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eL REVERENDO

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SALIR A LAS SEIS: La destrucción de la esencia concreta humana por el trabajo asalariado
ETIQUETAS: ECONOMÍA, SOCIEDAD

La ministra de Empleo, Fátima Báñez, “desea” que la jornada laboral acabe a las seis de la tarde, en vez de entre las 8 y las 9, “para conciliar la vida laboral y la personal”. Es el reconocimiento de que el tiempo de trabajo está en las 12-13 horas diarias, con el añadido de una hora de tras*porte, más los cursos, aprendizaje de idiomas, etc. que absorben una parte creciente de los fines de semana y vacaciones, y sin olvidar los estados de preocupación, ansiedad, temor, obsesión, fobias y angustia que ocasiona el trabajo neo-esclavo, el actual.
El trabajador se está desmoronando. No puede resistir tan descomunal esfuerzo laboral neo-servil, realizado en condiciones cada vez más autoritarias, degradantes, penosas, destructivas, hostiles y deshumanizadoras. Por eso la cuestión favorita de conversación en las y los mayores de cuarenta años es la jubilación. El trabajo asalariado ha llegado a ser la causa principal de sufrimiento psíquico y desesperación, de enfermedad somática y anímica para millones de personas, y probablemente la primera causa de suicidio.

No queda tiempo para vivir. Sólo trabajar, y descansar para volver a trabajar. Todo ello salpimentado con una retórica impúdica a cargo de los medios de adoctrinamiento de masas y la pedantocracia según la cual el régimen de neo-servidumbre asalariada es, en realidad, un sistema maravilloso, el mejor de la historia. Pero una cosa es la verborrea de los lacayos y otra la realidad. El asalariado medio se está desplomando en el alcohol, los psicofármacos[1], las drojas, la desesperación, la depresión, el auto-agredirse y quitarse la vida…
Estar en paro es una pesadilla. Tener trabajo otra.

Sabemos que, además, lo que afirma la señora Báñez es mentira, que la jornada laboral, lejos de disminuir, va a seguir aumentado, como lleva haciendo desde los años 90 del siglo pasado. En Francia los sindicatos pro-capitalistas, en un alarde de demagogia, “impusieron” las 35 horas semanales, pero ello ha sido otro privilegio más de la aristocracia obrera y los funcionarios de rango medio y alto del Estado. Para el trabajador de base, también allí, está realmente en más del doble, superando las 70 horas semanales.
¿Qué queda del ser humano cuando es tiranizado, exprimido, humillado, anulado, acosado, violentado y forzado en su lugar de trabajo día tras día? No queda nada de él, una piltrafa con apariencia de persona, un monigote sin energías ni tiempo para pensar, obrar con jovenlandesalidad y autoconstruirse como sujeto de virtud, para tener una familia y procrear hijos, para atender a los amigos y ocuparse de los asuntos de la vida social, en suma, para ser persona. Resulta hipócrita la retórica pro-familia de la Iglesia católica, los que se autodenominan “liberales” y los carcas de la derecha, pues el salariado, que todos ellos defienden con furor, resulta incompatible con la vida familiar, con la maternidad y paternidad.
El sujeto enclaustrado, confinado, secuestrado, encarcelado, en el lugar de trabajo, que no puede usar sus capacidades humanas más decisivas en el quehacer laboral, es poco productivo. En primer lugar porque la finalidad de tal tipo de trabajo no es tanto la productividad como la sumisión, el reforzamiento ilimitado del principio de autoridad a favor del capitalista (sea estatal o privado) y sus agentes, de ahí que los coste de dominación en la empresa estén subiendo en flecha, lo que reduce e incluso anula las ganancias en productividad. Los trastornados por las ilusiones tecnológicas, sostenedores de que la llamada cuarta revolución industrial incrementará en mucho los rendimientos, multiplicando la riqueza y sentando la base para la solución de todos los problemas de la sociedad, ignoran que eso se hará, si es que se hace, degradando todavía más el trabajar, por tanto, al trabajador, como han hecho las anteriores revoluciones industriales.
De ella resultará más desesperación, más aversión al trabajo, más soledad, más consumo de drojas de toda naturaleza, más alcoholismo, más caída de la natalidad, más opresión de la mujer (forma parte de la peor misoginia el mantener que el salariado “libera” a la mujer), más agresividad interpersonal, más sujetos anímicamente perturbados, más suicidios… Por eso, la reducción del personal laboral productivo que aquélla ocasione (si es que eso llega a darse) será ampliamente compensada por la incremento del empleo improductivo que acarrea, psiquiatras, policías, traficantes de drojas, fabricantes de bebidas alcohólicas, médicos, adoctrinadores, clérigos de las religiones más perversas, sepultureros, etc.
Una forma particular de nulificar a la adolescencia y juventud es la ampliación aberrante de la carga de estudio que ha tenido lugar en los últimos 20 años. Ahora el estudiante medio está obligado a consagrar, entre asistir a clases y estudiar en casa, un tiempo similar al del asalariado medio, 12-13 horas diarias siete días a la semana. Esto está creando una juventud embrutecida, arruinada y agotada, además de ignorante, enferma y baldía. La ampliación de la jornada estudiantil no deja tiempo a la juventud para vivir. Tenemos que movilizarnos para impedir esa atrocidad, cuya finalidad es exclusivamente política, hacer de los estudiantes un sector dócil al poder y anulado culturalmente, a través de un sobre-esfuerzo continuado. El límite ha de ser las 30 horas semanales totales.

La extinción del trabajo asalariado es una de las metas de la revolución integral. El trabajo, si es libre, si es pensado y organizado por todas y todos, si busca el bien común y no el beneficio empresarial (o estatal), es magnífico y se eleva a necesidad primaria para el ser humano, que aplica en él su creatividad e innato anhelo de ser útil a sí mismo y a los demás. Para establecer un trabajo libre hay que instaurar una economía comunal de cooperación, ayuda mutua y autogestión, arrebatando al gran capital estatal y privado su actual dominio autocrático sobre el proceso productivo, para democratizar y humanizar éste. La meta estratégica es efectuar una magna revolución social que liquide el capitalismo en todas sus formas. Esto ha de incluir la reducción radical de la jornada laboral, no para dedicarse al ocio embrutecedor sino para que la persona se haga sujeto activo, responsable, virtuoso y libre en todos los aspectos de la vida social e individual.

El proyecto de la revolución integral es trabajar mucho menos pero mucho mejor y más motivadamente, viviendo con menos bienes materiales. Frente a la economía capitalista propone la economía comunal. Sin esa gran revolución del trabajo la humanidad avanza hacia una situación lúgubre e incluso espantosa. O eliminamos el trabajo asalariado, por tanto, el régimen capitalista sustentado en el Estado, o aquél liquida a la humanidad. Y debemos hacerlo no para incrementar el consumo, según proponen las hórridas utopías sociales neo-capitalistas de antaño, sino para vivir como lo que somos, seres humanos. La solución a la maldición del trabajo asalariado no son salarios más altos y más prestaciones sociales bajo el capitalismo sino la revolución, la conquista de la libertad para trabajar libremente, con una jornada laboral radicalmente reducida.

[1]Un dato preocupante en el del consumo de, por ejemplo, una sustancia que alivia la ansiedad y el insomnio, muy a menudo causados por el trabajo no-libre, la benzodiacepina, adictiva y con diversas contraindicaciones, entre ellas las de favorecer el alzhéimer, que se comercializa con los nombres de Trankimazin, Orfidal, Noctamid y otros. Su consumo, en dosis diarias por mil habitantes, es de de 52 en Italia, 76 en Francia y 89 en España, país puntero en esto.

 
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