lagarduña
Madmaxista
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El Asedio de Castelnuovo tuvo lugar en 1539 y fue uno de los hechos heróicos más cantados en toda la Europa del siglo XVI. Un Tercio de españoles había defendido la ciudad de Castelnuovo en la costa adriática contra un ejército de 50.000 turcos.
El origen de este hecho de armas se encuentra en la creación de La Santa Liga contra el turco, por la amenaza que representaba para la cristiandad, y como no, para la ruta comercial de Oriente. La formaban España, Venecia, principal beneficiada, y el Papado. La liga reune una flota y un ejército para destruir el creciente poder turco en el Mediterráneo y en los Balcanes.
Para ello, la flota cristiana, acorrala a la turca en el puerto de Preveza, en la costa albanesa. Al mismo tiempo, un Tercio español de unos 3500 hombres, al mando del maestre de campo Francisco Sarmiento de Mendoza y Manuel, ocupa la plaza de Castelnuovo, actual Herzeg Novi en Montenegro a unos 40 km de la República de Ragusa (Dubrovnik), con el propósito de, una vez derrotada la flota turca, establecer una cabeza de puente por donde avanzar hacia el corazón de los dominios turcos en el continente europeo.
Sin embargo, en el mar las cosas no salen bien, y la flota turca, al mando de Barbarroja, logra evadir el bloqueo de la flota cristiana y presentarle batalla. Los cristianos empezaban a tener desavenencias y no se toman el enfrentamiento con la suficiente determinación. Tras algunos combates aislados, los cristianos se retiran y los turcos quedan dueños del mar, lo que deja a la Liga en una situación delicada.
Con la alianza ya muy deteriorada, Venecia pide al emperador que se le que se le devuelva la plaza de Catelnuovo por estar situada en su zona de influencia, pero Carlos I se niega y Venecia rompe la alianza.
En julio de 1539 Barbarroja comenzó los preparativos para asediar la fortaleza de Castelnuovo por tierra y mar. La flota turca, compuesta por 130 galeras, 70 galeotas y 20.000 soldados (de los que 4.000 eran jenízaros), bloquea el acceso al fiordo desde el mar. Por tierra, un ejército de 30.000 hombres dirigido por el Ulema de Bosnia se despliega a espaldas de la fortaleza.
A pesar de su gran superioridad, y de que los defensores no disponían de alimentos frescos, por tener España solo unas decenas de galeras en la costa adriática italiana, los primeros asaltos a la fortaleza son un fracaso. A medida que avanzaban los trabajos de sitio, los españoles veían con preocupación como los turcos se acercaban cada vez más a las murallas. Para intentar retrasar estos trabajos, los españoles deciden llevar a cabo una de las noches una encamisada. Unos 800 españoles, con los blusones blancos sobre sus vestimentas, salen silenciosamente de las murallas y espada y daga en mano cogen por sorpresa a un gran contingente de jenízaros al mando del capitán Agi, uno de los favoritos de Barbarroja, y acaban con todos, capitán incluido, retrasando los preparativos para el ataque a las murallas.
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Los turcos, para ganar tiempo, decidieron entonces ofrecer una rendición honrosa a los sitiados, dando paso franco hasta Italia conservando armas y banderas, pero Sarmiento se niega a aceptarla, contestándoles desde la muralla que «viniesen cuando quisiesen». Barbarroja decide entonces recurrir a la famosa artillería de sitio turca, que había ordenado desplegar en lugares estratégicos durante el alto el fuego. A lo largo de varios días los grandes cañones de sitio que un día bombardearon Constantinopla asolaban ahora la plaza de Castelnuovo.
Cuando los turcos asaltaron las ruinas, tras abrir batería, los supervivientes los recibieron, como diría Pérez Reverte, a punta de moharra, espada y vizcaína, repartiendo leña, obligándolos a retirarse de nuevo con grandes pérdidas. En el ataque principal de aquel día los turcos sufrieron 6.000 muertos, por solo 50 los españoles, si bien muchos morirían posteriormente de sus heridas.
El asedio estaba todavía lejos de estar decidido y los españoles seguían resistiendo como fieras en las murallas. Lo más duro estaba por llegar.
Con los muros derruidos por la artillería y expuestos a los ataques turcos, a los españoles no les quedan muchas alternativas. Se decide hacer otra encamisada en el campamento turco.
Esta vez 600 españoles salen de los escombros de Castelnuovo y se adentran en el campamento turco, donde cunde el pánico, provocando una estampida de tal magnitud en las filas otomanas que derribaron entre otras muchas tiendas, la almiranta de Barbarroja. La guardia personal del Almirante, temiendo el desastre, lo trasladaron contra su voluntad y junto con los estandartes a la seguridad de los barcos de la flota situada en el fiordo.
Tras la “razzia”, el asedio continuó. Ni siquiera cuando las estructuras defensivas se desmoronaron y los defensores quedaron reducidos a sólo 600 hombres, se rindieron los españoles. Sarmiento y todos sus capitanes perecieron en los últimos combates. En la última retirada hacia una torre de la ciudadela, le tiraron desde lo alto una soga a Sarmiento para que subiese, a lo que éste replicó “Nunca quiera Dios que yo me salve y mis capitanes mueran”.
Poco después, los 200 españoles, en su mayoría heridos, que aún quedaban en pie se rindieron. Algunos fueron ejecutados allí mismo, poco después de los últimos combates, y el resto fueron enviados como esclavos a Constantinopla, de donde unos 25 escaparon años después en una barcaza, llegando a costas de Sicilia. Los turcos habían perdido la escandalosa cifra de entre 20 y 24 mil hombres, entre ellos todos los jenízaros. Era 6 de agosto de 1539.
Uno de los ejecutados tras la batalla fue el capitán Machín de Munguía, que se había distinguido con su compañía de vizcaínos en la batalla de Preveza, defendiendo a uñas y dientes, con éxito, una galera veneciana averiada y acosada por varias naves turcas. Barbarroja le ofreció trabajar para él o la fin, prefirió la fin y fue decapitado allí mismo. Pérez Reverte le rinde homenaje en la entrega de “Corsarios de Levante” de Alatriste con el personaje llamado Machín de Gorostiola, también al frente de una compañía de Vizcaínos.
Este hecho de armas produjo gran admiración en Europa, comparando a estos españoles con héroes mitológicos, y provocó que se compusieran numerosos poemas y canciones. Estas estrofas son del poeta Gutierre de Cetina:
Que envuelta en vuestra sangre la llevastes;
Sino para probar que la memoria
De la dichosa fin que alcanzastes,
Se debe envidiar más que la victoria
El origen de este hecho de armas se encuentra en la creación de La Santa Liga contra el turco, por la amenaza que representaba para la cristiandad, y como no, para la ruta comercial de Oriente. La formaban España, Venecia, principal beneficiada, y el Papado. La liga reune una flota y un ejército para destruir el creciente poder turco en el Mediterráneo y en los Balcanes.
Para ello, la flota cristiana, acorrala a la turca en el puerto de Preveza, en la costa albanesa. Al mismo tiempo, un Tercio español de unos 3500 hombres, al mando del maestre de campo Francisco Sarmiento de Mendoza y Manuel, ocupa la plaza de Castelnuovo, actual Herzeg Novi en Montenegro a unos 40 km de la República de Ragusa (Dubrovnik), con el propósito de, una vez derrotada la flota turca, establecer una cabeza de puente por donde avanzar hacia el corazón de los dominios turcos en el continente europeo.
Sin embargo, en el mar las cosas no salen bien, y la flota turca, al mando de Barbarroja, logra evadir el bloqueo de la flota cristiana y presentarle batalla. Los cristianos empezaban a tener desavenencias y no se toman el enfrentamiento con la suficiente determinación. Tras algunos combates aislados, los cristianos se retiran y los turcos quedan dueños del mar, lo que deja a la Liga en una situación delicada.
Con la alianza ya muy deteriorada, Venecia pide al emperador que se le que se le devuelva la plaza de Catelnuovo por estar situada en su zona de influencia, pero Carlos I se niega y Venecia rompe la alianza.
En julio de 1539 Barbarroja comenzó los preparativos para asediar la fortaleza de Castelnuovo por tierra y mar. La flota turca, compuesta por 130 galeras, 70 galeotas y 20.000 soldados (de los que 4.000 eran jenízaros), bloquea el acceso al fiordo desde el mar. Por tierra, un ejército de 30.000 hombres dirigido por el Ulema de Bosnia se despliega a espaldas de la fortaleza.
A pesar de su gran superioridad, y de que los defensores no disponían de alimentos frescos, por tener España solo unas decenas de galeras en la costa adriática italiana, los primeros asaltos a la fortaleza son un fracaso. A medida que avanzaban los trabajos de sitio, los españoles veían con preocupación como los turcos se acercaban cada vez más a las murallas. Para intentar retrasar estos trabajos, los españoles deciden llevar a cabo una de las noches una encamisada. Unos 800 españoles, con los blusones blancos sobre sus vestimentas, salen silenciosamente de las murallas y espada y daga en mano cogen por sorpresa a un gran contingente de jenízaros al mando del capitán Agi, uno de los favoritos de Barbarroja, y acaban con todos, capitán incluido, retrasando los preparativos para el ataque a las murallas.
Los turcos, para ganar tiempo, decidieron entonces ofrecer una rendición honrosa a los sitiados, dando paso franco hasta Italia conservando armas y banderas, pero Sarmiento se niega a aceptarla, contestándoles desde la muralla que «viniesen cuando quisiesen». Barbarroja decide entonces recurrir a la famosa artillería de sitio turca, que había ordenado desplegar en lugares estratégicos durante el alto el fuego. A lo largo de varios días los grandes cañones de sitio que un día bombardearon Constantinopla asolaban ahora la plaza de Castelnuovo.
Cuando los turcos asaltaron las ruinas, tras abrir batería, los supervivientes los recibieron, como diría Pérez Reverte, a punta de moharra, espada y vizcaína, repartiendo leña, obligándolos a retirarse de nuevo con grandes pérdidas. En el ataque principal de aquel día los turcos sufrieron 6.000 muertos, por solo 50 los españoles, si bien muchos morirían posteriormente de sus heridas.
El asedio estaba todavía lejos de estar decidido y los españoles seguían resistiendo como fieras en las murallas. Lo más duro estaba por llegar.
Con los muros derruidos por la artillería y expuestos a los ataques turcos, a los españoles no les quedan muchas alternativas. Se decide hacer otra encamisada en el campamento turco.
Esta vez 600 españoles salen de los escombros de Castelnuovo y se adentran en el campamento turco, donde cunde el pánico, provocando una estampida de tal magnitud en las filas otomanas que derribaron entre otras muchas tiendas, la almiranta de Barbarroja. La guardia personal del Almirante, temiendo el desastre, lo trasladaron contra su voluntad y junto con los estandartes a la seguridad de los barcos de la flota situada en el fiordo.
Tras la “razzia”, el asedio continuó. Ni siquiera cuando las estructuras defensivas se desmoronaron y los defensores quedaron reducidos a sólo 600 hombres, se rindieron los españoles. Sarmiento y todos sus capitanes perecieron en los últimos combates. En la última retirada hacia una torre de la ciudadela, le tiraron desde lo alto una soga a Sarmiento para que subiese, a lo que éste replicó “Nunca quiera Dios que yo me salve y mis capitanes mueran”.
Poco después, los 200 españoles, en su mayoría heridos, que aún quedaban en pie se rindieron. Algunos fueron ejecutados allí mismo, poco después de los últimos combates, y el resto fueron enviados como esclavos a Constantinopla, de donde unos 25 escaparon años después en una barcaza, llegando a costas de Sicilia. Los turcos habían perdido la escandalosa cifra de entre 20 y 24 mil hombres, entre ellos todos los jenízaros. Era 6 de agosto de 1539.
Uno de los ejecutados tras la batalla fue el capitán Machín de Munguía, que se había distinguido con su compañía de vizcaínos en la batalla de Preveza, defendiendo a uñas y dientes, con éxito, una galera veneciana averiada y acosada por varias naves turcas. Barbarroja le ofreció trabajar para él o la fin, prefirió la fin y fue decapitado allí mismo. Pérez Reverte le rinde homenaje en la entrega de “Corsarios de Levante” de Alatriste con el personaje llamado Machín de Gorostiola, también al frente de una compañía de Vizcaínos.
Este hecho de armas produjo gran admiración en Europa, comparando a estos españoles con héroes mitológicos, y provocó que se compusieran numerosos poemas y canciones. Estas estrofas son del poeta Gutierre de Cetina:
Que envuelta en vuestra sangre la llevastes;
Sino para probar que la memoria
De la dichosa fin que alcanzastes,
Se debe envidiar más que la victoria
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