Al Pato

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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Llegaron al bar casi a última hora. Los cinco clientes del fondo ya estaban levantándose de los taburetes, el solitario abogado es amiguete y los otros dos del ventanal eran de confianza. Apenas un par de minutos, los que aquellos tardaran en venir a pagar a la barra, y ya podría echar la llave para cerrar la jornada matinal. Pero...a veces pasa.

Él es médico; lo sé porque las dos o tres veces que le he visto por aquí lo hizo acompañado por trabajadores del hospital, aunque resultaba evidente que él no era uno de ellos, que era el jefe. No sé, es algo que se ve en la gente, tanto si va sola como acompañada. Es una manera de pedir las cosas, de mirar, de soltar el billete a la hora de pagar...lo ves. Y en este caso se confirmó de veras al ver la familiaridad con la que una de aquellas tardes saludó a un jefazo del hospital.

Tendrá cerca de los sesenta años; el pelo blanco aunque íntegro, de estatura algo por encima de la media generacional, delgado, marcados rasgados faciales, nariz aguileña y ojos claros, muy vivos. La mujer con la que entró al bar era una gordita cincuentona, o puede que cuarentona, el sobrepeso avejenta, de cara vulgar (la nariz es clave en las mujeres) y bastante maquillada. Pidieron cerveza (él de barril, ella una Radler de Alhambra tras dudarlo un rato entre las diferentes opciones) y se fueron a la mesa alta del fondo.

¡Bueno, qué le vamos a hacer! De todas maneras apenas eran las tres, tampoco hay que ir con tanta prisa, el límite horario son las cuatro y ese también me lo salté hasta el corvejón hará dos semanas, precisamente con aquel antiguo jefazo del hospital, claro que este es caso aparte, estaba comiendo con unos amigos y me supo mal mandarlos a la calle sabiendo que después vendrían los licores caros y en fin...Que camarero y fruta son casi sinónimos.

Conforme a lo previsto los dos del ventanal se marcharon poco después de servirle las cervezas al médico y su acompañante. Extraño par de dos estos, aún conociéndolos, sobretodo a uno, un chico de mi edad que nació enfermo y sin embargo todavía se esfuerza por caer bien a todo el mundo; a su manera, claro, deberíais verlo cuando algo no le cuadra: un repruebo indescriptible se trasluce en su mirada aún más que en sus palabras. Católico, soltero, misógino, de derechas, del Real Madrid, yo diría que virgen y con un trabajo de cierta responsabilidad a la hora de mover papeles. Todo el mundo le conoce y él conoce mucho más a todo el mundo. A veces tiemblo cuando me habla de este o aquel. Y no porque lo haga mal, al menos no siempre, sino por mi desconocimiento del entorno.Yo, que no me interesa casi nadie, aserto como ante libro malo para hacer avanzar el relato, aunque él no es orate y creo que se da cuenta.

Son las tres y veinticinco. Hace un rato que apagué la tragaperras a modo de primera señal. Poco después había sacado el quicio de madera de la puerta abierta. Así el bar paree un poco más cerrado. El abogado me paga y pide cambio para tabaco. Sabe como va esto pero se vuelve a sentar a apurar el tercio sin dejar de mirar el teléfono. Oigo al médico decir algo de una cero. La mujer se acerca a la barra y pide la tostada de Mahou, la doble cero, y otra con limón para ella, aunque más pequeña si puede ser. Le digo que todo son tercios aunque si quiere puedo ponerle una caña de barril con limón. Acepta tras dudarlo un poco. Me iré a las cuatro.

Y al dejar los servicios sobre la mesa, con ellos absortos en su conversación, oigo que el médico pronuncia la palabra "libido" a cuenta de no sé qué tratamiento en base a pastillas.

"Libido -me digo- Está hablando de la libido con una mujer, más que probablemente su secretaria, pues este se las habrá amado a todas y ya no quiere líos; del amar, de las platanos duras, supongo, aunque tal vez haya algo de sitio para la frigidez femenina. ¿Entonces es urólogo?"

- Una cerveza, Kufisto -dice el abogado volviendo a entrar con el humo del tabaco todavía en la boca.

Se la llevo y riendo me enseña en su móvil la previsión de temperaturas para los próximos días. El infierno no tiene fin en La Mancha, nunca lo tendrá. De haber estado solos como otros días ya con la puerta cerrada quizá le hubiera pedido que me invitara a una raya de cocaína.

- Me da miedo salir afuera, Kufisto.
- Es el infierno en la Tierra -respondo- A veces me pregunto si no será este el infierno.
- Jajaja...
- Si tuviera dinero...

Bajo las persianas del ventanal y la música; apago la tele; me sirvo una cerveza y me siento en el taburete mirando el teléfono.

Son casi las cuatro. Quito la música. Sólo quedan las cuatro luces.

La pareja se acerca a la barra pidiendo la cuenta. Va a pagar ella. Él hace un amago pero no terquea. La chica saca un billete de cincuenta de euros dejándolo sobre la barra como alguien que no está acostumbrado a hacerlo. Es muy fácil de ver. Muy fácil.

Se van. También el abogado. Me quedo solo, recojo mis cosas y me voy a casa.


"Es de fuera -me digo mientras conduzco- De Madrid. Y viene aquí algunos días para hacer sus cosas"
 
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