Desde Gerona
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Bahrein rico, Bahrein pobre.
Bahrein es un minúsculo país insular en la costa occidental del golfo Pérsico. Las trece islas que lo forman arrojan una superficie de 750 kilómetros cuadrados, poco más que el municipio de Madrid y algo menos que la también diminuta república de Santo Tomé y Príncipe, en el golfo de Guinea. A pesar de su pequeño tamaño Bahrein es, con más de 1.200.000 habitantes, un país muy poblado. La combinación de ambos parámetros le convierten en uno de los lugares más densamente poblados del golfo. Los bahreiníes viven, literalmente apiñados en su pequeña isla.
Pero si lo hacen no es porque no quepan –Madrid, con la misma extensión tiene dos millones de habitantes más–, sino porque casi todos viven en la capital, Manama, y sus alrededores, es decir, en el tercio superior de la isla principal. El resto del país está casi vacío. Sólo hay algunos pozos de petróleo, el circuito de Fórmula 1 donde todos los años se celebra el Gran Premio de Bahrein, algunos resorts de lujo y palacetes que pertenecen sin excepción a la minoría sunnita que gobierna el país.
Pero Bahrein no es un país de mayoría sunnita sino chiíta. Siete de cada diez fiel a la religión del amores que residen en el emirato son fieles de esta última rama del Islam. Este hecho explica más que cualquier otro los recientes altercados que se han producido en el país. La mayoría chiíta, reducto de cuando Bahrein era parte de Persia, vive sojuzgada por la sunnita. Aunque, en principio, los chiítas pueden practicar su religión libremente, el emir Hamad Al Jalifa, su Gobierno y los propietarios de la tierra son sunnitas. Como consecuencia la diferencia de renta entre unos y otros es muy grande.
Esto es algo que conocen todos los bahreiníes. Al ser el país tan pequeño han visto con sus propios ojos cómo viven unos –los chiítas–, generalmente hacinados en barrios de Manama, y como lo hacen los otros –los sunnitas–, en confortables apartamentos o, si pertenecen a la élite en lujosas mansiones costeras con piscina rodeadas de verdes palmerales. También saben que parte del país está vacío y que ellos, en cambio, tienen verdaderos problemas para encontrar una casa nueva a precios razonables.
Entonces llegó Google y lanzó en 2005 uno de sus productos estrella: Google Earth. Con un simple ordenador y una conexión a Internet cualquier bahreiní podía ver su pequeño país desde arriba... y comparar. El ojo digital del satélite no miente. Muestra lo apretados que viven los chiítas en sus barrios, los jardines de ensueño que disfrutan otros o las inigualables vistas al mar de los nuevos desarrollos para ricos, como los de "El Pétalo", un conjunto de islas artificiales construido a imagen y semejanza de las famosas "palmeras" de Dubai.
Abrir Google Earth e indignarse se convirtió repentinamente en un deporte muy practicado en el emirato. A Al Jalifa y los suyos, sin embargo, esto de que sus súbditos comparasen no les gustaba nada, así que en el año 2006 el Gobierno, a través del ministro de Información, bloqueó el acceso a la aplicación. Los medios occidentales apenas se hicieron eco de tal medida hasta hoy, cuando la situación en el emirato se ha tornado insostenible.
Pero los habitantes de Bahrein no obedecieron la orden que les impedía visitar su propio país desde el espacio. Pronto empezaron a circular esas imágenes por Internet, se las enviaban unos a otros en correos electrónicos o se conectaban a Google Earth a través de servicios de Internet que garantizan el anonimato. La decisión del Gobierno se quedó en nada y ver Google Earth se tras*formó en un acto de protesta. La prohibición agudizó la vista de los internautas, más atentos aún a identificar palacios y señoríos a los que nunca tendrían acceso de otro modo.
Cuando la revuelta empezó hace un mes en Bahrein todos ya conocían mejor el país desde el satélite que a pie de calle. Entonces los medios occidentales repararon en este accidental pero relevante hecho. El aparentemente inofensivo Google Earth se había convertido en un arma revolucionaria.
Las fotos de Google Earth que incendiaron Bahrein.
El bahreiní pobre vive en barrios como este de Ferrej Mushbir, cerca del puerto de la capital, Manama. Ni parques, ni jardines, ni nada que se le parezca. La población chiíta es mayoritario en este tipo de barrios populares.
El conjunto palaciego de Riffa se encuentra en el barrio homónimo al sur de Manama. Aquí vive el emir Hamad Al Jalifa y otros miembros de la realeza local.
Jawara.
Una casa del barrio de Javara, al sureste de Manama, parece sacada de un suburbio de El Cairo. Nadie diría que se encuentra en un país con una renta per cápita de 30.000 dólares.
El primer ministro, Salman Al Jalifa, vive en este soberbio palacio en el centro de Manama. Salman es, además de príncipe, tío del emir y lleva en el cargo desde que su hermano le puso ahí 1971. Con 40 años de ejercicio es el primer ministro más longevo del mundo.
Emires.
En un rincón de Fereej Mushbir un cartel con la cara del emir Hamad Al Jalifa y sus hermanos recuerda quien manda allí.
En el extremo norte de Manama se encuentra el selecto barrio residencial de Amwaj, levantado recientemente sobre terrenos ganados al mar. Simula una pequeña Venecia con canales y embarcaderos privados para cada casa. Un lujo para bahreiníes ricos.
Jidhafs es un barrio típicamente chiíta de Bahrein, no muy diferente al de cualquier país árabe pobre.
El Pétalo es un archipiélago artificial levantado al sur de la isla principal al estilo de las "palmeras" de Dubai. Está compuesto de seis islotes, cinco de ellos con forma de pez. En cada uno de los islotes se han construido chalets con piscina y vistas al mar. El Pétalo está dirigido a bahreiníes con posibles y extranjeros que puedan permitirse una casa tropical de ensueño.
El Riviera Palace es un hotel de lujo que sólo ofrece suites a sus clientes. Está construido en el estilo de los grandes palacios europeos. Bahrein es un destino habitual de descanso para los saudíes. Las autoridades del emirato son más "liberales" que las del reino vecino y permiten la venta de alcohol en los hoteles.
En barrio de Feerej Laki, en el centro de Manama, es el clásico barrio de la capital de mayoría chiíta. Muy árabe y caótico.
Los bahreiníes no se libran del apiñamiento ni en la última jovenlandesada. Esta imagen del cementerio, situado en el mismo centro de la ciudad, da buena fe de ello.
A la misma escala se puede apreciar lo abigarrado de Manama y el estado casi virginal de una de las 13 islas que forman el emirato. Aparte de la autopista que une la capital con Arabia Saudita, en esta pequeña isla sólo hay una vivienda en su extremo norte. Se trata, como no, de un palacete real con jardines.
Bahrein es un minúsculo país insular en la costa occidental del golfo Pérsico. Las trece islas que lo forman arrojan una superficie de 750 kilómetros cuadrados, poco más que el municipio de Madrid y algo menos que la también diminuta república de Santo Tomé y Príncipe, en el golfo de Guinea. A pesar de su pequeño tamaño Bahrein es, con más de 1.200.000 habitantes, un país muy poblado. La combinación de ambos parámetros le convierten en uno de los lugares más densamente poblados del golfo. Los bahreiníes viven, literalmente apiñados en su pequeña isla.
Pero si lo hacen no es porque no quepan –Madrid, con la misma extensión tiene dos millones de habitantes más–, sino porque casi todos viven en la capital, Manama, y sus alrededores, es decir, en el tercio superior de la isla principal. El resto del país está casi vacío. Sólo hay algunos pozos de petróleo, el circuito de Fórmula 1 donde todos los años se celebra el Gran Premio de Bahrein, algunos resorts de lujo y palacetes que pertenecen sin excepción a la minoría sunnita que gobierna el país.
Pero Bahrein no es un país de mayoría sunnita sino chiíta. Siete de cada diez fiel a la religión del amores que residen en el emirato son fieles de esta última rama del Islam. Este hecho explica más que cualquier otro los recientes altercados que se han producido en el país. La mayoría chiíta, reducto de cuando Bahrein era parte de Persia, vive sojuzgada por la sunnita. Aunque, en principio, los chiítas pueden practicar su religión libremente, el emir Hamad Al Jalifa, su Gobierno y los propietarios de la tierra son sunnitas. Como consecuencia la diferencia de renta entre unos y otros es muy grande.
Esto es algo que conocen todos los bahreiníes. Al ser el país tan pequeño han visto con sus propios ojos cómo viven unos –los chiítas–, generalmente hacinados en barrios de Manama, y como lo hacen los otros –los sunnitas–, en confortables apartamentos o, si pertenecen a la élite en lujosas mansiones costeras con piscina rodeadas de verdes palmerales. También saben que parte del país está vacío y que ellos, en cambio, tienen verdaderos problemas para encontrar una casa nueva a precios razonables.
Entonces llegó Google y lanzó en 2005 uno de sus productos estrella: Google Earth. Con un simple ordenador y una conexión a Internet cualquier bahreiní podía ver su pequeño país desde arriba... y comparar. El ojo digital del satélite no miente. Muestra lo apretados que viven los chiítas en sus barrios, los jardines de ensueño que disfrutan otros o las inigualables vistas al mar de los nuevos desarrollos para ricos, como los de "El Pétalo", un conjunto de islas artificiales construido a imagen y semejanza de las famosas "palmeras" de Dubai.
Abrir Google Earth e indignarse se convirtió repentinamente en un deporte muy practicado en el emirato. A Al Jalifa y los suyos, sin embargo, esto de que sus súbditos comparasen no les gustaba nada, así que en el año 2006 el Gobierno, a través del ministro de Información, bloqueó el acceso a la aplicación. Los medios occidentales apenas se hicieron eco de tal medida hasta hoy, cuando la situación en el emirato se ha tornado insostenible.
Pero los habitantes de Bahrein no obedecieron la orden que les impedía visitar su propio país desde el espacio. Pronto empezaron a circular esas imágenes por Internet, se las enviaban unos a otros en correos electrónicos o se conectaban a Google Earth a través de servicios de Internet que garantizan el anonimato. La decisión del Gobierno se quedó en nada y ver Google Earth se tras*formó en un acto de protesta. La prohibición agudizó la vista de los internautas, más atentos aún a identificar palacios y señoríos a los que nunca tendrían acceso de otro modo.
Cuando la revuelta empezó hace un mes en Bahrein todos ya conocían mejor el país desde el satélite que a pie de calle. Entonces los medios occidentales repararon en este accidental pero relevante hecho. El aparentemente inofensivo Google Earth se había convertido en un arma revolucionaria.
Las fotos de Google Earth que incendiaron Bahrein.
El bahreiní pobre vive en barrios como este de Ferrej Mushbir, cerca del puerto de la capital, Manama. Ni parques, ni jardines, ni nada que se le parezca. La población chiíta es mayoritario en este tipo de barrios populares.
El conjunto palaciego de Riffa se encuentra en el barrio homónimo al sur de Manama. Aquí vive el emir Hamad Al Jalifa y otros miembros de la realeza local.
Jawara.
Una casa del barrio de Javara, al sureste de Manama, parece sacada de un suburbio de El Cairo. Nadie diría que se encuentra en un país con una renta per cápita de 30.000 dólares.
El primer ministro, Salman Al Jalifa, vive en este soberbio palacio en el centro de Manama. Salman es, además de príncipe, tío del emir y lleva en el cargo desde que su hermano le puso ahí 1971. Con 40 años de ejercicio es el primer ministro más longevo del mundo.
Emires.
En un rincón de Fereej Mushbir un cartel con la cara del emir Hamad Al Jalifa y sus hermanos recuerda quien manda allí.
En el extremo norte de Manama se encuentra el selecto barrio residencial de Amwaj, levantado recientemente sobre terrenos ganados al mar. Simula una pequeña Venecia con canales y embarcaderos privados para cada casa. Un lujo para bahreiníes ricos.
Jidhafs es un barrio típicamente chiíta de Bahrein, no muy diferente al de cualquier país árabe pobre.
El Pétalo es un archipiélago artificial levantado al sur de la isla principal al estilo de las "palmeras" de Dubai. Está compuesto de seis islotes, cinco de ellos con forma de pez. En cada uno de los islotes se han construido chalets con piscina y vistas al mar. El Pétalo está dirigido a bahreiníes con posibles y extranjeros que puedan permitirse una casa tropical de ensueño.
El Riviera Palace es un hotel de lujo que sólo ofrece suites a sus clientes. Está construido en el estilo de los grandes palacios europeos. Bahrein es un destino habitual de descanso para los saudíes. Las autoridades del emirato son más "liberales" que las del reino vecino y permiten la venta de alcohol en los hoteles.
En barrio de Feerej Laki, en el centro de Manama, es el clásico barrio de la capital de mayoría chiíta. Muy árabe y caótico.
Los bahreiníes no se libran del apiñamiento ni en la última jovenlandesada. Esta imagen del cementerio, situado en el mismo centro de la ciudad, da buena fe de ello.
A la misma escala se puede apreciar lo abigarrado de Manama y el estado casi virginal de una de las 13 islas que forman el emirato. Aparte de la autopista que une la capital con Arabia Saudita, en esta pequeña isla sólo hay una vivienda en su extremo norte. Se trata, como no, de un palacete real con jardines.