Saludable-13
Madmaxista
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Hace dos millones de años tuvo lugar uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la especie humana ―después de la venida de Jesucristo, posiblemente el más relevante―, que consistió en que por parte de personajes desconocidos ―de cuyo nombre no quiero acordarme― se produjo una alteración del genoma humano, como consecuencia del cual se aumentó el nivel de inteligencia de los homínidos que en aquellos remotísimos tiempos habitaban el planeta.
En un artículo posterior explicaré con más detalle este fenómeno ―completamente demostrado desde el punto de vista científico, así que de conspiranoico nada de nada―, que al parecer nos dio ese hervor cerebral que todavía nos faltaba para que la especie humana se internara posteriormente en los vericuetos de la tecnología y la civilización.
Sin embargo, esa alteración genética no ha sido capaz de inyectar en esta especie una capacidad cerebral lo suficientemente potente como para que los seres humanos podamos presumir de una inteligencia medianamente aceptable, como demuestra palpablemente el devenir de nuestra especie a lo largo de su historia. Es decir, que eso de «homo sapiens» es una hipérbole, una exageración palmaria, con la que nosotros mismos hemos arrojado flores sobre los grotescos espantapájaros que somos con demasiada frecuencia.
Una eminencia en el campo científico ― de cuyo nombre no puedo acordarme― dijo en cierta ocasión que aproximadamente el 95% de los seres humanos no saben pensar… No sé en qué fecha lo dijo, pero si ahora le diera por examinar nuestro coeficiente intelectual, seguro que aumentaba la cifra hasta el 99,9%, dada la impresionante tontería de esta especie que ha puesto en evidencia el gilivirus.
Ya me perdonarán por utilizar un vocablo como el de «tontería», que no encaja en absoluto en mi estilo literario, pero es el que más expresa la tremebunda tontuna que aqueja hoy a los humanos, y tiene muchísimas más carga expresiva qué palabras como estulticia, poca falta de cultura, estupidez, cretinismo, etc.
Hablando de estupidez, sí me acuerdo de dos autores que hablaron de ella, de una de las características genéticas más relevantes de los homínidos. El primero de ellos fue el gran poeta alemán Friedrich Schiller (1759-1805), que dijo que «Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano», frase de recogida por el científico y escritor Isaac Asimov, en una novela titulada «Los propios dioses».
Pero la frase más contundente sobre la estupidez humana la acuñó nada más y nada menos que Albert Einstein, un personaje que tenía bastante poco de esta lacra. Vino a decir que «Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo… y no estoy seguro de lo segundo».
Una de las pruebas en que constatan la estupidez humana es la impresionante cantidad de ruedas de molino que una población completamente ovejuna se ha tragado sin rechistar, sin pestañear, marcando el paso, firme el ademán, porque sobre la esa época en el 2020 de la que yo le hablo covidiana en el mundo mundial se están repartiendo mentiras como panes, embustes como Himalayas, farsas como asteroides, trampantojos como catedrales, que el rebaño ha aceptado sin protestar, con esa mirada acuosa de los lechoncillos un instante antes de su degollina, con ese tintineo que musicaliza las esquilas del rebaño que se dirige arracimado hacia un aprisco letal, pastoreado por los imbecilizadores, por los estupidiadores, por los borreguizadores, jeringuilla en una mano, cubreboca en la otra, risa sardónica en su caradura.
Así que tomen asiento, repantíguense en sus sofás, tengan a mano palomitas, y disfruten del esperpento, de la tragicomedia de un mundo loco-loco-loco, de la grotesca farsa de ver cómo el «homo stupiditens» se arroja balando ―incluso aplaudiendo― a los tostaderus, a las escombreras, a los abismos de Monte Pelado. ¿Reímos o lloramos ante esta antología del disparate? ¿Qué emoticon pondrían ustedes a este colosal cúmulo de chorradas que los pánfilos se creen a pie juntillas?
¿Sabe aquel que diu que un murciélago infecta a un humano allá en Wuhan, y se armó la marimorena?… aunque la OMS también dice que pudo deberse a comida congelada que llegó no se sabe de dónde.
Otrosí, en ningún laboratorio se ha aislado el bichito… pero ay, progenitora, qué miedo, así que a ponerse la maravillosa mascarilla.
¿Y aquél que dice que el coronatimo es tan letal que mata al 0,2% de la gente que infecta? Eso sí, más del 80% de sus víctimas son personas mayores de 70 años con serias patologías previas…
Entonces, va el bichito de la gripe y desaparece de repente, por primera vez en la historia, porque la gente es súperresponsable, y ha usado los cubrebocas y la distancia de seguridad… Es una pena que no sirva para detener al coronabicho, pero, aunque no sirva, pues a seguir llevándolos.
¿Y saben ese chiste que dice que las mascaras son la repanocha para contener al gilibicho, a pesar de que el mundo lleva usándolas casi un año y vamos de ola en ola, de alarma en alarma, de colapso en colapso, de cuarentena en cuarentena?
Otro chascarrillo es ése que nos dicen las teles: la culpa de todo este marasmo malo es que hay irresponsables que no usan la mascarilla… ¿Pero no decían que se había acabado con la gripe porque todo el mundo las usaba?
Ay, las fiestecillas nocturnas de los jóvenes irresponsables… Entonces nos aplastan con un toque de queda de 6 meses, pero… ¡ay, qué mala suerte!, ya estamos en la tercera ola, a pesar del estado de excepción. Pregunta: ¿dónde seguirán haciendo sus botellones esos jóvenes irresponsables que tienen la culpa de la dictadura que padecemos?
Y éste otro va de que desde el comienzo de la gilidemia la gente va arracimada a tope en los tras*portes públicos, sin guardar las distancias, pero ahí no ataca el gilivirus… Sin embargo, sí machaca a la gente que va a misa, y por eso solo se admiten 25 personas, aunque el templo tenga capacidad para mil fieles.
En esto que va uno a un bar y, si tiene la suerte de que esté abierto, la gente no puede estar en la barra, solo se admite un tercio o la mitad del aforo, y se cierra a horas muy tempranas… A esa misma hora en la que los tras*portes públicos van a explotar… ¡Qué cosas, que haya mucho más peligro en los bares ―donde se respeta la distancia de seguridad y hay menos gente― que en los tras*portes!
El fútbol es también otro de los lugares favoritos para el gilicovid, y por eso no hay espectadores en los partidos, aunque no se entiende por qué, pues son espacios grandes, aireados, y en los que la gente puede estar separada y enmascarillada…
Hablando de espacios grandes, va una «experta» y dice sin rubor que en los platós de televisión la gente no lleva mascaras porque tienen el techo alto y están bien aireados. ¡Claro! ¡Qué pena que las calles y los campos tengan el techo bajo y tan mala ventilación!
¡Qué gran portento que una mascarilla de tela que se compra en un chino proteja de un bichogili pequeñísimo, de tamaño mucho menor que los poros de cualquier cubreboca, que atraviesa sin ningún problema!
Y resulta enternecedor ver los robotitos ir con la mascarita por los prados, entre los trigales, en los picachos nevados, en los culos del mundo, dentro de los coches… ¡Uy, qué miedo, progenitora mía!
Otro expediente giliX es el de ver que las gilimascarillas te protegen en el Everest, a mil millas de nada ni de nadie, pero, como no te protegen a menos de metro y medio, pues hala, a guardar la distancia de seguridad… Pero, si protegen de verdad daría igual la distancia, ¿no?
Qué galimatías tan sospechoso eso de que mascaras-sí-no-voluntaria-obligatoria-bichito que no se tras*mite por el aire-bichito que sí se tras*mite por el aire-distancia un metro y medio-distancia un metro-distancia dos metros-no habrá cuarentena-sí nos encierran-bichito respiratorio-pero esos trombos-banderilla eficaz 95%-muere por astarZeneca después de banderillarse…
Después de que desde el australopithecus se inventó el saludo dándose la mano, o con un abrazo, ahora los gilicorderos se dan con el codito o con el puñito… ¡Qué majos, son! ¡Qué diver!… Incluso se ha dicho desde la OMS que hay que saludarse con el gesto masónico de llevarse la mano al corazón… ¡Ay, qué romántico, qué bonito!
¿Y qué quieren que les diga de la gilivacuna? Mientras que todas las banderillas requieren entre 5 y 10 años para desarrollarse, ésta se ha elaborado en unos meses, y eso que se trata de un gilicorona nuevecito, y de una banderilla tras*génica que nunca antes se había fabricado ni aprobado. Pero esto a los ternerillos les da igual, a lo que parece.
banderilla, vacunita, terror de ancianos, que caen como moscas en las residencias mientras que casi no afecta al personal que trabaja en ellas… Pero, damas y caballeros, siguen con la gilivacunación, y siguen poniendo el brazo sin problema.
Misterio rellenito que llevemos décadas de banderillación contra la gripe, y no haya disminuido la mortalidad gripal. Mala suerte, no haber descubierto antes que la mascarilla que se compra en los chinos elimina la gripe por completo.
Gilivacupollas: no previene la infección, no sirve para detener los contagios, no sirve para evitar muertes y hospitalizaciones, no sirve para eliminar las mascaras ni las alarmas, produce efectos adversos comprobados, es un enorme negocio para las farmacéuticas, los fabricantes no se hacen cargo de las reclamaciones por los efectos secundarios, hay infinidad de reportes de sus perversos efectos sobre la salud de los gilivacunados ―incluida la fin―, puede alterar nuestro genoma… pero, ay, gilicorderos, ayayay, os dejaréis marcar con la jeringuilla como los carneros se dejan marcar al fuego, como las ovejitas disciplinadas ponen el cuello para el cuchillo carnicero.
Y así podríamos estar relatando esperpentos y grotesquerías hasta el infinito, que serían payasadas si no atentasen contra la salud y la dignidad humana… Gilidemia, ópera bufa de arlequines en flor, vodevil zarrapastroso de marionetas danzando en un alambre sin final, ovejitas triscando banderillas mientras son pastoreadas por los condemores de la pradera…
Resumiendo: si la mascarilla funciona, ¿por qué la distancia de seguridad?; si la distancia funciona, ¿por qué las mascarilla?; si la mascarilla y la distancia funcionan, ¿por qué los confinamientos?; si todo eso funciona, ¿por qué la banderilla?; si el 99% de la gente se cura, ¿por qué la banderilla?; si la banderilla es segura, ¿por qué las farmacéuticas han conseguido inmunidad legal?
Gilidemia que tiene como canción el famoso «Borriquito como tú», de mi admirado Peret; que tiene como viñeta aquella del dibujante Quino ―sí, el de «Mafalda»―, un dibujo cruel y demoledor donde se ve a un gerifalte ensortijado con habano en boca, que desde su descapotable arroja chupetes ―como si fueran jeringuillas y mascaras― a una gente aborregada hasta la náusea, que, arrodillada en el suelo y con una mueca de súplica en el rostro, de ojos acuosos, agradece babeante los regalitos.
Y también tiene la plandegili una película, nada menos que de Luis Buñuel, titulada «El ángel exterminador», que es la base de un vídeo que hice con el título de «Cómo acabar de una vez con la dictadura del cobi19»
¿Cómo es posible que el mundo se haya vuelto tan iluso? (y España más)
En un artículo posterior explicaré con más detalle este fenómeno ―completamente demostrado desde el punto de vista científico, así que de conspiranoico nada de nada―, que al parecer nos dio ese hervor cerebral que todavía nos faltaba para que la especie humana se internara posteriormente en los vericuetos de la tecnología y la civilización.
Sin embargo, esa alteración genética no ha sido capaz de inyectar en esta especie una capacidad cerebral lo suficientemente potente como para que los seres humanos podamos presumir de una inteligencia medianamente aceptable, como demuestra palpablemente el devenir de nuestra especie a lo largo de su historia. Es decir, que eso de «homo sapiens» es una hipérbole, una exageración palmaria, con la que nosotros mismos hemos arrojado flores sobre los grotescos espantapájaros que somos con demasiada frecuencia.
Una eminencia en el campo científico ― de cuyo nombre no puedo acordarme― dijo en cierta ocasión que aproximadamente el 95% de los seres humanos no saben pensar… No sé en qué fecha lo dijo, pero si ahora le diera por examinar nuestro coeficiente intelectual, seguro que aumentaba la cifra hasta el 99,9%, dada la impresionante tontería de esta especie que ha puesto en evidencia el gilivirus.
Ya me perdonarán por utilizar un vocablo como el de «tontería», que no encaja en absoluto en mi estilo literario, pero es el que más expresa la tremebunda tontuna que aqueja hoy a los humanos, y tiene muchísimas más carga expresiva qué palabras como estulticia, poca falta de cultura, estupidez, cretinismo, etc.
Hablando de estupidez, sí me acuerdo de dos autores que hablaron de ella, de una de las características genéticas más relevantes de los homínidos. El primero de ellos fue el gran poeta alemán Friedrich Schiller (1759-1805), que dijo que «Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano», frase de recogida por el científico y escritor Isaac Asimov, en una novela titulada «Los propios dioses».
Pero la frase más contundente sobre la estupidez humana la acuñó nada más y nada menos que Albert Einstein, un personaje que tenía bastante poco de esta lacra. Vino a decir que «Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo… y no estoy seguro de lo segundo».
Una de las pruebas en que constatan la estupidez humana es la impresionante cantidad de ruedas de molino que una población completamente ovejuna se ha tragado sin rechistar, sin pestañear, marcando el paso, firme el ademán, porque sobre la esa época en el 2020 de la que yo le hablo covidiana en el mundo mundial se están repartiendo mentiras como panes, embustes como Himalayas, farsas como asteroides, trampantojos como catedrales, que el rebaño ha aceptado sin protestar, con esa mirada acuosa de los lechoncillos un instante antes de su degollina, con ese tintineo que musicaliza las esquilas del rebaño que se dirige arracimado hacia un aprisco letal, pastoreado por los imbecilizadores, por los estupidiadores, por los borreguizadores, jeringuilla en una mano, cubreboca en la otra, risa sardónica en su caradura.
Así que tomen asiento, repantíguense en sus sofás, tengan a mano palomitas, y disfruten del esperpento, de la tragicomedia de un mundo loco-loco-loco, de la grotesca farsa de ver cómo el «homo stupiditens» se arroja balando ―incluso aplaudiendo― a los tostaderus, a las escombreras, a los abismos de Monte Pelado. ¿Reímos o lloramos ante esta antología del disparate? ¿Qué emoticon pondrían ustedes a este colosal cúmulo de chorradas que los pánfilos se creen a pie juntillas?
¿Sabe aquel que diu que un murciélago infecta a un humano allá en Wuhan, y se armó la marimorena?… aunque la OMS también dice que pudo deberse a comida congelada que llegó no se sabe de dónde.
Otrosí, en ningún laboratorio se ha aislado el bichito… pero ay, progenitora, qué miedo, así que a ponerse la maravillosa mascarilla.
¿Y aquél que dice que el coronatimo es tan letal que mata al 0,2% de la gente que infecta? Eso sí, más del 80% de sus víctimas son personas mayores de 70 años con serias patologías previas…
Entonces, va el bichito de la gripe y desaparece de repente, por primera vez en la historia, porque la gente es súperresponsable, y ha usado los cubrebocas y la distancia de seguridad… Es una pena que no sirva para detener al coronabicho, pero, aunque no sirva, pues a seguir llevándolos.
¿Y saben ese chiste que dice que las mascaras son la repanocha para contener al gilibicho, a pesar de que el mundo lleva usándolas casi un año y vamos de ola en ola, de alarma en alarma, de colapso en colapso, de cuarentena en cuarentena?
Otro chascarrillo es ése que nos dicen las teles: la culpa de todo este marasmo malo es que hay irresponsables que no usan la mascarilla… ¿Pero no decían que se había acabado con la gripe porque todo el mundo las usaba?
Ay, las fiestecillas nocturnas de los jóvenes irresponsables… Entonces nos aplastan con un toque de queda de 6 meses, pero… ¡ay, qué mala suerte!, ya estamos en la tercera ola, a pesar del estado de excepción. Pregunta: ¿dónde seguirán haciendo sus botellones esos jóvenes irresponsables que tienen la culpa de la dictadura que padecemos?
Y éste otro va de que desde el comienzo de la gilidemia la gente va arracimada a tope en los tras*portes públicos, sin guardar las distancias, pero ahí no ataca el gilivirus… Sin embargo, sí machaca a la gente que va a misa, y por eso solo se admiten 25 personas, aunque el templo tenga capacidad para mil fieles.
En esto que va uno a un bar y, si tiene la suerte de que esté abierto, la gente no puede estar en la barra, solo se admite un tercio o la mitad del aforo, y se cierra a horas muy tempranas… A esa misma hora en la que los tras*portes públicos van a explotar… ¡Qué cosas, que haya mucho más peligro en los bares ―donde se respeta la distancia de seguridad y hay menos gente― que en los tras*portes!
El fútbol es también otro de los lugares favoritos para el gilicovid, y por eso no hay espectadores en los partidos, aunque no se entiende por qué, pues son espacios grandes, aireados, y en los que la gente puede estar separada y enmascarillada…
Hablando de espacios grandes, va una «experta» y dice sin rubor que en los platós de televisión la gente no lleva mascaras porque tienen el techo alto y están bien aireados. ¡Claro! ¡Qué pena que las calles y los campos tengan el techo bajo y tan mala ventilación!
¡Qué gran portento que una mascarilla de tela que se compra en un chino proteja de un bichogili pequeñísimo, de tamaño mucho menor que los poros de cualquier cubreboca, que atraviesa sin ningún problema!
Y resulta enternecedor ver los robotitos ir con la mascarita por los prados, entre los trigales, en los picachos nevados, en los culos del mundo, dentro de los coches… ¡Uy, qué miedo, progenitora mía!
Otro expediente giliX es el de ver que las gilimascarillas te protegen en el Everest, a mil millas de nada ni de nadie, pero, como no te protegen a menos de metro y medio, pues hala, a guardar la distancia de seguridad… Pero, si protegen de verdad daría igual la distancia, ¿no?
Qué galimatías tan sospechoso eso de que mascaras-sí-no-voluntaria-obligatoria-bichito que no se tras*mite por el aire-bichito que sí se tras*mite por el aire-distancia un metro y medio-distancia un metro-distancia dos metros-no habrá cuarentena-sí nos encierran-bichito respiratorio-pero esos trombos-banderilla eficaz 95%-muere por astarZeneca después de banderillarse…
Después de que desde el australopithecus se inventó el saludo dándose la mano, o con un abrazo, ahora los gilicorderos se dan con el codito o con el puñito… ¡Qué majos, son! ¡Qué diver!… Incluso se ha dicho desde la OMS que hay que saludarse con el gesto masónico de llevarse la mano al corazón… ¡Ay, qué romántico, qué bonito!
¿Y qué quieren que les diga de la gilivacuna? Mientras que todas las banderillas requieren entre 5 y 10 años para desarrollarse, ésta se ha elaborado en unos meses, y eso que se trata de un gilicorona nuevecito, y de una banderilla tras*génica que nunca antes se había fabricado ni aprobado. Pero esto a los ternerillos les da igual, a lo que parece.
banderilla, vacunita, terror de ancianos, que caen como moscas en las residencias mientras que casi no afecta al personal que trabaja en ellas… Pero, damas y caballeros, siguen con la gilivacunación, y siguen poniendo el brazo sin problema.
Misterio rellenito que llevemos décadas de banderillación contra la gripe, y no haya disminuido la mortalidad gripal. Mala suerte, no haber descubierto antes que la mascarilla que se compra en los chinos elimina la gripe por completo.
Gilivacupollas: no previene la infección, no sirve para detener los contagios, no sirve para evitar muertes y hospitalizaciones, no sirve para eliminar las mascaras ni las alarmas, produce efectos adversos comprobados, es un enorme negocio para las farmacéuticas, los fabricantes no se hacen cargo de las reclamaciones por los efectos secundarios, hay infinidad de reportes de sus perversos efectos sobre la salud de los gilivacunados ―incluida la fin―, puede alterar nuestro genoma… pero, ay, gilicorderos, ayayay, os dejaréis marcar con la jeringuilla como los carneros se dejan marcar al fuego, como las ovejitas disciplinadas ponen el cuello para el cuchillo carnicero.
Y así podríamos estar relatando esperpentos y grotesquerías hasta el infinito, que serían payasadas si no atentasen contra la salud y la dignidad humana… Gilidemia, ópera bufa de arlequines en flor, vodevil zarrapastroso de marionetas danzando en un alambre sin final, ovejitas triscando banderillas mientras son pastoreadas por los condemores de la pradera…
Resumiendo: si la mascarilla funciona, ¿por qué la distancia de seguridad?; si la distancia funciona, ¿por qué las mascarilla?; si la mascarilla y la distancia funcionan, ¿por qué los confinamientos?; si todo eso funciona, ¿por qué la banderilla?; si el 99% de la gente se cura, ¿por qué la banderilla?; si la banderilla es segura, ¿por qué las farmacéuticas han conseguido inmunidad legal?
Gilidemia que tiene como canción el famoso «Borriquito como tú», de mi admirado Peret; que tiene como viñeta aquella del dibujante Quino ―sí, el de «Mafalda»―, un dibujo cruel y demoledor donde se ve a un gerifalte ensortijado con habano en boca, que desde su descapotable arroja chupetes ―como si fueran jeringuillas y mascaras― a una gente aborregada hasta la náusea, que, arrodillada en el suelo y con una mueca de súplica en el rostro, de ojos acuosos, agradece babeante los regalitos.
Y también tiene la plandegili una película, nada menos que de Luis Buñuel, titulada «El ángel exterminador», que es la base de un vídeo que hice con el título de «Cómo acabar de una vez con la dictadura del cobi19»
¿Cómo es posible que el mundo se haya vuelto tan iluso? (y España más)