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Caso Orlandi y la difamación contra Juan Pablo II: acusaciones absurdas y difamatorias
Hay que denunciar la difamación porque es indigno de un país civilizado tratar así a cualquier persona, viva o muerta, sea clérigo o laico, Papa, obrero metalúrgico o joven en paro.
Por: Andrea Tornielli
(ZENIT Noticias – Vatican News / Roma, 14.04.2023).- Imagina lo que habría ocurrido si alguien hubiera salido en televisión y afirmado, basándose en «rumores» de una fuente anónima y sin la más mínima prueba, ni siquiera un testimonio de tercera mano, que tu padre o tu abuelo salían por la noche y, junto con algunos «compañeros de juegos», iban por ahí abusando de niñas menores de edad. E imagina qué hubiera pasado si tu familiar, ya fallecido, fuera universalmente conocido y respetado por todos debido a alguna función importante que desempeñó. ¿No habríamos leído comentarios y editoriales indignados por la forma incalificable en que se ha lesionado la buena reputación de este gran hombre, querido por tantos?
Sucedió realmente, por desgracia, con San Juan Pablo II, Pontífice de la Iglesia católica del 16 de octubre de 1978 al 2 de abril de 2005. La acusación la hizo Pietro Orlandi, hermano de Emanuela, la chica desaparecida en el centro de Roma una tarde de junio de 1983. Pietro, en presencia de su abogada Laura Sgrò, que asentía con la cabeza, contó en el programa Di martedì, emitido en La7 en horario de máxima audiencia por Giovanni Floris, que el Papa Wojtyla solía salir por la noche en compañía de algún monseñor a buscar jovencitas. Todo se presentó como una indiscreción creíble, acompañada de algunas sonrisas de guiño, como si se tratara de un secreto a voces. ¿Pruebas? Ninguna. ¿Pistas? Menos. ¿Testimonios al menos de segunda o tercera mano? Ni una sombra. Sólo acusaciones calumniosas anónimas.
Palabras que Pietro Orlandi acompañó con el audio atribuido a un autodenominado miembro de la Banda della Magliana, que afirma –también sin pruebas, indicios, testimonios, evidencias o circunstancias– que Juan Pablo II «las llevó juntas al Vaticano», refiriéndose a Emanuela y otras chicas: para acabar con esta «sarama», el entonces secretario de Estado habría recurrido al crimen organizado para resolver el problema. Una locura. Y no lo decimos porque Karol Wojtyla sea un santo o porque haya sido Papa.
Aunque esta masacre mediática entristezca y consterne, hiriendo el corazón de millones de creyentes y no creyentes, hay que denunciar la difamación porque es indigno de un país civilizado tratar así a cualquier persona, viva o muerta, sea clérigo o laico, Papa, obrero metalúrgico o joven en paro. Es justo que cada cual responda de sus delitos, si los ha cometido, sin impunidad ni privilegios. Es sacrosanto que haya una investigación completa para buscar la verdad sobre la desaparición de Emanuela. Pero nadie merece que se le calumnie de esta manera, sin ni siquiera una pizca de pruebas, basándose en los «rumores» de algún personaje desconocido de los bajos fondos de la delincuencia o de algún comentario anónimo de mala calidad emitido en directo por televisión.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT. Andrea Tornielli es director editorial de los medios de comunicación del Vaticano.