Estimados, no he podido no emocionarme al leer que el gran Benny Hill fue, probablemente, el Pater creador de la logia del Lonchafinismo, ni el más avezado forero le llegaría jamás a la suela de los zapatos, grande Benny, lean por favor, impresionante.
El cómico británico había amasado una cuantiosa fortuna cifrada en 10 millones de libras, pero jamás hizo ostentación alguna del lujo. Todo lo contrario, hizo alarde de una somera tacañería para consigo mismo. Cuando en la década de los 50 ganaba 30 veces el salario medio de un británico, Benny Hill cogía el metro para ir a los estudios de grabación y vivía en una pensión de mala fin. Convertido en millonario, evitaba coger taxis, se movía en tras*porte público e incluso en numerosas ocasiones iba caminando a los sitios.
Nunca compró un coche porque no soportaba esos gastos superfluos y tampoco compró ninguna propiedad. De hecho, falleció en un piso alquilado de dos habitaciones, totalmente aséptico y donde la vajilla ni tan siquiera le pertenecía. En su día a día era normal verle con ropa pasada de moda que no tiraba a la sarama hasta que se descosía y desgastaba; si los zapatos se le rompían intentaba arreglarlos con pegamento, siempre compraba la comida en supermercados de barrio baratos en los que aprovechaba las ofertas de última hora. Incluso se negó a reformar el techo de la casa de su progenitora porque lo consideró demasiado caro.
Benny Hill, el millonario que remendaba su ropa, compraba ofertas en el súper y murió solo en su piso alquilado
Uno de los mejores disfraces para esconder los sentimientos más perturbadores es la risa y, por supuesto, hacer reír. Cuando hace ahora justo tres décadas Benny Hill falleció...
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El cómico británico había amasado una cuantiosa fortuna cifrada en 10 millones de libras, pero jamás hizo ostentación alguna del lujo. Todo lo contrario, hizo alarde de una somera tacañería para consigo mismo. Cuando en la década de los 50 ganaba 30 veces el salario medio de un británico, Benny Hill cogía el metro para ir a los estudios de grabación y vivía en una pensión de mala fin. Convertido en millonario, evitaba coger taxis, se movía en tras*porte público e incluso en numerosas ocasiones iba caminando a los sitios.
Nunca compró un coche porque no soportaba esos gastos superfluos y tampoco compró ninguna propiedad. De hecho, falleció en un piso alquilado de dos habitaciones, totalmente aséptico y donde la vajilla ni tan siquiera le pertenecía. En su día a día era normal verle con ropa pasada de moda que no tiraba a la sarama hasta que se descosía y desgastaba; si los zapatos se le rompían intentaba arreglarlos con pegamento, siempre compraba la comida en supermercados de barrio baratos en los que aprovechaba las ofertas de última hora. Incluso se negó a reformar el techo de la casa de su progenitora porque lo consideró demasiado caro.