Completemos, especifiquemos la inconclusa definición del término "PROGRE".

Joanot

Madmaxista
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Discrepo en la inconclusa definición del término "progre", un "palabro" que, a tenor de lo que se puede leer en burbuja, suele abarcar a socialistas, socialdemócratas, parte importante de conservadores, a gente no racista, empresarios, a trabajadores en general, gente en paro que reclama ayuda social, los mass media, gayses, bi-sensuales, inversores hacia países BRICS, ninfómanas y lesbianas, empoderadas, etnianos, estudiantes de erasmus, funcionarios, trabajadores sanitarios, etc, etc.

Progre: adjetivo/nombre común.

1. Coloquial
[persona] Que tiene ideas progresistas y tiene un concepto de la vida avanzado e innovador.

"intelectuales progres; era el prototipo del personaje progre de aquellos años: pelo largo, barba descuidada, pantalón vaquero y un bolso de artesanía indígena lleno de libros"

Otra visión actualizada.

¿QUÉ ES HOY SER PROGRE?

¿Qué es hoy ser progre?

¿Se acuerdan? Se les podía reconocer con cierta facilidad, por su pelo largo, su americana de pana y su barba (estos dos últimos aspectos en el caso de los hombres, claro), y, en caso de requerirlas, sus gafas redondas. Sus gustos musicales –cantautores de canción protesta o determinado tipo de rock—y sus lecturas o su cine basado en películas comprometidas con temas de denuncia social los hacían también fácilmente identificables. Y, por encima de todo, lo que los hacía inconfundibles eran sus aspiraciones políticas en un momento en que lo que se llevaba… eran las aspiraciones políticas.

Eran lo que llamaríamos hoy una tribu urbana: los progres. Surgieron en los últimos años del franquismo y los primeros de la tras*ición. Para los que no vivieran aquellos años o para quienes hayan olvidado su existencia, se trataba de personas pertenecientes a familias de clase media o media alta, de izquierdas (o de ultraizquierda según el caso), con inquietudes intelectuales, reivindicaciones de clase (obrera, aunque eso no siempre encajase con su declaración de la renta), y en sintonía, (con menor o mayor conocimiento de causa) con el Mayo francés. Ser progre era lo más in, aunque esto supusiera tener como ídolos unas figuras discutidas como el Che, Fidel Castro o Salvador Allende. En esa época una generación joven pasó a asumir un protagonismo inesperado en nuestro país, ya que con la tras*ición se prejubiló la anterior vinculada al régimen. La lista de los adeptos era larga, muy larga.

Su enemigo, en aquel entonces, era claro: la derecha pura y dura, la dictadura y el imperalismo estadounidense (económico y militar). Les gustaban las tertulias en bares más o menos clandestinos, soñaban con un mundo mejor. De hecho, soñaban con cambiar el mundo en que vivían. ¿Qué queda hoy de los progres? ¿Aún hay personas que se pueden denominar así? Si los hay, ¿son los antiguos o son sus herederos? Y lo más importante, ¿qué quiere decir hoy ser progre?

El tiempo ha pasado y las ideas que se defendían en los albores de la tras*ición española hoy en día han quedado desfasadas. Por ejemplo, los progres españoles de la época no querían casarse, defendían el sesso libre e impulsaron el divorcio. Por lo que se refiere a ese aspecto, su lucha ha terminado. Ahora el conjunto de la sociedad tiene asumidos estos valores como normales. Ya no es necesario, como entonces, predicar un cambio de modelo porque gran parte de este cambio... ya se ha producido.

Al mismo tiempo, el bienestar económico se ha instalado y la democracia se ha consolidado. El comunismo ha dejado de ser un referente y un objetivo que alcanzar.

“Los progres de entonces creían que el mundo en el que vivían podía tras*formarse. Creían que había una alternativa. Hoy, después de la caída del Muro, esta connotación del progresismo se ha esfumado. Como diría Fuyukama, estamos en el fin de la historia. El modelo progresista no ha tenido más remedio que evolucionar hacia un reformismo de corte ecologista. Ahora no se trata de luchar contra el capitalismo, sino, como mucho, de defenderse de él, de resistir”, apunta Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona.

Como resultado de esta evolución, el ciudadano progresista hoy se ha quedado descolocado y un poco huérfano. “Yo también me defino progre… pero ahora tampoco sé muy bien qué quiere decir esta palabra. Mis hijas me dicen: ‘Para ser progre eres demasiado a la antigua: ¡no consumes!’”, bromea el reputado sociólogo de la Universidad de Navarra Mario Gaviria, 72 años. Según Rafael Díaz Salazar, profesor de sociología de la Universidad Complutense de Madrid, “el progre tiene un componente narcisista. En el fondo, nunca ha sido vinculado a la izquierda más militante y ahora se ha convertido en un pequeño burgués. En el mundo de hoy, es una categoría que se está quedando obsoleta”, advierte.

Primera conclusión: el progre, o, mejor dicho, aquel progre de chaqueta de pana, se ha extinguido o ha caducado debido al paso del tiempo. Nació en unas circunstancias sociales muy peculiares y, tal vez, irrepetibles.

¿Su antigua ideología permanece hoy en otras formas o en otros grupos sociales? En parte sí. Aquel espíritu reivindicativo, por muy ingenuo que fuera, ahora se ha impregnado de nuevas esencias y programas. “Si el hecho de ser progre fuese una simple moda, entonces los progresistas podrían desparecer. Pero yo creo que ser progresista todavía tiene un contenido político concreto: respuesta ante las injusticias y desigualdades que no paran de aumentar en la sociedad y en la lucha contra la precariedad”, sostiene Cruz. “El auténtico progresista defiende las pensiones públicas frente a fondos de pensiones, el seguro por desempleo en lugar de cursillos de formación, la sanidad pública en lugar de la mutua, la educación pública en lugar de los colegios privados”, añade.

“Digamos que hasta el telón de acero existía una versión progresista basada en la Unión Soviética. Ahora, si tuviéramos que hacer realidad esta utopía, la encontraríamos en las socialdemocracias nórdicas: típico de las sociedades protestantes. El progre a la vikinga, para entendernos. Y esto se caracteriza por la igualdad de la mujer, pacifismo y calidad de la educación pública”, dice Gaviria. En su opinión, “hoy en día el progre es quien defiende el Estado. Su lema es libertad, igualdad y seguridad social. El auténtico progre es quien paga sus impuestos sin rechistar para exigir que los servicios públicos sean de calidad. No quiere menos Estado, como los liberales, sino un Estado que funcione”.

A su vez, los jóvenes han tomado las riendas de las antiguas batallas de sus padres. Si bien los hijos de los progres de antaño no parecen defender las mismas ideas que la generación anterior, han heredado el mismo espíritu crítico. En el fondo, los miembros de movimientos de protesta, antisistema o antiglobalización, como sus papás, aspiran a mejorar la sociedad en la que viven. Lo que ocurre es que utilizan plataformas distintas. Han sustituido la lucha política, la militancia en los partidos y la propaganda por otros movimientos. Mientras los progres de la tras*ición concebían la política como una forma de resistencia y de libertad, ahora los colectivos juveniles optan por lanzar convocatorias a través de SMS y a montar las concentraciones mediante páginas web. La política tradicional está fuera de sus intereses y la creciente abstención es prueba de su desencanto. “A los jóvenes de ahora no les interesa la política de los partidos, que con su estructura y burocracia son entidades cerradas. Se sienten más satisfechos y encuentran más gratificaciones en otro tipo de plataformas, como las ONG, las redes sociales, donde creen que su acción acaba siendo más efectiva”, indica Julián Santamaría, profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid y presidente del Instituto Noxa Consulting.

Segunda conclusión: las nuevas generaciones se parecen poco al progre de la tras*ición. Aunque puedan haber heredado su antiguo espíritu de lucha, sus reivindaciones ahora se centran en otros temas, como el ecologismo, la igualdad, el pacifismo –esencias del nuevo progresismo– y se llevan a cabo a través de plataformas muy diferentes, más espontáneas y menos organizadas.

Queda un último aspecto por resolver. ¿Qué papel desempeñan hoy los progres de hace casi cuarenta años? ¿Qué ha sido de ellos? Los protagonistas de aquella etapa han tenido que adaptarse a un nuevo contexto y algunos de ellos no lo han tenido fácil. Su influencia en la sociedad ha ido de más a menos. Después de ver como el mundo cambiaba a su alrededor, el progre ha tenido que enfrentarse a la contradicción intrínseca entre su ideario político y su tipo de vida. Era un proceso ya visible en los años setenta y ahora posiblemente lo sea más.

Algún ejemplo: ¿se puede defender que hay cambio climático y circular con un coche de gran cilindrada? ¿Predicar la sociedad multiétnica y prohibir el burka? ¿Apoyar las bodas gayses y enviar a los hijos a un colegio religioso? ¿Movilizarse en contra de la energía nuclear y pedir ayudas a la industria automovilística? ¿Defender la seguridad social y especular en bolsa? ¿Luchar a favor del divorcio exprés y pedir subvenciones públicas a la familia?

Estas paradojas han alimentado la conocida (y controvertida) figura del llamado pijo progre o, como dicen los franceses, del bobó (burgués y bohemio, –según terminología de David Brook–) o, en el idioma anglosajón radical chic (según una expresión creada por el escritor Tom Wolfe). La palabra progre ha pasado a tener una connotación casi despectiva. Estas contradicciones (de la llamada gauche caviar) han inspirado incluso un género literario basado más en la sátira social que en el pensamiento político. En Mester de Progresía (Ed. Almuzara), Francisco Robles escribe con cierto sarcasmo: “Ahora es más progre un tapiz étnico comprado en algún mercadillo peruano que un grabado neoyorquino, la decoración minimalista que el entramado barroquizante, una maceta de marihuana que un arriate de geranios”.

En Cómo convertirse en un icono progre (Ed. Libroslibres), Pablo Molina, con mucho sentido del humor, carga contra las figuras más mediáticas del progresismo a nivel mundial. Molina cita, por ejemplo, el caso de los músicos irlandeses de U2. “El grupo de Bono, conocido entre otras cosas por sus continuos alegatos a favor de la redistribución de la riqueza planetaria, ha trasladado su residencia a los Países Bajos desde su Irlanda natal, con el fin de disfrutar de un régimen fiscal más liviano”. Según Molina, la antigua lucha contra de las desigualdades sociales tampoco parece ser muy creíble, cuando entre sus inspiradores destaca el director de cine Michael Moore, “quien a pesar de vivir en un apartamento lujoso de Manhattan y llevar un tren de vida propio de un millonario, habla incesantemente en nombre de la clase trabajadora”.

El profesor Manuel Cruz, no obstante, rompe una lanza a favor de los viejos progres (que, como los rockeros, en el fondo, nunca mueren). “Siempre ha habido ciertos sectores de la población que, en contra de su origen social, por razones ideales o simplemente de estética, han apoyado ideas que no pertenecían a su ambiente. Si todos tuviésemos que comportarnos en función de nuestra casta social, sería un poco una esclavitud”, apunta.

No hay que olvidar que en el otro frente ideológico y político, los conservadores, también existen contradicciones: los que van a misa y se divorcian, los liberales que predican menos Estado pero que no renuncian a las subvenciones… En este sentido, Francisco Robles en su libro deja abierto un matiz: “Si existe un catálogo de progres, ¿por qué no abordar en un futuro próximo el mester de pijería? El tiempo, que todo lo cura y todo lo mata, pondrá a cada progre en su sitio. Y a cada pijo también”.

Llegamos así a la tercera y última conclusión: aunque haya sido ridiculizado por ciertos sectores, el auténtico progre fue un reflejo de la época convulsa que le tocó vivir. Aunque hoy parezca contradictoria, su forma pensar no fue (y no es) mucho más incoherente que la de la mayoría de los seres humanos. Por progresistas o conservadores que sean.

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Especifiquemos, defínase Y ACTUALÍCESE el término "PROGRE".
 
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Como cualquier otro neo-termino de definicion confusa, sirve bien para confundir.

George Orwell escribio un libro en el que describia la utilidad de este tipo de términos que nadie sabia bien hasta donde abarcaba, principalmente para poder calificar a cualquier persona o asunto que interesara.
 
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