‘Ciudadanos': adiós a la bisagra nacionalista

Eric Finch

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‘Ciudadanos': adiós a la bisagra nacionalista

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Nota: La viñeta está elaborada sobre un collage cuya autoría es de @arcu, sobre una idea de @churruca.

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CiU y el paradigma español

José Antonio Zarzalejos en La Vanguardia, 100515.

Mañana será tarde (Planeta), título del libro que he escrito y que se distribuirá a finales de este mes, recoge la destilación de muchas conversaciones y lecturas, experiencias y percepciones. Un capítulo está dedicado a la corrupción, otro a la abdicación del rey Juan Carlos, el tercero a Catalunya, el cuarto al País Vasco y el quinto a la crisis de los medios de comunicación. Después de decenas de entrevistas con personalidades de primer orden y de una inmersión casi obsesiva en ensayos, relatos, libros de historia y hasta de ficción, llego a la conclusión de que la democracia española ha perdido su identidad fundacional que consistía en un sistema de bipar*tidismo imperfecto -derecha, izquierda, PSOE y PP- completado de una forma constante y eficaz por los nacionalismos catalán y vasco que eran los que cerraban el círculo con su aportación en el Congreso a la estabilidad de los distintos gobiernos.

CiU y el PNV formaban parte, así, del modelo de referencia, del paradigma del sistema político español. Recibían réditos por ello, pero también contribuían a hacerlo funcional. Ese paradigma está roto y se ha deshecho. Y lo que ha ocurrido y está ocurriendo con CiU no es modo ajeno a esa destrucción de un marco referencial de nuestra política que ha venido siendo muy útil. Las dinámicas políticas no son eternas, se deterioran y cambian sus agentes. Es lo que ha ocurrido. El proceso soberanista en Catalunya ha determinado un grave destrozo interno en su mecanismo de fuerzas políticas y ha proyectado una alteración del modus operandi del sistema a nivel general. Las encuestas, que ofrecen unos resultados muy reducidos a CiU -la de La Vanguardia le atribuye en unas catalanas una fortísima caída-, remiten a una consideración muy seria: en la misma medida en que la federación nacionalista pierde fuerza en Catalunya, la pierde también en el conjunto de España y su papel de bisagra, su papel de cierre del mecanismo del bipartidismo imperfecto, se viene abajo.

La pérdida para Catalunya es importante y, especialmente, para el catalanismo político que residenció tanto en CDC como en UDC las esencias de esa forma de comportarse hacia el resto de España que ha contribuido a la identidad perdida del sistema constitucional de 1978. Nadie piensa ya en el papel general, estatal o nacional -la semántica depende de quien la utilice- que desempeñará CiU, a la que se considera abstraída de los asuntos españoles y *sólo centrada en los catalanes. El catalanismo como extraversión se ha acabado y ha entrado en introspección. Una introspección casi similar a la del resto de España con Catalunya. Ajenidad. Distancia. Displicencia. Desconexión. Los nacionalismos preocupan al 0,7% de los consultados por el CIS.

Parece un guiño de la historia que sea Ciutadans-Ciudadanos la fuerza política que tiene todas las papeletas demoscópicas para sustituir a los nacionalistas catalanes en la función de bisagra en las cámaras legislativas, tanto en el Congreso y Senado como en las asambleas autonómicas. Desde Catalunya se produciría un recambio: CiU por Ciutadans-Ciudadanos. Y en esa sustitución el catalanismo no aparece porque los de Albert Rivera -por razones ideológicas y generacionales- no comulgan, no participan de esa pulsión de la Catalunya central que ha emitido con fuerza en la democracia del 1978 como ya lo hizo en el primer tercio del siglo pasado.

Se trata de una pérdida y de un hallazgo. La pérdida consiste en que con el fin del catalanismo de CDC -Unió lo mantiene a duras penas- una parte de la ciudadanía catalana -¿en torno a dos millones?- apaga el interruptor de lo español en Catalunya. Aunque sea una parte muy numerosa de catalanes no lo es tanto como para energizar un proceso de independencia tambaleante. El hallazgo estriba en que la propia Catalunya -y su crisis interna y de relación con el Estado- ha generado a C’s y ha fortalecido al partido de Rivera que si apreciado por el electorado español por muchas razones -y por sectores amplios del catalán- lo es también por su oposición a los planteamientos secesionistas de CDC, ERC y CUP, una oposición que se gesta desde dentro del propio sistema de partido catalanes. El nuevo paradigma que se vislumbra sería el de una federación nacionalista demediada y un Ciutadans-Ciudadanos emergente si bien en el contexto de una fragmentación de muy difícil gestión.

Se ha roto el paradigma y no se volverá ya a restablecer. El proceso soberanista no sólo distancia a una parte de los catalanes con otra de los españoles, sino que también ocurre a la inversa. Mientras, se produce un proceso de sustitución: los de Albert Rivera por los de Artur Mar y Josep Antoni Duran Lleida. Un vuelco irreversible. Un paradigma roto.

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Una campaña de chóferes

Santiago González en El Mundo, 100515.

Para que luego digan que las campañas electorales enrarecen el ambiente y envenenan la convivencia. Esa foto en el Salón Internacional del Automóvil, con Rajoy haciendo de chófer para un Artur Mas sonriente y beatífico. Sonreía al día siguiente de que el CIS anunciara para CiU la pérdida de la alcaldía de Barcelona a favor de una tal Ada Colau, que fue presidenta de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca sin haber tenido en su vida una hipoteca. Milagros de la fe.

El chófer no es sólo una figura relevante en la política venezolana. También en Cataluña. David Fernàndez, el tipo aquel de la sandalia que secunda a Mas en la aventura independentista, le hacía de chófer a Arnaldo Otegi cuando este viajaba a Barcelona. Felipe VI condujo el coche en el que llevaba a Mas de copiloto el 5 de diciembre último, en el 30 aniversario del Seat Ibiza. Observen la diferencia. Mientras el líder de la CUP hacía de menestral para un abertzale vasco, a Mas, en un plazo de seis meses, le han servido como chóferes el Rey de España y el presidente del Gobierno. ¿No es este detalle un mentís a cuantos sostienen que Artur Mas es un político muy menor cuyo rasgo más característico es la mediocridad?

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Y esto después de haber planteado el más grave desafío contra la Constitución española, pretendiendo la secesión unilateral de la comunidad autónoma en la que precisamente él es el representante ordinario del Estado. La foto de los dos presidentes en el coche se ha producido el mismo día en que el Gobierno autonómico presidido por este tipo se ha pasado por el perineo el auto del Tribunal Supremo que declara obligatorio el mínimo del 25% de enseñanza en castellano en las escuelas catalanas.

Esto ocurre 22 días antes de que el presidente del Gobierno, el Jefe del Estado y el himno nacional sean abucheados en la final de la Copa del Rey que se jugará en Barcelona el día 30, sin que Mas haya hecho un gesto para disuadir a los suyos de la gran pitada, como sí ha hecho el lehendakari Urkullu. Él asistirá en el palco, junto a los ilustres abucheados, con cara inescrutable y su característica sonrisa de conejo, sin que ninguna autoridad haya anunciado el riesgo en que incurren los reventadores y las consecuencias que traerá para ellos. Y esto ha ocurrido, finalmente, cuatro meses y medio antes de que se celebren unas elecciones autonómicas a las que pretende dotar de un imposible carácter plebiscitario.

Vistas así las cosas podría parecer que el presidente Rajoy no defiende con el celo suficiente la Constitución. Nada tan incierto. Lo contaba ayer La Vanguardia en un subtítulo de su página 20: “El presidente dirige sus ataques a Rivera y pide a Mas respeto por la Constitución”. “España, cristal de copa, no diadema”, que escribió Neruda.

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A los candidatos del PSOE no les llega la camisa al cuerpo

Gonzalo López Alba en El Confidencial,100515.

El tacticismo con el que están actuando todos los partidos políticos, tanto los tradicionales como los de nuevo cuño, podría conducir tras las elecciones del 24-M a una situación de vacío de poder que se prolongue durante meses en muchos territorios. Si Andalucía está sirviendo de laboratorio para la nueva política, que pasa por una cultura de pactos apenas explorada en España, no resulta descabellado pensar que el mismo escenario “surrealista”, en palabras de Susana Díaz, se reproduzca en las demás comunidades autónomas hasta las elecciones generales.

La llave la tiene Ciudadanos, que no ha querido permitir ahora la investidura de Díaz para no regalar al PP la munición de campaña de que “se entrega al PSOE”. Después del 24-M, tendrá que decidir si adopta la misma estrategia en relación con el PP o si retoma su planteamiento original de permitir que en cada lugar gobierne la lista más votada.

Si opta por repetir la táctica andaluza, el vacío de poder no se produciría en los ayuntamientos, porque la ley establece que, si no hay mayoría absoluta en la votación del pleno municipal, es designado alcalde el candidato de la lista más votada y, en caso de empate, se resuelve por sorteo. Pero sí podría darse en muchas comunidades autónomas. Los plazos y procedimientos son dispares porque están regulados en cada estatuto, pero el verano está de por medio para todos y para todos los barones territoriales están también a la vuelta de la esquina los comicios generales, de modo que nadie tendrá muchos alicientes para precipitarse con pactos.

La ‘Operación Roca II’

Para muchos, la posición adoptada por Rivera en Andalucía ha sido su primer gran error porque facilitar ahora la constitución de un gobierno socialista allí le daría argumentos para posibilitar después la formación de gobiernos ‘populares’ y consolidarse como el gran partido del centro político, pero Albert Rivera mira a la Moncloa.

Este cambio de horizontes del líder de Ciudadanos ha trastocado el tablero del que tanto le gusta a hablar a Pablo Iglesias porque, quien originalmente solo aspiraba a la presidencia de la Generalitat de Cataluña, protagoniza ahora –con mejor articulación y más posibilidades de éxito– la Operación Roca II, el intento encabezado a comienzos de los ochenta por el entonces portavoz parlamentario de CiU, Miquel Roca, de crear una gran formación centrista (el Partido Reformista Democrático) que ocupara el espacio dejado huérfano por la autoliquidación de la UCD y que, por primera vez, llevara a un catalán a la presidencia del Gobierno de España para acabar con la secular dicotomía entre lo catalán y lo español.

Así, ha empezado a cobrar fuerza la hipótesis apuntada en varias ocasiones en este blog de que Mariano Rajoy convoque los comicios generales para septiembre, la fecha prevista por Artur Mas para llamar a los catalanes a unas “elecciones plebiscitarias”. Ya no solo, aunque también, se trataría de diluir un secesionismo a la baja, sino que el objetivo prioritario sería impedir que Rivera siga creciendo como “la alternativa de centro” con un éxito en Cataluña previo a las generales, que estaría precedido por una fuerte implantación de Ciudadanos en otros territorios claves como Andalucía, Valencia y Madrid, donde no se descarta que dé “la gran sorpresa” del 24-M.

Ciudadanos se ha convertido en el enemigo común del PP y del PSOE, al que va a dejar en las raspas en Cataluña –el segundo gran granero electoral de los socialistas– porque ha sabido ocupar el carril central de la autopista que abrió Podemos al introducir una cuña en el régimen bipartidista. Con el PP virando a su derecha y el PSOE podemizándose por temor a perder la primacía de la izquierda, Rivera circula a todo trapo por el único carril descongestionado ante la incomprensible renuncia de los dos grandes partidos a llevar la contienda a ese territorio.

A diferencia de Iglesias, Rivera no suscita rechazo. Incluso cuando plantea propuestas que perjudicarían notablemente a los más desfavorecidos, como subir el IVA para el pan y las sillas de ruedas, hasta en la izquierda se le reconoce que “al menos hace propuestas” y, aunque discrepen de su contenido, reconocen que tras planteamientos de esta naturaleza se percibe que tiene “sustancia y fundamento político” porque intentan dar respuesta a uno de los grandes debates del momento en toda Europa: si la redistribución ha de hacerse por la vía de los ingresos o del gasto. “Cuando te sientas con él en una mesa, aunque no compartas lo que dice, te levantas seducido”, confiesa un exdirigente del PSOE crítico con Pedro Sánchez, de quien hasta en sus propias filas hacen un juicio inverso.

El espejismo del CIS

La encuesta preelectoral del CIS ha desatado la euforia en Ferraz, pero hay muchos elementos para pensar que puede ser un mero espejismo. Para empezar, su método “presencial” de recogida de datos hace que una mayoría de los encuestados no pertenezcan a la población activa (parados, amas de casa, jubilados…), lo que ya introduce un sesgo que favorece la sobrerrepresentación de PP y PSOE, en detrimento de Ciudadanos y Podemos. Pero, aunque no fuera así, los sondeos coinciden en que en la práctica totalidad de las autonomías PP y Ciudadanos sumarían mayoría absoluta, de modo que a los que van a ser candidatos del PSOE el 24-M no les llega la camisa al cuerpo. Y, para terminar, la estimación de voto que le atribuye el CIS ante unas elecciones generales mejora en 1,3 puntos el resultado de las europeas, pero supondría un retroceso de 4,5 puntos respecto al obtenido en 2011 con Alfredo Pérez Rubalcaba.

Prueba de la inquietud que domina a los candidatos socialistas y del cuestionamiento interno de Sánchez es la actitud crítica que muchos mantienen ante el eslogan de campaña impuesto por Ferraz: “Gobernar para la mayoría”. La justificación oficial es que refuerza el mensaje que repite machaconamente Sánchez: “el PP gobierna para una minoría”. Pero es que el PSOE siempre ha dicho que es el partido que “gobierna para todos”.

Si el 24-M se cumplen los peores pronósticos para el PSOE, Sánchez se verá abocado para sobrevivir a ejecutar en muchos territorios una operación relámpago de “cirugía madrileña”, donde el partido sigue regido por una gestora. Si no logran conquistar la presidencia de los gobiernos regionales, será el final político para secretarios regionales como Guillermo Fernández Vara (Extremadura), Ximo Puig (Comunidad Valenciana) o Javier Lambán (Aragón), y puede serlo también para otros como Rafael González Tovar (Murcia) e incluso para Emiliano García Page (Castilla-La Mancha). Asimismo, podría serlo para Javier Fernández si no consigue formar de nuevo gobierno en Asturias y es seguro que la candidatura de Miquel Iceta en las autonómicas de Cataluña será la última página de un libro que en la práctica ya ha llegado al fin.

Así, es de presumir que Sánchez ya haya diseñado una posible operación de esta naturaleza, y no solo por su empeño en ser el candidato presidencial. Allí donde obtengan buenos resultados los secretarios regionales, que también son los candidatos autonómicos en la mayoría de los casos, podrán plantear una negociación global de pactos que abarque todos sus ámbitos territoriales, pero donde no sea así es más que probable que los candidatos municipales actúen como el ejército de latinoamericano Villa.

La encuesta del CIS también puede ser un espejismo para el PP, una distorsión perceptiva acentuada en su caso por la mayoría absoluta conquistada contra todos los pronósticos por el conservador David Cameron en Reino Unido. Es la prueba de que, ante un escenario de incertidumbre y desconcierto, la gente puede preferir “lo malo conocido” y, por tanto, gobernar la crisis no lleva aparejado inevitablemente la pérdida del poder. Pero la derecha española tiene un lastre que no tenía Cameron, la corrupción rampante, y también un as en la manga: sustituir al abrasado Rajoy por otro candidato.



Elogio de la inestabilidad

Luis Herrero en LD, 100515.

La pedrada del CIS ha caído sobre el estanque donde navegan las siglas de la política y ha levantado un movimiento en el agua que hace zozobrar el panorama entero de la flota. Sube la proa de Ciudadanos, se hunde la popa de Podemos, se escora el PP, rebrinca el PSOE, naufraga UPyD, Izquierda Unida hace agua… Se bambolea hasta el más pintado. Todo se mueve. Y en ese ambiente de tembleque general, los partidos que ven en riesgo su amarre al elemento del poder han comenzado a suplicar al dios del viento que mueva el ánimo de los votantes hacia la demanda de estabilidad para que amaine el vendaval y cese el oleaje.

En eso es en lo que están Susana Díaz en Andalucía, la mujer de la paciencia finita y el pronto tabernario, y Mariano Rajoy en el resto de España, el gigante impávido de la isla de Pascua. Los dos dicen de sí mismos que son la única garantía posible de estabilidad política y los dos señalan a los partidos emergentes, a los incordios de nuevo cuño, como a los causantes del barullo general. Los dos quieren poner sus votos, ella los que ya tiene y él los que aspira a tener a partir del día 24, al servicio de la calma chicha, de la quietud y del continuismo ramplón. Bajo la proclama de nada de aventuras insensatas, apostemos por la cordura de los valores seguros, la una y el otro aspiran a convertirse en antídotos de la ansiedad que siempre genera el rumbo a lo desconocido.

En el caso de la irritable andaluza, que invita al pacto con el rodillo de amasar cogido por el mango, la eficacia de su estrategia no tendrá traducción electoral salvo que se le agoten los dos meses que tiene de plazo para buscar pareja de baile –hipótesis nada desdeñable dada su afición a los requiebros a caponazo limpio- y no le quede otra salida que sacar de nuevo las urnas a la calle. En el caso del apático don Tancredo, que invita al voto con la murria enroscada en la barba, la rentabilidad de su llamada al orden quedará a la vista dentro de 15 días.

Si las encuestas no andan muy erradas, sin embargo, todo parece indicar que Rajoy no acertará con la tecla elegida. La historia tiene movimientos pendulares. La demanda de estabilidad suele ser la consecuencia lógica de un periodo de agitación, y la agitación tiende a ser vista como la salida natural del aburrimiento. Después del franquismo no se demandaba estabilidad, sino aventura. Después de las convulsas legislaturas de UCD, tras el ajetreo de la tras*ición, no se demandaba más fragmentación política, sino el bálsamo de una mayoría absoluta.

Lo que hay que ver es en qué fase nos encontramos ahora. La crisis de la que venimos no ha sido fruto de la incapacidad de un gobierno débil para enfrentarla, sino la consecuencia, de puertas adentro, de no acertar con la receta adecuada para contrarrestar los problemas que la producían de puertas afuera. Zapatero tuvo dos mayorías casi absolutas, es decir, sobredosis de estabilidad parlamentaria, para minimizar sus efectos y Rajoy ha tenido una más –adornada con la mayor cota de poder territorial que un partido haya tenido jamás en España- para acelerar la recuperación. La cagada que hizo Zapatero con su doblete mayoritario no tiene nombre. El rácano esfuerzo de Rajoy con su carta blanca no tiene recompensa. Pero ni uno ni otro pueden decir que la culpa de su ineficacia se haya debido a la falta de estabilidad de sus gobiernos. Esa es la única excusa que no pueden poner. Ambos la tuvieron y a ambos les sirvió para bien poco.

Y sin embargo, su discurso electoral se basa en decirle a los votantes que deben seguir apostando por ellos porque sólo ellos pueden garantizar esa estabilidad tan necesaria y al mismo tiempo, según dicta la experiencia de tres legislaturas seguidas, tan irrelevante. Francamente, no lo entiendo. Entendería tal vez la invitación a mantener la estabilidad de una situación que fuera razonablemente satisfactoria para los ciudadanos, pero me parece un disparate el propósito de convertir en un bien deseable la estabilidad de la situación que tenemos ahora, que no sólo está marcada por los factores de la crisis económica, sino también por los déficits jovenlandesales de la crisis política. Si los estrategas partisanos creen que esa zanahoria les va a funcionar para atraer votantes a sus abrevaderos, o se creen demasiado listos o creen que los ciudadanos son demasiado orates.

Lo que caracteriza al tiempo que vivimos no es la demanda de quietud, sino de movimiento. No se desea la continuidad, sino el cambio. No es la hora de prometer un plácido viaje, a velocidad de crucero, por el paisaje conocido de la desolación y el hartazgo, sino de pedirle a los viajeros que se ajusten el cinturón para que experimenten la emocionante aventura, no exenta de riesgo, de sobrevolar un territorio distinto, con reglas diferentes, actores nuevos, ilusiones renovadas y promesas de un futuro mejor.

La alternativa a la estabilidad política, cuando ésta se identifica con la actitud de apostar por los mismos para que sigan haciendo lo de siempre, no es la inestabilidad, sino la emoción de un viaje hacia algo nuevo, aunque no necesariamente mejor. Permitir que Susana Díaz llegue a San Telmo sin que se haya comprometido antes a cambiar de ruta, de hábitos y de compañeros de viaje significa tanto como apostar por los viejos errores y poner la estabilidad al servicio de la desesperanza. Darle a Rajoy el voto de confianza que reclama supone tanto como desconfiar de un futuro sin él. ¿De verdad esa hipótesis infunde miedo? No creo que el miedo a lo desconocido mueva más que el pavor a la medianía. La inestabilidad también merece su elogio.

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