¿Cambio climático? ¿El opio de la goyimada? Ni caso. Lo que debe preocuparnos es el cambio demográfico que sufre Europa.

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Madmaxista
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Aunque no se si llamarlo Europa o a estas alturas es ya Eurabia. Se puede decir más alto pero no más claro. La inmi gración masiva y las políticas antinatalistas y de fronteras abiertas de los países títeres del sionismo y la masonería están destrozando el viejo continente y no el calentamiento hueval.


¿Cambio climático? Ni caso. Lo que debe preocuparnos es el cambio demográfico que sufre Europa


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Un grupo de pagapensiones caminan hacia un campo de refugiados este martes en Sentilj (Eslovenia), en la frontera con Austria.



AD.- Negar el cambio climático te puede llevar al patíbulo de los condenados al tratarse de uno de los mantras oficiales de la izquierda que han sido fijados como verdades dogmáticas; y por consiguiente, no sujetas a refutación posible.


Numerosos científicos han desmontado la teoría de que el calentamiento global y el cambio climático se debe a la mano del hombre. Los ciclos de la actividad solar son determinantes en el aumento de la temperatura del planeta. ¿Por qué los gobiernos de la izquierda se empeñan en echar la culpa a la mano del hombre? ¿Se puede enfocar el cambio climático desde el punto de vista científico? Parece ser que no.

Aún en el supuesto de que fueran ciertas las teorías sobre el cambio climático, nos preocupan cosas más importantes. Por ejemplo, que no podremos salir de esta decadencia jovenlandesal más que por un enorme resurgimiento jovenlandesal, enseñando a los hombres a amar, a sacrificarse, a luchar y morir por un ideal superior. Los mismos que están destruyendo el edificio de la dignidad humana en Occidente son los más interesados en que creamos sus teorías sobre el calentamiento global. ¿Qué buscarán estos bribones?

Nos preguntamos por qué para los dirigentes europeos es más importante el futuro del arce que el de sus propios pueblos. ¿Por qué les angustia más el nivel de emisiones de dióxido de carbono que la progresiva disminución de las poblaciones autóctonas en los países europeos bajo mando de organismos e instituciones controladas por una élite? ¿Por qué debería turbarnos más el supuesto calentamiento global que el plan deliberado para acabar con las etnias occidentales? ¿Acaso hay algo dentro de la creación divina más importante para el progreso humano que el aporte genético que impulsó todas las ramas del conocimientos? ¿Debemos preocuparnos por un futuro del que dejarán de formar parte preponderante los grupos nacionales y étnicos que dan sustento a nuestra razón y forma civilizadora de vida? ¿Podemos mantener el soplo de la esperanza por las cuestiones medioambientales si estas no observan el principal activo que tiene el planeta tierra: sus jovenlandesadores de raza blanca? ¿Son creíbles las preocupaciones climáticas de dirigentes mundialistas que han inducido a la población al individualismo y a que priorice el consumo compulsivo por encima de cualquier valor jovenlandesal? ¿Son creíbles las agoreras predicciones sobre el cambio climático de unos científicos corruptos que, en cambio, son incapaces de precisar la meteorología en cualquier punto del planeta con 24 horas de antelación? ¿Es culpable Donald Trump de esta metástasis colectiva que este puñado de eurocidas pretende corregir en reuniones de burócratas charlatanes como las de Kioto o Río? Pero sobre todo, insistimos, ¿por qué es más importante la reducción de la masa forestal que la conversión de las poblaciones caucásicas en claramente minoritarias dentro de sus propìos países?

Los tentáculos del multimillonario George Soros enredan políticas y generan caos en países de todo el mundo a través de las legiones de empleados de su filantrópica Open Society. Su dinero financia grupos extremistas buscando derrocar el capitalismo y promover un orden global radical medioambientalista. Su séquito de asesores abarcan todo el globo en posiciones de influencia y poder, e implementando su agenda radical. El advenimiento de esta nueva religión medioambientalista necesita desesperadamente de nuevos y deslumbrantes demagogos para empujar la causa del calentamiento global y silenciar a sus opositores bajo pena de delito o pecado mortal. Entra en escena Jorge Bergoglio, el sonriente y completamente misericordioso argentino.

El 13 de marzo de 2013, con el súbito e inesperado cambio de régimen en la Ciudad del Vaticano, Soros y sus empleados en la ONU comprendieron que con el nuevo pontífice argentino izquierdista el clima se calentó de golpe y abundaron las oportunidades. George Soros no podría haber imaginado un socio más perfecto en el escenario mundial, el que había estado buscando durante toda su carrera: un gran líder religioso pontificando como autoridad jovenlandesal en favor del medioambiente, países sin fronteras y migraciones masivas.


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A pocas semanas de la elección de Francisco, el colaborador de Soros y secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Moon cumplió con la visita de cortesía obligada al nuevo pontífice, y Moon supo que algo había cambiado dramáticamente en el Vaticano. Luego de su visita papal, el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon anunció al mundo: “Conversamos acerca de la necesidad de avanzar sobre la justicia social y presionar para que el mundo alcance los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).También hablamos de la necesidad de que todos nosotros y el mundo avancemos en dignidad y derechos humanos, especialmente las mujeres y las niñas”.

Escandalosamente, el nuevo Vicario de Cristo electo parecía haber bendecido los ODM y ODS favorables al aborto, pero este era sólo el comienzo de la gran farsa del medioambientalismo.

Así pues, si este es el futuro que nos espera, con un mundo dominado férreamente por gente como Soros, con pueblos mestizados y adocenados, sin apenas disidencia, y donde el futuro de los pingüinos preocupe más que el de las personas nativas de Occidente, no es extraño que a muchos no nos preocupe nada el calentamiento global ni hasta la caída en la tierra del asteroide Apofis.



¿Cambio climático? Ni caso. Lo que debe preocuparnos es el cambio demográfico que sufre Europa
 
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