer cautiva se convierte así en una mano de obra especializada que produce no sólo para la subsistencia sino también para el naciente comercio con los peninsulares.
La tortura física no estuvo ausente en esta relación entre mujeres: "no se contentan con azotarlas sino que algunas les cortan las orejas y les dan de cuchilladas adonde mas presto se les ofrece ejecutar su ira" [31].
Cuando se inicia la captura de piezas blancas de género femenino se produce un interés generalizado por rescatar a las prisioneros.
Es fácil imaginar el dolor de sus familias cuando recordamos que el rapto atacaba la honra sensual de la mujer; el honor femenino consistía en conservar la virginidad y la reputación de virtud. Las niñas en edad casadera, si volvían de su cautiverio ¿cómo podían comprobar su virginidad? Tal vez los padres deberían aceptar como marido de su hija a un hombre que antes no hubiera aprobado; y las casadas ¿como enfrentarían a sus esposos a los ojos, con el fruto del pecado en sus vientres?
Los rescates apuntaban a dos aspectos: salvar a las mujeres de la herejía y evitar que los indios dejaran descendencia en ellas.
De acuerdo con Boldrini, el primer rescate pactado ocurrirá en 1605, en el antiguo sitio de la ciudad de la Imperial [32].
González de Nájera nos describe el conflicto emocional que generalmente se producía en los rescates: "iban los indios a traer algunas cautivas las cuales ... no querían venir delante de los nuestros por verse preñadas, escogiendo por mejor partido el quedarse condenadas a perpetua esclavitud, antes de padecer vergüenzas a los ojos de sus maridos y de todo el campo" [33].
El primero de estos episodios implicó la destrucción de la totalidad de las ciudades y fortines de la avanzada hispana situados al sur del río Biobío, la dispersión, captura y fin de poblaciones blancas e indígenas y la contracción del modelo de conquista.33 En tanto, la pérdida de estabilidad, en 1655,34 se asocia al quiebre de los acuerdos del parlamento de Quillín del año 1641,35 que provocó el recrudecimiento de la violencia fronteriza y el aumento de capturas, tal como se lee en la siguiente descripción de los hechos:
Aprecióse lo que se perdió en este alzamiento en seis millones de hacienda, además de la pérdida de todas las fortalezas del Reino, y la ciudad de San Bartolomé de Gamboa (que es Chillán) doce leguas de la Concepción hacia la cordillera, recorriendose todo lo que ocupaba dilatada jurisdicción de cuatrocientas setenta estancias o haciendas de campo ... murieron aquel invierno novecientas personas por lo desacomodado del sitio, quedando cautivos más de tres mil, forzadas muchas doncellas, y violentamente muertas muchas niñas de pecho, así por alimentar el indio su crueldad como por aliviar la presa de las madres en la fuga.36
De acuerdo a J. Obregón, en los procesos de asimilación de los cautivos no rescatados, el género, edad y oficios fueron factores decisivos.66 Así, mientras los niños eran rápidamente educados y socializados al modo indígena, lo que garantizaba su completa integración, en el caso de las cautivas su sometimiento sensual y la maternidad actuaban como factores de amarre o anclaje emotivo difíciles de obviar o romper, lo que consolidaba su "indianización".
¿Eres cautiva?/ Si soy
¿Mucho ha?/ De muy chica
¿Cómo sabes hablar?/ Porque he tratado con otras cautivas que me enseñaron como hablan allá.
¿Y no haz visto por las Salinas, donde vivían algunos españoles?/ Si hay muchos, y a dos hermanos también, que todos los años venían a pasear a mi casa.
¿Y no quisiste ir con ellos a pasear a los cristianos?/ No quise irme, porque quiero mucho a mis hijos.
¿Cuántos tienes?/Dos, pero no son hijos de este marido, sino de otro que murió.67
Asimismo, el desempeño de funciones y la adquisición de saberes vinculados a oficios de alta estima en las comunidades llegaron a proporcionarles estatus y acceso a cuotas de poder inimaginables dentro del rígido esquema social hispano. Este pudo ser el caso de la mujer del alférez Antonio Jiménez, mencionada por A. Gálvez, y a quien se identifica como "una mujer española [...] hecha curandera".68
La mujer de Jiménez, como otras españolas que siendo cautivas por imposición o por opción terminaron "aindiándose", formó parte del universo de "malas cautivas" que tras*grediendo el modelo encontraron "lo feo bonito".69 Estas mujeres dieron forma a los imaginarios sobre hombres y mujeres invertidos, cuya naturaleza fue advertida como peligrosa y aún peor que la de los "salvajes" dentro de la confusión que provocaba el cruce de fronteras y la mezcla. Fueron precisamente "las malas", "las acomodadas", por excelencia las indias blancas la tierra adentro, "las corrompidas", "las aindiadas".
La sola idea de indias blancas acomodadas a su suerte perturba, tensiona, genera bandos y relativiza el modelo de socialización colonial. Sus experiencias de vida, sus comodidades y su descendencia mestiza representaron el revés de la trama de la conquista y la materialización del discurso del fracaso hispano. Sus prácticas, apariencia, lenguaje, gestos, así como sus afectos expresados en el empeño por permanecer junto a compañeros e hijos, de-construye y de-coloniza los imaginarios idealizados sobre cautivos resistentes, al tiempo que humaniza la imagen del indio salvaje.
Las historias de cautivas "aindiadas" dibujan el revés de la trama de la vida fronteriza consignada en las fuentes, esto obliga a quien escribe y lee a visibilizar un mundo distinto y complejo que dibujó los márgenes de nuestra identidad en un ir y venir de intercambios, a la sombra de la vida en la Frontera.
De dos mil animales caballar pasaban los que tomaron, porción de vacas, muchas indias cautivas, y entre ellas cinco españolas, que traía consigo Llanquitur, de las que eran una la Petronila Pérez, que encontramos en Puelce [...] esta hizo fuga del campo de los pehuenches, y se volvió a los Guilliches.70
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