david53
Madmaxista
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Juan Eslava Galán reconstruye el relato del descubrimiento del Nuevo Mundo y perfila a sus principales personajes en su nuevo libro, 'La conquista de América contada para escépticos', del que EL MUNDO adelanta un capítulo
Grabado de 1590 que representa a Colón desembarcando en América. GETTY
En su primer viaje, Colón había arribado a las Bahamas. Esta vez llegaba a las Antillas Menores (el rosario de islas que va de Puerto Rico a las costas de Venezuela).
Aunque los dos archipiélagos estén en el mar Caribe, son muy distintos. Las Antillas son tropicales, volcánicas, selváticas, "toda montaña, muy verde, hasta el agua que era una alegría mirarla", como las describía el doctor Álvarez Chanca, otro pasajero de esta expedición. Bonitas, pero de costas escarpadas y rocosas, desprovistas de puertos naturales. La condensación de vapor suele coronarlas con un bonete de nubes (cumulus congestus).
Primera decepción: en esa isla inicial, a la que Colón nombró Dominica por haberla avistado en domingo, no pudieron desembarcar, tan escarpada era su costa.
El almirante pasó de largo por otra isla que le pareció demasiado pequeña, la Deseada, y en la siguiente, la Marigalante, menos escarpada, se detuvo a hacer aguada y a celebrar una misa consagrando con vino, como está mandado.
Los colonos empezaron a disfrutar de las maravillas que les habían prometido: "Había frutas salvaginas [silvestres] de diferentes maneras, de las cuales algunos no muy sabios probaban, y del gusto solamente tocándoles con las lenguas se les hinchaban las caras, y les venían tan grande ardor y dolor que parecían que rabiaban".
De allí navegaron hasta Guadalupe, que hoy nos parece la más bella isla del Caribe, una intrincada selva verde con vistas tan hermosas como la cascada La Sufrière.
Visitantes intempestivos, los españoles causaron gran inconveniencia a un grupo de nativos que al ver aproximarse a gente tan extraña, con tanto aparato de banderas, petos metálicos y ballestas, huyeron despavoridos dejando la comida en la mesa. Es lo que dedujeron los españoles, porque al registrar una vivienda, encontraron "cociendo en una olla un pescuezo de hombre [...] y cuatro o cinco huesos de braços e piernas de hombres».
-¡Caribes!-, sentenció Mediopeo.
-¿Es que son malos?-, preguntó Arjona con la inocencia de su poca edad.
-¡Malos es poco: peores que jovenlandeses!
Mediopeo y Medinilla tiraron el caldo por los suelos, mientras otros daban cristiana sepultura a las tajadas, sobre las que el fraile recitó un salmo.
-¿Qué clase de gente es esta que come carne de semejantes?-, se preguntaba un colono asustadizo.
Los testimonios de la horrible costumbre les salieron al paso en todo el poblado: "Hallé en sus casas çestos y arcos grandes de güesos de hombres y cabezas colgadas en cada cassa", prosigue Colón en su carta a los reyes.
Aquellos indios no eran taínos, sino caribes. Procedían del continente, de la costa norte de Venezuela, Colombia y Guyana. Hábiles navegantes en sus canoas, "unas fustas pequeñas que tienen, de un solo madero", se estaban extendiendo por las Antillas Menores a costa de los pacíficos taínos. Parece que en un principio practicaban una antropofagia ritual, consistente en comulgar con la carne del enemigo vencido para apropiarse de su fuerza; pero con el tiempo se habían aficionado a la carne humana porque, según decían, "la carne del hombre es tan buena que no hay tal cosa en el mundo", una reivindicación gourmet que de buena gana habría suscrito el doctor Lecter.
Hasta tal punto apreciaban los caribes el solomillo de prójimo que mantenían criaderos de capones humanos, así como harenes de cautivas taínas por el doble provecho de gozarlas sexualmente y de comerse ternascos los bebés que parían, apreciados como bocado exquisito.
Digamos, antes de proseguir, que el canibalismo lo practicaban en menor o mayor medida muchos pueblos americanos: desde los pieles rojas del Canadá hasta los patagones de Argentina, pasando por los chichimecas del norte de México, los aztecas del centro, los mayas de Yucatán, los tupinambas de Brasil o los guaraníes del Paraguay. Se explica, aunque no tenga disculpa, que los colonos y exploradores que tales horrores descubrían no se inclinaran a ser piadosos con los caníbales, sino que los consideraran fieras con forma humana.
El conocimiento de la existencia de indios que devoraban personas no contribuyó a estimular el entusiasmo de Arjona y los otros colonos que acudían al paraíso prometido. Otros bruscos desencuentros con la realidad contribuyeron al desánimo general en los días siguientes. Las mujeres caribes eran tan bravas como sus hombres, y llegado el caso sabían flechar tan bien o mejor que ellos.
"Uno de esos días en que habíamos echado anclas vimos venir desde un cabo una canoa -relata Michele da Cuneo, el amigo italiano de Colón-. Parecía un bergantín bien armado, y en [él] venían tres o cuatro caníbales, dos mujeres caníbales y dos indios que venían cautivos, a los cuales, como hacen siempre los caníbales con sus vecinos de las otras islas cuando los apresan, les acababan de cortar el miembro generativo al ras del vientre, de modo que aún estaban dolientes.
Como teníamos en tierra el batel del capitán, al ver venir esa canoa prestamente saltamos al batel y dimos caza a la canoa. Al acercarnos, los caníbales nos flecharon tan reciamente con sus arcos, que si no hubiera sido por los paveses, nos hubiesen malherido; os diré que a un compañero que sostenía una adarga, le tiraron una flecha que atravesó el escudo y le entró tres dedos en el pecho, de tal modo que murió a los pocos días. Apresamos la canoa con todos los hombres, y un caníbal fue herido de una lanzada en forma que pensamos que había sido muerto y lo tiramos al mar dándolo por tal; pero vimos que súbitamente se echaba a nadar, de modo que lo pescamos con un bichero, y lo acercamos al borde de la barca y allí le cortamos la cabeza con una segur. Los otros caníbales, junto con los esclavos, fueron enviados a España".
Sobreponiéndose al horror que le inspiraba la antropofagia, el italiano aún tuvo ánimos para requebrar en amores a una caribe. Él mismo relata el romántico encuentro:
"Mientras estaba en el batel, hice cautiva a una hermosísima mujer caribe, que el susodicho almirante me regaló, y después que la hube llevado a mi camarote, y estando ella desnuda según es su costumbre, sentí deseos de holgar con ella. Quise cumplir mi deseo, pero ella no lo consintió, y me dio tal trato con sus uñas que hubiera preferido no haber empezado nunca. Pero al ver esto (y para contártelo todo hasta el final), tomé una cuerda y le di de azotes, después de los cuales echó grandes gritos, tales que no hubieran podido creer tus oídos. Finalmente llegamos a estar tan de acuerdo, que puedo decirte que parecía haber sido criada en una escuela de pilinguis".
El hallazgo de indígenas belicosos conturbó a Colón. Dudoso sobre la suerte corrida por los náufragos que había dejado en el fuerte Navidad, pasó de largo frente al rosario de las islas antillanas, Montserrat, Antigua, Vírgenes y San Juan (Puerto Rico), y puso proa a La Española, donde esperaba encontrar a los 39 españoles que dejó allí 11 meses atrás.
El libro de Juan Eslava Galán 'La conquista de América contada para escépticos' sale a la venta el 14 de mayo
Grabado de 1590 que representa a Colón desembarcando en América. GETTY
En su primer viaje, Colón había arribado a las Bahamas. Esta vez llegaba a las Antillas Menores (el rosario de islas que va de Puerto Rico a las costas de Venezuela).
Aunque los dos archipiélagos estén en el mar Caribe, son muy distintos. Las Antillas son tropicales, volcánicas, selváticas, "toda montaña, muy verde, hasta el agua que era una alegría mirarla", como las describía el doctor Álvarez Chanca, otro pasajero de esta expedición. Bonitas, pero de costas escarpadas y rocosas, desprovistas de puertos naturales. La condensación de vapor suele coronarlas con un bonete de nubes (cumulus congestus).
Primera decepción: en esa isla inicial, a la que Colón nombró Dominica por haberla avistado en domingo, no pudieron desembarcar, tan escarpada era su costa.
El almirante pasó de largo por otra isla que le pareció demasiado pequeña, la Deseada, y en la siguiente, la Marigalante, menos escarpada, se detuvo a hacer aguada y a celebrar una misa consagrando con vino, como está mandado.
Los colonos empezaron a disfrutar de las maravillas que les habían prometido: "Había frutas salvaginas [silvestres] de diferentes maneras, de las cuales algunos no muy sabios probaban, y del gusto solamente tocándoles con las lenguas se les hinchaban las caras, y les venían tan grande ardor y dolor que parecían que rabiaban".
De allí navegaron hasta Guadalupe, que hoy nos parece la más bella isla del Caribe, una intrincada selva verde con vistas tan hermosas como la cascada La Sufrière.
Visitantes intempestivos, los españoles causaron gran inconveniencia a un grupo de nativos que al ver aproximarse a gente tan extraña, con tanto aparato de banderas, petos metálicos y ballestas, huyeron despavoridos dejando la comida en la mesa. Es lo que dedujeron los españoles, porque al registrar una vivienda, encontraron "cociendo en una olla un pescuezo de hombre [...] y cuatro o cinco huesos de braços e piernas de hombres».
-¡Caribes!-, sentenció Mediopeo.
-¿Es que son malos?-, preguntó Arjona con la inocencia de su poca edad.
-¡Malos es poco: peores que jovenlandeses!
Mediopeo y Medinilla tiraron el caldo por los suelos, mientras otros daban cristiana sepultura a las tajadas, sobre las que el fraile recitó un salmo.
-¿Qué clase de gente es esta que come carne de semejantes?-, se preguntaba un colono asustadizo.
Los testimonios de la horrible costumbre les salieron al paso en todo el poblado: "Hallé en sus casas çestos y arcos grandes de güesos de hombres y cabezas colgadas en cada cassa", prosigue Colón en su carta a los reyes.
Aquellos indios no eran taínos, sino caribes. Procedían del continente, de la costa norte de Venezuela, Colombia y Guyana. Hábiles navegantes en sus canoas, "unas fustas pequeñas que tienen, de un solo madero", se estaban extendiendo por las Antillas Menores a costa de los pacíficos taínos. Parece que en un principio practicaban una antropofagia ritual, consistente en comulgar con la carne del enemigo vencido para apropiarse de su fuerza; pero con el tiempo se habían aficionado a la carne humana porque, según decían, "la carne del hombre es tan buena que no hay tal cosa en el mundo", una reivindicación gourmet que de buena gana habría suscrito el doctor Lecter.
Hasta tal punto apreciaban los caribes el solomillo de prójimo que mantenían criaderos de capones humanos, así como harenes de cautivas taínas por el doble provecho de gozarlas sexualmente y de comerse ternascos los bebés que parían, apreciados como bocado exquisito.
Digamos, antes de proseguir, que el canibalismo lo practicaban en menor o mayor medida muchos pueblos americanos: desde los pieles rojas del Canadá hasta los patagones de Argentina, pasando por los chichimecas del norte de México, los aztecas del centro, los mayas de Yucatán, los tupinambas de Brasil o los guaraníes del Paraguay. Se explica, aunque no tenga disculpa, que los colonos y exploradores que tales horrores descubrían no se inclinaran a ser piadosos con los caníbales, sino que los consideraran fieras con forma humana.
El conocimiento de la existencia de indios que devoraban personas no contribuyó a estimular el entusiasmo de Arjona y los otros colonos que acudían al paraíso prometido. Otros bruscos desencuentros con la realidad contribuyeron al desánimo general en los días siguientes. Las mujeres caribes eran tan bravas como sus hombres, y llegado el caso sabían flechar tan bien o mejor que ellos.
"Uno de esos días en que habíamos echado anclas vimos venir desde un cabo una canoa -relata Michele da Cuneo, el amigo italiano de Colón-. Parecía un bergantín bien armado, y en [él] venían tres o cuatro caníbales, dos mujeres caníbales y dos indios que venían cautivos, a los cuales, como hacen siempre los caníbales con sus vecinos de las otras islas cuando los apresan, les acababan de cortar el miembro generativo al ras del vientre, de modo que aún estaban dolientes.
Como teníamos en tierra el batel del capitán, al ver venir esa canoa prestamente saltamos al batel y dimos caza a la canoa. Al acercarnos, los caníbales nos flecharon tan reciamente con sus arcos, que si no hubiera sido por los paveses, nos hubiesen malherido; os diré que a un compañero que sostenía una adarga, le tiraron una flecha que atravesó el escudo y le entró tres dedos en el pecho, de tal modo que murió a los pocos días. Apresamos la canoa con todos los hombres, y un caníbal fue herido de una lanzada en forma que pensamos que había sido muerto y lo tiramos al mar dándolo por tal; pero vimos que súbitamente se echaba a nadar, de modo que lo pescamos con un bichero, y lo acercamos al borde de la barca y allí le cortamos la cabeza con una segur. Los otros caníbales, junto con los esclavos, fueron enviados a España".
Sobreponiéndose al horror que le inspiraba la antropofagia, el italiano aún tuvo ánimos para requebrar en amores a una caribe. Él mismo relata el romántico encuentro:
"Mientras estaba en el batel, hice cautiva a una hermosísima mujer caribe, que el susodicho almirante me regaló, y después que la hube llevado a mi camarote, y estando ella desnuda según es su costumbre, sentí deseos de holgar con ella. Quise cumplir mi deseo, pero ella no lo consintió, y me dio tal trato con sus uñas que hubiera preferido no haber empezado nunca. Pero al ver esto (y para contártelo todo hasta el final), tomé una cuerda y le di de azotes, después de los cuales echó grandes gritos, tales que no hubieran podido creer tus oídos. Finalmente llegamos a estar tan de acuerdo, que puedo decirte que parecía haber sido criada en una escuela de pilinguis".
El hallazgo de indígenas belicosos conturbó a Colón. Dudoso sobre la suerte corrida por los náufragos que había dejado en el fuerte Navidad, pasó de largo frente al rosario de las islas antillanas, Montserrat, Antigua, Vírgenes y San Juan (Puerto Rico), y puso proa a La Española, donde esperaba encontrar a los 39 españoles que dejó allí 11 meses atrás.
El libro de Juan Eslava Galán 'La conquista de América contada para escépticos' sale a la venta el 14 de mayo