Antifascismo sin fascismo.

François

Madmaxista
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Antifascismo sin fascismo: la táctica del nacionalismo para silenciarnos


Hace unos días veíamos en TV3 a un llepasubvens vestido de caperucita gris decir en TV3 que VOX es “feixista”:
Fa encara més temps en Gabriel Rufián deia que els dolços som “feixistes”:

És a dir: per al nacionalisme i el comunisme, ideologies de mort responsables de 2 guerres mundials i més de 150 milions de morts, tot aquell que no és nacionalista és “feixista”, aunque nadie se reivindique como tal. Curioso, oi?

El professor Stanley G. Payne, hispanista i catedràtic d’Història Jaume Vicens Vives – Hilldale en la Universidad de Wisconsin-Madison, acaba de publicar en First Things una imprescindible reflexión sobre lo que está pasando en EE.UU. Que resulta se parece mucho a lo que hace años que vivimos en Cataluña, y desde aquí en toda España. Se titula Antifascismo sin fascismo, y dice estas cosas:


“En las décadas recientes uno de los términos más populares de abuso político ha sido “fascista”. La práctica de usar mal esta palabra alcanzó rápidamente cimas de histeria durante la candidatura presidencial de Donald Trump en 2016. Su uso se ha convertido en tan indiscriminado que algunos se quejan de que la palabra ha perdido cualquier significado preciso, excepto el de desaprobación. (…)

Un análisis objetivo de expresión política contemporánea en el Occidente contemporáneo podría concluir fácilmente que en términos de uso de la violencia y la búsqueda de una revolución antropológica antitradicional, el término podría aplicarse más fácilmente a la izquierda que a la derecha en el espectro político. (…)


La palabra se ha convertido en un epíteto tan popular en parte porque su asociación con Hitler y el Holocausto le da un poder imprecatorio especial. Denota algo no solo malo o violento, sino positivamente demoníaco. Esto le confiere una suerte de fuerza metafísica o espiritual que no tiene ningún otro término, y es es muy útil en el siglo XXI, cuando los políticos progresistas adoptan cada vez más un tono redentor y salvífico, como una especie de religión de sustitución.

Aunque el fascismo casi ha desaparecido, el antifascismo no. Un antifascismo sin fascismo hace posible crear o imaginar exactamente el tipo adecuado de enemigo, uno que en realidad no existe. Esto tiene la utilidad añadida de justificar aparentemente una llamada a la violencia y a la adopción de tácticas cada vez más agresivas, que imponen un poder cada vez más centralizado y condiciones de censura, y logran objetivos difíciles de alcanzar mediante el discurso racional y el análisis. No hay manera más sencilla de estigmatizar y afirmar verbalmente el poder sobre un oponente”.



Tengámoslo presente: cada vez que alguien llame “feixista” está justificando el uso de la violencia, la censura y la agresión. Quiere asustarnos, arrinconarnos, silenciarnos, para poder ejercer su poder despótico y totalitario sobre nosotros.

Ni hablar.

Dolça i feixistitzada Catalunya…
 
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