Anita Delgado, la princesa española discriminada en la India

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Anita Delgado


El Círculo Orellana y el Instituto Cervantes redescubren las apasionantes biografías de varias mujes españolas

Los escritores Javier jovenlandés y Maha Aktar compartieron sus investigaciones sobre la malagueña y las dificultades que atravesó durante su vida en la India


La Asociación Círculo de Orellana, en colaboración con el Instituto Cervantes, celebró el «II ciclo de españolas por descubrir» el pasado 17 de octubre con el foco puesto en Anita Delgado.
A través de estas conferencias se busca «homenajear a todas esas mujeres a veces desconocidas y siempre prioneras, de las que hoy nos consideramos mujeres profesionales» explica Leticia Espinosa de los Monteros, la presidenta del Círculo Orellana.


La cupletista del Kursal

Anita Delgado fue el retrato protagonista de esta conferencia, donde el escritor Javier jovenlandés -autor de «Pasión India»– y Maha Aktar (la nieta de la maharaní) compartieron su visión acerca de la Princesa de Kapurthala.
La familia Delgado solo conocía la miseria. Las epidemias y las inundaciones que azotaban Málaga les obligaron a cerrar el cafetín y emprender un camino hacia la esperanza en Madrid. La situación económica en España durante la primera década del siglo XX era desoladora.

No obstante, la capital siempre albergaría más oportunidades.
Anita Delgado empezaría a entonar cuplés en el café-teatro Kursal. Allí sería testigo de los movimientos culturales, las inquietudes humanísticas y las tertulias entre las grandes personalidades de la época.
Aunque solo era una telonera, con espectáculos de poca monta, su desparpajo y espontaneidad hicieron de Ana una niña única. Su autenticidad le permitió ganarse el cariño de personajes como Valle-Inclán y Julio Romero de Torres -quienes frecuentaban el Kursal- y contar con su sinceridad y consejo.
Sin embargo, su suerte cambiaría con el enlace real entre Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg en 1906. La aristocracia europea viajó de todos los rincones de Europa para presenciar la boda de la nieta de Victoria I de Inglaterra. Dentro del séquito británico se encontraba Jagatjit Singh, el maharajá indio del principado de Kaphurtala. Una noche el poderoso gobernante acudió al famoso teatro-café, sin saber que tras cruzar el umbral se condenaría a sí mismo, por enamorarse perdidamente de Anita. El delirio comenzaría al verla bailar sobre el escenario. Sin hacer cuestión sobre su condición social, Jagatjit Singh no titubeó en pretender a la cupletista.

El Cortejo

El indio (veinte años mayor que ella) inició una odisea para enamorarla, pero ella no se dejaba querer. «Él estaba empeñadísimo en casarse con ella. El rechazo le sumó más ansias» comenta Javier jovenlandés.
El fallido intento de atentado, de Mateo Morral contra los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia el día de su boda, asustó a toda la aristocracia. Por este motivo Jagatjit Singh abandonaría España poco después de conocerla. No obstante, la conquista seguía en pie. El maharajá le enviaría ramos de flores a través de su ayudante de cámara y le escribiría insistentemente desde París tanto a ella como a sus padres.
No en vano, si Valle-Inclán no hubiera encontrado entretenimiento en hacer de alcahueta, la relación epistolar se hubiera apagado. El escritor se divertía elaborando la correspondencia de ambos, corregía las gravísimas faltas de ortografía del indio y hacía más cariñosas las cartas de Anita. De esta manera, el intermediario permitió un romance por cartas más ceremonioso.

El maharajá y Anita Delgado

El maharajá y Anita Delgado - Foto cedida por Javier jovenlandés

Como los padres no se tomaban en serio la propuesta de matrimonio, ni querían que su joven hija dejara el nido. El rico aristócrata hizo hincapié en la solvencia económica que sacaría de la miseria a la familia Delgado. Solo así mirarían con menos desagrado la idea de que su pequeña se marchara al otro lado del mundo.
A la progenitora le inquietaba la situación sentimental de Jagatjit Singh. Imaginarse a su hija compartiendo marido con cuatro mujeres más y dentro de la misma casa era desde luego muy descabellado. Sin embargo, el maharajá pidió a los progenitores absoluta discreción respecto al tema. No quería que el romance epistolar (orquestado por Valle-Inclán) se redujese a cenizas. Él les dio su palabra de que vivirían como un matrimonio occidental para que se quedaran más tranquilos.
Llegado este punto, la familia, los amigos y los enmascarados celestinos Valle-Inclán y Julio Romero le animaban a dejar el hambre y la penuria tras los telones del teatro. Todos insistían en que debía casarse con el indio y escapar de ese periodo de oscuridad que desolaba a España. ¿Qué necesidad había de vivir en una cruel realidad si podía ser la princesa de Kapurthala?

Nadie había calculado que su origen humilde impediría, también en la India, que fuera feliz. Aún siendo la maharaní de Jagatjit Singh, no fue bienvenida en los grandes acontecimientos sociales de la colonia británica durante 18 años.


La boda

Anita finalmente se dejó querer y accedió a la petición matrimonial del poderoso indio. Por diferencias religiosas se casaron por lo civil en París. Aunque una vez que llegaron a la India, se casaron bajo el rito sight.
Allá por el año 1907 el maharajá orquestó su entrada en el palacio. Una hermosa procesión de 47 elefantes la guiarían en el camino a su nuevo hogar. Los súbditos se arrodillaban ante la nueva maharaní de Kapurthala, mientras ella iba a lomos de uno de esos majestuosos animales. Naturalmente estaba sorprendida frente a la actitud servil de los mismos. «Eran esclavos, pertenecían a sus amos», recuerda Javier jovenlandesa.
Anita creía haber alcanzado la gloria en un mundo lejano y muy diferente al suyo.

La vida en el palacio

La joven, que desconocía la situación sentimental de su marido, se llevó un gran disgusto cuando vio que no era la única princesa, ni la única mujer de Jagatjit Singh.
Sin embargo, él mantuvo la promesa que le hizo a los señores Delgado. Por esa misma presión social, y la obligación de cumplir la promesa, Anita y Jagatjit estarían durante gran parte de su matrimonio viajando por todo el mundo.
En los momentos que no podía permanecer con su marido, ella apenas visitaba la zenana (una casa dentro del palacio reservada para sus esposas y la crianza de sus hijos). Las cuatro mujeres estaban resentidas con la malagueña. El maharajá solo vivía para Anita, y por esta razón empezaron a propagar que lo había embrujado para gozar de toda su atención.

Además de la discriminación que sufrió dentro del palacio, la aristocracia británica también la repudió. Como asegura Javier jovenlandés, se le achacó ser «una aprovechada» a causa de su origen humilde y la gran diferencia de edad entre ambos. A pesar de ser un hombre poderoso, el maharajá tuvo que enfrentarse a muchos y pelear por la inclusión social de su mujer.

La maharaní vestida de manera oriental

La maharaní vestida de manera oriental - Foto cedida por Javier jovenlandés

A Jagatjit nunca le importó la baja cuna de la bailarina, pero sabía que tenía que educarla para que ella se desenvolviera en su nueva vida. De esta manera, Anita se convirtió en una mujer de finos modales, que hablaba francés e inglés con soltura y podía sostener cualquier conversación. Ella no era el problema, sino la mentalidad de las altas esferas que todavía estaba sin pulir en la India.
De esta manera y a pesar del enorme esfuerzo, la sociedad clasista seguía sin admitir a una mujer de baja alcurnia en los acontecimientos de la Corona británica en la India. Era imposible no sentirse despreciada en todos los eventos a los que asistía.
Aunque fue testigo del amor más grande por parte de su marido y durante 14 años la relación entre ellos era sólida, la tensión que sufría el gobernante terminó minando el matrimonio. Ni siquiera Ajit, el hijo que tuvieron, pudo salvar el matrimonio. Ella abandonaría la India con su pequeño, en 1925, después de un escándalo amoroso en el que se vio involucrada el hijo del maharajá.

Un cruel retorno

Durante el parto Anita Delgado se encomendó a la Virgen de la Victoria (patrona de Málaga). Prometió llevarle el mantón más hermoso que hubiera visto, si salían vivos del alumbramiento ella y su hijo. En 1927 regresó a su ciudad natal para llevar la costosísima ofrenda. Sin embargo, su aparición causó mucho recelo y la prenda estuvo a punto de ser arrojada al río.
Anita tampoco encontraría su lugar en España. La aristocracia y burguesía española la miraban por encima del hombro. En aquellos tiempos, casarse con un indio por un rito no católico y adoptar las costumbres de ellos solo podía llamarse escándalo. «Nunca fue dueña de su destino», senntencia Javier jovenlandés, sin embargo, encontraría el consuelo y la amistad en los bohemios, quienes se interesaban por otros mundos y el testimonio de una mujer tan valiente y arriesgada como ella.

Cuando el amor se acaba

Aunque se divorció del maharajá, él siempre procuró la seguridad, el bienestar y la felicidad de Anita y de su hijo. Con la condición de que no estuviera con otro hombre, le dejó una pensión vitalicia que le permitiría seguir viviendo como la maharaní de Kapurthala.
Después de la Guerra Civil, cuando Anita regresó con su hijo Ajit de París, se instaló en Madrid, donde comenzaría a vivir la última historia de amor de su vida. Su secretario, Ginés Rodríguez Fernández, era un hombre muy ilustrado que con el tiempo conquistaría el corazón de la princesa.

Anita Delgado junto a su marido y miembros de la aristocracia india

Anita Delgado junto a su marido y miembros de la aristocracia india - Foto cedida por Javier jovenlandés

Llevaron su historia con la máxima discreción por miedo a perder la pensión que les permitía vivir holgadamente. Las hijas del amante viudo la quisieron como a si de su propia progenitora se tratase. Al morir Jagatjit en 1947, un año antes de independizarse la India de la corona británica, Anita cayó en una profunda tristeza, refugiándose todavía más en Ginés Rodríguez. La maharaní de Kapurthala estaría con él hasta su fin en 1962.

El entierro imposible

Ni aquella preciosa prenda para la Virgen de la Victoria, ni Anita fueron bienvenidas en camposanto por los prejuicios de aquellas mentalidades siempre escandalizadas.
El cuerpo sin vida de la maharaní estuvo siete días en la morgue. «Las autoridades eclesiásticas no daban permiso para enterrarla, porque según había perdido su fe al no vivir como católica» considera Javier jovenlandés. Pero Anita nunca había perdido su devoción, la súplica a la patrona Málaga por su vida y la de su hijo eran un claro ejemplo del fervor católico.

Por suerte, Ginés Rodríguez desempeñó un papel muy importante en el descanso eterno de Anita Delgado. Consiguió que algunas gentes testificaran que ella era una buena feligresa y que se había casado en París por la Iglesia –independientemente del rito sight con el que había sellado su matrimonio con el maharajá–.
Tras la negociación, finalmente la princesa de Kapurthala fue sepultada en el cementerio de San Justo, Madrid.



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