Andrés Calamaro: «Propongo no tomarse demasiado en serio las discusiones» Encuesta en el ABC

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Andrés Calamaro: «Propongo no tomarse demasiado en serio las discusiones»

Andrés Calamaro: «Propongo no tomarse demasiado en serio las discusiones»

El músico argentino acaba de publicar «Cargar la suerte» y ya hay quienes lo sitúan entre sus obras mayores. Una excusa perfecta para charlar de lo humano y lo divino con uno de los mejores poetas vivos del pop y «rock» en castellano

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Calamaro en el estudio de Los Ángeles donde ha grabado su nuevo álbum, «Cargar la suerte» - ABC

Luis Ventoso

10/11/2018 17:51h

Andrés Calamaro, bonaerense de 57 años, con casa siempre abierta en Madrid, combina carisma y éxito popular con el legítimo intento, casi siempre logrado, de ser un artista en la alta acepción del término. Junto a Sabina, se mantiene probablemente como el mejor poeta vivo del pop y el «rock» en castellano. Hablando resulta un conversador prolijo e interesante, como he ido comprobando a lo largo de años de trato cordial. Un filósofo popular que asume sus verdades, capaz si toca de ir más allá de lo que hoy tolera el corsé de la corrección política. Calamaro viene esta vez con estreno. El pasado julio, en unas sesiones urgentes en un estudio de Los Ángeles junto a músicos de élite, grabó un disco estupendo, «Cargar la suerte», que enlaza en calidad e inspiración con las dos obras maestras con que cerró el siglo XX, «Alta suciedad» y «Honestidad brutal».

Como esta entrevista será larga, permita que arranquemos lejos. ¿Cómo resumiría a sus padres y el ambiente de su infancia?

Una infancia sin fútbol, sin televisión y sin Coca Cola. Mi padre fue un caballero, un sabio y muy buen conversador; un militante, un erudito. Mi progenitora me llevaba mucho al cine. Me recuerdo leyendo tebeos y escuchando las conversaciones de mi padre con el poeta Alberto Girri. El lujo estaba en las paredes en forma de cuadros, en el aire en forma de música, en el contenido de las conversaciones. Y luego estaban mis hermanos más grandes. Uno trabajaba en los barcos, no era estibador pero administraba el tras*porte tras*oceánico de carga, y ocasionalmente me llevaba al puerto. Mi hermana se casó con Carlos Núñez, de Les Luthiers, y crecí entre aquellos «instrumentos informales». Mi amigo de la infancia fue el poeta Charlie Feiling. Tomabamos el autobús para ir a ver «cosas viejas al mercado de pulgas», o ir al cine de ensayo.

Se dice que un niño feliz da pie a un adulto seguro de sí mismo. ¿Fue usted entonces un chaval feliz?

La felicidad es un misterio. Es sencillo pronunciarla, pero... Creo que los niños tienen sus conflictos. Siempre me costó adaptarme a determinadas circunstancias que quizá para otra persona habrían sido normales. No sufrí en el colegio, pero casi siempre estaba apartado de la manada. Las cosas normales me costaban un poco. Y me siguen costando. No jugaba a la pelota, siempre me costó mucho dormir… Y despertarme. Tampoco tengo la fortaleza mental de Roger Federer.

Viendo la carrera intelectual de su padre Eduardo Calamaro [uno de los pensadores del desarrollismo argentino, que falleció en 2016 con 98 años], supongo que la lógica apuntaba a que usted fuese abogado, filósofo, economista o político. ¿Cómo vivieron en casa su temprana decantación por la música?

Muy bien. Mi hermana mayor es muy buena músico y artista; y en casa se escuchaba mucha música, nos llevaban a escuchar conciertos buenos. Habrían querido que estudiase idiomas, que hiciese deportes y estudiase más música. A toro pasado, la música resultó una buena idea, pero en aquel entonces no había garantías. Normal, porque yo no era un prodigio tampoco, ni un músico precoz. Entiendo si mis viejos pensaron que una carrera universitaria me daría bases intelectuales y opciones laborales.

En 1991 pasa de Argentina y prueba en España. ¿Por qué se vino y cómo era aquel país que se encontró?

Llegué el 28 de septiembre de 1990. El final de los años ochenta en Argentina había sido muy complicado. Cuando se complican las cosas en Argentina se complican en serio, todo se cae. Allá tocábamos con Ariel [Roth]. Pero la situación era francamente poco prometedora y le hice saber que en España iba a estar mejor. Entonces Ariel tuvo una epifanía en un concierto de los Rolling Stones y ampliamos el campo de batalla.

Y de repente, en Madrid...

Me encontré con Madrid de noche, y me tomé varios meses para reconocer la ciudad iluminada por la luz del día.

Si tuviese que explicarle a un alienígena en pocas frases cómo es Argentina y cómo es España, ¿qué le diría?

Argentina es complicada para un argentino, pero un extraterrestre, o un extranjero, puede disfrutar mucho en Argentina: los paisajes de la provincia, la belleza de las mujeres, el buen vino, la carne asada, la vida de noche y la generosidad de nuestras gentes. Cultivamos la amistad espontánea. ¡Nos gusta mucho recibir extraterrestres!

España: aquí son habitantes de otros mundos. Lo tiene todo en una caña de cerveza y un cigarro. Toros de lata nos observan en las carreteras, el flamenco embruja, se celebra el rito de la tauromaquia, se come muy bien. Si vienen a España desde otro planeta aquí se quedan. Como los británicos en Alicante.

¿En qué y cómo ha cambiado España desde que usted la frecuenta? A mí me parece un país donde se vive como en pocas partes que de repente se ha empeñado en renegar de sí mismo y crear problemas artificiales, añadidos a los reales. Pero igual soy pesimista...

Hace 28 años, España sobrevivía a una larga fiesta condimentada con sustancias y jeringas peligrosas, una fiesta de libertad y bonanza, pero también de venenos. Los noventa fueron una época de cambios económicos y sociales: los alquileres, la hipotecas, las sociedades anónimas en el fútbol... Algunos escenarios actuales eran impensables hace casi treinta años. Comparto su idea: en España se vive muy bien; a veces creo que no tienen suficiente perspectiva como para darse cuenta. España reniega de España, quizás por rencor a los gobiernos conservadores. Con mucho respeto, creo que muchos de los «dramas de los españoles» no existen. Aquí se respira tranquilidad, se come bien y con tiempo para una buena digestión. Hay acceso a la cultura, se toman un mes de vacaciones, las infraestructuras funcionan, se viaja muy bien por carretera y en tren. Es injusto quejarse de la España que les toca vivir. No saben lo que tienen pero lo quieren cambiar.

Estamos hablando porque usted acaba de estrenar un gran disco, «Cargar la suerte». Hay quien lo sitúa ya entre sus obras mayores. ¿Está de acuerdo o le cuesta juzgar su trabajo?

Lo grabamos con muy buenas sensaciones, con alegría y de buen humor. Y muy rápido. Fue una grabación extraordinaria y un disco es una grabación musical. Espero haber escrito textos apropiados para alguien de mi edad. Creo que canté mejor que en otros discos y el tejido instrumental es formidable. Verdad que todos los discos los grabamos con nuestras mejores intenciones de hacer algo muy bueno. Algunos tienen más suerte que otros. Si «Cargar la suerte» resulta estar entre mis mejores trabajos, y por lo visto así es, se lo debo a mis socios, Germán Wiedemer y Gustavo Borner. Y a los músicos.

El disco está muy bien tocado. Tiene que imponer un poco, incluso para alguien de su trayectoria, meterse a grabar en un estudio de Los Ángeles con músicos de esa categoría, de esa calidad técnica...

Siempre me rodeo de especialistas talentosos. Siempre he buscado los mejores músicos posibles para discos y giras. Estos chicos son superlativos, es verdad. Germán [su pianista] y yo nos sumamos a este plantel exquisito con alegría. Buscamos el diálogo, darnos a conocer, ser siempre agradecidos, involucrarnos todos. Disfrutamos mucho. Solo cuatro días de grabaciones. Eso fue todo y quisimos saborearlos sabiendo que los vamos a querer recordar siempre. Dimos la talla.

Las letras son importantes en sus discos. Esta vez percibo un tono nuevo, como de tolerancia sabia y con llamadas a la fraternidad. Tampoco es un disco de demasiados sufrimientos amatorios doloridos. Parece la mirada tranquila de un hombre un poco aislado, observando el mundo con calma y un cierto desapego...

Estoy de acuerdo. No sé si soy sabio pero fui educado en la tolerancia. Propongo un mejor trato entre las personas y no tomarse demasiado en serio todas las discusiones. Es la mirada tranquila, a veces delirante, de un hombre un poco aislado observando el mundo con cierto desapego, sí. Los escenarios doloridos son un par de episodios... Tampoco me recreo en canciones apropiadas para cortarse las venas. La materia sentimental se diluye y seguimos con otras cosas.

Pero veo que también conserva la rabia si procede. Hay una frase genialoide cuando canta que hay «poca pelusa para demasiados ombligos». Y también aparece la denuncia de la corrección política en palabras como «la grieta del nuevo Medievo, Torquemada quiere empezar de nuevo». ¿Le satura la corrección política?

¡Caramba! La semana pasaba acosaron a dos restaurantes en Buenos Aires. Lo que antes llamábamos «corrección política» ahora es el escenario de disparates y reivindicaciones, algunas de la cuales no son ni siquiera necesarias. La rabia de los defensores de los «derechos humanos de los animales», los insultos y el ridículo ardor de estomago que aseguran «sentir»; la ideología como mueca, casi como burla de la tradición de una ideología intelectual… La revancha permanente y buscar culpables. Pueblos ricos se comportan como marginados, pero demasiada gente hambrienta no está en la agenda del rezongo lerdo de esta nueva frivolidad convencida de exactamente lo contrario.

Se ha despachado a gusto. Hay también citas evangélicas, la lanza en el costado. Una constante en sus escritos a través de los años es que venera y recuerda siempre a «los amigos ausentes». ¿Dónde se han ido? ¿Se concede usted la esperanza de que exista un Dios y un después?

Hace 35 años formaba parte de un grupo llamado Los Abuelos de la Nada. Cada concierto que ofrecimos lo brindamos «a los amigos ausentes». No me considero una persona espiritual. Los sustantivos abstractos son interesantes. ¿Cuándo empezamos a hablar del alma y el espíritu como si realmente existiera tal cosa? Prefiero creer en la homeopatía que en la existencia del alma. Me parece más razonable.

¿Sigue practicando de cuando en vez sus legendarios atracones insomnes de explosión de creatividad, o eso solo se puede hacer en una etapa determinada de la vida? ¿Qué le dejaron, para bien y para mal, aquellos paseos por el Vietnam profundo de su yo?

No puedo permitirme aquellas ingestas de tiempo. Ni siquiera de vez en cuando. Tampoco es algo que quiera hacer los fines de semana. Para mí era nunca terminar. Lo disfruté, fue una libertad terrible y mucha tenacidad. Llegué a dominar técnicas desconocidas para mí. Podía escribir y grabar cualquier cosa en cualquier momento, varios días seguidos. Para alguien que sufre insomnio es una liberación. Preso de los hábitos, es posible. Pero aquello fue un happening de música, textos, sesso, psicosis … Tampoco se puede pedir mucho más.

¿Le ha pasado factura su pasión por los toros entre cierta, digamos, «izquierda caviar»?

Creo que si no existiese internet no existiría la oposición frenética a la existencia de las corridas de toros. Estas intervenciones jovenlandesales son franca- mente desagradables; la inteligencia es amoral. Puedo admitir cuestiones estadísticas o jurídicas, pero oponer una jovenlandesalidad supuestamente superior, o más sólida, es un delirio. Si la izquierda es verdadero caviar, entonces van a bajar un poco el tono delirante de las hordas justicieras que celebran las heridas de un torero y luego exigen mayor empatía.

Usted ha sido de siempre un hombre de izquierdas, sin embargo, se le percibe incómodo con las últimas formulaciones partidarias de esa ideología. ¿Qué falla?

O la izquierda se corrió de lugar o está siendo secuestrada por elementos no siempre racionales: ya no son intelectuales de izquierdas. Tampoco distingo la militancia de la demagogia. Los políticos hacen carrera sin vocación de servicio. Es posible que el escenario sea diferente en España que en Hispanoamérica. Allí hay demasiada población postergada, marginal y sobreviviendo mas allá de los límites de la imaginación de un europeo. Esta, la de España, es una monarquía garante de un equilibrio democrático que la mayor parte de las repúblicas deberíamos envidiar.

Hablando de monarquía en ABC, el periódico monárquico; le vi cómplice con el Rey este verano en Las Ventas. ¿Qué le parece Felipe VI?

Me gusta el Rey. Es un Rey y se le nota también en el traje bien cortado y el porte para llevarlo puesto. Creo que Felipe fue educado para ser un rey honesto en un tiempo complicado en donde se discute la monarquía. Pero es un rey constitucionalista y garante de principios democráticos tan importantes como la independencia del poder judicial. Las monarquías europeas sostienen democracias ejemplares. Para valorar eso hay que perderlo; y nosotros, en Argentina, sabemos lo que es perder los derechos. El Rey Felipe, como algunos de sus familiares, se sientan en el tendido entre el pueblo, ni siquiera usan el palco. Que sirva como metáfora. Para mí sería muy sencillo plantarme como republicano, pero soy argentino y sé lo que es una república frágil y una democracia rota.

Antaño, un artista de su calibre publicaba un disco tan bueno como este y se garantizaba un dinero importante. ¿Sigue ocurriendo tras internet? ¿El «streaming» y YouTube les han robado la cartera a los músicos?

Antaño moría un torero en la plaza y era tragedia nacional y mundial. Y también existían las tiendas donde comprar discos, era una saludable competencia con uno mismo y las circunstancias. El mundo cambia, pero cambia para reformular el negocio empresarial, la rapiña y el expolio. El trabajo y la herencia de los creadores fueron disueltos por corporaciones perversas que no respetaron el fairplay financiero. Se dirá que los tiempos cambian, pero lo que no cambia es esta tendencia: «Unos pocos millonarios, deterioro del tejido social, permiso para el hambre y la guerra». Nuevos empresarios usurparon nuestras playas y quemaron las raíces de nuestros cultivos.

¿A su niña le gustan sus discos?

Le voy a preguntar si escuchó mi último álbum.

¿Quién es el mejor músico con el que ha tocado, aquel que le ha dejado boquiabierto?

Jerry González, Juanjo Domínguez, Antonio Serrano, Diego Cigala y Niño Josele.

Estamos en un suplemento de Cultura. En los últimos años, tenía usted un buen enganche con lo que llamaba «la novela francesa». ¿En qué anda ahora? ¿Se atreve a recomendar un libro?

Estoy leyendo un ensayo sobre amistades complicadas entre pintores geniales, «El arte de la rivalidad», de Sebastian Smee. Muy recomendable. Me gustan mucho las aventuras de Lorenzo Falcó de Arturo Pérez-Reverte. Soy un intelectual autodidacta.

¿Hay algo en música que le haya sorprendido para bien en los últimos años o estamos un poco en una noria?

Siempre hay música nueva y talentos próximos. Tengo un amigo que es capaz de citar los cincuenta mejores discos publicados este año en orden de importancia. Pero hay música que trasciende los tiempos, que nunca es vieja. Queda música para seguir estudiando. El que siempre me sorprende es Residente [rapero portorriqueño ganador de cuatro Grammys]. ¡Qué inteligencia, qué talento, qué memoria! Él es la real academia del idioma. Me gustan discos publicados este año en Argentina, España, Inglaterra, Estados Unidos, Brasil y Colombia… Compro música nueva y me gusta, pero el que francamente me sorprende es Residente. No se puede escribir así, ni aprenderlo de memoria. Es imposible y él lo consigue.

Acaba su disco diciendo que hay que volver a aquel lugar a donde se pertenece. ¿Cuál es ese lugar para usted?

Quisiera contestarle que eché raíces en los aeropuertos. Pero lo que me gusta es quedarme en casa sin mayores compromisos. Soy un ciudadano golondrina. En tierra firme. Según la canción, «pertenecer es un lugar sin dirección». Otros cantores lo contemplan en sus coplas: Serrat, José Larralde, Facundo Cabral o Atahualpa Yupanqui, que murió echándose una siesta en Nimes, en Francia.

Bueno, aunque usted sea abstemio practicante, cierro con un brindis para que le vaya bien, y con un abrazo...

Gracias, Luis. Ya estaba conforme con haber firmado mis mejores discos pero usted confiaba en que todavía me quedaban más discos buenos. Dicen que un caballero no tiene memoria, pero se refieren a otra cosa. No somos santos, pero somos discretos. Espero que la música pueda frenar al tiempo por un instante y lo aprovechemos para comer juntos.

Como el domingo es el día de descanso no pongo en de color las preguntas para distinguirlas de las respuestas pero tampoco cuesta tanto distinguirlas, ¿no?
 
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