L
la mosca cojonera
Guest
03-06-2005
Cosas que aprendi en La Habana
Carlos Tena
Rebelión
La primera vez que vine a Cuba fue en 1980. Me había propuesto grabar
varios programas de televisión con destino a la 2ª Cadena de TVE, una
vez que se me permitió hacer el viaje con todos los miembros del
programa que yo dirigía en aquel entonces, y que, mira por dónde, hoy
tiene un hermano en la TV cubana con el mismo título: "Música,
maestro". El planteamiento del espacio no era otro que dar a conocer
esos sonidos que en el mundo existen, pero que no tienen la
posibilidad de ser escuchados y vistos en ningún otro medio de
comunicación, excepto en los públicos. Y buena parte de la música
cubana, exceptuando los casos puntuales de Silvio Rodríguez y Pablo
Milanés, seguía siendo bastante desconocida para el gran público de
la península ibérica.
Ya sabemos que la televisión privada, inexistente en aquella época,
tampoco se distinguiría mucho de la de hoy, que se encuentra a mil
años luz de cumplir siquiera sus propios estatutos, sobre todo en lo
referente a la obligación de realizar programas culturales. Los
directivos prefieren abonar una pequeña multa al gobierno de turno
(si es que les sancionan, cosa bastante extraña a pesar de los
incumplimientos constantes), que emitir algo que pueda tener sabor a
cultura o educación. Programar sí, dicen los mercaderes, pero que
huela a cosa. Trillones de moscas (así se trata a los
telespectadores en España y buena parte de Europa) no pueden estar
equivocadas.
Estaba pues seguro de que aquella aventura nunca se hubiera podido
llevar a buen puerto sin contar con mi añorada y querida Segunda
Cadena. Con dos operadores de cine, dotados con cámaras de 16
milímetros y película de baja calidad (no nos proporcionaron otra),
dos ayudantes, un sonidista, un realizador, un productor, un
guionista, un director (el que firma), un jefe de fotografía y tres
luminotécnicos, nos plantamos en la capital de la mayor de las
Antillas, donde previamente las impagables gentes de EGREM nos habían
prestado una más que inestimable ayuda a la hora de contactar con los
artistas y grupos, cuya imagen y sonido deseaba llevarme a España,
para demostrar la increíble potencia y capacidad creativa de muchos
profesionales de la música.
Todo fue absolutamente maravilloso: hasta las demoras en las citas,
los carros (coches) ponchados (pinchados), los cortes de fluido
eléctrico, el aguijón de un mosquito o un jején (mucho más molesto),
la lluvia torrencial, el calor y la humedad, los fallos de micrófonos
y mesas de mezcla (de fabricación checa o de la Alemania del Este,
húngara o rusa). Nada de eso nos desanimó; más bien al contrario,
reíamos mientras los expertos arreglaban el desaguisado, ya fueran
médicos, enfermeras, chóferes, mecánicos o especialistas en sonido,
porque estábamos seguros de que todo se iba a "resolver" (verbo más
que imprescindible). El personal que nos echaba una y dos manos era
tan amable, tan colaborador, que lo primero que comentábamos al
llegar extenuados al hotel era: "Yo me quedaría aquí a trabajar,
aunque sólo fuera por estar entre ellos". Veinticinco años más tarde,
he logrado ese objetivo.
Desde que filmara para la historia de la TVE esos documentos rodados
en La Habana, con la participación inolvidable de Santiago Feliú,
Anabel López, Amaury Pérez, Emiliano Salvador, Irakere (¡ en
Tropicana, además ¡) y otras muchas figuras de la canción, la trova,
el jazz, etc., juré regresar cada año a la isla, me prometí no perder
jamás el contacto con un pueblo absolutamente único en el que hay
dosis más que enormes de heroísmo, solidaridad, sacrificio y cultura
apabullantes. Y, para colmo, como musicólogo y periodista, tenía que
reconocer que ningún país podría ofrecerme un plantel de figuras de
esa categoría en todo el continente latinoamericano. Tal vez Brasil
sería la única nación donde pudiera haber rodado algunos programas de
tanta calidad, pero yo no quería entrar en contacto, ni siquiera a
nivel cultural, con una dictadura tan brutal como la que asolaba a
los cariocas en aquellos años. Y afirmo esto poniendo el anzuelo a
los anticastristas, a esos que siguen intentando convencernos de que
Cuba también es una dictadura. No, queridos, nada más lejos de la
realidad. Las leyendas negras caen como castillos de naipes.
Tras más de un cuarto de siglo viniendo de forma continua y
calculada, y dos años trabajando en mi nueva patria, puedo asegurar
que el régimen de Fidel Castro, el sistema que la Revolución ha
diseñado, en circunstancias tan dramáticas como tener que soportar un
bloqueo brutal del mayor enemigo de la paz (Gobiernos USA), es desde
el punto de vista democrático, un ejemplo de coherencia e
independencia de poderes.
A pesar de los fallos y errores absolutamente lógicos, disculpables e
inherentes a cualquier sistema político (y mucho más tras el
derrocamiento de un malo como Fulgencio Batista), no hay un país
comparable a Cuba, donde el término democracia adquiere una dimensión
clásica, donde los cauces de participación popular son mil veces más
justos y útiles que lo que nosotros europeos llamamos pomposamente
"estado de derecho". El ejemplo constante de Cuba en la lucha
antiterrorista debería ser calcado por esos gobiernos que, como todos
los de la Comunidad Europea, dicen combatir esa terrible plaga, pero
rinden tributo y callan de forma da repelúsnte ante los desmanes de
Bush: el primer terrorista del mundo, el Corleone protector de Posada
Carriles y demás fieras de la mafia de Miami.
La democracia occidental, la del llamado primer mundo, es cada día
más parecida a una férrea dictadura confeccionada a gusto de los
empresarios, de los consejos de administración de las
multinacionales. Y esos sistemas, bipartidistas en la mayor parte de
los casos, están lejos de dar ejemplos de libertades a la bloqueada
Cuba. ¿Acaso van a merecer Panamá y Honduras, Guatemala o El
Salvador, Bolivia y Ecuador, Chile o México, una mejor calificación
política que la Cuba revolucionaria?.
Revolución es también Re-Evolución, y por ello la sociedad cubana
avanza inexorable y cabezona a la conquista de la justicia total,
subvencionando todos los bienes, la sanidad, la cultura, la vivienda,
el agua, la luz, el teléfono, hasta los pequeños electrodomésticos,
poniendo como objetivo para alcanzar esa justicia al cien por cien de
la población, al alcance de sus más de 10 millones de habitantes,
incluso para aquellos que no están de acuerdo con el sistema político
actual. (Otro anzuelo más que lanzo a los escépticos). Los verdaderos
disidentes (no los mercenarios al servicio de Bush o los fans de José
María Aznar "El caballerito terrorista" ) pueden ser elegidos en Cuba
diputados de la Asamblea Nacional, y discutir cualquiera de las
medidas que se planteen en ella, con plena confianza en que sus
opiniones serán respetadas. Repito: cualquier ciudadano, por muy
descontento que esté, puede y debe presentarse a las elecciones. Unos
sufragios en los que participa (ojo, que el voto no es obligatorio en
Cuba) más de 95 por ciento de la población.
Y es eso, el respeto a las ideas lo que asegura que un disidente se
halle en el disfrute pleno de sus condición de demócrata. Porque no
son los intereses de las multinacionales lo que se defiende en Cuba,
sino algo bien diferente: son los verdaderos derechos humanos, la
oportunidad de convertirte, si así lo quieres, en profesional del
arte, la ciencia o la milicia, en la seguridad de que tu salud está
protegida, tu trabajo garantizado, como tu vivienda, tu educación y
la de tus hijos, su escuela, alimentos, cultura y ¿por qué no?
diversión y entretenimiento.
En España, sólo en el País Vasco, más de ciento cincuenta mil
habitantes se hallan bajo sospecha, amenazados de guandoca sólo por sus
ideas independentistas, jóvenes condenados a decenas de años de
guandoca por quemar un contenedor de sarama, etc., etc. A eso yo le
llamo democracia bajo fianza, bajo vigilancia de centenares, de miles
de cámaras de televisión colocadas en calles, hoteles y casas
particulares, democracia fundamentalista, donde si te mueves un poco
a la izquierda das con tus huesos en una ciudad llamada ostracismo,
cuando no en una celda. Sin embargo, los nostálgicos del mayor
malo de la reciente historia española, Francisco Franco, campan a
sus anchas por las ciudades, apaleando a los verdaderos demócratas,
agrediendo con su saludo fascista, sin que la policía haga otra cosa
que mirar cómo vuelan las golondrinas o defecan las cigüeñas.
¿Democracia?. Esperen: me acaba de dar un ataque de risa.
Por eso, en su día, solicité asilo político en la Cuba de Fidel, en
La Habana revolucionaria, con sus incontestables aciertos y sus
comprensibles errores; pero son muchos más los primeros. Porque
cuando me levanto cada mañana para acudir a mi centro laboral,
aprendo cada día una lección de participación ciudadana, una clase
magistral de solidaridad, un máster en humanidad.
Soy una persona afortunada porque puedo aún ser alumno, refunfuñón,
viejo y cascarrabias, fumador y poco bailón, pero alumno que tiene a
su alrededor miles, millones de catedrátic@s y maestr@s que me miman
y animan, con una sempiterna sonrisa en los labios, en verdadera
democracia. En plena libertad. ¡ Qué más se puede pedir ¡.
www.rebelion.org/noticia.php?id=16035
Cosas que aprendi en La Habana
Carlos Tena
Rebelión
La primera vez que vine a Cuba fue en 1980. Me había propuesto grabar
varios programas de televisión con destino a la 2ª Cadena de TVE, una
vez que se me permitió hacer el viaje con todos los miembros del
programa que yo dirigía en aquel entonces, y que, mira por dónde, hoy
tiene un hermano en la TV cubana con el mismo título: "Música,
maestro". El planteamiento del espacio no era otro que dar a conocer
esos sonidos que en el mundo existen, pero que no tienen la
posibilidad de ser escuchados y vistos en ningún otro medio de
comunicación, excepto en los públicos. Y buena parte de la música
cubana, exceptuando los casos puntuales de Silvio Rodríguez y Pablo
Milanés, seguía siendo bastante desconocida para el gran público de
la península ibérica.
Ya sabemos que la televisión privada, inexistente en aquella época,
tampoco se distinguiría mucho de la de hoy, que se encuentra a mil
años luz de cumplir siquiera sus propios estatutos, sobre todo en lo
referente a la obligación de realizar programas culturales. Los
directivos prefieren abonar una pequeña multa al gobierno de turno
(si es que les sancionan, cosa bastante extraña a pesar de los
incumplimientos constantes), que emitir algo que pueda tener sabor a
cultura o educación. Programar sí, dicen los mercaderes, pero que
huela a cosa. Trillones de moscas (así se trata a los
telespectadores en España y buena parte de Europa) no pueden estar
equivocadas.
Estaba pues seguro de que aquella aventura nunca se hubiera podido
llevar a buen puerto sin contar con mi añorada y querida Segunda
Cadena. Con dos operadores de cine, dotados con cámaras de 16
milímetros y película de baja calidad (no nos proporcionaron otra),
dos ayudantes, un sonidista, un realizador, un productor, un
guionista, un director (el que firma), un jefe de fotografía y tres
luminotécnicos, nos plantamos en la capital de la mayor de las
Antillas, donde previamente las impagables gentes de EGREM nos habían
prestado una más que inestimable ayuda a la hora de contactar con los
artistas y grupos, cuya imagen y sonido deseaba llevarme a España,
para demostrar la increíble potencia y capacidad creativa de muchos
profesionales de la música.
Todo fue absolutamente maravilloso: hasta las demoras en las citas,
los carros (coches) ponchados (pinchados), los cortes de fluido
eléctrico, el aguijón de un mosquito o un jején (mucho más molesto),
la lluvia torrencial, el calor y la humedad, los fallos de micrófonos
y mesas de mezcla (de fabricación checa o de la Alemania del Este,
húngara o rusa). Nada de eso nos desanimó; más bien al contrario,
reíamos mientras los expertos arreglaban el desaguisado, ya fueran
médicos, enfermeras, chóferes, mecánicos o especialistas en sonido,
porque estábamos seguros de que todo se iba a "resolver" (verbo más
que imprescindible). El personal que nos echaba una y dos manos era
tan amable, tan colaborador, que lo primero que comentábamos al
llegar extenuados al hotel era: "Yo me quedaría aquí a trabajar,
aunque sólo fuera por estar entre ellos". Veinticinco años más tarde,
he logrado ese objetivo.
Desde que filmara para la historia de la TVE esos documentos rodados
en La Habana, con la participación inolvidable de Santiago Feliú,
Anabel López, Amaury Pérez, Emiliano Salvador, Irakere (¡ en
Tropicana, además ¡) y otras muchas figuras de la canción, la trova,
el jazz, etc., juré regresar cada año a la isla, me prometí no perder
jamás el contacto con un pueblo absolutamente único en el que hay
dosis más que enormes de heroísmo, solidaridad, sacrificio y cultura
apabullantes. Y, para colmo, como musicólogo y periodista, tenía que
reconocer que ningún país podría ofrecerme un plantel de figuras de
esa categoría en todo el continente latinoamericano. Tal vez Brasil
sería la única nación donde pudiera haber rodado algunos programas de
tanta calidad, pero yo no quería entrar en contacto, ni siquiera a
nivel cultural, con una dictadura tan brutal como la que asolaba a
los cariocas en aquellos años. Y afirmo esto poniendo el anzuelo a
los anticastristas, a esos que siguen intentando convencernos de que
Cuba también es una dictadura. No, queridos, nada más lejos de la
realidad. Las leyendas negras caen como castillos de naipes.
Tras más de un cuarto de siglo viniendo de forma continua y
calculada, y dos años trabajando en mi nueva patria, puedo asegurar
que el régimen de Fidel Castro, el sistema que la Revolución ha
diseñado, en circunstancias tan dramáticas como tener que soportar un
bloqueo brutal del mayor enemigo de la paz (Gobiernos USA), es desde
el punto de vista democrático, un ejemplo de coherencia e
independencia de poderes.
A pesar de los fallos y errores absolutamente lógicos, disculpables e
inherentes a cualquier sistema político (y mucho más tras el
derrocamiento de un malo como Fulgencio Batista), no hay un país
comparable a Cuba, donde el término democracia adquiere una dimensión
clásica, donde los cauces de participación popular son mil veces más
justos y útiles que lo que nosotros europeos llamamos pomposamente
"estado de derecho". El ejemplo constante de Cuba en la lucha
antiterrorista debería ser calcado por esos gobiernos que, como todos
los de la Comunidad Europea, dicen combatir esa terrible plaga, pero
rinden tributo y callan de forma da repelúsnte ante los desmanes de
Bush: el primer terrorista del mundo, el Corleone protector de Posada
Carriles y demás fieras de la mafia de Miami.
La democracia occidental, la del llamado primer mundo, es cada día
más parecida a una férrea dictadura confeccionada a gusto de los
empresarios, de los consejos de administración de las
multinacionales. Y esos sistemas, bipartidistas en la mayor parte de
los casos, están lejos de dar ejemplos de libertades a la bloqueada
Cuba. ¿Acaso van a merecer Panamá y Honduras, Guatemala o El
Salvador, Bolivia y Ecuador, Chile o México, una mejor calificación
política que la Cuba revolucionaria?.
Revolución es también Re-Evolución, y por ello la sociedad cubana
avanza inexorable y cabezona a la conquista de la justicia total,
subvencionando todos los bienes, la sanidad, la cultura, la vivienda,
el agua, la luz, el teléfono, hasta los pequeños electrodomésticos,
poniendo como objetivo para alcanzar esa justicia al cien por cien de
la población, al alcance de sus más de 10 millones de habitantes,
incluso para aquellos que no están de acuerdo con el sistema político
actual. (Otro anzuelo más que lanzo a los escépticos). Los verdaderos
disidentes (no los mercenarios al servicio de Bush o los fans de José
María Aznar "El caballerito terrorista" ) pueden ser elegidos en Cuba
diputados de la Asamblea Nacional, y discutir cualquiera de las
medidas que se planteen en ella, con plena confianza en que sus
opiniones serán respetadas. Repito: cualquier ciudadano, por muy
descontento que esté, puede y debe presentarse a las elecciones. Unos
sufragios en los que participa (ojo, que el voto no es obligatorio en
Cuba) más de 95 por ciento de la población.
Y es eso, el respeto a las ideas lo que asegura que un disidente se
halle en el disfrute pleno de sus condición de demócrata. Porque no
son los intereses de las multinacionales lo que se defiende en Cuba,
sino algo bien diferente: son los verdaderos derechos humanos, la
oportunidad de convertirte, si así lo quieres, en profesional del
arte, la ciencia o la milicia, en la seguridad de que tu salud está
protegida, tu trabajo garantizado, como tu vivienda, tu educación y
la de tus hijos, su escuela, alimentos, cultura y ¿por qué no?
diversión y entretenimiento.
En España, sólo en el País Vasco, más de ciento cincuenta mil
habitantes se hallan bajo sospecha, amenazados de guandoca sólo por sus
ideas independentistas, jóvenes condenados a decenas de años de
guandoca por quemar un contenedor de sarama, etc., etc. A eso yo le
llamo democracia bajo fianza, bajo vigilancia de centenares, de miles
de cámaras de televisión colocadas en calles, hoteles y casas
particulares, democracia fundamentalista, donde si te mueves un poco
a la izquierda das con tus huesos en una ciudad llamada ostracismo,
cuando no en una celda. Sin embargo, los nostálgicos del mayor
malo de la reciente historia española, Francisco Franco, campan a
sus anchas por las ciudades, apaleando a los verdaderos demócratas,
agrediendo con su saludo fascista, sin que la policía haga otra cosa
que mirar cómo vuelan las golondrinas o defecan las cigüeñas.
¿Democracia?. Esperen: me acaba de dar un ataque de risa.
Por eso, en su día, solicité asilo político en la Cuba de Fidel, en
La Habana revolucionaria, con sus incontestables aciertos y sus
comprensibles errores; pero son muchos más los primeros. Porque
cuando me levanto cada mañana para acudir a mi centro laboral,
aprendo cada día una lección de participación ciudadana, una clase
magistral de solidaridad, un máster en humanidad.
Soy una persona afortunada porque puedo aún ser alumno, refunfuñón,
viejo y cascarrabias, fumador y poco bailón, pero alumno que tiene a
su alrededor miles, millones de catedrátic@s y maestr@s que me miman
y animan, con una sempiterna sonrisa en los labios, en verdadera
democracia. En plena libertad. ¡ Qué más se puede pedir ¡.
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