Clavisto
Será en Octubre
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Es como cuando uno lee el "Arthur relleniton Pym" de Poe. "¿Pero qué shishi estás contándome, Edgar? ¿donde ha quedado toda esa novela de aventuras, la única tuya, absolutamente maestra hasta la mitad, y generadora de otras igualmente maravillosas como "La isla del tesoro" que tú no pudiste leer? ¿A qué viene tanta cartografía, tanta historia que a nadie le interesa después de haber leído lo que tan espléndidamente habías escrito? Esa borrachera inicial entre chicos, esa impactante partida al mar sin más ni más, ese miedo (tan bien conocido por ti) ante la sobriedad que te hace dudar, ese maligno naufragio salvado por gracia divina y esa espléndida concatenación en cuatro líneas hacía la siguiente aventura, la grande, la que te atrapa, la que te obliga a pasar páginas como si tu libro fuese un book de pilinguis de lujo. ¿De qué huevones me hablas después, Edgar? ¿Estabas tan alcoholizado que no supiste acabarla y, encabronado, te empeñaste en ello? ¿De qué va toda la cosa restante, toda la segunda parte tan querida por todos los pimpollos que se sienten artistas? Es una cosa, Edgar. ¡Una fruta cosa comparada con esa berraquería inicial, de lo mejor que escribiste, sino lo mejor! ¿Qué le haces a Arthur, un auténtico superviviente, un chaval que se ha hecho hombre en cuatro días, tras*formándolo en una espacie de geógrafo? ¿pero de qué palos vas? ¡Haber acabado ahí, cuando lo rescata el barco inglés! Te hubiera quedado una novela preciosa, o un cuento largo, ¡pero hasta ahí! El resto es como si presintieras que un siglo más tarde llegaría el solitario de Providence para escribir su maníaca obra maestra. Pero tú no eras Lovecraft. Ni Lovecraft fue tú. De hecho creo que te superó; no como escritor, fuiste un grandísimo amo, nadie en su sano juicio dudaría entre tu calidad literaria y la de HP, es incomparable, pero este tuvo la suerte de ver lo que venía, el inmenso Universo, su infinitud científica que deja manga ancha a la imaginación.
¡Qué desgracia! ¡Qué obra malograda por la necesidad! "Dame páginas -supongo que diría tu editor- ¡Dame una fruta novela!" Y la acabaste de cualquier manera, tirando de libros cartográficos hasta llegar a un final alcohólico que muchos veneran porque no pueden entenderlo.
Yo sé, Edgar, que acabaste esa fruta novela borracho perdido. Lo sé. Te conozco bien.
Polen de abejas. bemoles ecológicos, talla L, el otro día leí que la yema es la misma, sólo varía la clara. Brócolí, tres hasta el viernes. Aguacates...venga, no están tan subidos. Cuatro. Un vistazo a la carnicería. Veo que después de dos meses tienen la carne que me gusta.
Hay un barbas con el hijo metido en el carro delante mía. Tiene cara de pimpollo y pronto certifico que el chico, ya grandecito, es suyo. El carnicero pregunta y el cliente se embrolla; quiere cordero, pero es un cosas y no sabe como pedirlo. El carnicero paciente le insinúa alguna opciones; pronto queda claro que el estulto sólo quiere chicha de cordero, sin huesos al mismo precio; entretanto su hijito, no menos petulante que él, anda dando el ****** con qué hacer con la papeleta del número, con la vez. No estábamos allí más que lo dos pero él había cogido número en la desierta carnicería.
El carnicero, muy amable, demasiado para mi gusto, coge una pierna y la despieza entre los grititos del chico.
- No llores, Kevin, es un momento. No mires.
El chico se tapa los ojos y sigue llorando. El carnicero, nervioso, rezuma como un condenado a galeras.
- Dame dos filetes de esa pieza -le digo- De medio kilo cada uno.
- ¿Algo más?
- No.
Los clava un tanto por arriba, le doy las gracias y me voy.
Estarán estupendos cuando me los coma.
¡Qué desgracia! ¡Qué obra malograda por la necesidad! "Dame páginas -supongo que diría tu editor- ¡Dame una fruta novela!" Y la acabaste de cualquier manera, tirando de libros cartográficos hasta llegar a un final alcohólico que muchos veneran porque no pueden entenderlo.
Yo sé, Edgar, que acabaste esa fruta novela borracho perdido. Lo sé. Te conozco bien.
Polen de abejas. bemoles ecológicos, talla L, el otro día leí que la yema es la misma, sólo varía la clara. Brócolí, tres hasta el viernes. Aguacates...venga, no están tan subidos. Cuatro. Un vistazo a la carnicería. Veo que después de dos meses tienen la carne que me gusta.
Hay un barbas con el hijo metido en el carro delante mía. Tiene cara de pimpollo y pronto certifico que el chico, ya grandecito, es suyo. El carnicero pregunta y el cliente se embrolla; quiere cordero, pero es un cosas y no sabe como pedirlo. El carnicero paciente le insinúa alguna opciones; pronto queda claro que el estulto sólo quiere chicha de cordero, sin huesos al mismo precio; entretanto su hijito, no menos petulante que él, anda dando el ****** con qué hacer con la papeleta del número, con la vez. No estábamos allí más que lo dos pero él había cogido número en la desierta carnicería.
El carnicero, muy amable, demasiado para mi gusto, coge una pierna y la despieza entre los grititos del chico.
- No llores, Kevin, es un momento. No mires.
El chico se tapa los ojos y sigue llorando. El carnicero, nervioso, rezuma como un condenado a galeras.
- Dame dos filetes de esa pieza -le digo- De medio kilo cada uno.
- ¿Algo más?
- No.
Los clava un tanto por arriba, le doy las gracias y me voy.
Estarán estupendos cuando me los coma.