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El dilema de Zapatero - Expansión.com

El dilema de Zapatero

Publicado el 30-06-09 , por Manuel Conthe

¿Debe un gobernante cumplir una promesa electoral aunque una mayoría de ciudadanos prefiera que la incumpla?

El dilema parece extraño: ¿cómo es posible que un gobernante gane elecciones y, sin embargo, defienda ideas que susciten el rechazo de la mayoría? Si sus ideas eran minoritarias ¿no habría perdido las elecciones?

La situación es, efectivamente, paradójica, pero puede darse. Queda ilustrada en la tabla adjunta, que he tomado del libro de Donald Sari Decisions and Elections. Explaining the Unexpected (Cambridge University Press, 2001).

Muestra las preferencias de cinco votantes sobre tres grandes cuestiones (a título ilustrativo, pensemos, por ejemplo, en las siguientes: 1º ¿Debe el país renunciar a la energía nuclear?; 2ª ¿Hay que aumentar el gasto público y los impuestos?; 3ª ¿Debe el Estado tras*ferir más competencias a las Comunidades Autónomas?). Hay sólo dos partidos políticos: el Partido del Sí (PS), cuyo programa electoral responde “sí” a las tres cuestiones; y el Partido del No (PN), que responde “no” a las tres cuestiones. Como los votantes sólo pueden escoger entre partidos –y aceptarlos o rechazarlos como un todo– supondremos que cada ciudadano votará a aquel partido con cuyas ideas coincida en una mayoría de asuntos, aunque discrepe de alguna de sus ideas.

Paradoja de Ostrogorski
Muchos lectores de estas Crónicas Mínimas –y, sobre todo, de la del 2 de junio (“el dilema del paquete”)– habrán reconocido en la tabla la “paradoja de Ostrogorski”, esa curiosa situación política que se da cuando el partido que gana las elecciones (en nuestro ejemplo, PS) defiende posturas rechazadas por una mayoría de los ciudadanos; y donde el partido que las pierde (PN) mantiene posiciones que gozan de un apoyo mayoritario. La tabla muestra un caso extremo de la paradoja, en el que el partido ganador defiende tesis minoritarias sobre todos los asuntos; pero, en puridad, la paradoja se daría aunque el partido vencedor defendiera posturas minoritarias sobre una mayoría de asuntos.

La paradoja de Ostrogorski se da cuando confluyen dos factores: por un lado, los votantes tienen que aceptar o rechazar a un partido como un “paquete”, sin poder combinar ideas de partidos distintos; por otro, las ideas del partido perdedor (PN) gozan de cierto apoyo entre los votantes del ganador (PS), pero ese apoyo procede de votantes distintos sobre cada cuestión, lo que produce unas “mayorías flotantes” o cambiantes que no permiten al partido perdedor ganar las elecciones.

En su versión atenuada –esto es, cuando el partido ganador de unas elecciones mantiene algunas posturas rechazadas por una mayoría de ciudadanos–, la paradoja de Ostrogorski no sólo es una posibilidad teórica, sino que, a mi juicio, se ha dado en España en varias ocasiones.

Ostrogorski en España
Yo atisbé una manifestación de la paradoja en el País Vasco cuando, tras el Pacto de Lizarra, el PNV de Arzalluz e Ibarretxe adoptó una actitud soberanista e independentista –rechazada incluso por una parte de sus propios votantes– y, sin embargo, siguió ganando elecciones.

De la paradoja también se ha venido aprovechando el Partido Popular, que ha obtenido recientemente mayorías absolutas en Comunidades Autónomas, como Madrid o Valencia, donde el partido ha vivido casos flagrantes de corrupción, que probablemente la gran mayoría de sus votantes repudia, aunque mantenga la lealtad de voto. Por eso resulta tan repudiable la tesis de que la victoria electoral de un partido condona las irregularidades o delitos de quienes figuran en sus (cerradas) listas.

Pareciera también esconder también una paradoja de Ostrogorski el ecologismo militante del presidente del Gobierno y, en particular, su inclinación a no dejar que la central nuclear de Garoña agote los 10 años adicionales de vida útil que la Junta de Energía Nuclear ha considerado viables (siempre que se introduzcan medidas complementarias de seguridad). Esa preferencia es compartida por los grupos ecologistas, pero suscita el rechazo de un amplio espectro de votantes, tanto del PSOE (incluidos algún Ministro y un ex presidente del Gobierno) como de otros partidos, que podría ser mayoritario (como muestra la tabla respecto a la Cuestión 1ª).

El dilema de Garoña
El presidente Zapatero parece creer sinceramente que el programa electoral del PSOE le obliga a cerrar Garoña (por eso declaró recientemente que “los programas electorales están para ser cumplidos”); pero también sabe que cumplir esa promesa suscitaría un amplio rechazo (por eso ha postergado hasta el próximo viernes, 3 de julio, la adopción de la decisión final). Podemos, pues, bautizar como “dilema de Zapatero” al dilema político genérico que suscita en un gobernante electo toda paradoja de Ostrogorski electo: ¿deberá cumplir aquellas promesas que le ayudaron a conseguir la victoria, aunque su puesta en práctica suscite un rechazo mayoritario de los ciudadanos?

A mi juicio, el presidente Zapatero tendría dos formas de soslayar el dilema de Garoña.

La primera sería aplicar la doctrina de uno de sus pensadores preferidos, Phillip Pettit, quien ha analizado el llamado “dilema discursivo” o “paradoja doctrinal” –versión jurídico-filosófica de la paradoja de Ostrogorski– y mantiene que una democracia debe ser “deliberativa”: las decisiones colectivas sobre asuntos complejos deben adoptarse mediante votaciones separadas sobre cada premisa, de forma razonada, no mediante una única votación que integre los juicios globales de cada votante sobre el conjunto de cuestiones en liza. Con este enfoque el dilema de Garoña seguiría siendo un genuino “dilema de Zapatero”, pero el presidente lo resolvería dando prioridad al sentir mayoritario de los ciudadanos.

Este proceder dañaría, sin embargo, la credibilidad futura de los programas electorales como “paquetes” que aglutinan grandes coaliciones entre grupos sociales con intereses diversos.

La segunda alternativa –defendida públicamente por muchas voces– sería que el presidente se atenga en puridad al Programa Electoral del PSOE, que se limita a prometer “la sustitución gradual de la energía nuclear por energías seguras, limpias y menos costosas, cerrando las centrales nucleares de forma ordenada en el tiempo al final de su vida útil”, lo que no permitiría autorizar nuevas centrales nucleares en el emplazamiento de las que se cierren –como recomiendan algunos–, pero sí agotar la vida útil de las existentes, definida según el criterio técnico de la Junta de Seguridad Nuclear.

Si, como parece probable, el próximo viernes el Gobierno acuerda el cierre de Garoña complacerá a los ecologistas y seguirá las inclinaciones personales de su presidente; pero, a mi juicio, cometería una gran frivolidad económica e iría más allá de lo prometido en el programa electoral del PSOE.
 
Es curioso que los portavoces del Capital solo hablan de democracia deliberativa, y de los problemas que tiene la democracia representativa SOLO cuando el gobierno va ha tomar una decisión que no les gusta.

Efectivamente la parte teórica del artículo es impecable. Votar a un partido no implica estar deacuerdo con todo su programa electoral, ya que no hay manera de votar por unas partes y no por otras. Pero dudo que la realidad se corresponda con este caso. La opinión pública (salvo las encuestas que sacan en eleconomista o en expansión...) no está con las nucleares, y aún mas si estuviera mejor informada de sus costes reales.

No hay presión popular por evitar el cierre de Garoña, más bien la contrario. La presión por evitar el cierre viene de los circulos empresariales etc etc.
 
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