¿Cómo viven hoy aquellos directivos de Wall Street?

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¿Cómo viven hoy aquellos directivos de Wall Street?

La historia es bien conocida por todos: el 11 septiembre del año 2008 se produjo la quiebra de la compañía financiera estadounidense Lehman Brothers. La entidad no consiguió que el Barclays Bank británico la rescatase cuando la operación fue vetada por el Banco de Inglaterra y las autoridades financieras del Reino Unido. La consiguiente bancarrota de Lehman fue el momento cumbre (o deberíamos decir el momento sima) de un proceso de putrefacción interno en muchas compañías financieras y bancarias, incluyendo algunas de las más grandes de los Estados Unidos. A raíz de trabajar con productos inviables —como las famosas hipotecas subprime y todo lo relacionado con la burbuja inmobiliaria estadounidense— estas compañías llevaban meses arrojando pérdidas supermillonarias. Pero la caída de Lehman fue el detonante del pánico. A partir de ahí nos azotó una crisis económica global que varios años después seguimos padeciendo. Todo por causa de la expansión incontrolada de inversiones bancarias envenenadas que durante años enriquecieron a directivos y agentes de las grandes corporaciones.

Pensando hoy en aquellos tiburones de Wall Street que provocaron la crisis, en algún momento nos entra la curiosidad: ¿qué ha sido de los grandes directivos de Lehman Brothers, por ejemplo? ¿Y los de algunas otras de las enormes empresas estadounidenses que provocaron el estallido de la peor crisis financiera desde 1929? ¿Han terminado en la ruina? ¿En la guandoca? ¿Están trabajando como dependientes de una hamburguesería? ¿Han pagado la cuota de responsabilidad social que les correspondía? Pues bien, he aquí algunos de esos directivos y cuál ha sido su devenir en estos años. Hay muchos otros nombres que podrían citarse, pero eso alargaría el artículo hasta el infinito, así que valgan estos ilustrativos ejemplos de las capacidades adaptativas de los escualos financieros.

Dick Fuld, director ejecutivo y presidente de la junta de Lehman Brothers

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Foto: REUTERS/Cordon Press

En una ocasión Richard Fuld se quejaba amargamente de haberse convertido en «el hombre más odiado de América». Era el auténtico malo de la película para millones de personas que se vieron abocadas a una situación delicada tras el estallido de la burbuja financiera. Naturalmente, Fuld no fue el único culpable, pero la bancarrota de su compañía desató el terremoto. Y claro, en un mundo que tiende a simplificar los mensajes, la verdad es que su amenazante rostro y su personalidad antipática lo convertían en el malvado perfecto para el guión de la tragedia. Por ejemplo, un congresista del Partido Republicano —poco sospechoso de seguir las tesis de lo que aquí algunos llaman «ideario antisistema» o, más perezosamente, «perroflautismo»— se lo espetó a Fuld durante su famosa comparecencia ante el congreso: «Si usted no ha descubierto aún cuál es su papel, es usted el villano». Una simplificación, sí, pero no exenta de cierta parte de verdad. Desde luego fue uno de los muchos villanos y uno de los principales responsables —al menos en el sector privado— de que millones de personas hayan perdido sus trabajos, sus hogares o sus esperanzas de futuro.

¿Cómo le ha ido a Fuld desde entonces? Veamos: solamente un año y medio antes de que Lehman Brothers se declarase en quiebra con una deuda acumulada de 613.000 millones de dólares, Fuld no tenía demasiados motivos para quejarse. Tal vez su empresa iba de proa al abismo —y él lo sabía bien— pero Lehman anunció una bonificación de más de 180 millones de dólares para el capitán del barco, a entregar durante la siguiente década y de los que Fuld cobró ya 22 millones en 2007. Esto es, los cobró meses antes de la bancarrota y cuando era perfectamente consciente de la caída en picado de la corporación. Pero no tardó en hacer uso de la bonificación: se compró un apartamento en Park Avenue —calle neoyorquina plagada de suntuosos edificios que ofrecen un versallesco hábitat a grandes directivos— que constaba de dieciséis habitaciones (cinco de ellas con chimenea propia), un salón de doce metros de largo, una decoración señorial que incluía grandes cantidades de carísimo mármol francés… el capricho le costó, entre adquisición y reformas, la modesta cantidad de 21 millones de dólares. Unos 15 millones de euros, por si necesita usted realizar la conversión para hacerse una buena idea de la cantidad, aunque no se sienta torpe si no consigue imaginar tanto dinero. Le confieso que yo tampoco. Con lo que le costó su apartamento, por ejemplo, podría financiarse diez veces el coste de urbanización del dique de Poniente en Torrevieja. Fuld también poseía una mansión frente al océano en una isla de Florida que costaba unos 13 millones de dólares. Y según reveló alguna de sus amistades, los gastos cotidianos del franciscano estilo de vida de Richard Fuld suponían un fijo de cinco millones anuales. Todo esto, claro, antes de la quiebra.

Un año y medio más tarde, apenas días después de la bancarrota de Lehman Brothers, Fuld entendió que podía verse sometido a una cascada de acciones legales. Y tomó medidas. Primero «revendió» la mansión de Florida a su propia esposa por el módico precio de 100 (cien) dólares. Es decir, por menos de lo que puede costar una PlayStation. Evidentemente era una manera de intentar poner su patrimonio fuera del alcance de las demandas judiciales y otros grandes ejecutivos hicieron algo parecido, como veremos. También puso en venta el apartamento de Park Avenue pidiendo la astronómica cantidad de 32 millones… aunque finalmente tuvo que conformarse con malvenderlo por algo más de 25, lo que suponía un beneficio de únicamente cinco millones respecto a lo que le había costado. Entre otros bienes superfluos que ha ido liquidando por si las moscas, también se deshizo de una colección de dieciséis piezas de arte moderno que salieron a subasta por 20 millones. El precio fue establecido por los expertos tasadores de Christie’s. Al final, sin embargo, se vendieron por solamente 13’5 millones debido a la mala fama de Fuld, que parecía haber espantado a muchos posibles compradores. Y dado que el precio inicial de la tasación estaba garantizado por Christie’s, la casa de subastas terminó perdiendo mucho dinero. Hacer negocios con Fuld era sinónimo de peligro, desde luego.

Porque tras el estallido de la crisis la infamia del personaje lo convirtió prácticamente en un paria en el mundo de los grandes negocios. La sola mención de su nombre acarreaba una nefasta publicidad y para el pueblo estadounidense Fuld no era mucho más querido que Hitler. El hombre tuvo que rebajar su nivel de vida. Además de vender su apartamento neoyorquino estilo Lex Luthor y sus preciadas obras de arte, renunció a obtener el título de piloto porque poseer un avión privado podía suponerle demasiado gasto. Incluso tuvo que atravesar la vergüenza pública de desdecirse de una muy publicitada donación a su antigua escuela, costumbre habitual entre los millonarios americanos: había prometido 50 millones a su instituto pero finalmente le dijo a la dirección del mismo que «ahora solamente valgo 100 millones» (mentira; su fortuna personal era mayor) y nunca abonó la donación prometida. Eso sí, trató de paliar el sonrojo ofreciendo después donaciones menos cuantiosas.

Pero no padezcan, porque todos estos tropiezos no han enviado a Fuld a las colas de los comedores sociales. Aunque de manera poco publicitada, ha estado invirtiendo en la prometedora compañía química Gly-Eco. El negocio del reciclaje químico le ha salido rentable: en 2011, por ejemplo, Dick Fuld ganó unos 230.000 dólares en concepto de «asesor clave» de la compañía. No está mal, aunque nada comparado a los 500 millones que se estima ganó en Lehman mientras hundía la compañía, ganancias que nadie le ha tocado. Es más, pese a haberse deshecho de su principesco apartamento neoyorquino, pueden ustedes respirar aliviados porque Richard Fuld no duerme en la calle. Sigue teniendo la mansión de Florida a nombre de su mujer, otra en Connecticut que vale unos 8 millones de dólares, y un rancho de más de 160.000 m² en Idaho. Así que no le envíen una caja con paquetes de macarrones y ropa de segunda mano. Probablemente no la necesitará.

Joe Gregory, director de operaciones de Lehman Brothers

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En sus momentos de gloria, el lugarteniente de Dick Fuld se hizo notar por ir desde su casa en Long Island hasta su despacho en Manhattan en helicóptero. Todos los días. Pero dejó su puesto, o fue obligado a dejarlo, en junio del 2008, cuando se hizo público que Lehman tendría pérdidas de 2.800 millones solo en aquel trimestre. Al día siguiente Gregory estaba fuera. Su jefe, Dick Fuld, dijo sin sonrojarse que Gregory se había retirado para estar más tiempo con la familia. Pero Gregory regresó de su retiro familiar tras la debacle definitiva de Lehman, ocurrida tres meses después. Lejos de parecer preocupado por las derivaciones que aquello podía tener para la economía mundial, consideró más oportuno reclamar a su antigua empresa, ahora quebrada, 233 millones de dólares en concepto de «indemnización en diferido» (puedo entender que se hayan sonreído al leer la expresión). Eso sí, mientras escribo estas líneas —principios del 2014— todavía no se ha salido con la suya.

Desde entonces, salvo aquella tardía exigencia de recibir una lluvia póstuma de millones por haber ayudado a provocar una crisis financiera mundial que ha enviado a millones de personas a los umbrales de la pobreza, Gregory ha mantenido un perfil más bien bajo. No ha vuelto a asomar por el mundo de los grandes negocios y la prensa apenas ha hablado de él excepto para hacerse eco de sus sonadas liquidaciones de patrimonio. Por ejemplo: en el año 2012 se deshizo de su fabulosa mansión de Long Island, 1500 m² construidos más 600 m² de estancias para invitados. La mansión contaba entre otras cosas con un garaje de siete plazas y un vestidor dúplex para los zapatos con su correspondiente escalera propia… en fin, un oasis de lujo rodeado de 36.000 m² de terreno. El precio de venta fue de 22 millones de dólares. También vendió un apartamento de más de 5 millones en Nueva York. En este sentido, una de las últimas informaciones aparecidas sobre él fue la subasta de diversas antigüedades —mobiliario dieciochesco y demás baratijas— por valor de casi 3 millones de dólares. Aún peor: terminó vendiendo incluso su querido helicóptero, tras lo cual suponemos tendrá que desplazarse a ras de tierra como el resto de los mortales. Se diría que no haber conseguido aquellos 233 millones de indemnización en diferido que reclamaba ha descuadrado sus cuentas. Curiosamente, gracias a esa demanda aparece listado como uno de los principales acreedores unipersonales de la quebrada Lehman Brothers. Eso sí, pese a sus sonadas ventas de viviendas de lujo no hay noticia de que haya hecho cola en algún albergue para pasar el invierno.

Erin Callan, directora de finanzas en Lehman Brothers

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Ejemplo de mujer hecha a sí misma: hija de un policía neoyorquino, se graduó suma cum laude en Harvard y terminó siendo la jefa de finanzas de una de las más grandes compañías del ramo. Fue durante un tiempo la mujer más poderosa de Wall Street. Poco antes de la quiebra de Lehman se había marchado a trabajar para Credit Suisse, pero eso no evitó que la salpicaran los efectos de la bancarrota en forma de un buen número de demandas. No, no ha terminado en la ruina, pese a que en Credit Suisse no tardaron en deshacerse de ella. Eso sí, a raíz de todo el asunto reaccionó de manera bastante peculiar: experimentó una especie de renacer espiritual y decidió que haber sido un tiburón de Wall Street no le había compensado en la vida. Primero se retiró con su marido a una «modesta» casa en Florida (modesta según sus antiguos estándares de vida, porque estaba situada frente al mar y costaba más de 800.000 euros) e incluso escribió un artículo llamado «¿Hay vida después del trabajo?», en el que se arrepentía de todo el tiempo entregado a su carrera profesional. Se arrepentía, hay que decir, cuando ya las grandes compañías huían de ella. También expresaba su deseo de convertirse en progenitora biológica a los 47 años. Con todo este replanteamiento vital se ha empeñado en aparecer como la buena de la película de Lehman, o al menos como la versión femenina de Pablo de Tarso en toda esta historia. Vio la luz. Enhorabuena.

Hoy vive en una casa que le costó casi cuatro millones de dólares: tras varios intentos infructuosos de venderla —incluso después de sucesivas rebajas de precio que alcanzaron el millón— ha decidido que quizá sea mejor seguir habitándola. Eso sí, todavía está pendiente de diversas demandas judiciales y ha visto cómo se agotaban los fondos que Lehman Brothers tenía previstos para la defensa legal de sus antiguos directivos, así que ahora la pobre mujer tiene que pagarse los abogados de su bolsillo. Aunque hay que decir que ingresos no le faltan: está disfrutando de lo que, en esencia, es una cómoda excedencia remunerada a cargo de sus antiguos empleadores de Credit Suisse. En fin, si finalmente vemos que la buena de Erin necesita un empujoncito para costearse la defensa legal, quizá un día abramos una pequeña colecta.

Hugh McGee III, director de inversiones en Lehman Brothers

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Fue uno de los empleados más exitosos de Lehman —al inicio de la crisis interna, en 2007, su división de inversiones todavía facturaba cantidades astronómicas— pero no consiguió que alguna de sus medidas de bombero para salvar los muebles a última hora tuviese efecto. Como la de intentar dispersar los activos tóxicos de Lehman, algo similar a la «estrategia del ventilador» pero en activos financieros.

Pese a ello, McGee pertenece al bando de los grandes ganadores de esta historia. Fue uno de los principales arquitectos de la quiebra, pero conoció una segunda vida de éxito al ser fichado por Barclays Bank (recordemos que Barclays fue la entidad que intentó comprar Lehman hasta que las autoridades británicas pusieron el veto) y la gran pregunta es: ¿para qué lo querían en Barclays? Pues bien, entre otras cosas para seguir ejerciendo de bombero. Tras el escándalo Libor —que le costó a Barclays 489 millones de dólares en multas por manipulaciones en el mercado norteamericano— McGee ejerció como mediador para «ayudar a que mejorasen las relaciones entre Barclays y los reguladores estadounidenses». Es decir: McGee «reconcilió» a Barclays con sus antiguos perseguidores y la entidad bancaria se lo agradeció nombrándolo director ejecutivo de Barclays en América, por lo que cobra un salario fijo de —agárrense— 25 millones anuales, que lo convierten en uno de los empleados mejor pagados de Wall Street, si no en el mejor pagado de todos.

Aunque el momento más cómico en la carrera mediática de McGee es posterior a Lehman. Hablo de su reacción al saber lo que dijo una de las profesoras del colegio de su hijo de dieciséis años durante una lección de historia en la que se hablaba del origen de la crisis. La profesora calificó a los responsables de las inversiones bancarias de las grandes compañías financieras —o sea, los arquitectos de la crisis como el propio McGee— como «depravados» que habían obtenido grandes beneficios del desastre mientras otras muchas personas perdían sus trabajos y sus casas. Al saberlo, McGee dirigió una carta a los padres de alumnos más influyentes en el consejo de la escuela, pidiendo que presionaran para la profesora fuera despedida y calificando la lección como «invectivas izquierdistas que ni son correctas ni forman parte del currículum escolar». Al menos en parte no le falta razón: el calificativo de «depravados» no entraba en el temario, efectivamente. Decía también que durante la clase su hijo había tenido que defenderlo «entre lágrimas» señalando los ímprobos esfuerzos que su padre había hecho «por salvar once mil empleos». Todo esto según el propio McGee.

La carta empezó a circular entre los padres y finalmente saltó a la prensa. Pero lo más cómico es que no era la indignación por las «invectivas izquierdistas» el principal objeto de la misiva. McGee se quejaba porque se había desplazado a su hijo de una función escolar «de manera humillante», tras haberse presentado con un sketch que según la dirección del centro mostraba «estereotipos negativos de género» y que ya se le había prohibido representar. McGee se hacía la víctima con lo de las invectivas izquierdistas pero al mismo tiempo, por ejemplo, se cebaba con la condición de lesbiana de una entrenadora deportiva («¿Por qué un entrenador heterosexual y casado es considerado una rareza en esta escuela?»). La carta produjo un considerable revuelo en el colegio y diversos medios se hicieron eco de la pataleta del ejecutivo mejor pagado de Wall Street, no sin considerables dosis de sorna. En fin, sirvan sus 25 millones de sueldo anual para atemperar en lo posible el disgusto y esperemos que ya se le haya pasado. De qué te sirven tantos millones si a tu hijo no le permiten representar un sketch con «estereotipos negativos de género». Lo próximo será que en ese colegio termine por estar mal visto el reírse de los pobres. Acabáramos.

Stanley O’Neal, director ejecutivo y presidente de la junta de Merril Lynch

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Como bien sabemos, no solamente Lehman Brothers estalló por efecto de las hipotecas subprime y los activos tóxicos sino que otras compañías financieras también terminaron en desastre, aunque algunas fueron rescatadas a última hora. En 2007 Merril Lynch anunciaba unas pérdidas de de 4.500 millones de dólares para el trimestre, cifra que veinte días después se tras*formaba mágicamente en 7.900 millones. Sin embargo, Merrill no sufrió el mismo destino que Lehman porque Bank of America salió al quite y compró la compañía (en el mismo fin de semana en que Lehman se iba al garete).

Pues bien, su director ejecutivo Stanley O’Neal había cobrado unos 70 millones durante sus ocho años de desastroso mandato, amén de unos 19 millones obtenidos tras una oportuna venta de acciones. Pese a todo, gozó de una salida bastante plácida incluso en mitad del desastre: se marchó de Merrill con una indemnización de 160 millones. Y casi por arte de magia obtuvo un puesto en el consejo de administración de Alcoa, multinacional del aluminio, donde hoy gana un salario algo más modesto de 221.000 dólares anuales que confiemos le permitan llegar a fin de mes. Dado que su actual contrato finaliza en 2016, esperemos también que sea capaz de ahorrar por si en el futuro vienen mal dadas. De todos modos posee un apartamento en Park Avenue valorado en unos 10 millones, que como Dick Fuld, también «revendió» a su mujer. Además de una mansión de 13 millones que figura a nombre de una sociedad dirigida por el matrimonio. Así que tampoco nos consta que haya tenido que dormir alguna vez en un banco del parque y es poco probable que lo haga en el futuro.

Kenneth Lewis, director ejecutivo de Bank of America

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Lewis, entonces jefe de Bank of America, fue uno de los principales artífices de que Merrill Lynch no sufriera el mismo destino que Lehman Brothers. Convenció a los accionistas de su banco para que aprobasen la compra de Merrill, que estaba ya a punto de derrumbarse por completo… pero los accionistas de Bank of America no lo sabían y Kenneth Lewis sí. El precio de la adquisición fue de 18.500 millones de dólares. Y como era de esperar, la compra de Merrill puso al Bank of America en muy serios problemas. Pero apareció un príncipe salvador en forma de gobierno federal estadounidense: Bank of America recibió 15.000 millones de los contribuyentes en el año 2008 mientras otros 10.000 millones fueron dedicados al rescate de la propia Merrill Lynch. Aun así, Merrill anunció nuevas pérdidas (15.000 millones en el siguiente trimestre), así que en el año 2009 Bank of America recibió otros 20.000 millones de dinero público para asegurar que toda la operación de Merrill no la llevase a la bancarrota. Así, el gobierno se hacía cargo de las funestas consecuencias que la aventurera adquisición de Merrill tuvo para Bank of America.

Eso sí, el asunto de la compra envenenada de Merrill y de las mentiras de Lewis llegó a los los tribunales, aunque la fiscalía de Nueva York —principal instigadora del proceso— ya ha declarado que no va a pedir daños y perjuicios.

Entretanto, Kenneth Lewis abandonaba la dirección de Bank of America con una indemnización de 83 millones, a sumar a los 138 que amasó durante los años en el banco. Dado que ha seguido en el punto de mira del fiscal, ha estado también liquidando patrimonio por si acaso: vendió un par de lujosas casas, incluyendo un mansión de vacaciones en Aspen que valía casi 14 millones. Aunque tampoco deben ustedes preocuparse demasiado por su bienestar. En la actualidad, Lewis sigue teniendo a su nombre un edificio completo de apartamentos en Florida y sus cuentas bancarias intactas. Los tribunales no amenazan ya con echar mano a esas propiedades, así que tampoco creemos que lo vayamos a encontrar una noche durmiendo dentro de un cajero.

Lloyd Blankfein, director y presidente de la junta de Goldman Sachs

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Menos de una semana después del colapso de Lehman, el banco de inversión Goldman Sachs también estuvo a punto de caer. Se salvó cuando la Reserva Federal le permitió tras*formarse en banco convencional, para más tarde recibir 13.000 millones de dólares del plan de rescate gubernamental. O sea, 13.000 millones de los contribuyentes. Como Richard Fuld, Lloyd Blankfein fue uno de los malvados más visibles de la crisis. Fue uno de los principales impulsores del trapicheo de activos tóxicos. Recibió muchísimas críticas y fue blanco de muchos odios. Pero él trató de defenderse diciendo en Goldman habían dado créditos con una función «social» —sí, pintándolo todo casi en términos de ONG. Sí, lo dijo con toda la cara— y que sus esfuerzos personales al frente de Goldman habían sido poco menos que una «misión de Dios» (God’s work, literalmente). En 2009, al parecer también inspirada por el Altísimo, la publicación Financial Times lo nombró «hombre del año».

En 2010 Goldman Sachs fue demandada por los reguladores de la U.S. Securities and Exchange Commission, quienes al parecer no terminaron de creerse lo de la intervención divina en todo el asunto de los activos tóxicos y las hipotecas subprime. Pero esta demanda terminó siendo poco menos que pólvora mojada o, siendo malpensados, una representación de cara a la galería: los reguladores demandantes llegaron a un acuerdo para solventar el problema mediante una multa de 550 millones de dólares. Así, Goldman y sus responsables se quitaban ese problema judicial de encima pagando como castigo apenas un 5% del dinero que habían recibido a cuenta del bolsillo de los contribuyentes en concepto de rescate. Dicho de otro modo: Goldman pagó a las autoridades una multa con el dinero que las autoridades le habían dado antes. Y todos contentos. Todos excepto los contribuyentes, claro está. Aunque hay que decir que sigue siendo un personaje muy detestado. Valga como muestra que apenas días antes de escribir este artículo, un bulo cibernético enviaba a Blankfein a la tumba. Una broma de muy mal gusto, no cabe duda, que no podemos aprobar ni aun teniendo en cuenta el siniestro perfil del personaje en cuestión. Pero esto ilustra el repruebo que todavía muchos sienten hacia él.

Sea como fuere, y con la considerable ayuda del árbitro, Blankfein se ha convertido en otro de los miembros del equipo ganador. Tras el rescate y la solución pactada a los chanchullos financieros, Goldman Sachs se vio libre de todos aquellos problemas que la propia entidad se había creado con su demente arrebato de avaricia. En consecuencia, la compañía empezó a remontar. Lloyd Blankfein, uno de los padrinos del desastre financiero y por tanto uno de los responsables de la crisis que a usted y a mí nos continúa afectando, volvió a ser una figura de éxito. En el año 2012 cobró de Goldman unos 26 millones de dólares entre salario y bonificaciones. Su fortuna actual se estima en unos 450 millones. Es el número 27 en la lista de personas más poderosas del mundo que confecciona la revista Forbes. También se ha rumoreado que podría ser uno de los candidatos a ser nombrado «hombre del año» por la revista Time. En cualquier caso, no les extrañe si algún día aparece en los libros de texto de sus nietos mencionado como uno de los grandes hombres de nuestra época. Cosas más raras se han visto.

En fin, este es únicamente un pequeño muestrario. Hemos citado unos pocos nombres. Pero hay otros muchos.

PD: una habitación en Guantanamo para cada uno les quedaría mas a juego que tanta mansion :fiufiu:
 
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