luarca
Madmaxista
Sirva este artículo de advertencia, a los que os empeñeis en ser papas, o ya esteis de lleno en el empeño, a la criaturita aunque sea un cruce de "El vaquilla" y Hannibal lecter en sus días malos, no se os ocurra ponerle la mano encima, salvo para soltar la pasta, avisados quedais.
EL HIJO PERDONA, LA LEY NO
«¡Ni que mi progenitora me hubiera apiolado!», exclama David. María ha sido condenada a 45 días de guandoca y a un año de distanciamiento de su hijo por darle un bofetón. Concha lleva tres años sin ver a su hija por lo mismo. El Defensor del Menor de Madrid se pregunta sobre las consecuencias negativas de esta aplicación de la Ley
PACO REGO / ANDRES MOYA
UNA PIÑA. María Salientes fue a recoger su sentencia con su marido, José, y sus dos hijos. / AURORA CAÑADA
UNA PIÑA. María Salientes fue a recoger su sentencia con su marido, José, y sus dos hijos. / AURORA CAÑADA
¿Redime el beso de un hijo de la sentencia de un juez que te condena, como progenitora, por haberle dado un sopapo?
Al menos, el hijo perdona. La Ley no.
María Saliente, 37 años, sordomuda, progenitora sentenciada, conjura los peores demonios del engranaje judicial con ternura hacia el travieso David, 10 años cuando la torta. Doce ahora. En Pozo Alcón, su pueblo de Jaén, la bofetada de la Justicia sigue siendo un estruendo en la casa de los Moreno. Y en el colegio de donde partió la denuncia. Y en todo el pueblo, con sus cerca de 5.500 vecinos. Suena la sirena del centro educativo Nuestra Señora de los Dolores. Son las dos de la tarde y los alumnos corretean a la salida del centro. José Domingo Moreno y su esposa, María Saliente, buscan entre las filas de colegiales a su hijo David.Pero el menor ya ha salido a la calle, olvidando en al aula su cartera y el chaquetón. «Dónde estará este niño»... El pan nuestro de cada día entre los Martínez.
Crónica pasa con ellos el miércoles, el día en que, encontrado David, la familia al completo acude al Juzgado de Paz del pequeño municipio a ver sobre el papel, sin intermediarios ni algarabías, qué falló el Juzgado de lo Penal número 3 de Jaén. Cuarenta y cinco días de guandoca (que la progenitora no cumplirá por carecer de antecedentes) y un año y 45 días sin poder acercarse a David por haberle agarrado del cuello y pegado una bofetada. De ejecutarse la sentencia, María debería abandonar la casa familiar. Los dos niños se quedarían con el padre.
Los Moreno no están solos en el calvario.
La foto en tonalidad de Paola luce sembrada de huellas. En su rostro de niña; en el vestido de faralaes amarillo; en los brazos en alto que dibujan una sevillana... Son marcas de caricias que Concha va dejando impresas, día a día, como señal de su amor.Sus dedos y sus labios sobre el papel. Es lo que, por ahora, tiene de la niña. A su pequeña Paola la perdió hace ya tres años y tres meses. La purga por un bofetón de progenitora. «A mi hija me la ha robado la Justicia», dice apenada. «Dios mío... por una bofetada... Dios mío».
Lejos de Madrid, donde Concha -quizás la primera progenitora en España condenada por dar un sopapo a su hija- intenta recomponerse física y anímicamente de la desgracia -«Me estoy muriendo en vida»-, la sordomuda María Saliente pasa los días ahogada en lágrimas.Sus manos veloces, con las que conversa en el lenguaje de signos con su esposo, que hace de traductor improvisado, flaquean igual que su mente. «Desde el juicio», cuenta Domingo, ahora en paro, mientras ayuda a su mujer en la cocina de su casa, «he perdido seis kilos, casi no comemos y pasamos las noches en vela. Veo cada día cómo mi mujer se levanta destrozada y no para de llorar».El dolor se palpa en todos los rincones del hogar.
David, el hijo, nos acompaña hasta su cuarto. Lleva la tristeza en el rostro. Sobre una mesa se amontona la ropa de varios días y la cama está sin hacer. Dice el chaval que lo de echar una mano en tareas de la casa no va con él. Parece ausente. Del bolsillo de su chandal saca un teléfono móvil y se pone a buscar algún tono musical que le alegre el día. En el lóbulo de su oreja izquierda lleva clavado un pendiente con las siglas D&G (Dolce & Gabbana).
«No quiero estudiar. Yo lo que quiero es ser mecánico». El año pasado estuvo interno en un colegio de Baza. Sólo veía a sus padres los fines de semana. «Echaba mucho de menos a mi familia», confiesa. «No te dejaban salir. Tenías reglas para todo. Ahora estoy mejor en el colegio del pueblo, pero ya me han echado algunas veces por los partes de comportamiento». Del centro Nuestra Señora de los Dolores partió, precisamente, la denuncia que, dos años después, ha condenado a su progenitora.
«QUIERO A MI progenitora»
«Ni que mi progenitora me hubiera apiolado», salta David. «Sé que lo que hice no estuvo bien pero que no me lleven otra vez a un colegio interno. Quiero estar aquí, en casa con mi progenitora, con mi familia».Ella le indica con gestos que la mesa ya está puesta y que se lave las manos. Luego, se acerca a David y lo besa con cariño.El se deja querer.
Todo empezó el 6 de octubre de 2006. María Saliente recriminó a su hijo de 10 años porque no había hecho los deberes del colegio.Como respuesta, el menor le arrojó una zapatilla y se fue corriendo para encerrase en el cuarto de baño. La progenitora, al ver que el chaval seguía en sus trece, consiguió al final abrir la puerta y, nada más verlo, lo agarró y le soltó una colleja. Con tan mala suerte que el chiquillo perdió el equilibrio y fue a dar con la nariz contra el lavabo. Cuando David volvió al colegio, los profesores se dieron cuenta de que tenía un jovenlandesatón en el cuello. Lo llevaron al centro de salud y el parte médico terminó en el juzgado.
El juicio se celebró el 24 de noviembre pasado. «Se cumplen todos los requisitos del tipo de maltrato, aun cuando hubiese sido la única agresión cometida», dejaba escrito en su fallo la magistrada.Aunque la juez reconocía «el carácter difícil y desobediente» del menor, y que la progenitora estaba muy nerviosa, sentenció que los golpes propinados al crío vulneraban los límites de «una corrección razonable y moderada». No le convenció el argumento de la progenitora: «Lo hice para educarlo».
¿Condena desmesurada? ¿Se diferencia claramente lo que es un maltrato de lo que es una bofetada maternal? ¿Dónde está el límite?
Para el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, Arturo Canalda, «se debería aplicar el sentido común». Y lo explica: «Si se tratara de un hecho puntual, incluso accidental, como parece ser el caso de Jaén, podemos considerar excesiva la condena impuesta a la progenitora. Todo el mundo distingue entre una colleja y una paliza. Pero lo que yo más cuestiono son las consecuencias de una sentencia así, porque creo que serán muy perjudiciales para el chico y la progenitora. Insisto: hay que ponderar muy bien los resultados que para el propio niño pueden tener las sanciones judiciales».
En la misma trinchera que la del Defensor del Menor pelea desde hace años Save the Children, cuya misión es la defensa de los menores. «No es justificable la conducta de la progenitora», dice la responsable del departamento de Protección de los Derechos de la Infancia de esta ONG, Pepa Horno. «No hay que olvidar que esta es una condena por maltrato, no por castigo. Y nuestra legislación establece que en el momento que hay lesiones físicas estamos ante un maltrato. Luego no es una cuestión de que se haya condenado por una bofetada, sino por un maltrato, puntual, pero maltrato.Se le ha condenado por producir unas lesiones a su hijo. En las condenas por maltrato, además, las órdenes de alejamiento son automáticas. Por lo tanto, no es opción del juez imponer o no la orden de alejamiento, sino que viene en la Ley. La cuestión es si esta recoge adecuadamente la realidad del maltrato».
¿Nos hemos equivocado con los menores? ¿Hemos pasado de un extremo (palizas, broncas, vas hacer esto por huevones...) a otro? ¿Una bofetada a tiempo es una victoria?, como repite a menudo Emilio Calatayud, juez de Menores en Granada, el togado de las sentencias ejemplares, partidario de condenas educativas. ¿O todos nos hemos vuelto locos, como ya se preguntan cada vez más padres?
LA TORTA DE LA LEY
Hasta diciembre de 2007 el Código Civil, en su artículo 154, establecía que «los padres podrán corregir razonable y moderadamente a los hijos. Esto daba pie a que un juez incluyera la torta en el derecho de los padres a corregir a sus hijos. Tal artículo fue borrado de la Ley. Uno de los últimos en aplicarlo fue el juzgado de lo Penal número 1 de Santander, dos meses antes de que el artículo se extinguiera. Absolvió a un hombre acusado de maltratar a su hija de 13 años por el Ministerio Fiscal por haberle propinado un tortazo. Sin embargo, el magistrado que juzgó el caso también incluyó como hechos probados que la bofetada no causó lesiones a la menor y que el padre se la dio porque «le faltó al respeto». No conforme con el dictamen, el fiscal volvió a la carga y presentó como pruebas de malos tratos informes del servicio de urgencias que la atendió y de médicos forenses.Pero llegado el juicio, tanto la menor como su progenitora se acogieron al derecho de no declarar contra su padre y esposo, con lo que sólo quedó una versión: la del acusado.
Ni en Santander, ni en Murcia, ni en Cádiz, ni en Jaén... Los jueces no se ponen de acuerdo.
La misma titular del Juzgado de los Penal número 3 de Jaén, María Fernanda García, que juzgó a María Saliente, absolvió a una vecina de Bailén (Jaén), de 41 años, de un delito de malos tratos contra su hija de 11 años. Entonces consideró que los «castigos» y los «cachetes» que la progenitora hubiera podido darle a su hija estaban dentro del «derecho de corrección» de los padres. Estimaba probado en su sentencia que, entre finales de 2003 y agosto de 2004, la progenitora acusada, A. Q. M., se encontraba en trámites de separación legal de su esposo, manteniendo ella la guarda y custodia de las dos hijas menores -de cuatro y 11 años-. La mayor prefería vivir con el padre, sobre el que pesaba una orden de alejamiento de la esposa por seis meses, lo que generaba «una situación muy tensa». Y agregó: «Si bien es posible que en algunas ocasiones la acusada haya dado un cachete a su hija o la haya castigado en su habitación, ello entra dentro del derecho de corrección de los padres» y «no puede ser sacado de esta esfera para considerarlo maltrato habitual».
Quizás la que mejor puede explicar a una progenitora lo que es vivir alejada de un hija por sentencia judicial es Concepción Solís Amores. Concha, 50 años, sobrevive aferrada a los recuerdos que aún le quedan. «Me estoy muriendo en vida». Hace 15 días que pudo ver a su niña pequeña después de tres años y tres meses.Porque un juez -como le pasó a la progenitora del niño de Jaén- la condenó a alejarse de su hija Paola. También un bofetón. También una sentencia de escalofrío.
¿QUE NOS HAN HECHO?
Hay más que pena y dolor en el sentir de Concha. «Ni siquiera soy ya capaz de reprobar. Ayyy, mi pequeña... ¿Qué nos han hecho?», repite una y otra vez sentada en el minúsculo salón de su piso de Madrid. Ella, que lo tenía todo: un palacete en Jerez de la Frontera, dos chalés en Vistahermosa (Puerto de Santa María), el equivalente a La jovenlandesaleja madrileña, un Jaguar, un Mercedes y un Pontiac, siempre a la puerta de sus mansiones equipadas con muebles del Renacimiento... Nada que ver con el pisito de 60 metros en el que ahora vive cerca del barrio madrileño de San Blas.
«No extraño nada de aquella opulencia, ni los viajes, ni las amistades. El dolor que llevo dentro es el dolor de una progenitora a la que un juez le ha prohibido acercarse a su hija. Porque un padre, mi ex marido, ha puesto todos los impedimentos legales que los jueces le han admitido para que pueda ver a mi pequeña con normalidad. Y todo ello por reprenderla con una torta porque la chiquilla había insultado a un amigo de la familia».
Los ojos de Concha se agrandan a medida que recuerda. Contiene las lágrimas, mide sus palabras, coge en sus manos la foto de Paola y la aprieta sobre su vientre. El gesto es más que un abrazo.«Yo la parí y, bien sabe Dios, jamás le haría algo que pudiera causarle daño».
EL INSULTO
El calvario de esta mujer empezó un domingo de octubre de 2005.Era una tarde de otoño. Concha, en trámites de separación, estaba a punto de despedirse de su pequeña Paola, con la que había pasado el fin de semana en el apartamento de un amigo, en el Puerto de Santa María. «Id subiendo vosotros», indicó Concha a su hija y al amigo de la familia que las acompañaba. Se había quedado atrás para ayudar a una inválida a subirse a su coche en la misma puerta del edificio.
«Al ir a por la niña noté que algo le había pasado en mi ausencia», recuerda la progenitora. «Y cuando bajábamos en el ascensor para irnos, su padre, que la esperaba en la acera, me confesó que Emilio, mi allegado, la había regañado porque, sin más, le llamó lgtb».
Nunca imaginó la extremeña Concha que aquel sopapo propinado a su hija de siete años en el ascensor -«Me partió el alma...», dice ella apretándose los párpados- daría un vuelco a su vida.Que la justicia se lo devolvería privándola le lo que más amaba.[Hace 15 días pudo ver a su hija después de tres años y tres meses]. Tampoco imaginaba que el padre de la pequeña -quien minutos después, según Concha, le restaba importancia al insulto de la hija- iba a convertir aquella bofetada en un afilado puñal. En la puntilla que la destrozaría. «Pero Clive no tuvo reparos.Me puso una denuncia por malos tratos. Le vino al pelo. Nos íbamos a divorciar y una cosa así le allanaba el camino. Es un estratega nato, tanto en los negocios como en la vida».
Este alemán con pasaporte británico, de nombre Clive Hinton, pasó de ser un alto ejecutivo de la multinacional del petróleo BP a convertirse en un influyente y adinerado hombre de negocios en Andalucía, desde donde controla el suministro de combustible para barcos de medio mundo. Un hombre brillante, a decir de Concha, que sólo necesita un teléfono y un ordenador para «facturar cientos de millones en un día». Nadaban en la opulencia. «A mi casa del Puerto de Santa María venía la nieta de Churchill, de la que ahora no recuerdo el nombre, banqueros, artistas... Ibamos a esas cumbres mundiales del petróleo que salen por televisión y nos alojábamos en hoteles con unos lujos inimaginables. Era como un cuento de hadas. Yo cuidaba de mis hijos y de vez en cuando, cosa que no me agradaba demasiado, acompañaba a mi marido en sus asuntos de trabajo».
Hasta que los días de vino y rosas se acabaron. «Tendré que vivir hasta que me muera con los 300.000 euros que recibí por el divorcio, una insignificancia si se compara con todo lo que teníamos. El se las sabe todas [El abogado de Concha, Manuel Pérez Peña, estima en más de cinco millones de euros el patrimonio de la familia].Pero para mí no es lo importante. Estoy vacía, sola con mis recuerdos».
En la casa de María Salientes las cosas podrían ir algo mejor.Al cierre de esta edición el fiscal jefe de Andalucía, Jesús García Calderón, anunciaba que se le podría conceder un indulto parcial para corregir una «posible desproporción de la pena».Concha no ha tenido siquiera esa opción. Paola, la hija, le manda besos a través de sus cuatro hermanos.
http://www.elmundo.es/suplementos/cronica/2008/687/1229209201.html
EL HIJO PERDONA, LA LEY NO
«¡Ni que mi progenitora me hubiera apiolado!», exclama David. María ha sido condenada a 45 días de guandoca y a un año de distanciamiento de su hijo por darle un bofetón. Concha lleva tres años sin ver a su hija por lo mismo. El Defensor del Menor de Madrid se pregunta sobre las consecuencias negativas de esta aplicación de la Ley
PACO REGO / ANDRES MOYA
UNA PIÑA. María Salientes fue a recoger su sentencia con su marido, José, y sus dos hijos. / AURORA CAÑADA
UNA PIÑA. María Salientes fue a recoger su sentencia con su marido, José, y sus dos hijos. / AURORA CAÑADA
¿Redime el beso de un hijo de la sentencia de un juez que te condena, como progenitora, por haberle dado un sopapo?
Al menos, el hijo perdona. La Ley no.
María Saliente, 37 años, sordomuda, progenitora sentenciada, conjura los peores demonios del engranaje judicial con ternura hacia el travieso David, 10 años cuando la torta. Doce ahora. En Pozo Alcón, su pueblo de Jaén, la bofetada de la Justicia sigue siendo un estruendo en la casa de los Moreno. Y en el colegio de donde partió la denuncia. Y en todo el pueblo, con sus cerca de 5.500 vecinos. Suena la sirena del centro educativo Nuestra Señora de los Dolores. Son las dos de la tarde y los alumnos corretean a la salida del centro. José Domingo Moreno y su esposa, María Saliente, buscan entre las filas de colegiales a su hijo David.Pero el menor ya ha salido a la calle, olvidando en al aula su cartera y el chaquetón. «Dónde estará este niño»... El pan nuestro de cada día entre los Martínez.
Crónica pasa con ellos el miércoles, el día en que, encontrado David, la familia al completo acude al Juzgado de Paz del pequeño municipio a ver sobre el papel, sin intermediarios ni algarabías, qué falló el Juzgado de lo Penal número 3 de Jaén. Cuarenta y cinco días de guandoca (que la progenitora no cumplirá por carecer de antecedentes) y un año y 45 días sin poder acercarse a David por haberle agarrado del cuello y pegado una bofetada. De ejecutarse la sentencia, María debería abandonar la casa familiar. Los dos niños se quedarían con el padre.
Los Moreno no están solos en el calvario.
La foto en tonalidad de Paola luce sembrada de huellas. En su rostro de niña; en el vestido de faralaes amarillo; en los brazos en alto que dibujan una sevillana... Son marcas de caricias que Concha va dejando impresas, día a día, como señal de su amor.Sus dedos y sus labios sobre el papel. Es lo que, por ahora, tiene de la niña. A su pequeña Paola la perdió hace ya tres años y tres meses. La purga por un bofetón de progenitora. «A mi hija me la ha robado la Justicia», dice apenada. «Dios mío... por una bofetada... Dios mío».
Lejos de Madrid, donde Concha -quizás la primera progenitora en España condenada por dar un sopapo a su hija- intenta recomponerse física y anímicamente de la desgracia -«Me estoy muriendo en vida»-, la sordomuda María Saliente pasa los días ahogada en lágrimas.Sus manos veloces, con las que conversa en el lenguaje de signos con su esposo, que hace de traductor improvisado, flaquean igual que su mente. «Desde el juicio», cuenta Domingo, ahora en paro, mientras ayuda a su mujer en la cocina de su casa, «he perdido seis kilos, casi no comemos y pasamos las noches en vela. Veo cada día cómo mi mujer se levanta destrozada y no para de llorar».El dolor se palpa en todos los rincones del hogar.
David, el hijo, nos acompaña hasta su cuarto. Lleva la tristeza en el rostro. Sobre una mesa se amontona la ropa de varios días y la cama está sin hacer. Dice el chaval que lo de echar una mano en tareas de la casa no va con él. Parece ausente. Del bolsillo de su chandal saca un teléfono móvil y se pone a buscar algún tono musical que le alegre el día. En el lóbulo de su oreja izquierda lleva clavado un pendiente con las siglas D&G (Dolce & Gabbana).
«No quiero estudiar. Yo lo que quiero es ser mecánico». El año pasado estuvo interno en un colegio de Baza. Sólo veía a sus padres los fines de semana. «Echaba mucho de menos a mi familia», confiesa. «No te dejaban salir. Tenías reglas para todo. Ahora estoy mejor en el colegio del pueblo, pero ya me han echado algunas veces por los partes de comportamiento». Del centro Nuestra Señora de los Dolores partió, precisamente, la denuncia que, dos años después, ha condenado a su progenitora.
«QUIERO A MI progenitora»
«Ni que mi progenitora me hubiera apiolado», salta David. «Sé que lo que hice no estuvo bien pero que no me lleven otra vez a un colegio interno. Quiero estar aquí, en casa con mi progenitora, con mi familia».Ella le indica con gestos que la mesa ya está puesta y que se lave las manos. Luego, se acerca a David y lo besa con cariño.El se deja querer.
Todo empezó el 6 de octubre de 2006. María Saliente recriminó a su hijo de 10 años porque no había hecho los deberes del colegio.Como respuesta, el menor le arrojó una zapatilla y se fue corriendo para encerrase en el cuarto de baño. La progenitora, al ver que el chaval seguía en sus trece, consiguió al final abrir la puerta y, nada más verlo, lo agarró y le soltó una colleja. Con tan mala suerte que el chiquillo perdió el equilibrio y fue a dar con la nariz contra el lavabo. Cuando David volvió al colegio, los profesores se dieron cuenta de que tenía un jovenlandesatón en el cuello. Lo llevaron al centro de salud y el parte médico terminó en el juzgado.
El juicio se celebró el 24 de noviembre pasado. «Se cumplen todos los requisitos del tipo de maltrato, aun cuando hubiese sido la única agresión cometida», dejaba escrito en su fallo la magistrada.Aunque la juez reconocía «el carácter difícil y desobediente» del menor, y que la progenitora estaba muy nerviosa, sentenció que los golpes propinados al crío vulneraban los límites de «una corrección razonable y moderada». No le convenció el argumento de la progenitora: «Lo hice para educarlo».
¿Condena desmesurada? ¿Se diferencia claramente lo que es un maltrato de lo que es una bofetada maternal? ¿Dónde está el límite?
Para el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, Arturo Canalda, «se debería aplicar el sentido común». Y lo explica: «Si se tratara de un hecho puntual, incluso accidental, como parece ser el caso de Jaén, podemos considerar excesiva la condena impuesta a la progenitora. Todo el mundo distingue entre una colleja y una paliza. Pero lo que yo más cuestiono son las consecuencias de una sentencia así, porque creo que serán muy perjudiciales para el chico y la progenitora. Insisto: hay que ponderar muy bien los resultados que para el propio niño pueden tener las sanciones judiciales».
En la misma trinchera que la del Defensor del Menor pelea desde hace años Save the Children, cuya misión es la defensa de los menores. «No es justificable la conducta de la progenitora», dice la responsable del departamento de Protección de los Derechos de la Infancia de esta ONG, Pepa Horno. «No hay que olvidar que esta es una condena por maltrato, no por castigo. Y nuestra legislación establece que en el momento que hay lesiones físicas estamos ante un maltrato. Luego no es una cuestión de que se haya condenado por una bofetada, sino por un maltrato, puntual, pero maltrato.Se le ha condenado por producir unas lesiones a su hijo. En las condenas por maltrato, además, las órdenes de alejamiento son automáticas. Por lo tanto, no es opción del juez imponer o no la orden de alejamiento, sino que viene en la Ley. La cuestión es si esta recoge adecuadamente la realidad del maltrato».
¿Nos hemos equivocado con los menores? ¿Hemos pasado de un extremo (palizas, broncas, vas hacer esto por huevones...) a otro? ¿Una bofetada a tiempo es una victoria?, como repite a menudo Emilio Calatayud, juez de Menores en Granada, el togado de las sentencias ejemplares, partidario de condenas educativas. ¿O todos nos hemos vuelto locos, como ya se preguntan cada vez más padres?
LA TORTA DE LA LEY
Hasta diciembre de 2007 el Código Civil, en su artículo 154, establecía que «los padres podrán corregir razonable y moderadamente a los hijos. Esto daba pie a que un juez incluyera la torta en el derecho de los padres a corregir a sus hijos. Tal artículo fue borrado de la Ley. Uno de los últimos en aplicarlo fue el juzgado de lo Penal número 1 de Santander, dos meses antes de que el artículo se extinguiera. Absolvió a un hombre acusado de maltratar a su hija de 13 años por el Ministerio Fiscal por haberle propinado un tortazo. Sin embargo, el magistrado que juzgó el caso también incluyó como hechos probados que la bofetada no causó lesiones a la menor y que el padre se la dio porque «le faltó al respeto». No conforme con el dictamen, el fiscal volvió a la carga y presentó como pruebas de malos tratos informes del servicio de urgencias que la atendió y de médicos forenses.Pero llegado el juicio, tanto la menor como su progenitora se acogieron al derecho de no declarar contra su padre y esposo, con lo que sólo quedó una versión: la del acusado.
Ni en Santander, ni en Murcia, ni en Cádiz, ni en Jaén... Los jueces no se ponen de acuerdo.
La misma titular del Juzgado de los Penal número 3 de Jaén, María Fernanda García, que juzgó a María Saliente, absolvió a una vecina de Bailén (Jaén), de 41 años, de un delito de malos tratos contra su hija de 11 años. Entonces consideró que los «castigos» y los «cachetes» que la progenitora hubiera podido darle a su hija estaban dentro del «derecho de corrección» de los padres. Estimaba probado en su sentencia que, entre finales de 2003 y agosto de 2004, la progenitora acusada, A. Q. M., se encontraba en trámites de separación legal de su esposo, manteniendo ella la guarda y custodia de las dos hijas menores -de cuatro y 11 años-. La mayor prefería vivir con el padre, sobre el que pesaba una orden de alejamiento de la esposa por seis meses, lo que generaba «una situación muy tensa». Y agregó: «Si bien es posible que en algunas ocasiones la acusada haya dado un cachete a su hija o la haya castigado en su habitación, ello entra dentro del derecho de corrección de los padres» y «no puede ser sacado de esta esfera para considerarlo maltrato habitual».
Quizás la que mejor puede explicar a una progenitora lo que es vivir alejada de un hija por sentencia judicial es Concepción Solís Amores. Concha, 50 años, sobrevive aferrada a los recuerdos que aún le quedan. «Me estoy muriendo en vida». Hace 15 días que pudo ver a su niña pequeña después de tres años y tres meses.Porque un juez -como le pasó a la progenitora del niño de Jaén- la condenó a alejarse de su hija Paola. También un bofetón. También una sentencia de escalofrío.
¿QUE NOS HAN HECHO?
Hay más que pena y dolor en el sentir de Concha. «Ni siquiera soy ya capaz de reprobar. Ayyy, mi pequeña... ¿Qué nos han hecho?», repite una y otra vez sentada en el minúsculo salón de su piso de Madrid. Ella, que lo tenía todo: un palacete en Jerez de la Frontera, dos chalés en Vistahermosa (Puerto de Santa María), el equivalente a La jovenlandesaleja madrileña, un Jaguar, un Mercedes y un Pontiac, siempre a la puerta de sus mansiones equipadas con muebles del Renacimiento... Nada que ver con el pisito de 60 metros en el que ahora vive cerca del barrio madrileño de San Blas.
«No extraño nada de aquella opulencia, ni los viajes, ni las amistades. El dolor que llevo dentro es el dolor de una progenitora a la que un juez le ha prohibido acercarse a su hija. Porque un padre, mi ex marido, ha puesto todos los impedimentos legales que los jueces le han admitido para que pueda ver a mi pequeña con normalidad. Y todo ello por reprenderla con una torta porque la chiquilla había insultado a un amigo de la familia».
Los ojos de Concha se agrandan a medida que recuerda. Contiene las lágrimas, mide sus palabras, coge en sus manos la foto de Paola y la aprieta sobre su vientre. El gesto es más que un abrazo.«Yo la parí y, bien sabe Dios, jamás le haría algo que pudiera causarle daño».
EL INSULTO
El calvario de esta mujer empezó un domingo de octubre de 2005.Era una tarde de otoño. Concha, en trámites de separación, estaba a punto de despedirse de su pequeña Paola, con la que había pasado el fin de semana en el apartamento de un amigo, en el Puerto de Santa María. «Id subiendo vosotros», indicó Concha a su hija y al amigo de la familia que las acompañaba. Se había quedado atrás para ayudar a una inválida a subirse a su coche en la misma puerta del edificio.
«Al ir a por la niña noté que algo le había pasado en mi ausencia», recuerda la progenitora. «Y cuando bajábamos en el ascensor para irnos, su padre, que la esperaba en la acera, me confesó que Emilio, mi allegado, la había regañado porque, sin más, le llamó lgtb».
Nunca imaginó la extremeña Concha que aquel sopapo propinado a su hija de siete años en el ascensor -«Me partió el alma...», dice ella apretándose los párpados- daría un vuelco a su vida.Que la justicia se lo devolvería privándola le lo que más amaba.[Hace 15 días pudo ver a su hija después de tres años y tres meses]. Tampoco imaginaba que el padre de la pequeña -quien minutos después, según Concha, le restaba importancia al insulto de la hija- iba a convertir aquella bofetada en un afilado puñal. En la puntilla que la destrozaría. «Pero Clive no tuvo reparos.Me puso una denuncia por malos tratos. Le vino al pelo. Nos íbamos a divorciar y una cosa así le allanaba el camino. Es un estratega nato, tanto en los negocios como en la vida».
Este alemán con pasaporte británico, de nombre Clive Hinton, pasó de ser un alto ejecutivo de la multinacional del petróleo BP a convertirse en un influyente y adinerado hombre de negocios en Andalucía, desde donde controla el suministro de combustible para barcos de medio mundo. Un hombre brillante, a decir de Concha, que sólo necesita un teléfono y un ordenador para «facturar cientos de millones en un día». Nadaban en la opulencia. «A mi casa del Puerto de Santa María venía la nieta de Churchill, de la que ahora no recuerdo el nombre, banqueros, artistas... Ibamos a esas cumbres mundiales del petróleo que salen por televisión y nos alojábamos en hoteles con unos lujos inimaginables. Era como un cuento de hadas. Yo cuidaba de mis hijos y de vez en cuando, cosa que no me agradaba demasiado, acompañaba a mi marido en sus asuntos de trabajo».
Hasta que los días de vino y rosas se acabaron. «Tendré que vivir hasta que me muera con los 300.000 euros que recibí por el divorcio, una insignificancia si se compara con todo lo que teníamos. El se las sabe todas [El abogado de Concha, Manuel Pérez Peña, estima en más de cinco millones de euros el patrimonio de la familia].Pero para mí no es lo importante. Estoy vacía, sola con mis recuerdos».
En la casa de María Salientes las cosas podrían ir algo mejor.Al cierre de esta edición el fiscal jefe de Andalucía, Jesús García Calderón, anunciaba que se le podría conceder un indulto parcial para corregir una «posible desproporción de la pena».Concha no ha tenido siquiera esa opción. Paola, la hija, le manda besos a través de sus cuatro hermanos.
http://www.elmundo.es/suplementos/cronica/2008/687/1229209201.html
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