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NAIARA GALARRAGA GORTÁZAR
SÃO PAULO - 04 MAR 2021 - 19:21 CET
Brasil contabilizó este miércoles 1.910 muertos por cobi19, la cifra más alta desde que comenzó la esa época en el 2020 de la que yo le hablo. El récord anterior lo batió la víspera. Mientras el mundo va recobrando la normalidad, el país más poblado de Latinoamérica sufre su peor ola. Las UCI de dos tercios de los Estados están a las puertas del colapso, la cepa amazónica causa estragos, algunos gobernadores han impuesto restricciones por unos días mientas los secretarios estatales de Salud reclaman un toque de queda nacional y el presidente, Jair Bolsonaro, sigue encastillado: “En lo que dependa de mí, nunca vamos a tener un lockdown [un cierre total]”.
Los 1.910 fallecidos del miércoles cayeron como un mazazo tras los 1.641 del martes e impulsaron caceroladas en São Paulo contra el mandatario. Brasil lleva meses como el segundo país en muertes tras Estados Unidos y el tercero en contagios (suma 10,7 millones entre sus más de 200 millones de habitantes). Pero, mientras la curva cae fuera de sus fronteras, aquí sube con fuerza. La media de muertos lleva más de 40 días por encima de los 1.000.
La gestión brasileña de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo ha estado marcada por la politización, el caos y el empeño de Bolsonaro —en línea con el expresidente de EE UU, Donald Trump— de minimizar la gravedad del bichito desde los primeros casos, detectados el año pasado justo después del Carnaval. Un estudio académico, publicado en primicia por este diario, acusa a Bolsonaro de liderar “una estrategia institucional de propagación del bichito”. Brasil acumula 260.000 muertos y casi 11 millones de casos.
Cuando decenas de pacientes hospitalizados en Manaos murieron a mediados de enero por falta de oxígeno, los brasileños pensaron que la situación no podía empeorar, pero el alza de contagios que había entonces en varias regiones se ha acentuado. Una veintena de los 26 Estados están ahora al borde del colapso con las UCI por encima del 80% de ocupación.
Investigaciones preliminares sugieren que la cepa de Manaos es mucho más contagiosa que la original y es capaz de sortear el sistema inmunológico para atacar a personas que ya fueron infectadas por otras variantes de la el bichito-19. Esta variante brasileña se ha hecho fuerte en el Estado de Amazonas, extendido a casi todo el país y viajado al extranjero.
La presión hospitalaria es máxima incluso en la ciudad de São Paulo, la más rica del país, donde el tráfico y las aglomeraciones en el metro están casi a niveles prepandemia. Con un ingreso hospitalario cada dos minutos, su potente red pública y privada está muy sobrecargada, sobre todo en la periferia. El gobernador, João Doria, el gran antagonista de Bolsonaro en esta crisis sanitaria, ha atendido finalmente las demandas de sus asesores sanitarios y ha ordenado el cierre de todas las actividades salvo las esenciales, pero esta vez ha decidido mantener abiertas las escuelas, y las iglesias.
La ciudad de Río de Janeiro ha impuesto un toque de queda nocturno. Y algunas otras ciudades y estados con hospitales sobrecargados han anunciado restricciones para frenar los contagios. De todos modos, las medidas anunciadas tienen una duración de entre una y dos semanas. Y son mucho más tímidas que las reclamadas por los secretarios estatales de Salud al inicio de la semana.
Estos piden en una carta conjunta “la adopción inmediata de medidas para evitar el inminente colapso de las redes pública y privada de salud”. Los firmantes, que incluyen aliados y opositores del presidente, reclaman un toque de queda en todo el territorio de ocho de la tarde a seis de la mañana incluidos los fines de semana, cierre de playas y bares, suspensión de espectáculos, actividades religiosas y deportivas, etcétera.
Bolsonaro ha pedido a gobernadores y alcaldes que reconsideren las restricciones: “¿Hasta cuándo se van a quedar en casa? Lamento las muertes, repito, pero debe haber una solución. La gran mayoría tiene que trabajar. Actividad esencial es que la que necesita el cabeza de familia para llevar pan a casa”, ha dicho el presidente este jueves durante una inauguración en São Simão (Goias).
El neurocientífico Miguel Nicolis, que coordinó hasta febrero el comité asesor para la esa época en el 2020 de la que yo le hablo de los Estados del nordeste, asegura en una entrevista con este diario que a estas alturas abrir camas en UCI no basta, informa Felipe Betim. Nicolis sostiene que es imprescindible un confinamiento nacional de tres semanas. “Todo el mundo sabe, y los políticos también, que la tasa de crecimiento del bichito es exponencialmente más rápida que la capacidad de crear camas de UCI, equiparlas y tener personal para atenderlas. No hay manera de combatir esto creando más lechos hospitalarios. Es la típica estrategia de maquillaje”, dice.
La banderillación ha empezado, pero el Gobierno de Bolsonaro no ha logrado asegurar las suficientes dosis para que el proceso avance a la velocidad que la gravedad de la situación requiere. Un 3,4% de los brasileños ha recibido la primera dosis frente a un 15,8% de los estadounidenses. Durante el mandato de Trump, Brasil siempre pudo escudarse en que sus datos eran menos malos que los de la primera potencia del mundo. El Gobierno federal tiene dificultades para que las inyecciones compradas lleguen y para cerrar contratos que le garanticen todas las dosis que necesita para inmunizar a una población de 210 millones.
Este miércoles han llegado a São Paulo desde China los insumos necesarios para fabricar en el Instituto Butantan 14 millones de dosis de la banderilla Coronavac, según el gobernador Doria. Mientras, el Gobierno de Bolsonaro gestiona la compra de 100 millones de dosis a Pfizer y otros 38 millones a Janssen.
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