Cazarr
Madmaxista
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Hace ya ocho largos años que conocí a Doña Ansiedad. Esta meretriz se me presentó una noche sin avisar, dejándome helado y paralizado, con cara de susto, tembloroso y ahogado.
Con los años fui reconociendo su comportamiento y sus incursiones se mantuvieron ocasionales, separadas en el tiempo. A veces hasta las frenaba. Aprendí qué sensaciones físicas me lanzaba para saber detectar que eran signos de ansiedad, manifestaciones físicas reales pero no causadas por una enfermedad física.
Cuando la ansiedad se volvió residual atacó tiempo después por un frente del que yo ni me había preocupado: el sueño. Como consecuencia de un trauma personal empezó a rompérseme el sueño: no me costaba dormirme, pero cada vez más sufría terrores nocturnos. Desvelos taquicárdicos de pánico a las 2, a las 3 o a las 5 de la mañana. El horror.
El primero fue un susto. El segundo una frutada. El tercero un problema.
Contrarresté los ataques nocturnos con esas píldoras mágicas llamadas benzodiacepinas. Medicina de brujería farmacéutica cuyos periodos de medicación recomendada se exceden sin pudor desde los ambulatorios.
Debo decir que fue un bálsamo para mi sueño y mi descanso, pero tardé poco más de un año y medio en reducir la dosis lo suficiente para quitármela del todo.
Lo peor de todo este proceso fue lo que perdí por el camino: desde que empecé a tener crisis de ansiedad —y de igual forma que a otras víctimas de esta meretriz— empecé a dejar de hacer ejercicio físico. Yo tuve la suerte de tener trabajos que me mantenían físicamente activo, pero evité todo lo que supusiera alterar la frecuencia cardíaca porque con la ansiedad suele aparecer como acompañante la Doncella Hipocondría, una bella aparición que susurra a tus oídos todo tipo de miedos y catastrofismos hasta dejarte inmóvil, "no vaya a ser que...".
Ella es la culpable de que hasta el sol de hoy haya sido tan irregular en la práctica de ejercicio físico, porque éste suele llevar consigo una sintomatología completamente normal (sudores, aliento, cansancio, sed de oxígeno, hormigueos) que a ojos de un lisiado de ansiedad como yo más parece una crisis de pánico que el natural esfuerzo mecánico de tus atrofiados músculos, pudiéndose disparar una.
Tan limitante que lo que una persona normal haría en cinco minutos yo debía reducir el ritmo y la intensidad para hacerla en quince y respirar el doble. Era como hacer pesas a ritmo de yoga.
Es algo tan absurdo que merma muchísimo tu propia estima. Imaginad sentiros inválidos sin serlo realmente. Imaginad "yo no puedo hacer eso" cuando antes podías. Imaginad veros incapaces de hacer esfuerzos que antes hacíais con total normalidad.
Es entonces cuando la Bella Hipocondría, la misma que te susurraba durante años con voz de colegiala, se aparece ante ti con un aspecto muy diferente al que le otorgabas. Y es ahí cuando descubres que sólo le interesaba tu pánico para alimentar a su verdadero novio: Fobos, que se ha reído de ti a tus espaldas durante toda la travesía.
Cuando el llanto y la rabia se reprimen se desencadenan con el tiempo todo tipo de manifestaciones físicas reales: nudo en la garganta, sensación de ahogo, embotamiento, mareos, desrealización —descubrí esto hace poco y es alucinante—, digestiones pesadas, presión abdominal, contracturas musculares...
Para más inri, hace pocos meses me operaron cerca del abdomen y tengo la zona hiper rígida, haciendo que mi estómago se vuelva más quejica. A menudo salgo a caminar y parece que mi abdomen se ponga en tensión, tan tenso que podría partir nueces, lo cual sería una ventaja si no las comprase ya peladas, pero una fruta cosa cuando te das cuenta de que tener el cuello y el abdomen tan rígido te impide respirar con normalidad cuando haces esfuerzos o tienes nerviosismo.
Y después de esta chapa viene mi pregunta: ¿cómo se trata esto? ¿Con psicólogos? ¿Con clases de yoga? ¿Con exposición gradual al ejercicio? ¿Echando polvos?
Con los años fui reconociendo su comportamiento y sus incursiones se mantuvieron ocasionales, separadas en el tiempo. A veces hasta las frenaba. Aprendí qué sensaciones físicas me lanzaba para saber detectar que eran signos de ansiedad, manifestaciones físicas reales pero no causadas por una enfermedad física.
Cuando la ansiedad se volvió residual atacó tiempo después por un frente del que yo ni me había preocupado: el sueño. Como consecuencia de un trauma personal empezó a rompérseme el sueño: no me costaba dormirme, pero cada vez más sufría terrores nocturnos. Desvelos taquicárdicos de pánico a las 2, a las 3 o a las 5 de la mañana. El horror.
El primero fue un susto. El segundo una frutada. El tercero un problema.
Contrarresté los ataques nocturnos con esas píldoras mágicas llamadas benzodiacepinas. Medicina de brujería farmacéutica cuyos periodos de medicación recomendada se exceden sin pudor desde los ambulatorios.
Debo decir que fue un bálsamo para mi sueño y mi descanso, pero tardé poco más de un año y medio en reducir la dosis lo suficiente para quitármela del todo.
Lo peor de todo este proceso fue lo que perdí por el camino: desde que empecé a tener crisis de ansiedad —y de igual forma que a otras víctimas de esta meretriz— empecé a dejar de hacer ejercicio físico. Yo tuve la suerte de tener trabajos que me mantenían físicamente activo, pero evité todo lo que supusiera alterar la frecuencia cardíaca porque con la ansiedad suele aparecer como acompañante la Doncella Hipocondría, una bella aparición que susurra a tus oídos todo tipo de miedos y catastrofismos hasta dejarte inmóvil, "no vaya a ser que...".
Ella es la culpable de que hasta el sol de hoy haya sido tan irregular en la práctica de ejercicio físico, porque éste suele llevar consigo una sintomatología completamente normal (sudores, aliento, cansancio, sed de oxígeno, hormigueos) que a ojos de un lisiado de ansiedad como yo más parece una crisis de pánico que el natural esfuerzo mecánico de tus atrofiados músculos, pudiéndose disparar una.
Tan limitante que lo que una persona normal haría en cinco minutos yo debía reducir el ritmo y la intensidad para hacerla en quince y respirar el doble. Era como hacer pesas a ritmo de yoga.
Es algo tan absurdo que merma muchísimo tu propia estima. Imaginad sentiros inválidos sin serlo realmente. Imaginad "yo no puedo hacer eso" cuando antes podías. Imaginad veros incapaces de hacer esfuerzos que antes hacíais con total normalidad.
Es entonces cuando la Bella Hipocondría, la misma que te susurraba durante años con voz de colegiala, se aparece ante ti con un aspecto muy diferente al que le otorgabas. Y es ahí cuando descubres que sólo le interesaba tu pánico para alimentar a su verdadero novio: Fobos, que se ha reído de ti a tus espaldas durante toda la travesía.
Cuando el llanto y la rabia se reprimen se desencadenan con el tiempo todo tipo de manifestaciones físicas reales: nudo en la garganta, sensación de ahogo, embotamiento, mareos, desrealización —descubrí esto hace poco y es alucinante—, digestiones pesadas, presión abdominal, contracturas musculares...
Para más inri, hace pocos meses me operaron cerca del abdomen y tengo la zona hiper rígida, haciendo que mi estómago se vuelva más quejica. A menudo salgo a caminar y parece que mi abdomen se ponga en tensión, tan tenso que podría partir nueces, lo cual sería una ventaja si no las comprase ya peladas, pero una fruta cosa cuando te das cuenta de que tener el cuello y el abdomen tan rígido te impide respirar con normalidad cuando haces esfuerzos o tienes nerviosismo.
Y después de esta chapa viene mi pregunta: ¿cómo se trata esto? ¿Con psicólogos? ¿Con clases de yoga? ¿Con exposición gradual al ejercicio? ¿Echando polvos?
