Vlad_Empalador
Será en Octubre
Amancio Ortega: "Todo empezó por mi progenitora"
Amancio Ortega, el fundador del emporio Inditex. GTRES
PREMIUM
Entre los recuerdos inolvidables de las conversaciones que tuve con Amancio Ortega, me viene de inmediato a la cabeza el cariño y la veneración de este personaje hacia sus padres. Después de un almuerzo en su comedor de Arteixo, y por alguna pregunta que le hice sobre su familia, se lanzó a contarme, con su enorme sencillez, y con una carga afectiva rayando en la emoción, lo que «doña Pepita» ha supuesto en su vida.
«Todo empezó por mi progenitora», me dijo en aquella conversación inolvidable, que recuerdo como si fuera hoy, por la emoción con la que este hombre irrepetible, triunfador sin pretender serlo, muy auténtico, evocó en voz alta aquella tarde en la que su progenitora fue a recogerle a la escuela.
Éste fue el relato de Amancio: «Una tarde al salir de la escuela fui con mi progenitora a una tienda a comprar comida. Yo era el pequeño de mis hermanos y a ella le gustaba venir a recogerme para llevarme a casa, y muchas veces la acompañaba dando un paseo mientras hacía sus recados. La tienda en la que entramos era uno de esos ultramarinos de la época, con un mostrador alto, tan alto, que yo no veía a quien hablaba con mi progenitora, pero le escuché algo que, pese al tiempo trascurrido, jamás he olvidado: "Señora Josefa, lo siento mucho, pero ya no le puedo fiar más dinero". Aquello me dejó destrozado. Yo tenía apenas 12 años».
Amancio nos aclaró que él era muy sensible, con un punto de orgullo muy fuerte en su interior, y que tras rebelarse por las palabras que acababa de oír, tomó una decisión irrevocable: «Esto no le volverá a pasar a mi progenitora nunca más. Lo vi muy claro: a partir de ese día me iba a poner a trabajar para ganar dinero y ayudar en mi casa. Abandoné los estudios, dejé los libros y me coloqué de dependiente en una camisería». Este comercio aún sigue en La Coruña, en la esquina de la calle Juan Flórez.
Años después le comenté a Amancio cómo me habían impresionado sus palabras y cuánto me había hecho pensar el testimonio de sus primeros pasos en el camino de largo recorrido que él había seguido sin perder nunca el ritmo de trabajador infatigable. Entonces subrayó con firmeza que, una vez tomado aquel rumbo del que nunca se arrepintió, jamás se le había borrado de la cabeza su origen humilde, unido a aquel encontronazo en su infancia con la carencia de medios indispensables para subsistir. Ello le había ayudado sin duda a forjar un carácter capaz de afrontar las mil dificultades que se presentan día a día en cualquier existencia.
A raíz de esta anécdota, como alguna otra de los comienzos de su trayectoria profesional y vital, se puede concluir que el triunfador del mundo del retail internacional, el hombre que provoca enorme curiosidad y máxima admiración, se arrojó sin poner condiciones a la «universidad de la vida».
Aunque Amancio Ortega no recibió una formación académica, aunque no fuera al colegio ni a la universidad, hay que destacar la educación que le dieron en casa y los valores tan sólidos que sus padres le inculcaron para que con tan solo 12 años tomara la decisión de dejarlo todo para dedicarse a ellos.
Covadonga O'Shea, autora de la biografía de Amancio Ortega. KIKE PARA
NUEVA YORK, 1989. "¡CÓMO ME ACORDÉ DE MIS PADRES!"
En 1989, se había lanzado a cruzar el Atlántico, en la ciudad de los rascacielos, en ese melting pot de civilizaciones y tendencias que durante muchos años ha sido y sigue siendo el centro de Nueva York, le sucedió algo muy similar a lo que un año más tarde le ocurriría en París. Era una tarde muy tranquila en Arteixo cuando lo recordó. En la sede central de Inditex jamás he visto a nadie con la impresión de tener prisa o agobio. Por eso charlar con Amancio es siempre un rato inolvidable y una forma de aprender a enfrentarse con serenidad a ese inmenso mundo que se mueve desde el cuartel general de la empresa. Enseña mucho esa actitud apacible que acompaña, con la magia de la sinfonía que aún no ha terminado, los recuerdos que se agolpan en su cabeza y que sigue contándome sin mirar una sola vez el reloj.
«¿Quién me iba a decir que mi idea de hacer una distribución rápida del producto lograría semejante respuesta al otro lado del océano, donde existían empresas con la fuerza de GAP o Banana Republic? Me costó ir hasta Estados Unidos, entre otras razones mucho más importantes, porque el avión no me gusta demasiado. Por Europa la mayoría de los trayectos los hacía en coche o en tren, pero esta vez no tuve más remedio que volar. Recuerdo como si fuera hoy el momento en que llegué a la esquina de una de las calles más comerciales de la isla de Manhattan, donde teníamos el primer local en tierra americana. Ya te he dicho que a mí me traicionan los sentimientos. Cuando me topé de frente con la tienda de Lexington, situada a pocos metros de los famosos almacenes Bloomingdales, y comprobé desde fuera que estaba hasta arriba de clientas, no daba crédito a lo que veía. Eran mujeres de edades variadas, lo mismo que en una tienda de La Coruña. Iban y venían, se probaban todo lo que les gustaba, miraban, remiraban, se hacían con los productos, pasaban a los probadores y, una vez decididas a la compra, esperaban con paciencia una cola interminable para pagar. Las dependientas no daban abasto doblando la ropa para que todo tuviera ese sello de orden, libertad de acción y atención al cliente que procuramos en nuestras tiendas».
«Otra vez», continuó, «me pudo la emoción y me encerré en el cuarto de baño para que nadie viese los lagrimones que me caían. ¡Cómo me acordé de mis padres! ¡Qué orgullosos estrían de ese hijo que, como se decía entonces, se "había lanzado a hacer las Américas" desde un pueblo perdido del norte de España! Después se han abierto otras tiendas en Nueva York; una de las últimas en la mundialmente famosa Quinta Avenida, pegada a Gucci, a dos pasos de la Catedral de San Patricio y muy cerca de los almacenes Saks. No me acostumbro a ellos, pero ya no me produce el impacto de los primeros momentos».
Es bonito pensar cómo en uno de los momentos más estelares de su carrera, cuando cruza el charco para abrir la primera tienda de Zara en la Gran Manzana, lo que más emoción le produjo fue pensar en lo orgullosos que estarían sus padres de él.
Busdongo, el pueblo leonés donde nació Ortega.
MARBELLA, "¡MI CHOLIÑO!"
Con qué emoción, muchos años después, cuando en su imperio textil -sobre el que, como en la España del siglo XVI, no se ponía el sol- este personaje seguía teniendo presente a su progenitora en todos los pasos que daba. Me contaba lleno de orgullo cuando una vez la llevó con él a Marbella en su avión: «Me miraba con esa admiración que solo una progenitora puede expresar. "¿Puede ser éste mi Choliño?", se preguntaba. Ella me llamaba así y hoy mis sobrinos me llaman tío Cholo. Mi padre, sin embargo, era más serio. Un hombre de una pieza que murió a los 90».
Es cierto que progenitora no hay más que una, pero la huella de su padre también le marcó. Amancio recordaba con fascinación a aquel ferroviario, nativo de Valladolid. Un hombre humilde que dedicó gran parte de su vida a vigilar el estado de las agujas de las vías y que le enseñó el valor de las cosas bien hechas.
Amancio Ortega, el fundador del emporio Inditex. GTRES
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- COVADONGA O'SHEA
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Entre los recuerdos inolvidables de las conversaciones que tuve con Amancio Ortega, me viene de inmediato a la cabeza el cariño y la veneración de este personaje hacia sus padres. Después de un almuerzo en su comedor de Arteixo, y por alguna pregunta que le hice sobre su familia, se lanzó a contarme, con su enorme sencillez, y con una carga afectiva rayando en la emoción, lo que «doña Pepita» ha supuesto en su vida.
«Todo empezó por mi progenitora», me dijo en aquella conversación inolvidable, que recuerdo como si fuera hoy, por la emoción con la que este hombre irrepetible, triunfador sin pretender serlo, muy auténtico, evocó en voz alta aquella tarde en la que su progenitora fue a recogerle a la escuela.
Éste fue el relato de Amancio: «Una tarde al salir de la escuela fui con mi progenitora a una tienda a comprar comida. Yo era el pequeño de mis hermanos y a ella le gustaba venir a recogerme para llevarme a casa, y muchas veces la acompañaba dando un paseo mientras hacía sus recados. La tienda en la que entramos era uno de esos ultramarinos de la época, con un mostrador alto, tan alto, que yo no veía a quien hablaba con mi progenitora, pero le escuché algo que, pese al tiempo trascurrido, jamás he olvidado: "Señora Josefa, lo siento mucho, pero ya no le puedo fiar más dinero". Aquello me dejó destrozado. Yo tenía apenas 12 años».
Amancio nos aclaró que él era muy sensible, con un punto de orgullo muy fuerte en su interior, y que tras rebelarse por las palabras que acababa de oír, tomó una decisión irrevocable: «Esto no le volverá a pasar a mi progenitora nunca más. Lo vi muy claro: a partir de ese día me iba a poner a trabajar para ganar dinero y ayudar en mi casa. Abandoné los estudios, dejé los libros y me coloqué de dependiente en una camisería». Este comercio aún sigue en La Coruña, en la esquina de la calle Juan Flórez.
Años después le comenté a Amancio cómo me habían impresionado sus palabras y cuánto me había hecho pensar el testimonio de sus primeros pasos en el camino de largo recorrido que él había seguido sin perder nunca el ritmo de trabajador infatigable. Entonces subrayó con firmeza que, una vez tomado aquel rumbo del que nunca se arrepintió, jamás se le había borrado de la cabeza su origen humilde, unido a aquel encontronazo en su infancia con la carencia de medios indispensables para subsistir. Ello le había ayudado sin duda a forjar un carácter capaz de afrontar las mil dificultades que se presentan día a día en cualquier existencia.
A raíz de esta anécdota, como alguna otra de los comienzos de su trayectoria profesional y vital, se puede concluir que el triunfador del mundo del retail internacional, el hombre que provoca enorme curiosidad y máxima admiración, se arrojó sin poner condiciones a la «universidad de la vida».
Aunque Amancio Ortega no recibió una formación académica, aunque no fuera al colegio ni a la universidad, hay que destacar la educación que le dieron en casa y los valores tan sólidos que sus padres le inculcaron para que con tan solo 12 años tomara la decisión de dejarlo todo para dedicarse a ellos.
Covadonga O'Shea, autora de la biografía de Amancio Ortega. KIKE PARA
NUEVA YORK, 1989. "¡CÓMO ME ACORDÉ DE MIS PADRES!"
En 1989, se había lanzado a cruzar el Atlántico, en la ciudad de los rascacielos, en ese melting pot de civilizaciones y tendencias que durante muchos años ha sido y sigue siendo el centro de Nueva York, le sucedió algo muy similar a lo que un año más tarde le ocurriría en París. Era una tarde muy tranquila en Arteixo cuando lo recordó. En la sede central de Inditex jamás he visto a nadie con la impresión de tener prisa o agobio. Por eso charlar con Amancio es siempre un rato inolvidable y una forma de aprender a enfrentarse con serenidad a ese inmenso mundo que se mueve desde el cuartel general de la empresa. Enseña mucho esa actitud apacible que acompaña, con la magia de la sinfonía que aún no ha terminado, los recuerdos que se agolpan en su cabeza y que sigue contándome sin mirar una sola vez el reloj.
«¿Quién me iba a decir que mi idea de hacer una distribución rápida del producto lograría semejante respuesta al otro lado del océano, donde existían empresas con la fuerza de GAP o Banana Republic? Me costó ir hasta Estados Unidos, entre otras razones mucho más importantes, porque el avión no me gusta demasiado. Por Europa la mayoría de los trayectos los hacía en coche o en tren, pero esta vez no tuve más remedio que volar. Recuerdo como si fuera hoy el momento en que llegué a la esquina de una de las calles más comerciales de la isla de Manhattan, donde teníamos el primer local en tierra americana. Ya te he dicho que a mí me traicionan los sentimientos. Cuando me topé de frente con la tienda de Lexington, situada a pocos metros de los famosos almacenes Bloomingdales, y comprobé desde fuera que estaba hasta arriba de clientas, no daba crédito a lo que veía. Eran mujeres de edades variadas, lo mismo que en una tienda de La Coruña. Iban y venían, se probaban todo lo que les gustaba, miraban, remiraban, se hacían con los productos, pasaban a los probadores y, una vez decididas a la compra, esperaban con paciencia una cola interminable para pagar. Las dependientas no daban abasto doblando la ropa para que todo tuviera ese sello de orden, libertad de acción y atención al cliente que procuramos en nuestras tiendas».
«Otra vez», continuó, «me pudo la emoción y me encerré en el cuarto de baño para que nadie viese los lagrimones que me caían. ¡Cómo me acordé de mis padres! ¡Qué orgullosos estrían de ese hijo que, como se decía entonces, se "había lanzado a hacer las Américas" desde un pueblo perdido del norte de España! Después se han abierto otras tiendas en Nueva York; una de las últimas en la mundialmente famosa Quinta Avenida, pegada a Gucci, a dos pasos de la Catedral de San Patricio y muy cerca de los almacenes Saks. No me acostumbro a ellos, pero ya no me produce el impacto de los primeros momentos».
Es bonito pensar cómo en uno de los momentos más estelares de su carrera, cuando cruza el charco para abrir la primera tienda de Zara en la Gran Manzana, lo que más emoción le produjo fue pensar en lo orgullosos que estarían sus padres de él.
Busdongo, el pueblo leonés donde nació Ortega.
MARBELLA, "¡MI CHOLIÑO!"
Con qué emoción, muchos años después, cuando en su imperio textil -sobre el que, como en la España del siglo XVI, no se ponía el sol- este personaje seguía teniendo presente a su progenitora en todos los pasos que daba. Me contaba lleno de orgullo cuando una vez la llevó con él a Marbella en su avión: «Me miraba con esa admiración que solo una progenitora puede expresar. "¿Puede ser éste mi Choliño?", se preguntaba. Ella me llamaba así y hoy mis sobrinos me llaman tío Cholo. Mi padre, sin embargo, era más serio. Un hombre de una pieza que murió a los 90».
Es cierto que progenitora no hay más que una, pero la huella de su padre también le marcó. Amancio recordaba con fascinación a aquel ferroviario, nativo de Valladolid. Un hombre humilde que dedicó gran parte de su vida a vigilar el estado de las agujas de las vías y que le enseñó el valor de las cosas bien hechas.