Heteropatriarca
Madmaxista
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Entre el espejismo sueco y la pesadilla peronista
Durante décadas, el socialismo –“felipista”- español persiguió el modelo sueco. Era un espejismo, como los propios ciudadanos de Suecia se encargaron primero de identificar y luego de corregir. Pero al menos era un espejismo atractivo y que proponía avances sociales compatibles con el desarrollo económico, o eso parecía.
Los socialistas del siglo XXI, sin embargo, en lugar de perseguir espejismos, o sea visiones que parecen reales y luego no son más que ilusiones, se dedican a perseguir con enorme contumacia pesadillas y quimeras, sabiendo sin necesidad de spoilers, donde y como terminan.
Un libro de muy reciente publicación, titulado The Mirage of Swedish Socialism (agosto 2023), escrito por Johan Norberg, un prestigioso ensayista sueco ilustrado defensor del progreso en libertad, describe con numerosos datos la historia económica y social de Suecia desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días. En él se atestiguan las razones del éxito sueco que alcanzó su cúspide 1950 –la cuarta renta per cápita del mundo- para ir decayendo después, como consecuencia de las políticas socialdemócratas, hasta una profunda crisis a mediados de los años noventa del pasado siglo que alejó al país once posiciones en la cumbre de la riqueza.
Como muy bien nos había enseñado antes nuestro gran historiador Gabriel Tortella en su imprescindible libro Capitalismo y Revolución -de muy reciente y actualizada reedición-, el socialismo democrático ha muerto de éxito; como vino a poner de manifiesto el caso sueco.
La experiencia sueca, ha demostrado los excesos socialistas: socavar la dinámica empresarial y elevar el gasto público más de lo posible, que conducen inexorablemente al fracaso económico y por tanto social, tienen vuelta atrás mediante políticas liberales consensuadas entre los principales partidos.
En condiciones de normalidad política España debería seguir las enseñanzas suecas debatiéndolas entre el PP y el PSOE para adaptarlas a nuestra realidad. Sin embargo, nada más alejado de la actual política socialista, debido a su absurdo doble empecinamiento: que reniega a priori de cualquier reflexión “sueca” y además, rechaza conversación alguna al respeto con el PP por considerarlo un partido fascista.
España, en vez de aprender de las más próximas -geográfica y temporalmente- y mejores prácticas políticas, de países como Suecia o Dinamarca, se orienta cada vez más a la lamentable geografía política sudamericana y a un triste y dramático pasado que habíamos dado por superado y ahora la aleación gobernante está empeñada en resucitar.
Mientras que un serio y verdadero socialdemócrata, Felipe González, aceptó que gobernara en minoría el PP tras haber ganado las elecciones, en vez de liderar un frente popular con los comunistas y hacerse con el gobierno, Sánchez ha resucitado las esencias del PSOE revolucionario que en 1934 llevó a cabo un -felizmente fallido- golpe de Estado en Asturias motivado por su negativa a que el partido que había ganado ampliamente las elecciones unos meses antes formara gobierno.
Conforme pasa el tiempo, el socialismo de Felipe González, verdaderamente socialdemócrata y europeo, con sus aciertos y errores, está quedando en la historia como una isla de sensatez frente a un oscuro pasado y un presente -que comenzó con Zapatero y prosigue Sánchez- cada vez más disparatado. Mientras que los viejos socialistas españoles, a diferencia de sus coetáneos europeos, eran manifiestamente revolucionarios, los nuevos, aunque ya no plantean abiertamente una revolución ni parecen tener un modelo político paradigmático alternativo a la democracia liberal, se dedican a desmontarla junto con el Estado de Derecho que la soporta. La Alemania de entreguerras y la Venezuela de ahora son sus modelos a imitar.
El milagro sueco ha sido posible porque sin menoscabar su Estado de Derecho, los excesos económicos socialistas que llevaron al país a la deriva económica fueron corregidos con un gran sentido de la responsabilidad política de sus principales partidos políticos.
He aquí lo acontecido en Suecia a la luz del libro de Norberg, que debería ser de público conocimiento y debate aquí y ahora, para aplicarnos sus remedios de éxito:
Sin embargo, es de suponer que una amplia mayoría de españoles, incluso muchos de ellos filosocialistas, bien informados de la experiencia sueca, quizás la prefieran frente a la vigente deriva hispano-peronista.
Durante décadas, el socialismo –“felipista”- español persiguió el modelo sueco. Era un espejismo, como los propios ciudadanos de Suecia se encargaron primero de identificar y luego de corregir. Pero al menos era un espejismo atractivo y que proponía avances sociales compatibles con el desarrollo económico, o eso parecía.
Los socialistas del siglo XXI, sin embargo, en lugar de perseguir espejismos, o sea visiones que parecen reales y luego no son más que ilusiones, se dedican a perseguir con enorme contumacia pesadillas y quimeras, sabiendo sin necesidad de spoilers, donde y como terminan.
Un libro de muy reciente publicación, titulado The Mirage of Swedish Socialism (agosto 2023), escrito por Johan Norberg, un prestigioso ensayista sueco ilustrado defensor del progreso en libertad, describe con numerosos datos la historia económica y social de Suecia desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días. En él se atestiguan las razones del éxito sueco que alcanzó su cúspide 1950 –la cuarta renta per cápita del mundo- para ir decayendo después, como consecuencia de las políticas socialdemócratas, hasta una profunda crisis a mediados de los años noventa del pasado siglo que alejó al país once posiciones en la cumbre de la riqueza.
Como muy bien nos había enseñado antes nuestro gran historiador Gabriel Tortella en su imprescindible libro Capitalismo y Revolución -de muy reciente y actualizada reedición-, el socialismo democrático ha muerto de éxito; como vino a poner de manifiesto el caso sueco.
La experiencia sueca, ha demostrado los excesos socialistas: socavar la dinámica empresarial y elevar el gasto público más de lo posible, que conducen inexorablemente al fracaso económico y por tanto social, tienen vuelta atrás mediante políticas liberales consensuadas entre los principales partidos.
En condiciones de normalidad política España debería seguir las enseñanzas suecas debatiéndolas entre el PP y el PSOE para adaptarlas a nuestra realidad. Sin embargo, nada más alejado de la actual política socialista, debido a su absurdo doble empecinamiento: que reniega a priori de cualquier reflexión “sueca” y además, rechaza conversación alguna al respeto con el PP por considerarlo un partido fascista.
España, en vez de aprender de las más próximas -geográfica y temporalmente- y mejores prácticas políticas, de países como Suecia o Dinamarca, se orienta cada vez más a la lamentable geografía política sudamericana y a un triste y dramático pasado que habíamos dado por superado y ahora la aleación gobernante está empeñada en resucitar.
Mientras que un serio y verdadero socialdemócrata, Felipe González, aceptó que gobernara en minoría el PP tras haber ganado las elecciones, en vez de liderar un frente popular con los comunistas y hacerse con el gobierno, Sánchez ha resucitado las esencias del PSOE revolucionario que en 1934 llevó a cabo un -felizmente fallido- golpe de Estado en Asturias motivado por su negativa a que el partido que había ganado ampliamente las elecciones unos meses antes formara gobierno.
Conforme pasa el tiempo, el socialismo de Felipe González, verdaderamente socialdemócrata y europeo, con sus aciertos y errores, está quedando en la historia como una isla de sensatez frente a un oscuro pasado y un presente -que comenzó con Zapatero y prosigue Sánchez- cada vez más disparatado. Mientras que los viejos socialistas españoles, a diferencia de sus coetáneos europeos, eran manifiestamente revolucionarios, los nuevos, aunque ya no plantean abiertamente una revolución ni parecen tener un modelo político paradigmático alternativo a la democracia liberal, se dedican a desmontarla junto con el Estado de Derecho que la soporta. La Alemania de entreguerras y la Venezuela de ahora son sus modelos a imitar.
El milagro sueco ha sido posible porque sin menoscabar su Estado de Derecho, los excesos económicos socialistas que llevaron al país a la deriva económica fueron corregidos con un gran sentido de la responsabilidad política de sus principales partidos políticos.
He aquí lo acontecido en Suecia a la luz del libro de Norberg, que debería ser de público conocimiento y debate aquí y ahora, para aplicarnos sus remedios de éxito:
- A mediados del siglo XIX, Suecia había establecido firmemente un sistema democrático de gobierno limitado, de libre empresa, libre comercio y bajos impuestos. Esto facilitó la rápida industrialización del país y el crecimiento de grandes empresas multinacionales.
- Durante un siglo, Suecia tuvo una de las tasas de crecimiento más rápidas del mundo y convirtió un país muy pobre en la envidia de todo el mundo. En 1950, Suecia era el cuarto país más rico del mundo y uno de los más libres económicamente, con un gasto público inferior al 20% del PIB. El gobierno sueco era más pequeño que el de otros países de Europa occidental, y sus impuestos eran ligeramente inferiores a los de Estados Unidos.
- Sólo después de que Suecia se convirtiera en uno de los países más ricos del mundo empezó a virar hacia el socialismo. La prosperidad del país no era el resultado de un gran gobierno y de políticas redistributivas a gran escala; su prosperidad fue la condición subyacente que hizo que los políticos pensaran que podían experimentar con políticas de gasto público generosas.
- De 1965 a 1985, el gasto público como porcentaje de la economía se duplicó con creces, pasando del 25,5% al 58,5%... Los impuestos aumentaron, las empresas se regularon y se pensó seriamente en nacionalizarlas. Fue el único período de la historia económica moderna de Suecia en el que su economía se tambaleaba y el crecimiento iba a la zaga del de otros países.
- En este periodo, Suecia se convirtió en una de las economías más igualitarias del mundo, no por el aumento de los ingresos de los más desfavorecidos, sino destruyendo los incentivos para trabajar y asumir riesgos, desalentando así a los empresarios y propietarios de capital a acumular riqueza.
- Desde mediados de los años 60 hasta mediados de los 80 no se crearon nuevas empresas importantes y algunos de los emprendedores y empresas de más éxito, como IKEA y Tetra Pak, abandonaron Suecia. No se creó ni un solo puesto de trabajo neto en el sector privado, y el poder adquisitivo de los suecos de a pie se redujo considerablemente.
- Sólo el aumento de la deuda y la elevada inflación permitieron que el experimento durara tanto como lo hizo. Suecia tuvo déficits todos los años de 1970 a 1987, y la deuda pública como % del PIB aumentó de menos del 18% en 1970 a más del 70% en 1985. Este extraordinario experimento, sin precedentes en la historia de Suecia, acabó en un devastador colapso financiero a principios de los años noventa.
- Durante un tiempo pareció que Suecia se enfrentaba a la perspectiva de quedar fuera de los mercados de deuda, y el banco central tuvo que imponer un tipo de interés del 500% para defender la moneda. Pero la crisis concentró las mentes de los políticos suecos.
- Las principales fuerzas políticas, tanto de izquierdas como de derechas, estaban de acuerdo en que había que hacer grandes cambios en la economía sueca para volver a la normalidad para devolver al país a un modelo económico abierto y orientado al crecimiento. Lo que siguió fue un intenso periodo de reformas y liberalización.
- Se redujo el gasto público y se introdujeron normas fiscales que rebajaban la deuda. Los impuestos se bajaron y suprimieron por completo los del patrimonio, las donaciones y las herencias.
- Se desregularon los sectores empresariales, se privatizaron las empresas públicas y se reformó la seguridad social.
- Suecia fue pionera en la privatización de los servicios sociales y la introducción de un sistema nacional de vales escolares.
- El sector privado proporciona ahora alrededor de una quinta parte de todos los servicios sociales financiados con impuestos.
- El nivel actual de gasto social de Suecia ya no la convierte en un caso atípico, sino que gasta como una economía europea occidental normal.
- El gobierno proporciona a los suecos generosos servicios sociales, pero en gran medida, los beneficiarios pagan ellos mismos esos servicios.
- Desde las reformas de los años 90, la economía sueca es en muchos aspectos más abierta y orientada al mercado que la de otros países ricos y ha vuelto a superar económicamente a países comparables.
- Las nuevas empresas internacionales han proliferado y los ingresos reales han aumentado con relativa rapidez tras el fin de la era del gran gobierno y el estancamiento que trajo consigo.
Sin embargo, es de suponer que una amplia mayoría de españoles, incluso muchos de ellos filosocialistas, bien informados de la experiencia sueca, quizás la prefieran frente a la vigente deriva hispano-peronista.