Quesnay
Madmaxista
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- 28 Jun 2009
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Me inicié en la informática, como hobbie, de manera temprana allá por el año 86 (con un Spectrum ZX primero, un 286, un 386 y luego la gama Pentium). En internet me inicié el el año 95 ó 96. Por simple antigüedad, adquirí ciertas habilidades que, si bien hoy en día ya no, en tiempos estuvieron muy por encima del grueso de la población.
Hace ya unos años empecé a arrepentirme de mi inmersión en ese mundo pues, en mi trabajo, era demasiado tarde para hacerme pasar por analfabeto digital y, vía internet y el móvil, me tienen ocupado todo mi espacio laboral (que se ha extendido hasta coincidir con mi espacio vital) con correos y también, con ese vértice del mal que es whatsapp. Han llegado a contactarme en una UCI, estando naturalmente de baja, para pedirme informes y, cuando les he comunicado que estaba con respiración asistida, me han dicho que sí, pero que como tenía el móvil allí no me costaba nada mandarlos. Las nuevas generaciones, ni siquiera consideran tiempo de trabajo el estar conectados todo el día, tal es el enganche a la red que tienen.
Pero el caso es que, hace poco tiempo, pasé un año trabajando en el Reino Unido. Allí descubrí que, con verdadera arrogancia, habían instaurado la red para cualquier cosa (tenía hasta que hacer fotos de los contadores de gas, luz y agua y enviárselas a una web para que me devolvieran parte de las cantidades prepagadas periódicamente). No sé qué porcentaje de la población (¿el 50%?) es incapaz de realizar gestiones por internet. A mí mismo, supongo que, en parte porque envejezco y en parte porque es cada vez más complejo, me empieza a resultar penoso. Estoy harto de cumplimentar los malditos captchas de autobuses borrosos para verificar que no soy un robot (a veces desearía serlo), de tener que llevar el móvil encima para asegurar que soy yo el que intenta abrir el correo con su contraseña señalando números, de instalar actualizaciones, de mandar números de teléfono al ignore porque me atacan con su publicidad como un enjambre de avispas y de recordar contraseñas que no me sirven más que para un sitio porque en unas se requiere que la tercera letra sea mayúscula, en otra que se incluya un carácter del sánscrito arcaico y en otra que teclee supercalifragilísticoespialidoso1234 a la vez que tengo que sumar 3485298 y 54763886773 en unos segundos porque si no se reinicia la página y hay que recomenzar todo el proceso.
El caso es que en el Reino Unido, como aquí, una buena parte de la población era incapaz de manejarse en internet. Cada país soluciona sus problemas de acuerdo con su idiosincrasia. En el Reino Unido, es casi conditio sine que non llevar en el Curriculum que se ha colaborado en diversas ONGs u organizaciones parroquiales. Una de ellas, destina a jóvenes que desean llenar curriculum a ayudar a las personas incapaces de manejarse por los prolijos océanos de la web. El Reino Unido es muy eficaz disfrazando de filantropía el abuso laboral; Dickens y Darwin están muy presentes. En España, como era de esperar, un asunto similar, se soluciona con familia y amigos (lo que en los entierros se llamaba "deudos", es decir, los que te deben algo por condición).
El caso es que al volver a España, me doy cuenta de que se ha multiplicado, hasta hacerse irritante, algo que ya existía antes: tengo que ayudar a fulano y a mengana (hay que ver si sale mejor conjunta o separada) a hacer su declaración de IRPF; a perengana a pedir cita a la Seguridad Social; a Zutano a comprarse un Iphone barato, que no entiende bien el inglés, en una web Thailandesa. A Zurbano (se me han acabado los nombres para cada hijo de vecino, en una sociedad de masas se necesitan más) a sacar un billete de avión para hacer una cosa tan única como ir a ver la puesta de sol del solsticio de verano tras la torre Eiffel entre miles de Zurbanos, Zurbani; Zurbanoff, Zürbanschen, Zurbånsönn, Abd Al Zurbani y Zurbankashida que se encuentran allí celebrando su multiculturalidad y diversidad clónicas.
Y me doy cuenta de que las empresas, para ahorrarse costes a través del ahorro en personal, nos han trasladado a los que tenemos determinadas habilidades, el trabajo de la gente de la que se han desembarazado (es decir, que han abortado). No creo que sea nada consciente ni malvado. Es simplemente algo que viene dado por la lógica del beneficio como prioridad. Una especie de tara que impide ver la globalidad de las consecuencias de una acción al centrarse sólo en uno de sus aspectos. Como hicieron, por otra parte, con los empleados de gasolinera (échese usted la gasolina y nosotros cobramos... lo mismo), después con los bancos, y están haciendo con las cajeras. Y nos toca a los demás sufrir la falta de habilidades del grueso de la población. No porque seamos más inteligentes: bien al contrario; ya lo decía el refranero popular español, al que están borrando junto a la religión, la historia y el lenguaje común: en comunidad, no muestres tu habilidad. Mi abuela me lo repetía a menudo de joven, pero yo, adolescente aturdido no le prestaba atención. ¡Qué iba a saber la pobre vieja!
El caso es que empiezo a preguntarme si no está ocurriendo lo mismo a nivel global en el mercado laboral: que la cuarta revolución industrial requiera por parte de los remeros unas habilidades de manejo de las herramientas informáticas que no está al alcance de la mayoría de la población; y que mientras se adiestra al grueso de la población mediante el uso de redes sociales, videojuegos y móviles desde la infancia, edad en que se mecaniza todo sin el estorbo de la razón, otros estamos encargados de suplir la "deficiencia" de esa parte de la población.
Por lo que ocurre que una parte de la población lleva una vida relativamente plácida o, directamente, es expulsada del mercado laboral pero mantenida a costa de los demás, mientras que los demás, que alcanzan el nivel requerido en las habilidades necesarias para manejarse en la jungla numérica, son convertidos en esclavos digitales.
Yo, por lo menos, hace mucho tiempo que me siento un siervo digital. Y me gustaría saber cómo lograr mi manumisión. Ya no quiero ayudar a nadie a obtener una cita online, ni a sacar un billete de avión, ni a vaciarle la caché... Ni quiero estar conectado a mi trabajo las 24 horas siete días a la semana por una miseria. No soy médico, ni bombero ni policía. En mi trabajo, no existen las urgencias reales: son todas virtuales.
Hace ya unos años empecé a arrepentirme de mi inmersión en ese mundo pues, en mi trabajo, era demasiado tarde para hacerme pasar por analfabeto digital y, vía internet y el móvil, me tienen ocupado todo mi espacio laboral (que se ha extendido hasta coincidir con mi espacio vital) con correos y también, con ese vértice del mal que es whatsapp. Han llegado a contactarme en una UCI, estando naturalmente de baja, para pedirme informes y, cuando les he comunicado que estaba con respiración asistida, me han dicho que sí, pero que como tenía el móvil allí no me costaba nada mandarlos. Las nuevas generaciones, ni siquiera consideran tiempo de trabajo el estar conectados todo el día, tal es el enganche a la red que tienen.
Pero el caso es que, hace poco tiempo, pasé un año trabajando en el Reino Unido. Allí descubrí que, con verdadera arrogancia, habían instaurado la red para cualquier cosa (tenía hasta que hacer fotos de los contadores de gas, luz y agua y enviárselas a una web para que me devolvieran parte de las cantidades prepagadas periódicamente). No sé qué porcentaje de la población (¿el 50%?) es incapaz de realizar gestiones por internet. A mí mismo, supongo que, en parte porque envejezco y en parte porque es cada vez más complejo, me empieza a resultar penoso. Estoy harto de cumplimentar los malditos captchas de autobuses borrosos para verificar que no soy un robot (a veces desearía serlo), de tener que llevar el móvil encima para asegurar que soy yo el que intenta abrir el correo con su contraseña señalando números, de instalar actualizaciones, de mandar números de teléfono al ignore porque me atacan con su publicidad como un enjambre de avispas y de recordar contraseñas que no me sirven más que para un sitio porque en unas se requiere que la tercera letra sea mayúscula, en otra que se incluya un carácter del sánscrito arcaico y en otra que teclee supercalifragilísticoespialidoso1234 a la vez que tengo que sumar 3485298 y 54763886773 en unos segundos porque si no se reinicia la página y hay que recomenzar todo el proceso.
El caso es que en el Reino Unido, como aquí, una buena parte de la población era incapaz de manejarse en internet. Cada país soluciona sus problemas de acuerdo con su idiosincrasia. En el Reino Unido, es casi conditio sine que non llevar en el Curriculum que se ha colaborado en diversas ONGs u organizaciones parroquiales. Una de ellas, destina a jóvenes que desean llenar curriculum a ayudar a las personas incapaces de manejarse por los prolijos océanos de la web. El Reino Unido es muy eficaz disfrazando de filantropía el abuso laboral; Dickens y Darwin están muy presentes. En España, como era de esperar, un asunto similar, se soluciona con familia y amigos (lo que en los entierros se llamaba "deudos", es decir, los que te deben algo por condición).
El caso es que al volver a España, me doy cuenta de que se ha multiplicado, hasta hacerse irritante, algo que ya existía antes: tengo que ayudar a fulano y a mengana (hay que ver si sale mejor conjunta o separada) a hacer su declaración de IRPF; a perengana a pedir cita a la Seguridad Social; a Zutano a comprarse un Iphone barato, que no entiende bien el inglés, en una web Thailandesa. A Zurbano (se me han acabado los nombres para cada hijo de vecino, en una sociedad de masas se necesitan más) a sacar un billete de avión para hacer una cosa tan única como ir a ver la puesta de sol del solsticio de verano tras la torre Eiffel entre miles de Zurbanos, Zurbani; Zurbanoff, Zürbanschen, Zurbånsönn, Abd Al Zurbani y Zurbankashida que se encuentran allí celebrando su multiculturalidad y diversidad clónicas.
Y me doy cuenta de que las empresas, para ahorrarse costes a través del ahorro en personal, nos han trasladado a los que tenemos determinadas habilidades, el trabajo de la gente de la que se han desembarazado (es decir, que han abortado). No creo que sea nada consciente ni malvado. Es simplemente algo que viene dado por la lógica del beneficio como prioridad. Una especie de tara que impide ver la globalidad de las consecuencias de una acción al centrarse sólo en uno de sus aspectos. Como hicieron, por otra parte, con los empleados de gasolinera (échese usted la gasolina y nosotros cobramos... lo mismo), después con los bancos, y están haciendo con las cajeras. Y nos toca a los demás sufrir la falta de habilidades del grueso de la población. No porque seamos más inteligentes: bien al contrario; ya lo decía el refranero popular español, al que están borrando junto a la religión, la historia y el lenguaje común: en comunidad, no muestres tu habilidad. Mi abuela me lo repetía a menudo de joven, pero yo, adolescente aturdido no le prestaba atención. ¡Qué iba a saber la pobre vieja!
El caso es que empiezo a preguntarme si no está ocurriendo lo mismo a nivel global en el mercado laboral: que la cuarta revolución industrial requiera por parte de los remeros unas habilidades de manejo de las herramientas informáticas que no está al alcance de la mayoría de la población; y que mientras se adiestra al grueso de la población mediante el uso de redes sociales, videojuegos y móviles desde la infancia, edad en que se mecaniza todo sin el estorbo de la razón, otros estamos encargados de suplir la "deficiencia" de esa parte de la población.
Por lo que ocurre que una parte de la población lleva una vida relativamente plácida o, directamente, es expulsada del mercado laboral pero mantenida a costa de los demás, mientras que los demás, que alcanzan el nivel requerido en las habilidades necesarias para manejarse en la jungla numérica, son convertidos en esclavos digitales.
Yo, por lo menos, hace mucho tiempo que me siento un siervo digital. Y me gustaría saber cómo lograr mi manumisión. Ya no quiero ayudar a nadie a obtener una cita online, ni a sacar un billete de avión, ni a vaciarle la caché... Ni quiero estar conectado a mi trabajo las 24 horas siete días a la semana por una miseria. No soy médico, ni bombero ni policía. En mi trabajo, no existen las urgencias reales: son todas virtuales.
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