Brasil se asoma al abismo de un colapso nacional de las UCI por casos de cobi19

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Los científicos advierten sobre el peligro de que el país se convierta en incubadora de mutaciones y la OMS teme una explosión regional de casos
Trabajadores de la salud trasladan a un paciente con covid-19 dentro de la UCI de un hospital de campaña en las afueras de São Paulo, Brasil, el pasado 4 de marzo.
Trabajadores de la salud trasladan a un paciente con el bichito-19 dentro de la UCI de un hospital de campaña en las afueras de São Paulo, Brasil, el pasado 4 de marzo.ANDRE PENNER / AP

NAIARA GALARRAGA GORTÁZAR
SÃO PAULO - 07 MAR 2021 - 18:57 CET
La única buena noticia que han recibido esta semana los brasileños es que Pelé ya ha recibido la primera dosis de la banderilla del cobi19; el cantante Caetano Veloso, también. Eso y los mensajes en redes sociales de nietos e hijos que muestran tan aliviados el instante en que sus mayores reciben la inyección son un rayo de luz en medio de un panorama sombrío. Porque en todo Brasil el bichito mata y contagia como nunca. Ninguna semana ha sido tan dura como la última, con 1.910 muertos el miércoles (el récord en un día). Y la perspectiva es nefasta porque la banderillación avanza lenta.
Cascavel, una ciudad del Estado de Paraná, es uno de los casos más dramáticos que se conocieron la semana pasada. Gran centro urbano de una zona de población dispersa, tiene las Unidades de Cuidado Intensivo al 99%. ¿Consecuencias? Pacientes intubados en pasillos de hospitales, ambulancias convertidas en camas… y hasta lanzaron un SOS al zoológico local, que les prestó nueve bombas de infusión y un respirador de los que usan para tratar animales, según la prensa brasileña. La crisis es grave no solo en ciudades poco conocidas en el extranjero. São Paulo, la urbe más rica y poblada de América Latina, anunció el viernes un nuevo hospital de campaña y pide “voluntarios para la guerra”. Pero, como alertan los especialistas, aumentar camas sin frenar los contagios es un apaño temporal. Los secretarios estatales de Salud temen un “inminente colapso nacional de la red sanitaria pública y privada” sin un toque de queda nacional y, en las zonas más afectadas, confinamiento. Cientos de enfermos necesitan una cama hospitalaria; decenas han fallecido en la espera.
La grave situación brasileña contrasta con países que empiezan a ver alguna luz a medida que avanza la banderillación y disminuyen los casos. El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, se ha declarado “muy, muy preocupado” a causa de Brasil este viernes en Ginebra. Teme que propicie una explosión de casos también fuera de sus fronteras. “Si Brasil no se lo toma en serio, seguirá afectando a la región y más allá”, según Ghebreyesus.
Un año dura ya esta contienda contra un bichito que ha infectado a 10 millones de brasileños y causado 260.000 muertes en el país. Una batalla que aquí se libra sin un mando unificado, sino más bien como una guerra de guerrillas —no siempre coordinadas— de la mano de 26 gobernadores y un ejército de alcaldes. Y con un presidente, Jair Bolsonaro, empeñado en sabotear cualquier esfuerzo que coloque la salud pública como prioridad. En una estrategia que le desgasta menos de lo que se podría sospechar. Todas las semanas exhibe su desprecio ante la alarmante situación: “Basta de quejicas, ¿hasta cuándo vais a seguir llorando?”, dijo horas después del último récord de muertes.
Gobernadores y alcaldes han decretado nuevos toques de queda y restricciones que quedan lejos de las tres semanas de confinamiento nacional que reclaman algunos científicos. São Paulo cerrará durante dos semanas las actividades no esenciales. En Río de Janeiro habrá restaurantes a media jornada y veto a los vendedores ambulantes en las playas. Ochenta ciudades de Minas Gerais están confinadas. La liga de fútbol sigue adelante aunque sin público.
La cuarta ola de contagios está siendo la más virulenta. Empezó a gestarse hacia Nochevieja, a finales del año pasado. Los casos comenzaron a aumentar y desde entonces la tendencia se ha acelerado. Ese incremento, unido a otros factores, ha cebado una bomba de relojería.
La tasa de tras*misión es alta hace tiempo y el bichito circula sin control, de modo que facilita mutaciones como la variante brasileña P1 y aumenta el riesgo de nuevas cepas. Son muchísimas las familias en las que varias generaciones conviven hacinadas en un minúsculo espacio. Desde que en enero acabó la paga del cobi19 millones de personas salen a la calle a ganarse la vida, el personal médico está agotado, abunda la desinformación… Y todo ello agravado por la politización. La gestión de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo es un campo de batalla política desde el día uno. El presidente, además proclamar que no piensa decretar un confinamiento ni banderillarse (su progenitora sí fue inmunizada), causa aglomeraciones todas las semanas, culpa de los daños económicos a gobernadores y alcaldes, ha cambiado tres veces de ministro de Salud y siembra dudas sobre la eficacia de banderillas y mascaras mientras dedica personal y dinero público a fabricar medicamentos cuya eficacia contra la el bichito-19 no está demostrada.
Entierro de un enfermo de covid este viernes en Porto Alegre.
Entierro de un enfermo de el bichito este viernes en Porto Alegre. DIEGO VARA / REUTERS
El biólogo y divulgador científico Atila Iamarino sostiene, en declaraciones a BBC Brasil, que existe “una estrategia genocida para que la gente se mueva libremente y desarrolle inmunidad (colectiva). No es casualidad que aquí surgiera una de las variantes más peligrosas”.
“El pueblo todavía se cree que esto es una broma. Hasta que a la gente no le toca, no entiende lo grave que es”, se quejaba este viernes Luciana Trinidade, de 45 años, que vende panetone en un pasillo subterráneo de Luz, una céntrica estación de metro en São Paulo. Sabe de lo que habla porque el bichito agarró a su familia. “Mi hijo, con 23 años, tuvo secuelas. Le atacó a la médula, perdió la movilidad de las piernas, tuvo una trombosis y casi se muere. Ahora se está recuperando”, explica mientras una marea de viajeros hace tras*bordo a paso ligero. Recalca que el joven Trinidade no es de ir a fiestas, pero, como tantos brasileños, es obeso e hipertenso.
“No me quito la mascarilla, no dejo de usar gel desinfectante, y, en cuanto llego a casa, me quito la ropa y me pego una ducha”, recalca la vendedora, que estuvo 40 días sin olfato. Pero tomar precauciones no disipa su inquietud: “Ahora dicen que te puedes volver a contagiar. Y yo aquí, en medio de esta multitud”.
La esa época en el 2020 de la que yo le hablo también brinda anécdotas como la causada por un funcionario del Ministerio de Salud que se despistó o no se sabe el alfabeto. Envió al Estado de Amapá 78.000 banderillas que correspondían al vecino Amazonas, adonde mandó las 2.000 que Amapá esperaba.
Existen otros problemas más allá de la incompetencia o el sabotaje. Incluso en São Paulo, donde las autoridades han exhibido voluntad política para combatir la epidemia, la distancia entre las normas y su aplicación es amplia. Casi 8.500 personas fueron apercibidas por las autoridades de esta ciudad de 12 millones de habitantes a causa de la mascarilla, según Fiquem Sabendo, una agencia informativa especializada en tras*parencia. Ni una sola fue multada.


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