Bilderberg, el club que manda sobre el Rey - elConfidencial.com
Bilderberg, el club que manda sobre el Rey
Esteban Hernández.- 10/01/2009
Son la élite global que manda en el mundo. La Reina forma parte de ellos. Esperanza Aguirre fue invitada a una de sus reuniones “y gustó mucho; en la segunda ocasión gustó mucho menos”. Jordi Pujol acudió en una ocasión pero no le volvieron a cursar invitación, “ya que le consideraron un grosero. Y lo mismo pasó con Miguel Sebastián”. Ellos son el Club Bilderberg y tienen gran responsabilidad en esta crisis, como en tantos otros acontecimientos anteriores. O así lo afirma el ruso canadiense Daniel Estulin, autor de La historia definitiva de El Club Bilderberg, (Ediciones del Bronce/ Planeta), texto del que lleva vendidos más de dos millones de ejemplares en todo el mundo. En él nos cuenta cómo, en 1945, bajo los auspicios de la familia Rockefeller y de la corona holandesa, importantes políticos y hombres de negocios de Occidente se reunieron en un hotel de la localidad holandesa de Oosterbeek, de nombre Bilderberg, para intercambiar ideas y propuestas de acción.
Desde entonces, una reunión similar viene celebrándose todos los años sin que se haya permitido el acceso a la prensa, se hayan comentado sus debates o se hayan hecho públicas sus conclusiones. Entre sus participantes se cuentan los máximos dirigentes de instituciones como el FMI y el Banco Mundial, la Reserva Federal y el Banco Central europeo, la CIA y el FBI; primeros ministros europeos y líderes de la oposición; y presidentes de las cien mayores empresas mundiales, como Coca Cola, British Petroleum, JP Morgan, American Express y Microsoft. Los representantes españoles que acuden con frecuencia son, además de la Reina, Juan Luis Cebrián, Joaquín Almunia y Matías Rodríguez Inciarte, vicepresidente del Banco Santander. Este año también ha estado presente, por segunda vez, Bernardino León Gross, secretario general de la Presidencia del Gobierno.
Pilar Urbano, prologuista del libro, dice haber oído hablar por vez primera del Club Bilderberg hace más de una década de boca de la Reina, quien mencionó una serie de reuniones que mantenía ocasionalmente con un club de notables. Desde entonces, el interés de Urbano por los Bilderberg fue aumentando, y más aún en la medida en que las cosas que se decían en aquellas reuniones iban cumpliéndose inexorablemente. “Si en documentos de hace diez años se debate una cosa que luego termina por llevarse a efecto, comienzas a pensar que no te encuentras ante simple opiniones o conjeturas, sino ante un diseño”. Ejemplos de esos asuntos aparecen en acontecimientos recientes: así, “la gran subida que experimentó el petróleo, el liderazgo de Merkel o el triunfo de Obama estaban cronologizados y se fueron cumpliendo como una gimnasia sueca”. Según Urbano, Obama, que “fue elegido presidente de EE.UU. en la reunión de este año en Chantilly”, ha contado desde hace tiempo con el apoyo “de los tres grupos de poder reales, el citado Bilderberg, el CFR (Council of Foreign Relations), al que pertenece su esposa, Michelle, y la Trilateral”. De hecho, su rompedora intervención en la Convención Demócrata de 2004 fue planificada desde estas instancias como lanzamiento de su carrera hacia la presidencia. Y, claro está, ahora llega el momento de recoger los frutos de ese apoyo: “el CFR le ha confeccionado a Obama su gabinete”.
Pero, si esto fuera así, significaría que nuestra democracia no es real, que estamos ante un sistema donde la libertad de elección es sólo apariencia y donde el peso real de las acciones y elecciones individuales es prácticamente nulo. En ello se ratifica Pilar Urbano: “la verdadera política puede ser muy decepcionante para la gente, pero hay que decirles que los Reyes Magos son los padres. Por eso, lo que a mí me interesa saber quién es el rey del rey y quién es el jefe del jefe del Estado”. Y Urbano los encuentra en quienes forman parte del CFR y el Club Bilderberg: “para saber qué está ocurriendo con China o qué está pasando con la economía tienes que conocer lo que se ha dicho en sus reuniones”.
Estas conclusiones se hacen difíciles de entender para el ciudadano común, según Daniel Estulin, porque “durante los últimos 50 años nos han dicho que la verdad está en el Washington Post y en El País y que lo que no aparece en los medios de comunicación de masas no son más que conspiraciones”. Sin embargo, la realidad estriba en todo lo contrario, en que es aquello que resulta cierto lo que no aparece en los medios. El mejor ejemplo, según Estulin, es el de la droja, “un negocio en manos de los más poderosos y que mueve, según la ONU, setecientos mil millones de dólares anuales. Para recaudarlos, procesarlos, moverlos y lavarlos hace falta que instituciones, bancos, servicios secretos y gobiernos presten su ayuda. Esa no es una cantidad que un sucio talibán o un señor de la droja colombiano puedan gestionar por sí solos”.
El interés de Estulin por el Club Bilderberg se vio ratificado cuando encontró en sus documentos algunos conceptos que ya le eran conocidos. El abuelo de Estulin fue miembro del KGB y gracias a esa tradición familiar, que dice le ha proporcionado fuentes “en los servicios secretos más importantes del mundo”, oyó hablar de la destrucción de la demanda, una idea que volvió a encontrar en informes del Club de mediados de esta década, y que es el objetivo que se han marcado los verdaderos dirigentes del mundo. Según Estulin, “el telón de todo lo que pasa en el mundo es la energía. No hay sustituto para el petróleo: puedes tener paneles solares en tu casa pero para mover la industria americana necesitas petróleo; para la agricultura y la ganadería necesitas petróleo; para los tras*portes hace falta petróleo. Y éste se agotará en 30 años. El mundo sólo tiene reservas para ese tiempo. Dada la escasez de combustible, dentro de unas décadas no habrá posibilidad de supervivencia más que para una parte limitada de la población mundial. Por eso están intentando destruir la demanda y reducir la población”.
El objetivo final de estos grupos, según Estulin, es crear una empresa mundial cuyo poder esté por encima de los diferentes gobiernos del mundo. Y para ese propósito hay dos cosas que les estorban. La primera, el Estado-nación: “con las instituciones internacionales como la UE y con los tratados de libre comercio, están eliminando todo poder nacional, con lo que evitan intermediarios”. La segunda, la clase media: “para que Rockefeller pueda tener su energía la clase media tiene que desaparecer”.
Para Juan Carlos Jiménez, profesor de sociología en la Universidad CEU-San Pablo, esta clase de teorías “funcionan porque son gratificantes”. Dado que estamos ante “una sociedad, atomizada, compleja y conflictiva, donde los elementos de autoridad y orden se redefinen de continuo” esta tipo de explicaciones son útiles porque “encuentran fuerzas a las que responsabilizar de de nuestro infortunio personal o colectivo. Si ocurre algo malo, no es culpa nuestra, sino de los conspiradores”.
Sin embargo, la perspectiva de Jiménez, que es la habitual en el mundo político y en el académico, coincide con la teoría que combate en lo referido a la pérdida de poder del ciudadano medio, quien parece moverse entre fuerzas antes las que no puede defenderse. Mientras que los entornos científicos nos dicen que estamos en una sociedad compleja, donde las decisiones cotidianas dependen de múltiples puntos de influencia (hipotecas de ciudadanos sin recursos estadounidenses pueden acabar generando una crisis en España), las teorías de la conspiración nos ofrecen causantes concretos; sin embargo, ninguna de ellas niega la impotencia en que vive el ciudadano medio, que se ve zarandeado por acontecimientos ante los que carece de capacidad de influencia.
Y a fomentar esta sensación ayudan, según Pablo Santoro, del Departamento de Sociología de la Universidad de York (Reino Unido), tanto la percepción de una abrumadora complejidad sistémica como la forma en que se percibe el funcionamiento real de la democracia liberal. “La gente entiende que el sistema no responde en absoluto a las necesidades reales de las personas, sino que funciona por su propio interés”. En estas circunstancia, es fácil que se acabe creyendo que nuestras dificultades para comprender el mundo que nos rodea “provienen del secreto y la ocultación, y no de una complejidad real”. Santoro asegura que “si bien es innegable que los gobiernos y los actores sociales ocultan parte de sus acciones (“existen el secreto, los montajes políticos y la manipulación), la idea de una conspiración global montada por una sociedad secreta tipo Illuminati que controla todos los hilos, resulta muy difícil de creer y de argumentar sabiendo la complejidad infinita de la realidad actual, la abrumadora cantidad de actores e intereses que confluyen en la más mínima decisión política y la increíble dificultad para lograr, por ejemplo, el cambio de una coma en un tratado de comercio internacional”. Pero esa misma idea no deja de tener un aspecto confortable, en la medida en que, de ser cierta, todo resultaría más sencillo: “así no tendríamos que afrontar esta intrincadísima realidad y repensar profundamente los modos de abordar la participación e implicación políticas, sino que bastaría con mandar a unos Mulder y Scully cualquiera a que cazaran a los malos”.
Claro que, como señala Pilar Urbano, el poder de estos grupos se basa en un informaciones que ellos poseen y que, para que sean efectivas, deben ocultar a los demás. “Ellos conocían desde 10 meses antes la fecha exacta de la oleada turística de Irak; también lo que iba a pasar con la burbuja inmobiliaria. Con información como esa se puede hacer mucho dinero en toda clase de mercados. Y es que hablamos de clubes de poder y de saber”. Por lo tanto, si grupos como los Bilderberg tuvieran la capacidad de acción que se les atribuye, su primera defensa debería ser la de negar siempre su influencia real. O, como dice Santoro, “también pudiera ser que yo sea de los que están al corriente de algo de todo esto y con toda esta palabrería sólo esté tratando de distraer a la gente para que mire hacia otro lado y no se acerque a la verdad. Nunca se sabe”.
Bilderberg, el club que manda sobre el Rey
Esteban Hernández.- 10/01/2009
Son la élite global que manda en el mundo. La Reina forma parte de ellos. Esperanza Aguirre fue invitada a una de sus reuniones “y gustó mucho; en la segunda ocasión gustó mucho menos”. Jordi Pujol acudió en una ocasión pero no le volvieron a cursar invitación, “ya que le consideraron un grosero. Y lo mismo pasó con Miguel Sebastián”. Ellos son el Club Bilderberg y tienen gran responsabilidad en esta crisis, como en tantos otros acontecimientos anteriores. O así lo afirma el ruso canadiense Daniel Estulin, autor de La historia definitiva de El Club Bilderberg, (Ediciones del Bronce/ Planeta), texto del que lleva vendidos más de dos millones de ejemplares en todo el mundo. En él nos cuenta cómo, en 1945, bajo los auspicios de la familia Rockefeller y de la corona holandesa, importantes políticos y hombres de negocios de Occidente se reunieron en un hotel de la localidad holandesa de Oosterbeek, de nombre Bilderberg, para intercambiar ideas y propuestas de acción.
Desde entonces, una reunión similar viene celebrándose todos los años sin que se haya permitido el acceso a la prensa, se hayan comentado sus debates o se hayan hecho públicas sus conclusiones. Entre sus participantes se cuentan los máximos dirigentes de instituciones como el FMI y el Banco Mundial, la Reserva Federal y el Banco Central europeo, la CIA y el FBI; primeros ministros europeos y líderes de la oposición; y presidentes de las cien mayores empresas mundiales, como Coca Cola, British Petroleum, JP Morgan, American Express y Microsoft. Los representantes españoles que acuden con frecuencia son, además de la Reina, Juan Luis Cebrián, Joaquín Almunia y Matías Rodríguez Inciarte, vicepresidente del Banco Santander. Este año también ha estado presente, por segunda vez, Bernardino León Gross, secretario general de la Presidencia del Gobierno.
Pilar Urbano, prologuista del libro, dice haber oído hablar por vez primera del Club Bilderberg hace más de una década de boca de la Reina, quien mencionó una serie de reuniones que mantenía ocasionalmente con un club de notables. Desde entonces, el interés de Urbano por los Bilderberg fue aumentando, y más aún en la medida en que las cosas que se decían en aquellas reuniones iban cumpliéndose inexorablemente. “Si en documentos de hace diez años se debate una cosa que luego termina por llevarse a efecto, comienzas a pensar que no te encuentras ante simple opiniones o conjeturas, sino ante un diseño”. Ejemplos de esos asuntos aparecen en acontecimientos recientes: así, “la gran subida que experimentó el petróleo, el liderazgo de Merkel o el triunfo de Obama estaban cronologizados y se fueron cumpliendo como una gimnasia sueca”. Según Urbano, Obama, que “fue elegido presidente de EE.UU. en la reunión de este año en Chantilly”, ha contado desde hace tiempo con el apoyo “de los tres grupos de poder reales, el citado Bilderberg, el CFR (Council of Foreign Relations), al que pertenece su esposa, Michelle, y la Trilateral”. De hecho, su rompedora intervención en la Convención Demócrata de 2004 fue planificada desde estas instancias como lanzamiento de su carrera hacia la presidencia. Y, claro está, ahora llega el momento de recoger los frutos de ese apoyo: “el CFR le ha confeccionado a Obama su gabinete”.
Pero, si esto fuera así, significaría que nuestra democracia no es real, que estamos ante un sistema donde la libertad de elección es sólo apariencia y donde el peso real de las acciones y elecciones individuales es prácticamente nulo. En ello se ratifica Pilar Urbano: “la verdadera política puede ser muy decepcionante para la gente, pero hay que decirles que los Reyes Magos son los padres. Por eso, lo que a mí me interesa saber quién es el rey del rey y quién es el jefe del jefe del Estado”. Y Urbano los encuentra en quienes forman parte del CFR y el Club Bilderberg: “para saber qué está ocurriendo con China o qué está pasando con la economía tienes que conocer lo que se ha dicho en sus reuniones”.
Estas conclusiones se hacen difíciles de entender para el ciudadano común, según Daniel Estulin, porque “durante los últimos 50 años nos han dicho que la verdad está en el Washington Post y en El País y que lo que no aparece en los medios de comunicación de masas no son más que conspiraciones”. Sin embargo, la realidad estriba en todo lo contrario, en que es aquello que resulta cierto lo que no aparece en los medios. El mejor ejemplo, según Estulin, es el de la droja, “un negocio en manos de los más poderosos y que mueve, según la ONU, setecientos mil millones de dólares anuales. Para recaudarlos, procesarlos, moverlos y lavarlos hace falta que instituciones, bancos, servicios secretos y gobiernos presten su ayuda. Esa no es una cantidad que un sucio talibán o un señor de la droja colombiano puedan gestionar por sí solos”.
El interés de Estulin por el Club Bilderberg se vio ratificado cuando encontró en sus documentos algunos conceptos que ya le eran conocidos. El abuelo de Estulin fue miembro del KGB y gracias a esa tradición familiar, que dice le ha proporcionado fuentes “en los servicios secretos más importantes del mundo”, oyó hablar de la destrucción de la demanda, una idea que volvió a encontrar en informes del Club de mediados de esta década, y que es el objetivo que se han marcado los verdaderos dirigentes del mundo. Según Estulin, “el telón de todo lo que pasa en el mundo es la energía. No hay sustituto para el petróleo: puedes tener paneles solares en tu casa pero para mover la industria americana necesitas petróleo; para la agricultura y la ganadería necesitas petróleo; para los tras*portes hace falta petróleo. Y éste se agotará en 30 años. El mundo sólo tiene reservas para ese tiempo. Dada la escasez de combustible, dentro de unas décadas no habrá posibilidad de supervivencia más que para una parte limitada de la población mundial. Por eso están intentando destruir la demanda y reducir la población”.
El objetivo final de estos grupos, según Estulin, es crear una empresa mundial cuyo poder esté por encima de los diferentes gobiernos del mundo. Y para ese propósito hay dos cosas que les estorban. La primera, el Estado-nación: “con las instituciones internacionales como la UE y con los tratados de libre comercio, están eliminando todo poder nacional, con lo que evitan intermediarios”. La segunda, la clase media: “para que Rockefeller pueda tener su energía la clase media tiene que desaparecer”.
Para Juan Carlos Jiménez, profesor de sociología en la Universidad CEU-San Pablo, esta clase de teorías “funcionan porque son gratificantes”. Dado que estamos ante “una sociedad, atomizada, compleja y conflictiva, donde los elementos de autoridad y orden se redefinen de continuo” esta tipo de explicaciones son útiles porque “encuentran fuerzas a las que responsabilizar de de nuestro infortunio personal o colectivo. Si ocurre algo malo, no es culpa nuestra, sino de los conspiradores”.
Sin embargo, la perspectiva de Jiménez, que es la habitual en el mundo político y en el académico, coincide con la teoría que combate en lo referido a la pérdida de poder del ciudadano medio, quien parece moverse entre fuerzas antes las que no puede defenderse. Mientras que los entornos científicos nos dicen que estamos en una sociedad compleja, donde las decisiones cotidianas dependen de múltiples puntos de influencia (hipotecas de ciudadanos sin recursos estadounidenses pueden acabar generando una crisis en España), las teorías de la conspiración nos ofrecen causantes concretos; sin embargo, ninguna de ellas niega la impotencia en que vive el ciudadano medio, que se ve zarandeado por acontecimientos ante los que carece de capacidad de influencia.
Y a fomentar esta sensación ayudan, según Pablo Santoro, del Departamento de Sociología de la Universidad de York (Reino Unido), tanto la percepción de una abrumadora complejidad sistémica como la forma en que se percibe el funcionamiento real de la democracia liberal. “La gente entiende que el sistema no responde en absoluto a las necesidades reales de las personas, sino que funciona por su propio interés”. En estas circunstancia, es fácil que se acabe creyendo que nuestras dificultades para comprender el mundo que nos rodea “provienen del secreto y la ocultación, y no de una complejidad real”. Santoro asegura que “si bien es innegable que los gobiernos y los actores sociales ocultan parte de sus acciones (“existen el secreto, los montajes políticos y la manipulación), la idea de una conspiración global montada por una sociedad secreta tipo Illuminati que controla todos los hilos, resulta muy difícil de creer y de argumentar sabiendo la complejidad infinita de la realidad actual, la abrumadora cantidad de actores e intereses que confluyen en la más mínima decisión política y la increíble dificultad para lograr, por ejemplo, el cambio de una coma en un tratado de comercio internacional”. Pero esa misma idea no deja de tener un aspecto confortable, en la medida en que, de ser cierta, todo resultaría más sencillo: “así no tendríamos que afrontar esta intrincadísima realidad y repensar profundamente los modos de abordar la participación e implicación políticas, sino que bastaría con mandar a unos Mulder y Scully cualquiera a que cazaran a los malos”.
Claro que, como señala Pilar Urbano, el poder de estos grupos se basa en un informaciones que ellos poseen y que, para que sean efectivas, deben ocultar a los demás. “Ellos conocían desde 10 meses antes la fecha exacta de la oleada turística de Irak; también lo que iba a pasar con la burbuja inmobiliaria. Con información como esa se puede hacer mucho dinero en toda clase de mercados. Y es que hablamos de clubes de poder y de saber”. Por lo tanto, si grupos como los Bilderberg tuvieran la capacidad de acción que se les atribuye, su primera defensa debería ser la de negar siempre su influencia real. O, como dice Santoro, “también pudiera ser que yo sea de los que están al corriente de algo de todo esto y con toda esta palabrería sólo esté tratando de distraer a la gente para que mire hacia otro lado y no se acerque a la verdad. Nunca se sabe”.