Alfonso Graña, el primer rey de los jíbaros, gallego de Avión.

gurrumino

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El puñetero infierno
Copio y pego tomo de esta curiosa historia que creo, no está expuesta por el foro.

Una de las historias más extraordinarias de la emigración avionesa es la de Alfonso Graña, un joven que emigró a América en los últimos años del siglo XIX y que llegaría a poseer un territorio en el Amazonas equivalente al de media España como rey de la tribu de los jíbaros. La increíble aventura de Alfredo Graña comienza en 1898 cuando desembarca en Belem do Pará, un pequeño puerto en el delta del Amazonas, persiguiendo el sueño del que por entonces se conocía como el oro blanco, el caucho.

Desde que John Dunlop inventara el neumático en 1887, la industria del caucho se había convertido en la forma más rápida y peligrosa de hacer dinero en América. Multitud de empresas, algunas de ellas dirigidas por magnates gallegos – como los Hermanos Barcia, caucheros naturales de Padrón – ofrecían trabajo y buen sueldo a aquel que estuviese tan loco como para adentrarse en el Amazonas. Y Alfredo Graña lo estaba.

Se acababa de descubrir la próspera industria del latex y hacía falta materia prima, aunque para conseguirla hubiera que adentrarse en una selva plagada de serpientes, mosquitos y humedad extrema, donde la fiebre amarilla y la malaria eran huéspedes tan habituales que a los trabajadores de esta industria, diezmados como en tiempos de guerra, les llamaban esclavos blancos.

Graña pasa de Brasil al Perú, a la próspera región de Iquitos, donde sigue vinculado al caucho hasta que en 1922 la industria entra en una grave crisis. Los ingleses, que se han llevado semillas a sus colonias, empiezan a plantar ‘seringueiras’ y consiguen producir la resina a mejor precio. La industria cauchera del Amazonas está liquidada y Alfonso Graña, desprovisto de oficio y de jornal, se adentra río arriba en busca de nuevas oportunidades.

Tras doce años trabajando en la selva Alfonso es inmune a sus peligros. Remonta el río con pericia y se adentra en regiones que ningún otro europeo había visitado, exponiéndose a peligros desconocidos. En una de sus excursiones es atacado por una tribu de jíbaros. El amigo que le acompaña muere en el combate y cuando a Alfonso le espera la misma suerte, la hija de uno de los caciques se encapricha de él y exige su liberación. Su destino queda unido al de aquella joven y durante años desaparece en las entrañas de la selva.

Durante aquel tiempo, en Iquitos se hablaba de un hombre blanco que convivía con los salvajes y los señoreaba, pero nadie creía a ciencia cierta aquellas historias porque los jíbaros eran un pueblo fiero y en sus dominios nunca penetró ninguna ley, ni divina ni humana. Cuando Graña reaparece en la ciudad años después, rodeado de jíbaros que atienden sus órdenes con diligencia, el impacto que causa es enorme.

Desde entonces, se deja ver de cuando en cuando para comerciar con carne y pescado o traficar con sal y tortugas, que por entonces eran mercancías reguladas. Muchas veces traía consigo cabezas reducidas, a las que los jíbaros extraían el hueso y les metían arena caliente y piedras y algunas hierbas secretas según un antiguo ritual. Con aquellas cabezas también comerciaba Graña, que se sentía un poco por encima de la ley como cacique de aquel pueblo salvaje que le mostraba tanta lealtad.

Dos veces al año bajaba con su séquito de jíbaros y aprovechaba para vestirles de gala y llevarlos a pasear en un Ford descapotable. Fue el hombre de occidente en el Amazonas y nadie pasaba por sus tierras sin su permiso y su protección. Auspició misiones científicas, como aquella que impulsó la República a través del famoso piloto de raids Francisco Iglesias Brage – que había completado la hazaña de volar de Sevilla a Salvador de Bahía sin escalas –, y también otras económicas, como una de la Standard Oil del magnate Rockefeller, que quería hacer prospecciones en busca de petróleo.

A todos proveía Graña de víveres y les servía de guía, protegiéndoles del ataque de otras tribus. En 1933, en plena guerra entre Colombia y Perú, lograría una de sus grandes gestas al rescatar un cadáver del río, embalsamarlo y llevarlo a Iquitos junto a los restos de dos hidroaviones. Para completar esta misión debía atravesar el peligroso paso del Pongo de Manseriche, un tramo de desfiladeros donde el cauce se estrecha y los desniveles, de hasta 30 metros, provocan furiosos remolinos donde los más avezados navegantes se dejaban la vida. Sólo Graña y algunos jíbaros se atrevían a navegar por aquel tramo, pero hacerlo con una carga extra de dos aeroplanos era algo que jamás se había intentado hasta entonces.

La llegada de Graña a Iquitos fue apoteósica. Había arriesgado su vida para que la familia del joven aviador pudiese enterrarlo y como esta era de cierto abolengo, la noticio tomó una gran repercusión. Tan significativo fue el rescate que el aeropuerto de Arequipa lleva hoy el nombre de aquel militar que Graña rescató de las aguas del Amazonas, Alfredo Rodríguez Ballón.

Alfonso I, rey de los jíbaros, como le bautizó en sus crónicas el periodista Víctor de la Serna, salió de una Galicia tan pobre que en algunas zonas se llegaba a comer hierba y llegó a señorear al gran pueblo de los jíbaros, mandando sobre una extensión de tierra tan extensa como Andalucía y La Mancha juntas. Murió en la selva a los 54 años de un cáncer de estómago. El cronista de sus hazañas, Víctor de la Serna, le dedicó un obituario en el Ya que fue toda una oda del personaje. “Detrás de Graña en tránsito, detrás de su alma simple, como la de una criatura elemental, la selva se habrá cerrado en uno de esos estremecimientos indecibles del cosmos vegetal”.

Alfonso Graña, el primer rey de los jíbaros también era de Avión
 
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