¿Comunista y pro-ruso? Difícil ser más demorado. La opinión de Marx sobre el mundo ruso y el barbarismo de la Moscovia asiática.

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23 Ene 2022
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Es difícil entender como toda la recua de asnos analfabetos comunistas, en su vertiente tankie/nostálgica apoyan de una forma tan acrítica el cutre imperialismo ruso de la extrema derecha pilinguinesca. Realmente la trouppe pro-rusa en occidente es un circo de freaks en el que ultraderechistas conspiranoícos, comunistas y otros orates útiles despistados se retroalimentan en su ridículo discurso pilinguiniano.

Marx, aun equivocado en sus principales afirmaciones económicas y políticas no dejaba de ser un progresista que tenía una visión muy clara de lo que era la Rusia zarista, un imperio del látigo y la autocracia. En cambio los pocos marxistas que quedan hoy se han dividido entre una gran masa de borregos antiamericanos que apoyan como simples a un Estado mafioso, máximo exponente del imperialismo, el autoritarismo de derechas y el pseudo-capitalismo oligárquico y corrupto y unos pocos marxistas críticos que realmente entienden el nefasto papel que Rusia juega en Europa y el mundo.

El texto de 1867 tiene bastantes paralelismos con la situación actual, entonces con la excusa anti-jacobina los rusos pretendían imponer su dominio en Europa y con él la autocracia y la carcundia. Hoy la excusa es la lucha contra el americanismo y el "globohomo" y algunos fulastres en su ceguera pretenden sustituir la tiranía mediática y blanda de Soros y lo pogre por tiranía férrea de la Rusia del envenenamiento, el gulag y el colleja.


Discursos de 1867:

- La Misión Europea de Polonia:

Hace unos treinta años estalló una revolución en Francia. Fue algo imprevisto por la Providencia de San Petersburgo, que acababa de convenir un pacto secreto con Carlos X para mejorar la administración y la geografía de Europa. En cuanto
le llegaron las tristes nuevas al zar Nicolás, reunió a los oficiales de su guardia y los arengó breve y bélicamente, terminando
con las palabras “¡A caballo, señores!” No era una amenaza vana. Enviaron a Paskievitch a Berlín, para dirigir la oleada turística de
Francia. Pocos meses después estaba todo listo. Se esperaba que los prusianos desplegasen su concentración del Rin, que el ejército polaco entrase en Prusia y los moscovitas avanzasen en la retaguardia. Pero entonces, como dijo Lafayette en la cámara de
diputados, “la avanzada se volvió contra la masa del ejército”; el levantamiento de Varsovia salvó a Europa de una segunda
guerra antijacobina.

Dieciocho años más tarde hubo otra erupción del volcán revolucionario o, más bien, un terremoto que sacudió todo el
continente. Hasta Alemania empezó a moverse, a pesar de que había sido mantenida constantemente pegada a las faldas de Rusia desde la llamada Guerra de la Independencia. Y lo que es más sorprendente, Viena fue la primera en probar las barricadas
callejeras, y con éxito. Esta vez, quizá la primera en la historia, el ruso perdió la serenidad. El zar Nicolás arengó a sus guardias
enseguida. Publicó un manifiesto a su pueblo diciendo que la peste francesa había llegado a infectar a Alemania, que se acercaba a las fronteras del imperio y que la Revolución en su delirio miraba con ojos arrebatados a la Santa Rusia. Esto no es raro, gritó. Durante años la misma Alemania había sido fermento de infidelidad. El cáncer de una filosofía sacrílega había llegado a los órganos vitales de este pueblo, que parecía tan sano por fuera. Y terminaba con este mensaje a los alemanes: “¡Dios está con nosotros! ¡Oíd esto, infieles, y rendíos a nosotros, porque Dios está con nosotros!” Poco después envió a los alemanes otro mensaje, con su fiel servidor Nesselrode, pero lleno esta
vez de ternura para con este pueblo pagano. ¿Por qué este cambio?

Porque la gente de Berlín no había hecho sólo una revolución, sino que también había proclamado la rehabilitación de Polonia, y los polacos de Prusia engañados por el entusiasmo popular comenzaban a construir campamentos militares en Posen. De ahí la amabilidad del zar. ¡Una vez más era Polonia, el caballero inmortal de Europa, el que infundía pavor al mongol! (Sí, Polonia y Hungría propinaron las más tremendas derrotas a las hordas de Mongolia a finales del siglo XIII). Solamente después que los alemanes traicionaron a los polacos, en especial la Asamblea Nacional Alemana de Francfort, Rusia recuperó su fuerza como para apuñalar a la Revolución de 1848 en su último refugio, Hungría. Y ahí el último hombre que dirigió una campaña contra Rusia fue un polaco, el general Bem.

Hoy hay todavía gente tan inocente que cree que todo habría sido diferente si Polonia hubiese dejado de ser “una nación necesaria”, como la llamó un escritor francés, incluso si Polonia fuese sólo un simple recuerdo sentimental. Y ustedes saben que los sentimientos y los recuerdos no se cotizan en la bolsa.

¿Pero yo pregunto, qué cambió? ¿Disminuyó el peligro? No, solamente que la ceguera intelectual de las clases dirigentes de Europa llegó a su cenit.

En primer lugar, la política de Rusia es inmutable, como ha admitido su historiador oficial, el moscovita Karamsin. Sus métodos, sus tácticas, sus maniobras pueden cambiar, pero la estrella polar de su política –el dominio del mundo- es una estrella fija. En nuestra época sólo un gobierno astuto que gobierna sobre masas bárbaras puede concebir y ejecutar un plan semejante. Como escribiera Pozzo di Borgo, el más grande diplomático ruso de los tiempos modernos, a Alejandro I, con
ocasión del Congreso de Viena, Polonia es el gran instrumento para la ejecución de los designios rusos del mundo, pero es también un obstáculo invencible para los mismos hasta el momento en que los polacos, agotados por las traiciones acumuladas de Europa, se conviertan en un látigo en manos del moscovita.

Ahora yo pregunto:¿Ha intervenido algo que no fuera la disposición de ánimo polaca para frustrar los planes de Rusia o
detener su acción? No hace falta decir que el progreso de sus conquistas en Asia ha sido continuo. No hace falta decir que la
llamada guerra de Inglaterra y Francia contra Rusia dio a ésta la fortaleza montañosa del Cáucaso, el control del Mar neցro, y derechos marítimos que Catalina II, Pablo y Alejandro I habían tratado en vano de arrebatar a Inglaterra. Los ferrocarriles unen
y concentran sus fuerzas antes dispersas en una gran extensión. Sus reservas materiales en la Polonia Rusa, que constituye su
campo fortificado en Europa, han aumentado enormemente. Las fortalezas de Varsovia, Modlin, Ivangorod –lugares elegidos por el primer Napoleón- controlan todo el curso del Vístula, y son una base formidable para ataques hacia el norte, oeste y sur. La propaganda paneslavista ha resultado en el debilitamiento de Austria y Turquía. Y en cuanto al significado de esta propaganda paneslavista se tuvo un adelanto en 1848-49, cuando invadieron Hungría, devastaron Viena y aplastaron Italia los eslavos que peleaban bajo las banderas de Jellachich, Windischgrätz y Radetzky. Además de todo esto, los crímenes de los ingleses contra los irlandeses han creado un aliado nuevo y fuerte para Rusia al otro lado del Atlántico.

El plan de la política rusa sigue inmutable; sus medios han aumentado considerablemente desde 1848, pero hasta ahora hay una cosa fuera de su alcance, y Pedro el Grande señaló este punto débil cuando escribió que para conquistar al mundo los moscovitas necesitaban solamente almas. El espíritu vivificador que necesita Rusia lo conseguirá cuando engulla a los polacos. ¿Qué habrá que poner en el otro plato de la balanza entonces?

Un europeo continental contestará tal vez que con la emancipación de los siervos Rusia puede pertenecer a la familia de las naciones civilizadas, que el poder de los alemanes, concentrado hace poco en manos de los prusianos, puede resistir todos los ataques asiáticos y, finalmente, que la revolución social de Europa occidental terminará con el peligro de los conflictos internacionales. Un inglés que lea solamente el Times podrá decir que en el peor de los casos, por ejemplo, si Rusia toma Constantinopla, Inglaterra tomará Egipto y se asegurará así el camino a su gran mercado hindú.

Respecto del primer punto, la emancipación de los siervos liberó al gobierno de obstáculos que podían ponerle los nobles en su camino para la centralización de la acción. Creó una reserva grande para los reclutamientos del ejército, disolvió la propiedad comunal de los campesinos rusos, los aisló, y sobre todo fortaleció su fe en su Autócrata y Padrecito. No les quitó su barbarie asiática, la herencia pegajosa de siglos. Se castiga como un crimen cualquier intento de elevar su nivel jovenlandesal. Sólo hace falta recordar la oposición a las asociaciones por la sobriedad, que trataron de separar al moscovita de lo que Feuerbach llama la sustancia material de su religión, el vodka. Cualesquiera sean los efectos futuros, por ahora, la emancipación de los siervos ha aumentado las fuerzas de que dispone el zar.

Pasemos a Prusia. De vasalla de Polonia pasó a ser una potencia de primer orden bajo los auspicios de Rusia y por la división de Polonia. Si Prusia perdiese mañana su presa polaca, se fundiría con Alemania en vez de tragársela. Para seguir siendo una potencia distinta de Alemania debe buscar el apoyo del moscovita. El aumento reciente de su fuerza no ha aflojado esta dependencia en absoluto, sino que más bien la ha hecho indisoluble y ha reforzado su antagonismo con Francia y Austria. Al mismo tiempo Rusia es la base donde se apoyan el poder arbitrario de los Hohenzollern y de sus vasallos feudales. Rusia es el escudo de Prusia contra la cólera popular. De manera que Prusia no es un baluarte contra Rusia, sino su instrumento predestinado para la oleada turística de Francia y la ingestión de Alemania.

En cuanto a la revolución social ¿qué quiere decir sino lucha de clases? Es posible que la lucha entre trabajadores y capitalistas sea menos cruel y sangrienta que las luchas entre los señores feudales y los capitalistas de Inglaterra y Francia. Esperemos que así sea. Pero de todas maneras, aunque una crisis de esta clase puede aumentar la energía de los pueblos occidentales, atraerá, como todos los conflictos internos, también la agresión exterior. Este conflicto dará a Rusia otra vez el papel que jugó en la guerra antijacobina y la Santa Alianza, el de salvador del Orden elegido por la Providencia. Llevará a las filas de Rusia a todas las clases privilegiadas de Europa. Ya durante la Revolución de Febrero, el conde de Montalembert no fue el único que puso la oreja en el suelo para oír el ruido lejano de los cascos cosacos. Los patanes Junkers prusianos no fueron los únicos que proclamaron al zar su “Padre y Protector” en los cuerpos representativos de Alemania. Todas las bolsas de comercio de Europa subían con las victorias rusas sobre los magiares y bajaban con sus derrotas.

Finalmente, en cuanto a lo que dice el Times –dejen a Rusia tomar Constantinopla si no impide a Inglaterra instalarse en Egipto- ¿qué quiere decir? Quiere decir que Inglaterra le dará Constantinopla a Rusia, si Rusia le permite oponerse a las reclamaciones de Francia por Egipto. Esta es la perspectiva agradable que nos presenta el Times. En cuanto al amor de Rusia por Inglaterra, por más afecto que le tenga a sus libras, chelines y peniques, es suficiente referirse a la Moscow Gazette de diciembre de 1851: “No, le llegará el turno a la pérfida Albión y dentro de poco no tendremos que hacer más acuerdos con esta gente, excepto en Calcuta.”

Sólo hay una alternativa para Europa. LA BARBARIE ASIÁTICA bajo conducción MOSCOVITA le caerá como una avalancha si no rehabilita a Polonia, poniendo así veinte millones de héroes entre ella y Asia y ganando tiempo para su renacimiento social.
 
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Es difícil entender como toda la recua de asnos analfabetos comunistas, en su vertiente tankie/nostálgica apoyan de una forma tan acrítica el cutre imperialismo ruso de la extrema derecha pilinguinesca. Realmente la trouppe pro-rusa en occidente es un circo de freaks en el que ultraderechistas conspiranoícos, comunistas y otros orates útiles despistados se retroalimentan en su ridículo discurso pilinguiniano.

Marx, aun equivocado en sus principales afirmaciones económicas y políticas no dejaba de ser un progresista que tenía una visión muy clara de lo que era la Rusia zarista, un imperio del látigo y la autocracia. En cambio los pocos marxistas que quedan hoy se han dividido entre una gran masa de borregos antiamericanos que apoyan como simples a un Estado mafioso, máximo exponente del imperialismo, el autoritarismo de derechas y el pseudo-capitalismo oligárquico y corrupto y unos pocos marxistas críticos que realmente entienden el nefasto papel que Rusia juega en Europa y el mundo.

El texto de 1867 tiene bastantes paralelismos con la situación actual, entonces con la excusa anti-jacobina los rusos pretendían imponer su dominio en Europa y con él la autocracia y la carcundia. Hoy la excusa es la lucha contra el americanismo y el "globohomo" y algunos fulastres en su ceguera pretenden sustituir la tiranía mediática y blanda de Soros y lo pogre por tiranía férrea de la Rusia del envenenamiento, el gulag y el colleja.


Discursos de 1867:

- La Misión Europea de Polonia:

Hace unos treinta años estalló una revolución en Francia. Fue algo imprevisto por la Providencia de San Petersburgo, que acababa de convenir un pacto secreto con Carlos X para mejorar la administración y la geografía de Europa. En cuanto
le llegaron las tristes nuevas al zar Nicolás, reunió a los oficiales de su guardia y los arengó breve y bélicamente, terminando
con las palabras “¡A caballo, señores!” No era una amenaza vana. Enviaron a Paskievitch a Berlín, para dirigir la oleada turística de
Francia. Pocos meses después estaba todo listo. Se esperaba que los prusianos desplegasen su concentración del Rin, que el ejército polaco entrase en Prusia y los moscovitas avanzasen en la retaguardia. Pero entonces, como dijo Lafayette en la cámara de
diputados, “la avanzada se volvió contra la masa del ejército”; el levantamiento de Varsovia salvó a Europa de una segunda
guerra antijacobina.

Dieciocho años más tarde hubo otra erupción del volcán revolucionario o, más bien, un terremoto que sacudió todo el
continente. Hasta Alemania empezó a moverse, a pesar de que había sido mantenida constantemente pegada a las faldas de Rusia desde la llamada Guerra de la Independencia. Y lo que es más sorprendente, Viena fue la primera en probar las barricadas
callejeras, y con éxito. Esta vez, quizá la primera en la historia, el ruso perdió la serenidad. El zar Nicolás arengó a sus guardias
enseguida. Publicó un manifiesto a su pueblo diciendo que la peste francesa había llegado a infectar a Alemania, que se acercaba a las fronteras del imperio y que la Revolución en su delirio miraba con ojos arrebatados a la Santa Rusia. Esto no es raro, gritó. Durante años la misma Alemania había sido fermento de infidelidad. El cáncer de una filosofía sacrílega había llegado a los órganos vitales de este pueblo, que parecía tan sano por fuera. Y terminaba con este mensaje a los alemanes: “¡Dios está con nosotros! ¡Oíd esto, infieles, y rendíos a nosotros, porque Dios está con nosotros!” Poco después envió a los alemanes otro mensaje, con su fiel servidor Nesselrode, pero lleno esta
vez de ternura para con este pueblo pagano. ¿Por qué este cambio?

Porque la gente de Berlín no había hecho sólo una revolución, sino que también había proclamado la rehabilitación de Polonia, y los polacos de Prusia engañados por el entusiasmo popular comenzaban a construir campamentos militares en Posen. De ahí la amabilidad del zar. ¡Una vez más era Polonia, el caballero inmortal de Europa, el que infundía pavor al mongol! (Sí, Polonia y Hungría propinaron las más tremendas derrotas a las hordas de Mongolia a finales del siglo XIII). Solamente después que los alemanes traicionaron a los polacos, en especial la Asamblea Nacional Alemana de Francfort, Rusia recuperó su fuerza como para apuñalar a la Revolución de 1848 en su último refugio, Hungría. Y ahí el último hombre que dirigió una campaña contra Rusia fue un polaco, el general Bem.

Hoy hay todavía gente tan inocente que cree que todo habría sido diferente si Polonia hubiese dejado de ser “una nación necesaria”, como la llamó un escritor francés, incluso si Polonia fuese sólo un simple recuerdo sentimental. Y ustedes saben que los sentimientos y los recuerdos no se cotizan en la bolsa.

¿Pero yo pregunto, qué cambió? ¿Disminuyó el peligro? No, solamente que la ceguera intelectual de las clases dirigentes de Europa llegó a su cenit.

En primer lugar, la política de Rusia es inmutable, como ha admitido su historiador oficial, el moscovita Karamsin. Sus métodos, sus tácticas, sus maniobras pueden cambiar, pero la estrella polar de su política –el dominio del mundo- es una estrella fija. En nuestra época sólo un gobierno astuto que gobierna sobre masas bárbaras puede concebir y ejecutar un plan semejante. Como escribiera Pozzo di Borgo, el más grande diplomático ruso de los tiempos modernos, a Alejandro I, con
ocasión del Congreso de Viena, Polonia es el gran instrumento para la ejecución de los designios rusos del mundo, pero es también un obstáculo invencible para los mismos hasta el momento en que los polacos, agotados por las traiciones acumuladas de Europa, se conviertan en un látigo en manos del moscovita.

Ahora yo pregunto:¿Ha intervenido algo que no fuera la disposición de ánimo polaca para frustrar los planes de Rusia o
detener su acción? No hace falta decir que el progreso de sus conquistas en Asia ha sido continuo. No hace falta decir que la
llamada guerra de Inglaterra y Francia contra Rusia dio a ésta la fortaleza montañosa del Cáucaso, el control del Mar neցro, y derechos marítimos que Catalina II, Pablo y Alejandro I habían tratado en vano de arrebatar a Inglaterra. Los ferrocarriles unen
y concentran sus fuerzas antes dispersas en una gran extensión. Sus reservas materiales en la Polonia Rusa, que constituye su
campo fortificado en Europa, han aumentado enormemente. Las fortalezas de Varsovia, Modlin, Ivangorod –lugares elegidos por el primer Napoleón- controlan todo el curso del Vístula, y son una base formidable para ataques hacia el norte, oeste y sur. La propaganda paneslavista ha resultado en el debilitamiento de Austria y Turquía. Y en cuanto al significado de esta propaganda paneslavista se tuvo un adelanto en 1848-49, cuando invadieron Hungría, devastaron Viena y aplastaron Italia los eslavos que peleaban bajo las banderas de Jellachich, Windischgrätz y Radetzky. Además de todo esto, los crímenes de los ingleses contra los irlandeses han creado un aliado nuevo y fuerte para Rusia al otro lado del Atlántico.

El plan de la política rusa sigue inmutable; sus medios han aumentado considerablemente desde 1848, pero hasta ahora hay una cosa fuera de su alcance, y Pedro el Grande señaló este punto débil cuando escribió que para conquistar al mundo los moscovitas necesitaban solamente almas. El espíritu vivificador que necesita Rusia lo conseguirá cuando engulla a los polacos. ¿Qué habrá que poner en el otro plato de la balanza entonces?

Un europeo continental contestará tal vez que con la emancipación de los siervos Rusia puede pertenecer a la familia de las naciones civilizadas, que el poder de los alemanes, concentrado hace poco en manos de los prusianos, puede resistir todos los ataques asiáticos y, finalmente, que la revolución social de Europa occidental terminará con el peligro de los conflictos internacionales. Un inglés que lea solamente el Times podrá decir que en el peor de los casos, por ejemplo, si Rusia toma Constantinopla, Inglaterra tomará Egipto y se asegurará así el camino a su gran mercado hindú.

Respecto del primer punto, la emancipación de los siervos liberó al gobierno de obstáculos que podían ponerle los nobles en su camino para la centralización de la acción. Creó una reserva grande para los reclutamientos del ejército, disolvió la propiedad comunal de los campesinos rusos, los aisló, y sobre todo fortaleció su fe en su Autócrata y Padrecito. No les quitó su barbarie asiática, la herencia pegajosa de siglos. Se castiga como un crimen cualquier intento de elevar su nivel jovenlandesal. Sólo hace falta recordar la oposición a las asociaciones por la sobriedad, que trataron de separar al moscovita de lo que Feuerbach llama la sustancia material de su religión, el vodka. Cualesquiera sean los efectos futuros, por ahora, la emancipación de los siervos ha aumentado las fuerzas de que dispone el zar.

Pasemos a Prusia. De vasalla de Polonia pasó a ser una potencia de primer orden bajo los auspicios de Rusia y por la división de Polonia. Si Prusia perdiese mañana su presa polaca, se fundiría con Alemania en vez de tragársela. Para seguir siendo una potencia distinta de Alemania debe buscar el apoyo del moscovita. El aumento reciente de su fuerza no ha aflojado esta dependencia en absoluto, sino que más bien la ha hecho indisoluble y ha reforzado su antagonismo con Francia y Austria. Al mismo tiempo Rusia es la base donde se apoyan el poder arbitrario de los Hohenzollern y de sus vasallos feudales. Rusia es el escudo de Prusia contra la cólera popular. De manera que Prusia no es un baluarte contra Rusia, sino su instrumento predestinado para la oleada turística de Francia y la ingestión de Alemania.

En cuanto a la revolución social ¿qué quiere decir sino lucha de clases? Es posible que la lucha entre trabajadores y capitalistas sea menos cruel y sangrienta que las luchas entre los señores feudales y los capitalistas de Inglaterra y Francia. Esperemos que así sea. Pero de todas maneras, aunque una crisis de esta clase puede aumentar la energía de los pueblos occidentales, atraerá, como todos los conflictos internos, también la agresión exterior. Este conflicto dará a Rusia otra vez el papel que jugó en la guerra antijacobina y la Santa Alianza, el de salvador del Orden elegido por la Providencia. Llevará a las filas de Rusia a todas las clases privilegiadas de Europa. Ya durante la Revolución de Febrero, el conde de Montalembert no fue el único que puso la oreja en el suelo para oír el ruido lejano de los cascos cosacos. Los patanes Junkers prusianos no fueron los únicos que proclamaron al zar su “Padre y Protector” en los cuerpos representativos de Alemania. Todas las bolsas de comercio de Europa subían con las victorias rusas sobre los magiares y bajaban con sus derrotas.

Finalmente, en cuanto a lo que dice el Times –dejen a Rusia tomar Constantinopla si no impide a Inglaterra instalarse en Egipto- ¿qué quiere decir? Quiere decir que Inglaterra le dará Constantinopla a Rusia, si Rusia le permite oponerse a las reclamaciones de Francia por Egipto. Esta es la perspectiva agradable que nos presenta el Times. En cuanto al amor de Rusia por Inglaterra, por más afecto que le tenga a sus libras, chelines y peniques, es suficiente referirse a la Moscow Gazette de diciembre de 1851: “No, le llegará el turno a la pérfida Albión y dentro de poco no tendremos que hacer más acuerdos con esta gente, excepto en Calcuta.”

Sólo hay una alternativa para Europa. LA BARBARIE ASIÁTICA bajo conducción MOSCOVITA le caerá como una avalancha si no rehabilita a Polonia, poniendo así veinte millones de héroes entre ella y Asia y ganando tiempo para su renacimiento social.
No es eso, lo que ocurre es que los comunistas no apoyamos el zarismo
 
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