Henry Rearden
Madmaxista
Pronto publicaré en Amazon mi nueva novela de ciencia ficción. Mientras sigo en mi camino de hacerme rico y famoso con la literatura, os dejo aquí una de mis joyas narrativas para que disfrutéis con ella.
Estuve a punto de vomitar dentro de mi traje estanco y manchar el casco de cristal que cubría mi cabeza. Había robado una cápsula de desfase temporal y la iba a introducir por una singularidad físico-matemática en la hipermembrana de 11 dimensiones que envolvía el espacio-tiempo de nuestro universo conocido.
Había quebrantado el juramento que hice al entrar en el cuerpo de protección cronológica e iba a usar esta avanzada, y peligrosa, tecnología en mi propio beneficio. ¿Qué puedo decir en mi defensa? Es muy duro haber crecido como huérfano, no tener recuerdos siquiera de mi progenitora y no haber conocido a mi padre. Años después de su fin, me enteré que había tratado de defenderme en el atraco que al final le costó la vida. Aunque eso eran suposiciones, nadie sabía que había pasado realmente, porque el único testigo había sido yo, aunque solo tenía año y medio y, por supuesto, no me acordaba de nada.
Es imposible describir la propia materia del espacio-tiempo retorciéndose en miles de bucles distintos al viajar a través de la sustancia de la realidad desde el presente al pasado. La cápsula emergió en un polígono abandonado de las afueras y tenía tiempo de sobra para llegar al lugar donde se tendría que producir el robo y posterior asesinato de mi progenitora.
Una comadreja malnacida, con aspecto levemente humano, estaba acechando tras una esquina a que pasara mi progenitora, pero me adelanté y le puse una pistola en la nuca a la vez que le decía "Huye si quieres conservar la vida". El delincuente se dio a la fuga por el oscuro callejón sin mirar atrás. Esperé a que mi progenitora, que llevaba en brazos a mi yo más joven, se alejara y se fuera segura por la calle. Al salir a la calzada, sin darme cuenta golpeé una lata y ella se dio la vuelta.
-Phil, ¿eres tú?
-Perdone, creo que se confunde con otra persona.
-Eres tú, hacía más de dos años que no te veo, pero tu voz es inconfundible.
Mi progenitora se acercó a mi y me miró no como a un futuro hijo, sino con otra clase de sentimientos. Me estaba empezando a sentir enfermo...
-¿Sabes quién es? -me dijo mientras alzaba al bebé- Es tu hijo. No te lo pude decir, porque poco después de quedarme en estado desapareciste y nunca te pude localizar, hasta ahora.
-No puede ser... eso es imposible... -es lo único que pude balbucear.
-Créeme, has sido el único hombre en mi vida y me siento tan feliz de haberte encontrado...
En ese momento, sonaron dos tiros que vinieron del callejón. Instintivamente disparé una ráfaga en semiautomático con mi pistola e iba a seguir al tirador, que era posiblemente el delincuente al que había ahuyentado, cuando un gemido me hizo volverme. Mi progenitora estaba tirada en la calle con la sangre manando del cuello. Sostuve al bebé con mi brazo izquierdo mientras con mi mano derecha agarraba su mano dándole consuelo en sus estertores finales.
Dejé al bebé sobre su pecho y esperé detrás de un coche a que apareciera la policía. En cuanto me aseguré que estaba a salvo, volví a mi cápsula y medité sobre lo que había que hacer. Había aprendido la lección: No podía cambiar mi propio pasado, pero me quedaba una última misión que hacer, por extraña que pareciera.
Yo, que nunca había querido tener hijos, tenía ir hacía atrás en el tiempo para convertirme en padre. Por muy desagradable que pareciera la tarea, tenía que hacerla. Me iba la vida, literalmente hablando, en ello.
Como quise cambiar la historia
Estuve a punto de vomitar dentro de mi traje estanco y manchar el casco de cristal que cubría mi cabeza. Había robado una cápsula de desfase temporal y la iba a introducir por una singularidad físico-matemática en la hipermembrana de 11 dimensiones que envolvía el espacio-tiempo de nuestro universo conocido.
Había quebrantado el juramento que hice al entrar en el cuerpo de protección cronológica e iba a usar esta avanzada, y peligrosa, tecnología en mi propio beneficio. ¿Qué puedo decir en mi defensa? Es muy duro haber crecido como huérfano, no tener recuerdos siquiera de mi progenitora y no haber conocido a mi padre. Años después de su fin, me enteré que había tratado de defenderme en el atraco que al final le costó la vida. Aunque eso eran suposiciones, nadie sabía que había pasado realmente, porque el único testigo había sido yo, aunque solo tenía año y medio y, por supuesto, no me acordaba de nada.
Es imposible describir la propia materia del espacio-tiempo retorciéndose en miles de bucles distintos al viajar a través de la sustancia de la realidad desde el presente al pasado. La cápsula emergió en un polígono abandonado de las afueras y tenía tiempo de sobra para llegar al lugar donde se tendría que producir el robo y posterior asesinato de mi progenitora.
Una comadreja malnacida, con aspecto levemente humano, estaba acechando tras una esquina a que pasara mi progenitora, pero me adelanté y le puse una pistola en la nuca a la vez que le decía "Huye si quieres conservar la vida". El delincuente se dio a la fuga por el oscuro callejón sin mirar atrás. Esperé a que mi progenitora, que llevaba en brazos a mi yo más joven, se alejara y se fuera segura por la calle. Al salir a la calzada, sin darme cuenta golpeé una lata y ella se dio la vuelta.
-Phil, ¿eres tú?
-Perdone, creo que se confunde con otra persona.
-Eres tú, hacía más de dos años que no te veo, pero tu voz es inconfundible.
Mi progenitora se acercó a mi y me miró no como a un futuro hijo, sino con otra clase de sentimientos. Me estaba empezando a sentir enfermo...
-¿Sabes quién es? -me dijo mientras alzaba al bebé- Es tu hijo. No te lo pude decir, porque poco después de quedarme en estado desapareciste y nunca te pude localizar, hasta ahora.
-No puede ser... eso es imposible... -es lo único que pude balbucear.
-Créeme, has sido el único hombre en mi vida y me siento tan feliz de haberte encontrado...
En ese momento, sonaron dos tiros que vinieron del callejón. Instintivamente disparé una ráfaga en semiautomático con mi pistola e iba a seguir al tirador, que era posiblemente el delincuente al que había ahuyentado, cuando un gemido me hizo volverme. Mi progenitora estaba tirada en la calle con la sangre manando del cuello. Sostuve al bebé con mi brazo izquierdo mientras con mi mano derecha agarraba su mano dándole consuelo en sus estertores finales.
Dejé al bebé sobre su pecho y esperé detrás de un coche a que apareciera la policía. En cuanto me aseguré que estaba a salvo, volví a mi cápsula y medité sobre lo que había que hacer. Había aprendido la lección: No podía cambiar mi propio pasado, pero me quedaba una última misión que hacer, por extraña que pareciera.
Yo, que nunca había querido tener hijos, tenía ir hacía atrás en el tiempo para convertirme en padre. Por muy desagradable que pareciera la tarea, tenía que hacerla. Me iba la vida, literalmente hablando, en ello.
