"Calumnias", por don Juan Manuel de Prada.

MAESE PELMA

me gusta depilarme los huevones y tocármelos
Desde
11 Jul 2021
Mensajes
28.717
Reputación
73.308
141478_overbeck_cristo_fariseos.jpg

Los 'sepulcros blanqueados' de todos los tiempos aborrecen a quienes denuncian la mentira institucionalizada. Johann Friedrich Overbeck, 'Cristo es salvado de los fariseos' (1866), Museo Real de Bellas Artes de Amberes (Bélgica).


Lo más distintivo de nuestra época es el culto a la mentira. Ha habido, por supuesto, otras épocas (casi todas) en que han proliferado las patrañas, las falsedades, las mistificaciones más o menos burdas o elaboradas; pero toda esta munición falaz era una especie de trampantojo que el ojo clínico del buscador de la verdad podía fácilmente desenmascarar. En nuestra época, la mentira es un ‘metaverso’ que a todos nos abraza, un líquido amniótico en el que todos crecemos, un aire mefítico que respiramos y al que los pulmones del alma se han habituado trágicamente, hasta el extremo de que, si mañana la mentira nos faltase, nos amustiaríamos. La mentira se ha constituido en régimen de vida, en fuerza cósmica o poder universal.

Cuando los males se inflan hasta el paroxismo, sus contornos se borran, hasta resultar inidentificables y diluirse en brumosas culpas colectivas (o, todavía peor, en una engreída tranquilidad de conciencia). Así, por ejemplo, el robo es censurable mientras existen –como en la célebre fábula de las Las mil y una noches– cuarenta ladrones; pero si los ladrones son cuarenta mil, nadie se rebela contra sus desmanes, que acaban convertidos en algo ‘natural’. Y lo mismo ocurre con la mentira, que ha desbordado los estrechos márgenes del chismorreo para trasladarse al inmenso ámbito de la propaganda sistémica, propalando universalmente los infundios más clamorosos, para alimento de unas masas crédulas y sojuzgadas. Sólo así se explica lo ocurrido durante los últimos años, desde las histerias provocadas por la plaga coronavírica hasta las verdades oficiales climáticas, pasando por las visiones unilaterales y como de tebeo sobre los conflictos bélicos. Nunca como en nuestra época la mentira había logrado sembrar de modo tan eficaz la confusión babélica en el mundo.

Y allá donde se instaura esta confusión babélica, quienes se atreven a denunciarlo inevitablemente son víctimas de las calumnias más despepitadas y agresivas. Fue la calumnia quien destruyó (siquiera por tres días) la vida de Jesús, que era la verdad viviente; y sigue siendo la calumnia quien destruye a cualquier buscador de verdad. Y lo más estremecedor del caso, como prueba el citado caso de Jesús, es que la calumnia (con todo su cortejo de maquinaciones e insidias, delaciones y escándalos farisaicos) siempre es propagada por quienes oficialmente son considerados los ‘buenos’, los ‘puros’, los ‘impolutos’; en realidad unos ‘sepulcros blanqueados’ que, al cobijo del oficialismo biempensante, se sindican arteramente ‘para perder’ a quien detestan, porque su lealtad a la verdad es como una afrenta a sus miserias. Todo ello, naturalmente, simulado con una hipócrita afectación de virtudes.

La calumnia ha sido siempre el arma más socorrida de las almas ruines; y en esta época en que la mentira es el líquido amniótico de nuestra existencia se ha convertido en una bomba atómica que puede fácilmente destruir, de forma casi instantánea y fulminante, el prestigio del buscador de verdad ante las masas cretinizadas. Aquel "calumnia, que algo queda" atribuido a Voltaire se ha quedado ingenuamente obsoleto; y la calumnia arrasa hoy famas y honras, dejándolas hechas una piltrafa y sin posibilidad de sanación. Además, cuanto mayor sea el prestigio de la persona calumniada, mayor será el predicamento de sus calumniadores ante la gente. Y escribimos ‘gente’ porque nada de esto sería posible si no existiese una multitud envenenada de mentiras, que –como señala Jardiel Poncela– ya no puede identificar a los causantes de sus males y se revuelve "sedienta de venganza y convencida de que debe de haber alguien culpable de que ella no se encuentre a gusto", encontrándolo siempre en la persona señalada por los calumniadores. Pues "para un perversos siempre es un placer poder injuriar".

Inevitablemente, cuando la calumnia se puede propagar fácilmente, se acrecientan los más diversos desórdenes jovenlandesales: los resentimientos, las envidias, las ansias de desquite y venganza; y, con estos desórdenes, los vicios sociales más plebeyos: la curiosidad malsana, la maledicencia, el regodeo en el mal ajeno, todas esas pasiones bajas que convierten a las personas en fieras. Pues la calumnia acaba siempre convertida en un artículo de necesidad para quien ha dado rienda suelta a sus bajos instintos. Y así, bajo el culto totalitario de la mentira, alimentados con la carroña de la calumnia, el mundo se va convirtiendo en un penoso manicomio. Un manicomio cuyos internos se han vuelto caníbales, mientras sus celadores –que les niegan el alimento material y espiritual– sonríen complacidos.
 
Solo los usuarios registrados pueden ver el contenido de este tema, mientras tanto puedes ver el primer y el último mensaje de cada página.

Regístrate gratuitamente aquí para poder ver los mensajes y participar en el foro. No utilizaremos tu email para fines comerciales.

Únete al mayor foro de economía de España

 
Solo los usuarios registrados pueden ver el contenido de este tema, mientras tanto puedes ver el primer y el último mensaje de cada página.

Regístrate gratuitamente aquí para poder ver los mensajes y participar en el foro. No utilizaremos tu email para fines comerciales.

Únete al mayor foro de economía de España

 
Volver