[ciencia]t0das_prostiputas

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La ciencia esta para iluminarnos en nuestro camino por la caverna, y a veces lo consigue... aqui este articulo de un blog.

Este argumento siempre nos ha salido de forma natural pero no sabemos por que... un colega decia q los hombres carecemos de una adecuada capacidad expresiva y q cuando se nos agota recurrimos a la violencia...

Selección sensual


Pocos animales hay en la Naturaleza más deslumbrantes que el macho del pavo real en plena exhibición, con su iridiscente cola verde y azul tachonada de ocelos. Esa cola exige una gran cantidad de energía biológica y es un clarísimo reclamo para llamar la atención de depredadores y dificultar el camuflaje del individuo. Esto parece violar todos los aspectos de la selección natural. Y no es el único ejemplo. Teníamos la asombrosa cornamenta del extinto alce irlandés (por otro lado, mal llamado, porque no era alce… ni tampoco era irlandés), que tenía tres metros y medio de envergadura. Algunos decían que se habían envuelto en una especie de carrera armamentística biológica para desarrollar cuernos más grandes hasta que el peso no les hubiera dejado levantar la cabeza. Si la Teoría de la Evolución era cierta, ¿cómo podían juzgarse esas características aparentemente desfavorables e incluso netamente contraproducentes en algunos organismos?

Charles Darwin escribió:

Los machos no han adquirido su estructura actual por hallarse mejor equipados para sobrevivir en la lucha por la existencia, sino porque han desarrollado ventajas sobre otros machos y se las han tras*mitido a su descendencia masculina.

Es tan notorio y cierto que entre la mayor parte de los animales se dan reñidos combates por la posesión de las hembras, que será más que superfluo el señalar ejemplos.

O sea, que realmente existía lo que podía llamarse una “selección sensual”. ¿Escogían realmente las hembras de pavo real a los machos?

En un estudio observacional se encontró una fuerte correlación entre número de ocelos en la cola del macho del pavo real y el número de apareamientos conseguido: el macho más ornamentado consiguió el 36% de todas las cópulas. Aun así, ¿era una prueba contundente? No. Lo que había que hacer es cambiar número de ocelos en los pavos y ver si realmente afecta. Este experimento ya había sido propuesto por el mismísimo Alfred Russell Wallace quien, por otro lado deploraba la posibilidad de elección del macho por parte de las hembras. El experimento se llevó a cabo más de un siglo después. Los científicos cortaron ornamentos en algunos pavos y compararon las situaciones antes y después. Efectivamente, las hembras escogieron a machos cuyos ornamentos no habían sido reducidos. También se añadieron ornamentos en otros y, otra vez confirmando la hipótesis, las hembras fueron más con los que tenían más ornamentos.

El éxito biológico en el sentido darwiniano, por tanto, no se cifraba en la supervivencia de un individuo concreto, sino en el mayor número posible de descendientes. Si por puro azar las hembras tuvieran predilección por los machos de pavo más vistosos es normal que sus descendientes fueran más numerosos y heredaran el plumaje paterno.

Por supuesto, esto afectaba al comportamiento del animal. Darwin destacó que la hembra con poquísimas excepciones, es menos ardiente que el macho y, por tanto, requiere que se la solicite. Recatada y un poco coqueta, como las doncellas victorianas, es tímida y muchas veces se la ve esforzarse no poco tiempo para escapar del macho, cosa que habrá notado en mil casos el atento observador de los hábitos animales.

El genetista británico Angus John Bateman lo investigó con la Drosophila melanogaster. En vez de contar apareamientos para comprobar si los machos dominantes eran los que más números de lotería darwiniana tenían, utilizó marcas genéticas diferentes. De entre sus resultados destacaba uno: el 4% de las hembras no se apareaba, mientras que el 21% de los machos no dejaba descendencia. La diferencia estaba en aquellos machos que “se emparejaban en exceso”. ¿Por qué? se preguntaba Bateman, ¿por qué era tan variable la fecundidad entre machos y no entre hembras?

Según explicó, la razón estaba en que la fertilidad en las hembras está limitada a la producción de óvulos. Los óvulos son de mayor tamaño que los espermatozoides, ricos en nutrientes y, por tanto, más costosos de producir. Aunque una hembra se aparee muchas veces en un corto periodo de tiempo, poco o nada de lo que haga sirve para aumentar el número de sus descendientes. De hecho, en el 90% de los mamíferos la única inversión del macho es el esperma, pues son las hembras quienes proporcionan el cuidado parental. Y así concluyó que “casi siempre se da la combinación de machos animosos que no discriminan y hembras pasivas que sí eligen”. A esta hipótesis se le llamó Principio de Bateman.

Los buenos machos, más vigorosos o atractivos, se llevarán un gran número de parejas, mientras que los inferiores se quedarán sin aparearse; por el contrario, casi todas las hembras encontrarán pareja. Por otra parte, las hembras tienen que elegir el mejor padre posible para fecundar su limitado número de óvulos. El resultado es que, por lo general, los machos tienen que competir por las hembras y serán promiscuos, mientras que las hembras no tendrán que competir y serán más recatadas. La selección favorecerá a los machos con genes promiscuos que intenten aparearse con todas las hembras que puedan. O con cualquier cosa que se parezca a una hembra, como el gallo de las artemisas, que a veces intenta copular con pilas de estiércol de vaca; hay incluso orquídeas que consiguen la polinización atrayendo a los machos calientes de abeja que intentan copular con sus pétalos.

Conclusión de Bateman: los hombres somos unos mujeriegos y las mujeres unas santas.

Tardaron 30 años en demostrar que el Principio de Bateman no era generalizable. La Drosophila que utilizó ni siquiera era representativa de todas las especies de su género: en algunas, las hembras eran tan promiscuas como los primates y, en otras, almacenaba el esperma de distintos apareamientos. Además, se vio que abundan las especies en que los machos se ven obligados a dedicar mucho tiempo a defender la fidelidad de su pareja. En algunas especies de pájaros era más probable encontrarlos cerca del nido, vigilando a su compañera y a sus crías, que no rondando lejos en busca de otras hembras.

Esto plantea otra cuestión: después de que un macho haya inseminado a una hembra, ¿cómo puede impedir que otros machos la fecunden y le roben la paternidad? Resulta que, contra todas las apariencias, la selección sensual no se agota en el acto sensual: los machos pueden continuar compitiendo incluso después de aparearse. En muchas especies, las hembras se aparean con más de un macho en un periodo breve de tiempo. Pues bien, esa competencia postapareamiento ha producido algunos de los rasgos más curiosos de la selección sensual. Por ejemplo, se piensa que los machos de las libélulas quedan enganchados a las hembras después de aparearse para impedir que otro lo haga, bloqueando físicamente el acceso; hay un ciempiés de América Central en que el macho, después de fecundar a la hembra, se queda varios días sobre ella para que nadie se lleve sus bemoles; las eyaculaciones de algunas serpientes y roedores contienen sustancias químicas que, de manera temporal, obstruyen el tracto reproductor de la hembra después del apareamiento; en el grupo de las moscas de la fruta el macho inyecta en la hembra una sustancia antiafrodisíaca para quitarle las ganas durante varios días; existen “penes escobilla” de algunos caballitos del diablo que utiliza lechonas dirigidas hacia atrás de su miembro viril para extraer el esperma de los machos que le precedieron, y sólo después de haber limpiado a la hembra, trasfieren su propio esperma; etc.

Pero también hay excepciones. Algunas especies son monógamas y tanto el macho como la hembra realizan los cuidados parentales. La evolución puede favorecer la monogamia si los machos tienen más descendientes ayudando a cuidar de las crías. Pero no son muy comunes en la Naturaleza y en el caso de los mamíferos sólo se da en el 2% de todas las especies de los mismos. En el extremo opuesto tenemos a los bonobos. Allí donde los chimpancés recurren a la violencia e incluso el canibalismo, los bonobos recurren al sesso. Parecen copular en todas las combinaciones posibles y en cualquier oportunidad concebible. En aquellas situaciones en que nosotros nos chocaríamos las manos, ellos copularían. “Haz el amor y no la guerra” parece ser su lema (no los toméis como excusa, pues no están aquí para ser modelos de conducta, sino para sobrevivir y reproducirse). Y otra excepción muy notable está en los caballitos de mar en que es el macho quien pare a las crías. Sucede que un macho fecunda los óvulos de las hembras y después esta última los deposita en el interior del macho, quien los lleva consigo hasta que eclosionan. En este caso, como hay más hembras con bemoles sin fecundar, son ellas quieren tienen que competir por los machos que no estén “preñados”.

Otra pregunta que se plantea es: ¿en qué especies podremos intuir o suponer que hay selección sensual? Pues, sobre todo, cuando machos y hembras son muy diferentes. Existe una fuerte correlación entre los sistemas de apareamiento y en que macho y hembra sean muy diferentes. A este fenómeno se le llama dimorfismo sensual. Las especies en que machos y hembras son muy parecidos (gansos, pingüinos, loros, etc.) tienden a ser monógamas.

Llegados a este punto, seguro que os habréis preguntado ¿y nosotros? ¿somos monógamos o promiscuos por naturaleza? Esa cuestión no se le escapó a Bateman ni a Desmond Morris, famoso por su libro “El mono desnudo”. Este último publicó un artículo en Playboy titulado “Darwin y la doble jovenlandesal” en el que decía que el deseo masculino de tener múltiples compañeras sensuales era un factor inalterable de la naturaleza humana. La igualdad que exigía el movimiento feminista podía ser una bonita idea teórica, pero también podía tener la biología en contra.

A primera vista, el Principio de Bateman podría ser aplicable en nosotros, por lo menos, en lo que respecta a los números. El Libro Guiness de los Récords nos dice que el récord oficial de hijos de una mujer es de 69 y lo ostenta una campesina del siglo XIX que tuvo nada menos que 27 embarazos entre 1725 y 1745 alumbrando mellizos 16 veces, trillizos 7 veces y cuatrillizos 4 veces (parece que tenía algún tipo de predisposición). Pero este récord queda totalmente superado por el de un tal Mulay Ismail (1646-1727), emperador de jovenlandia. Según dice el mismo libro, tuvo “al menos” 342 hijas y 525 hijos.

Parece lógico que, si queremos saber de nuestro comportamiento, observemos qué hacen los monos. Y, curiosamente, fueron las investigadoras de los años 1970 las que dieron con los primeros indicios de que el Principio de Bateman no era aplicable ni siquiera en ellos. Hasta entonces, los hombres siempre habían estudiado los espectaculares conflictos entre los machos, pero no se habían fijado en las hembras. ¿Y sabéis qué hacían mientras los machos se peleaban? Pues dedicarse a mantener relaciones sensuales. Es más; se descubrió que, desde los insectos hasta los chimpancés, las hembras casi nunca son fieles. Y que en la mayoría de las especies, las hembras resultaron ser más lascivas que santas y en lugar de aparearse una sola vez, copulan con varias parejas a menudo con muchas más de las estrictamente necesarias para fecundar a sus bemoles.

En fin, amigas mías: que quizás haya algo de verdad en aquel tópico de que no hay quien os entienda (es broma… ¿o no?).

Historias de la Ciencia | Selección sensual
 
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